miércoles, 9 de octubre de 2013

El amor y la imaginación (Una historia de la sexualidad)



Índice
Extraña introducción
La naturaleza humana
Grecia y los caballos
La prostitución VIP en la antigua Roma
La polución en la edad media
La nueva sensibilidad victoriana
La procreación industrial
La sexualidad de las ancianas
Reflexiones hacia el futuro






Extraña Introducción

Este escrito surgió de un apriete: me pusieron la máquina en la oreja y me pidieron que diga algo nuevo. El tema lo tenía que elegir yo, de modo que libertad tenía de sobra. Le propuse un tema al que me apuraba. El tema fue rechazado. Le propuse otro. Me colocó contra las cuerdas y luego contó hasta nueve. Me puse de pié. Arriesgué: “si querés elegí vos el tema”. “Sexualidad”, sentenció. “¿Y qué puedo decir de nuevo sobre sexualidad?”, bufé. “Ese es problema tuyo”, y cerró la entrevista……
Hoy decir algo nuevo es más difícil que tener sexo con un mono. No es que el mono se resista, es que no te permiten tenerlos como animales domésticos. En el mundo de los intelectuales pasa otro tanto. Vos podés decir algo verosímil, pero te van a pedir bibliografía, fuentes consultadas y estudios cursados. En otras: para acercarte al mono te van a pedir que seas veterinario, que trabajes en el zoológico y todas esas cosas.
Sigo en amplios pasajes la obra Sexualidades Occidentales, ya un clásico del repertorio sexual, donde robo de los varios autores que conforman ese volumen: a Robin Fox, sobre la evolución del cerebro; a Foucault, sobre la polución nocturna; a Paul Veyne, sobre lo atinente a la sexualidad en Roma—no pude dormir durante cuatro días después de leer a Paul—; y a Phillip Aries, sobre varios temas. De estos autores, especialmente del último, debo decir algo. Me impresionó la semejanza que muestran con los filósofos presocráticos, que se animaban a decir las cosas que les pasaban por la cabeza sin temor a equivocarse. Aries, particularmente, es capaz de afirmaciones tan temerarias que uno se queda admirado y escéptico al mismo tiempo. Yo brego por recuperar esa frescura que hace grande a los pensadores de verdad. Yo quiero cogerme un mono.
La novedad que vengo a decir, dispersa aquí y allá por todo el texto, será expresada coherentemente hacia el final. Espero que lo disfruten, como yo al escribirlo. (Y ahora nos ponemos serios, porque sobran mentecatos que censuran las opiniones de los payasos.)

La naturaleza humana
El principal órgano sexual del hombre es el cerebro. El cerebro nos indica nuestras preferencias sexuales y nos permite experimentar. También las disfunciones sexuales son, en muchos casos, originadas en el cerebro. No hay canguros impotentes, no hay perros eyaculadores precoces, no hay gatos fetichistas, no hay monos que prefieran la masturbación por sobre el contacto físico. Lo poco natural del hombre es producto de su enorme cerebro. Lo poco natural del hombre se manifiesta en que quiere gozar del sexo, del erotismo, recibir placer, y tal vez darlo, pero no necesariamente reproducirse.
En términos evolutivos nuestro cerebro creció con una velocidad asombrosa. En unos pocos miles de años había incrementado su volumen de forma notable. Antes de que esto pasara, nuestra especie era básicamente herbívora. Pero en este vertiginoso cambio fue necesaria la acumulación de proteínas: en otras palabras, de carne. Empezaron a perseguir a otros animales, incluso a algunos que antes se dedicaban a comer humanos, invirtiendo con ello el orden de la naturaleza, o para ser más precisos, saliendo de la naturaleza.
Nuestros ancestros no hubieran podido expandir su cerebro sin que algunos hombres se dedicaran a practicar la caza cooperativa, mientras que las mujeres se dedicaban a la recolección de frutos y al cuidado de los hijos. A los hijos que estas mujeres primitivas amamantaban les pasaba algo que no se da en otras especies: el cerebro se seguía desarrollando fuera del seno materno. Pero aquellos humanos debían estar agradecidos si vivían arriba de veinte años. Lo notable del asunto es que ese cerebro se terminaba de desarrollar al igual que lo hace hoy, aproximadamente a los 16 años, no casualmente casi al mismo tiempo que la madurez sexual. Aunque nos parezca raro, durante miles de años los humanos nos hemos contentado con alcanzar la madurez (tanto la sexual como la cerebral) y morir al poco tiempo. La vejez fue, en gran medida, un invento de la inteligencia humana, al lograr la prolongación de nuestra especie en el tiempo. Ahora nuestra madurez sexual se ha prolongado, e incluso vivimos tanto que hemos prolongado la declinación sexual.
Pero antes, en ese corto tiempo que mediaba entre el inicio de la madurez y la muerte, el que seducía mejor a las mujeres no era el más fuerte, como manda la naturaleza, sino el más astuto. Porque el hombre ya no necesitaba de su fuerza bruta para hacerse de sus presas, sino de la picardía. E incluso la picardía y la astucia se impusieron como armas entre los hombres para conquistar, para literalmente conquistar una hembra, apelando a su cerebro.
Dentro del cerebro, la actividad más asociada a la sexualidad no es la mera inteligencia, es la imaginación. No hay erotismo sin imaginación. No hay masturbación sin imaginación. Cuando el cerebro crece no solo se torna más inteligente, sino también más imaginativo. Y el hombre creyó en dios por primera vez. Lo importante de ese hecho no fue si dios existe o no existe, sino la capacidad humana de imaginar que se le revelaba por primera vez. Dejó su testimonio sobre la piedra desnuda y en esa pintura rupestre que pintaba podía imaginar que había algo trascendente. A partir de entonces el hombre fue capaz de imaginar una realidad distinta. Podían imaginar el auxilio de una fuerza sobrenatural que propiciara la reproducción, podían imaginar que si tenían apetito y faltaban los mamuts, que era parte de la dieta habitual, podrían optar por probar una comida nueva; y, con el tiempo, podrían imaginar que si tenían apetito sexual y en el grupo ya no había hombres o mujeres, podrían arreglárselas con los del mismo sexo. Así, en un principio, la homosexualidad termina siendo antinatural, tan antinatural como dios, antinatural como un reloj o la ropa que vestimos, como un helicóptero o una poesía de Neruda, como un suicidio. Y es que en el hombre no hay nada natural, salvo la naturaleza humana.
El desarrollo evolutivo el ser humano no ha sido equitativo con nuestros sentidos. Por ejemplo, nuestra visión es excelente, y es un hecho probado que desde la pintura rupestre se ha puesto el sentido de la vista como un órgano privilegiado para el erotismo. Sin embargo, el oído, que nos permite comunicarnos y, por tanto, nos da paso a la humanidad, no es un órgano que hayamos desarrollado mucho. Por el contrario, tenemos un oído muy limitado. Si el erotismo tiene como vía de expresión el oído no es porque tengamos uno bueno, sino porque las palabras que escuchamos nos ayudan a evocar otras cosas, a recordar y a imaginar. Y es que el erotismo entra por los oídos o por lo ojos, o por la piel, pero el cerebro es el órgano que elabora las representaciones finales que nos permiten erotizarnos. Es él el que nos indica lo que las palabras por sí solas no podrían señalar, como en tantos pasajes del Marqués de Sade.
Aunque nuestro cerebro tengo muchas capacidades, como la de almacenar datos, que llamamos memoria, las principales, las más humanas son, como queda dicho, la inteligencia y la imaginación. Nuestra sexualidad no tiene mucho que ver con la inteligencia. Sin embargo, durante muchos siglos nuestra especie ha ponderado la razón y la inteligencia, olvidando el otro aspecto importante de nuestra humana capacidad: la capacidad de imaginar.
Pero la sexualidad humana trasciende en mucho la posibilidad de imaginar. Hay una forma de imaginar que es muy humana. Es una forma de imaginación que es de carácter metafísico y que por lo tanto va mucho más allá de la naturaleza: es el amor, el amor romántico. El amor, tal como lo entendemos hoy, no siempre ha existido. Ese sentimiento ingobernable que enceguece la inteligencia, pero que tiene su origen en el cerebro, y que nos permite amar hasta la locura a una mujer o a un hombre es una cosa muy nueva. Como veremos hacia el final: el triunfo actual del amor es el triunfo de la imaginación sobre la inteligencia.

Grecia y los caballos
Estudiar la sexulidad en la antiguedad por un lado sirve para entender la versatilidad de la sexualidad humana y por el otro porque erradica un prejuicio: se suele ver con signo positivo esa sexualidad, principalmente porque está muy extendida la afición intelectual de atacar la moral cristiana recurriendo al paganismo. Lo que acá voy a exponer nos va a dar la pista de que no es nada envidiable la sexualidad de Grecia y del Imperio, y que además, nos resulta muy difícil—y yo diría imposible—entenderla desde nuestro contexto. La única forma de entender esa sexualidad es ser un ciudadano griego o romano del fondo de los tiempos. Otra no hay.
 Los helenos que eran ciudadanos, que votaban y que esclavizaban a miles de bárbaros, tenían una gran afición por las relaciones homosexuales, al punto que “homosexualidad” y “amor griego” en muchas ocasiones se emplean como sinónimos. No es lo mismo, de la misma manera que no es lo mismo el sexo y el amor, aunque se parezcan. (“Gozar es tan parecido al amor”, canta Charly.) El amor homosexual era entendido en Grecia como una relación entre iguales. Tratemos de razonar como lo hacían ellos: Las mujeres no podían ser objeto amoroso. Se parecían a los esclavos, no eran racionales. Se juntaban en un lugar llamado gineceo, donde nunca sabremos qué hacían entre ellas. No era posible mantener una conversación interesante con una mujer, que siempre eran analfabetas, y el amor, al menos para los griegos que escribieron la historia, es cosa entre gente similar. Hoy, incluso, nos parecería raro que un filósofo se enamore de una tonta. Entonces ustedes se preguntarán cómo era posible que tuvieran hijos. La respuesta es muy sencilla: cuando tenían que viajar tomaban un caballo; cuando tenían que reproducirse tomaban una mujer. Evidentemente no es sencillo entender la sexualidad en otra cultura.
Era costumbre entre estos griegos ser penetrados hasta los 18 años por su maestro. Platón fue alumno de Sócrates y maestro de Aristóteles. Luego, Platón fue penetrado por Sócrates y penetró a Aristóteles. ¿Cómo entender que alguien, por el mero hecho de cumplir 18 años pase de ser pasivo a ser activo? ¿Cómo entender que la pederastia fuese la relación sexual ideal? La educación en Grecia era vista como integral. En la academia de Platón se le daba especial atención a la filosofía, al cultivo físico del cuerpo, al conocimiento cabal de las matemáticas y, por supuesto, a la moralidad y a la pederastia. ¿Quiere más? Esto se orientaba a la buena formación de un soldado aguerrido. El amor griego despertaba el sentido de camaradería que no puede faltar en el frente de batalla. Porque, aunque usted no lo crea, estos tipos, aristócratas y de buena vida en la mayoría de los casos, iban a la guerra asumiendo todos los riesgos, y luchaban junto a su amante codo con codo, hasta la muerte. Hay más: Sócrates, gran pederasta y soldado, estaba casado y tenía un hijo, como casi todos ellos. Su alumno Platón cae preso en Sicilia y es reducido a la esclavitud. Como esclavo será obligado a dar lecciones de filosofía. Más no sabemos, pero es de suponer que se tuvo que contentar con las mujeres, o acaso solo. En suma: lo que resulta difícil no es entender la homosexualidad en Grecia, lo que resulta difícil es entender la sexualidad en Grecia.
En el plano de la literatura no hacemos más que confirmar lo dicho: Alcibíades manifiesta todo su amor por Sócrates en el Banquete. En todos los diálogos platónicos no hay un solo personaje femenino. La única excepción es la mujer del propio Sócrates, que aparece hacia el final del Fedón, llorando por la pronta muerte de su marido, y a quien Sócrates pide que la echen a patadas.

La prostitución VIP en la antigua Roma
Ahora vamos a detenernos en Roma, que vamos a tomar como estudio de caso. A lo largo del siglo II antes de Cristo, Grecia cae bajo la influencia de Roma. Como veremos, la sexualidad romana, que nos parece tan rara como la helena, o incluso más rara aún, toma de Grecia muchas cosas e innova en otras.
El cielo es un buen reflejo de las sociedades: Júpiter, el protagonista principal del panteón Romano, tiene una luna gigante que se llama Ganímedes. Al igual que los satélites Ío, Europa y Calixto, toma su nombre de un amante de Júpiter. Ganimedes, el amante del gran dios, era varón. (Hay que recordar que Júpiter era inspirado en el griego Zeus, un promiscuo eterno.)
Está muy extendida la idea que supone que en Roma no había tabúes sexuales, casi como si los romanos hubieran sido unos liberales del sexo irrestricto, abiertos tanto a la heterosexualidad como a la homosexualidad, incontinentes gozadores de las orgías más grandes y burladores de todas las reglas del lecho. Yo mismo tenía esta peregrina idea. Muchos recordarán la serie Roma, en la cual se muestra con bastante acierto la promiscuidad de aquellas gentes. Hasta el día en que leí a Paul Veyne, también comulgaba con esa imagen. Paul me enseñó que la cosa era muy diferente.
Para entender la sexualidad en la antigua Roma es necesario revisar el concepto de “familia”, que es tan caro a los antropólogos. Todos sabemos que es una familia, o eso suponemos, hasta que confrontamos nuestra idea con la que tiene el vecino y nos encontramos con más dudas que certezas. La polisemia propia del término no ayuda: se dice “familia” refiriéndose a cosas tan distintas que cuando empezamos a analizar parece que “familia” es cualquier cosa que se nos ocurra.
El término es de origen latino: apareció en Roma como derivado de famulus (servidor), y en primera instancia debió designar al conjunto de esclavos y sirvientes que vivían bajo un mismo techo. Luego, por extensión, se aplicó al amo, a su mujer y a todos los que vivían bajo su dominación. Finalmente el término se hizo extensivo a los que compartían vínculos de sangre, que, como veremos, en Roma no era tan fácil de precisar. De hecho la palabra “gens” era la que designaba a la comunidad de todos los que descienden de un mismo antepasado y se acerca más a lo que entendemos hoy por “familia”, porque la palabra famulus se refería a lo que hoy entendemos por “techo” o “casa”. Más adelante veremos que esto es cuestionable.
El noble romano tenía como premisa ser un penetrador. Roma era el culto a la penetración y a la virilidad entendida en ese sentido. Por eso era más importante penetrar que el sexo del que era penetrado. De esta manera, un noble romano penetraba tanto a su esposa como a un esclavo o a una esclava que vivía bajo su techo.
Pero había dos imperativos en esa cultura que hoy nos dejan turbados. En primer lugar el esclavo a ser penetrado debía ser un púber y no presentar bigote. En otras palabras, el esclavo debía estar por debajo de los 16 años y sin mediar un límite mínimo, pudiendo muy bien el noble sodomizar un chico de 11 años—siempre que fuese esclavo—sin que la sociedad se rasgue las vestiduras por ello. Además, un ciudadano romano exigía del sodomizado que no de señales de placer. Así, el penetrado debía bancarse estoicamente la penetración. En la misma línea, no tenía que demostrar rasgos femeninos. Se comprendía que un muchachito de 11 años tuviera cierta voz aflautada, pero eso no se podía perdonar en el de 15 o 16 años.
Por lo tanto, en Roma importaba más el rol de penetrador o penetrado que el del sexo de los participantes. No obstante lo cual, se esperaba que las esclavas gocen como verdaderas mujeres. Y en esto hay que ser muy específico: se esperaba que la esclava goce como su dueña. La diferencia entre la dueña y las esclavas, con respecto al noble, era que las esclavas estaban tácitamente obligadas a fingir, de la misma manera en que lo estaban los esclavos a no gozar, pero la mujer del noble tenía derechos sobre sus goces, tenía derecho a no fingir.
¿Y qué pasaba cuando a ese muchachito esclavo le empezaba a crecer los bigotes? Sólo podemos hacer conjeturas. No contamos con testimonios de esclavos, no al menos en este sentido. La historia la escribieron los que mandaban, los ciudadanos, como Catulo, que escribió:
“Os sodomizaré y me la chuparéis, Aurelio bujarrón, y puto Furio, que me habéis considerado poco honesto por mis ligeros versos, porque son muy sensuales. Es verdad que, si conviene que el poeta piadoso sea casto personalmente, en nada es forzoso que lo sean sus versos, ya que entonces al fin tiene sal y gracia, si son muy sensuales y poco pudorosos, y pueden provocar excitación, no digo a los jóvenes, sino a esos velludos que no pueden menear sus pesados lomos. ¿Vosotros, porque habéis leído muchos miles de besos, me consideréis poco macho? Os sodomizaré y me la chuparéis.” (poema 16)
Como vemos, no había nada más humillante para un ciudadano que ser penetrado o practicarle una felatio a otro ciudadano. Pero es obvio suponer que si ese ciudadano tenía muchos deseos de cualquiera de estas cosas podía recurrir a uno de sus esclavos, pero en el más completo hermetismo.
Sin embargo, sabemos que en la historia de Roma se dieron múltiples liberaciones de esclavos. Por ejemplo, el dueño de uno de ellos, sabiendo que pronto iba a morir, dejaba a su esclavo favorito una propiedad y una suma de dinero. Sin embargo no sabemos qué actitudes sexuales tenía este esclavo ante su nueva condición. Tampoco sabemos que hacían con su sexualidad cuando se les llenaba la cara de pelos. Salvo el caso de los gladiadores, que salían a la arena para morir o conquistar su libertad. Si tenían suerte y quedaban libres, serían los sementales con los que toda mujer romana hubiera querido pasar la noche. Si una mujer tenía el dinero suficiente, podía concretar su sueño. ¿Y los nobles romanos? Lo mismo. En cualquier caso, las preferencias sexuales del gladiador no eran tenidas en cuenta. He insisto: lo importante en el gladiador era que significaba el arquetipo de la virilidad, y en Roma lo que importaba era ser viril, o parecerlo al menos: si el esclavo o el gladiador eran penetrados debían comportarse como hombres.
Ahora me gustaría hacer una radiografía de una familia romana. Tenemos a la dueña y al dueño, que conforman una pareja. Ambos cuentan con un harén de esclavos y esclavas. Primero pensemos en el marido. Cuenta con 20 esclavos, pero no va a penetrar a cada uno de ellos. Prefiere gozar a uno en particular y quizás esporádicamente a alguno de los otros. Ese esclavo que es dueño de sus deseos es el favorito. Este suele ser un esclavo griego, culto, de unos 16 años, que se somete en silencio en las noches y que le enseña filosofía en las mañanas—, tal vez enseña el capítulo II de la Política de Aristóteles, que es una robusta y penetrante defensa de la institución esclavista— disciplina que ha aprendido de su padre biológico, un griego capturado ya grande, y que ahora también es un esclavo de la casa. Es muy probable que con este favorito se sienta más inclinado al diálogo que con su propia mujer, que acaso sea analfabeta, al igual que todas las esclavas de la casa. El dueño, a su vez, tiene un hijo con la dueña, al cual ha criado como un hombre, como se acostumbra en Roma, lejos de sus padres y cerca del ejército. Este hijo biológico es poco menos que un extraño para este noble. No obstante, a ese favorito griego lo ha criado como a un hijo, desde muy temprana edad, y siente sinceramente inclinación afectiva por él. Es, digamos, su hijo adoptivo… y se acuesta con él… y acaso le permite gozar.
Las preferencias de los nobles romanos estaba más en los esclavos que en las esclavas, según parece, pero bien podía pasar que un romano se enamorara de una de sus esclavas. Pero enamorarse de una mujer era ser muy poco viril. El romano debía llegado el caso, fingir sus sentimientos. Y, por supuesto, la esclava, favorita o no, bien podía quedar embarazada. Si al dueño se le daba la gana, ese hijo era criado con todo el afecto que un padre de hoy puede dar. Su esposa aceptaba este hecho sin pestañar. Sin embargo, este pibe que tenía el trato debido a un hijo, no dejaba de ser esclavo, y así la señora noble podía obligarlo a compartir el lecho con ella. Lo mismo vale si la esclava paría una hija. Porque ni siquiera un hijo, en Roma, era lo que hoy entendemos por tal.
(Y no quisiera pasar por alto las infinitas muestras de gratitud de los hijos legítimos que, vueltos del ejército, mantienen relaciones afectivas con sus viejos tutores o encargados, con esos profesores esclavos, con esos padres alternativos que les enseñaron el abecé de la vida, mientras sus padres biológicos estaban en otra.)
Por lo visto, un hombre libre no podía dejarse penetrar, a riesgo de ser confundido con un esclavo. Sin embargo, se sabe que la homosexualidad masculina estaba tan extendida como la poligamia de los activos, o sea, de los penetradores. Esa homosexualidad era tolerada, pero siempre y cuando no se dé mucho a publicidad. Sino cómo entender la valoración desmedida de la amistad, como Séneca, que le dedica un libro largo como la Biblia a su amigo Lucilio sobre los más diversos temas. O este otro pasaje del Poema 8 de Cátulo:
Veranio, de todos mis amigos el preferido entre trescientos mil. ¿Has regresado a casa junto a tus penates, tus hermanos bien avenidos y tu anciana madre? ¡Haz regresado! ¡Oh feliz noticia para mí! Volveré a verte sano y salvo y te oiré hablar de los lugares, de los acontecimientos y de los pueblos de Iberia, como es costumbre tuya, y abrazándome a tu cuello besaré tu alegre boca y tus ojos. Oh, de cuantos hombres felices existen, ¿quién hay más dichoso y feliz que yo?
Evidentemente, los romanos tenían una idea algo diferente, también de la amistad.
Otra de las cosas toleradas era que un noble continúe manteniendo relaciones con su favorito cuando a este ya le hubiera crecido la barba. En esos casos conocemos que era práctica común el afeitar al esclavo en cuestión, al menos por algunos años.
Lo que no se toleraba en Roma era la penetración de las vírgenes y de los adolescente varones libres, así como de las casadas (por parte de otro hombre libre.)
¿Y qué era de la prostitución, esa profesión tan vieja como el mundo? Entre los pobres, sin dudas, se entiende. Ellos no tenían esclavos o esclavas y recurrían al servicio de las meretrices ¿Pero por qué querría ir con una prostituta un noble que tiene acceso a muchas esclavas? Una respuesta fácil es suponer que, aburrido de las que tiene, insaciable en su pito, opta por innovar en el lecho con una diferente. Pero esto sería desconocer que cualquier amigo o noble vecino le podía ofrecer una muchacha con la misma facilidad con que hoy le pedimos un destornillador al de la esquina. (A mí el de la esquina siempre me negó el destornillador, pero las esquinas abundan, ¿no?) La respuesta a este acertijo me parece encontrarla en la siguiente frese de Paul (Veyne): “En Roma cortejar era ofrecer una suma de dinero.” Dicho de otro modo, la mujer se casaba con el que más plata le ofrecía. Más que a lo que hoy entendemos por matrimonio se asemejaba a eso que llamamos “prostitución VIP”. No era solamente la plata, en general esa mujer era deseada sexualmente por el futuro marido, al menos en un principio. La mujer, por su parte, no solía tener derecho a elegir. Ella era elegida, y punto.
Como corolario de este apartado sobre Roma me gustaría daros un ejemplo para que notéis la gran versatilidad que tiene la sexualidad humana. Imaginaos a un hombre que corre a otro hombre. Lo alcanza y lo besa en el cuello, en la cabeza. Le acaricia las mejillas. Lo voltea y cae en el suelo. El que está abajo se ha quitado ropa y tiene el torso desnudo. Se trata de dos jugadores de fútbol festejando un gol. Un romano, al ver esta escena, se preguntará qué ha pasado, por qué no lo penetra. Uno a este romano le contestaría que probablemente, si uno quisiera penetrar al otro igual no lo haría, porque las gradas están llenas con 60 mil personas. Él seguramente querría saber si esos 60 mil son hombres o mujeres. Naturalmente, responderíamos que son en su gran mayoría, hombres. El latino se vería perplejo ante esto, porque entendería que nada más normal que penetrar un hombre en presencia de otros muchos. También estaría desorientado, porque el pasivo está visiblemente contento, cuando debería mostrar apatía o indiferencia. Pero no estaría tan desorientado al escuchar los cánticos de la hinchada, que siempre sindican como homosexual al pasivo, de forma muy parecida a como lo entiende él. (Y habría que explicarle que el “pasivo” juega para el mismo equipo que el que parece querer sodomizarlo.) Seguramente este romano preferiría ver un tigre abrazando un cristiano y no 22 personas que se manosean todo el tiempo y corren tras una pelota.
Evidentemente, este ejemplo de la antigua Roma, nos demuestra que no podemos juzgar la sexualidad de una época con los criterios que nos rigen en la nuestra. Porque la sexualidad humana no solo es consecuencia de nuestro cerebro, sino también de la cultura a la cual pertenecemos.

La polución en la Edad Media
George Duby, nos explica que el fin de la esclavitud en Europa se debió a la falta de mercado. Europa estaba débil y aislada del mundo. Basta con ver un mapa para entender que esa península llamada Europa se encuentra rodeada por otras tierras mayores, como África y Asia. Y dios libre a Europa de que en esas vastas extensiones que la circundan surja un hombre fuerte, como Harúm al-Rashid, que gobernó sobre esos dos continentes, y que pasó a la inmortalidad como un personaje de Las mil y una noches, una obra cargada de sexo. En ese tiempo gobernaba en el occidente europeo el conocido Carlomagno. Ahora bien, Carlomagno era, en comparación con Harúm, un enano. Y un enano que hubiera dado la vida por tener el poder que tenía el musulmán. Eran tiempos en que los europeos eran esclavizados por los musulmanes, y uno podía encontrar en Bagdad o en Damasco a rusos y a germanos sometidos. Tiempo después, desde el siglo XIV, en el mundo musulmán se formarían los primeros ejércitos formados por esclavos cristianos, los famosos Jenízaros, en el mundo otomano. En suma: una de las razones que catalizó el cambio en las preferencias sexuales de la Europa que alguna vez había sido romana sin dudas se debe a la desaparición de la esclavitud como institución.
Cuando una sociedad se empieza a empequeñecer, como la europea de entonces, no es raro que pondere que cada mujer tenga tantos hijos como le sea posible. De la misma manera, es entendible que se prohíba el aborto y la contracepción.
Siguiendo a Michel Foucault, en el Medioevo la gula era un pecado semejante a la fornicación. La diferencia radicaba en que mientras el ayuno total nos lleva a la muerte, la abstinencia sexual no. Lo ideal era ordenarse sacerdote y dejar de fornicar.
Sin dudas a los ordenados se les presentaba un problema: cómo evitar la excitación. Michel nos ilustra con los consejos de Juan Casiano, que predicó largamente sobre sexo. Este sacerdote divide el pecado de la fornicación en tres tipos: el primero consiste en la conjunción de los dos sexos; el segundo es la masturbación, o sea, “sin contacto con la mujer”; el tercero es “el concebido por el pensamiento y el espíritu”. En este último se detiene el filósofo francés. Casiano estaba convencido de que el pecado iba unido al pensamiento. La erección revelaba un pensamiento que debía ser erradicado y convocaba a todos los religiosos a una vigilia constante y permanente sobre sus propios pensamientos para lograr tal fin. Estaba obsesionado con la propagación de la castidad. Consideraba que si dios había querido darnos un deseo tan fuerte, que no era en absoluto necesario a los sacerdotes, era con la intención de ponerlos a prueba.
Pero por más empeño que le pusiera a su exhortación, sabía que algo era inevitable: la polución nocturna. El hombre no puede evitarla. Casiano aseguraba que por medio de ejercicios era posible atenuarla. Pero los sueños son ingobernables. La única forma de liberarse de ella era por medio de la gracia divina. En otras palabras, cuando dios nos elige por motivos misteriosos que escapan a nuestra conciencia del mismo modo que se nos escapan los sueños.
Pero no solo a los ordenados: Casiano quería evitar que el hombre común fornicara fuera del matrimonio, e incluso que lo haga dentro del matrimonio con fines no reproductivos. Quería evitar que el hombre de a pié se excite, a menos que tenga pensado poner un hijo en este casto mundo. Afortunadamente, como todo hombre de iglesia, él consideraba que se debían tener tantos hijos como sea posible. Como el hombre y la mujer debían llegar vírgenes al altar, el matrimonio suponía un remedio contra la fornicación.
Especialmente la mujer debía llegar casta y se celebraba que fuese de ahí en más discreta, pudorosa, que no sonría demasiado y que sea un ejemplo para sus hijos (y especialmente para sus hijas.) Podemos afirmar que la autenticidad de una mujer moría al casarse.
Como explica Phillip Aries, en esta época el matrimonio era un vínculo eterno, donde “lo importante no era la duración, sino el precedente”. Y es que la eternidad está fuera del tiempo: es algo atemporal, no es la sumatoria del tiempo. Por eso mismo, el casamiento era para ser perpetrado en la otra vida, esa que está asociada a la eternidad. Jean Louis Flandrin aclara que la institución del matrimonio no se daba por amor ni por placer—aunque eventualmente podía suceder —sino por un interés. Y es por eso que un vínculo forjado así debía tener necesariamente reglas claras e invariables.
¿Y cuáles eran esas reglas? Bueno, muchas, sin dudas, como en tu casa, pero vamos a ocuparnos de alguna que tenga que ver con el tema que nos convoca. La mujer debía estar sobre la cama y boca arriba. Su marido debía penetrarla acostándose encima. Las excepciones se toleraban si él era muy obeso. En ese caso ella podía subir. Si estaba embarazada, para proteger al feto, se permitía la posición en perrito. En este último caso se prefería la posición indicada y no la de la mujer encima del marido porque, evidentemente, se toleraba más una posición propia de los caninos antes que aceptar que la mujer manejase la situación. En consecuencia, muchas mujeres solamente podían manejar su propio goce solo en el hipotético caso de que su marido engorde. Sin embargo, y contra todos los pronósticos, hay testimonios de la época que indican que los laicos estaban indignados con las sugerencias que los clérigos daban ante estas situaciones excepcionales.
Señala Flandrin, en el matrimonio medieval Jugaba un rol muy importante el confesor. El y ella tenían el deber moral de detallar al sacerdote hasta las menudencias que hacían en la cama. Esto era tan así que la sabiduría de los monjes sobre las cosas del amor no resulta tan rara. Eran los letrados que nos dejaron testimonio sobre la materia. Flandrin llega a decir que “los esposos no estaban solos en el lecho, sino que estaban con el confesor”. Otro instrumento muy aceitado era la delación y el tráfico de delaciones entre los clérigos, pues comerciaban con el conocimiento adquirido en las confesiones. De esta manera, no solo los ordenados sabían lo que pasaba en tal o cual casa, sino que tenían la potestad de estigmatizar a cualquier pareja que no se ajustara a las reglas establecidas.
Y acá tenemos que hacer una digresión. En esta época casi no se menciona la homosexualidad y tampoco se habla mucho de mujeres. Sobre este último punto parecería que no hay nada que decir, porque se trataba de sacerdotes escribiéndoles a sacerdotes. Pero más importante parece el hecho de no querer mencionarlas para evitar cualquier tipo de representación femenina en las mentes de aquellos a quienes se les habla, o sea, para que no se exciten, porque la sexualidad humana marca que uno se puede excitar grandemente con solo una referencia si las condiciones de aislamiento lo propician. Con respecto al otro punto pasa algo parecido. Lo monjes pasaban semanas sin ver una mujer y eso provoca un natural acercamiento hacia los del mismo sexo, como siempre se dio en las cárceles, al punto de llegar a olvidar a las mujeres (o a los hombres), pero no a la propia sexualidad.
Pero hay algo más profundo: el silencio. Cuando no se habla de un tema, cuando se calla un asunto, suele pasar que terminemos por suponer que eso que se omite ha dejado de existir, y ya no lo tenemos en cuenta. Es más, esos temas tabúes terminan por ser ignorados por una gran parte de la sociedad, al punto de que dejan aparentemente de existir. Por ejemplo: ¿a qué sacerdote medieval se le habría ocurrido condenar la coprofilia o la necrofilia? Inversamente, cuando un tema permea e invade toda la sociedad se hace muy visible y disciplina nuestra conducta. Veamos un ejemplo. Si yo le aseverara al lector que el hombre de la edad media no se excitaba con una felatio, probablemente se reiría. Sin embargo, en la mayoría de los casos, era así. Sin dudas, siempre hubo excepciones, pero cuando uno es construido como persona en una sociedad que condena estas cosas, nada tiene de raro que no le gusten. ¿Y qué decir del cunnilingus? Sencillamente nada. De ese tema no se hablaba, porque el goce de la mujer era algo que a nadie le importaba demasiado, (incluso a las mujeres, que se hubieran avergonzado de sospechar que eran capaces de gozar.)

La nueva sensibilidad victoriana
Contrariamente a lo que mucha gente piensa, la Edad Media fue una época racional. No hay que confundir eso con el racionalismo, que vino después y que fue—a no dudarlo—una consecuencia del imperio de la razón sobre los pensadores medievales. ¿Sino como entender las sumas teológicas, que no son otra cosa que razonamientos precisos y sistemáticos sobre los temas más diversos? ¿Cómo entender las interminables disputas dialécticas entre aquellos hombres? Por supuesto, las materias sobre las cuales discutían hoy nos pueden parecer bizantinas, como por ejemplo pelear y acalorarse por las propiedades de los ángeles o del infierno. Aunque sostenían por la fe ciertas cosas inamovibles, por otro lado tenían una abismal predilección por los razonamientos. Lo que llevó a decir a Le Goff que no se trataba de meros exégetas de las Escrituras, sino de verdaderos pensadores. Solamente a un verdadero pensador se le puede ocurrir endiosar a Aristóteles; solo a un verdadero pensador, como Tomás, se le puede ocurrir demostrar de cinco formas diferentes la existencia de dios. Y Tomás no estaba sólo. Muchos en la edad media se dieron a la tarea bizarra de encontrar a dios por la razón, de demostrarlo “científicamente”. Eran muy racionales, y el amor eminente era el amor debido a dios. ¿Era necesario demostrar por cinco vías diferentes la existencia del amor, la existencia de un sentimiento?
Como dije, este apego por la razón, que no es otra cosa que la inteligencia, se acentuó con el racionalismo y fue creciendo a expensas del amor, o sea, denigrando a la imaginación. En el siglo XIX parece haber un cambio en el sentimiento: surge el romanticismo, que es un movimiento que, dicho rápidamente, pondera los aspectos irracionales, sentimentales e imaginativos del hombre. Sin dudas, esto fue un progreso. La mujer y el amor empiezan a ser materia del arte. ¿Pero de qué hablaban cuando hablaban de amor estos tipos?
Las novelas decimonónicas nos dan una pista. En Tolstoi, en Dostoievski, en Hugo, vemos que la vida de los hombres, en líneas generales, corre por otro carril que la vida de las mujeres. Hay una asimetría ostensible en los intereses de unos y otros. Pongamos el caso de las grandes reuniones en esos enormes salones en los cuales la aristocracia se encontraba. En un determinado momento, estando las señoras presentes, se hablaba de ciertos temas intrascendentes. Pasado un tiempo, los varones se iban solos al salón de fumar, que en realidad era una excusa para hablar de temas como política, negocios, arte, y todas esas cosas que no eran materia femenina. Raramente en estas novelas vemos un diálogo interesante entre una mujer y un hombre, y si es interesante no es por la materia que están tocando sino por la situación.
Las mujeres eran mayormente analfabetas. Las que no lo eran podían ser amadas sinceramente, como el caso de Clara Schuman o Lou Andreas-Salomé. Esta última, como tantas otras sensuales e intelectuales de esa época, fue muy requerida y promiscua. Los hombres de espíritu elevado no tenían tantas opciones, había poco para elegir. Estas mujeres enamoraban a muchísimos hombres porque no abundaban otras. Eran la excepción, no la regla. La sociedad las odiaba, especialmente las otras mujeres. Porque una dama no hacía esas cosas: estudiar o dedicarse al arte. Con cocer y tocar el piano horriblemente era suficiente.
Tocando al final del siglo el puritanismo victoriano fue la exacerbación de la doble moral, que es una forma de hipocresía que dice una cosa y hace otra. Una moral era la que censuraba a cualquier mujer que exhibiera las pantorrillas, que no llegara virgen al matrimonio, a los hombres que no acataban la monogamia o que no se comportaban frente a una dama como dios manda. La otra moral salía cuando se iba el sol. La prostitución tenía una extensión enorme y decenas de miles de londinenses, que durante el día la condenaban, terminaban entre las piernas de una prostituta. Las muchachas, mojigatas al mediodía, se masturbaban con compulsión a la medianoche. Los muchachos se excitaban al contemplar un antebrazo desnudo, y es de imaginar que la eyaculación precoz nunca fue tan divulgada. La invención y perfeccionamiento de la fotografía hizo de Londres la principal industria de la pornografía, que tenía un aceitado mercado negro. En la década de 1880 hubo un caso clásico para el estudio de puritanismo victoriano y la doble moral. Jack el destripador, un asesino serial, mató a muchas prostitutas en un barrio bajo de Londres. La noticia salió en los diarios y estremeció a los ciudadanos puros. Pero contra lo que hoy se pueda creer, gran parte de la población, especialmente las mujeres, no estaban conmocionadas y horrorizadas por el asesino, a quien acaso llegaron a aplaudir, sino porque existían las prostitutas, y las había en gran cantidad, lo cual revelaba que la demanda era muy alta.
Por la misma época, el gran Stevenson escribía Dr. Jekyll y Mr Hyde, casi una metáfora de esta doble moral. Como es sabido, el doctor sale a la calle durante la noche, convertido en un hombre que quiere saciar sus más bajos instintos. Este pasaje del último capítulo, no exento de sensualidad, lo muestra a Mr Hyde de cuerpo entero:
“(…) En unas horas de debilidad moral, hice nuevamente la mezcla y la bebí (…) Mi demonio, enjaulado por tanto tiempo, rugía. Me dí cuenta, al tomar la droga, de unos impulsos al mal muy violentos e irrefrenables (…) Me había despojado de todas esas tendencias reguladoras por las que incluso lo peor de nosotros continúa conduciéndose con algún grado de equilibrio entre las tentaciones; y en mi caso, ser tentado al menos por un pequeño estímulo, era caer. Inmediatamente despertó en mí un espíritu infernal embravecido. Molí a palos al borracho inerme en un éxtasis de gozo, degustando con delicias cada golpe, hasta que el cansancio me ganó.”
¿Y las damas con qué se excitaban? Las mil y una noches, era el best-seller por excelencia. Esa obra, cargada de sensualidad, era consumida vorazmente por las mismas mujeres que no exhibían nada de sus propios cuerpos. Veamos el siguiente pasaje que chorrea lesbianismo por doquier, contenido en la Historia de Kamaralzaman y la princesa Budur, donde la joven Hayat-Alnefus, aún no sabe que Budur también es una mujer:
Al revés de lo que hoy nos parece, el mundo árabe mostraba mujeres en situaciones lésbicas y el mundo occidental castraba a las suyas.
La bella sexóloga mexicana Elia Martinez-Rodarte, sentencia: “Un pueblo que es reprimido hasta explotar, así como una sociedad que nada más se basa en la alegría genital, siempre estará un poco enferma porque no se ejerce una sexualidad sana que les otorgue paz mental, reproducción responsable y gozo erótico.”
Pero también en esta época victoriana se dieron ciertas conquistas que ennoblecen al ser humano: el inicio de la emancipación de la mujer, la alfabetización acelerada de vastos sectores de la población que estaban en la base de la pirámide social, y dos cosas que seguramente desconcertarían a un Romano de la antigüedad: lo que Phillip Aries llamó “el descubrimiento de la niñez” y el fin de la esclavitud en occidente (Estados Unidos y Brasil.)
El fin de estas cosas— o para ser más exactos, el comienzo del fin de estas cosas—, vino junto con un cambio de sensibilidad. La historiadora Hilda Sábato explica lo que es un cambio de sensibilidad con un ejemplo elocuente. Durante la guerra del Paraguay se publicaron las primeras fotos en el país procedentes del frente de batalla. La población “decente” se escandalizó. Habían descubierto que en las guerras muere gente. Sin embargo, siempre hubo gente que murió y que mató en las guerras. Tiempo antes, era normal que ahorquen a alguien en pleno centro porteño, de manera que no era necesario recurrir a fotografías para incurrir en el morbo. Sin embargo, por aquellos tiempos nadie se escandalizaba. Las damas de la alta sociedad se ponían sus mejores perfumes para ver una ejecución y el último de sus esclavos dejaba de comer para no perderse el show. ¿Qué pasó en el medio? Eso mismo: hubo un cambio de sensibilidad.
Por lo tanto, comenzando el siglo XX, se da un giro en la sensibilidad con respecto a las mujeres, los niños y los pobres. Esto no quiere decir que no hubiera problemas. De la misma manera que ahora la gente se indignaba con lo que pasaba en el frente de combate, ahora se podía indignar con la violación de una mujer o la vejación de un menor, o el hambre en el mundo. Sin dudas, muchas de estas posturas eran mera hipocresía (y lo siguen siendo). Pero piense que si usted se indignaba hace doscientos años con estas cosas seguramente se iba a encontrar sólo, predicando en el desierto, y muy probablemente sería visto como un loco. Desde la sensibilidad de un romano usted es un afeminado. Desde la mirada de un medieval usted es un endemoniado esclavizado por su cuerpo. Desde la mirada de un victoriano usted es una puta.

La procreación industrial
Durante los años que siguieron se acentuó esta oposición entre la inteligencia y la imaginación. Por un lado, muchas de las sexualidades que llegan hasta la segunda guerra mundial parecen no diferir mucho de lo que la época victoriana nos heredaba. Por el otro, las conquistas sociales del siglo XIX se fueron extendiendo en el XX (y siguen expandiéndose hoy en día.)
La lucha final se dio durante la segunda guerra mundial. En el aspecto sexual, el nazismo fue fuertemente cientificista y positivista. No estoy solo. Raúl Zaffaroni lo expresa rebien: “el nazismo es expresión de una ciencia dogmatizada, de un positivismo pobre en argumentos pero eficaz a la hora de revolver las tripas de las multitudes. Los crímenes del nazismo no fueron más que la culminación de la senda indicada por el positivismo, seguida hasta sus últimas consecuencias.” Y yo agregaría que no solo la política de exterminio fue el producto del dogma científico del positivismo, también lo fue la política de reproducción masiva, poco conocida por el gran público, y en la cual nos vamos a detener.
Lebensborn fue el nombre de esa política de reproducción acelerada, con la misma impronta industrial que podemos ver en las cámaras de gas. Esta era la última idea de una serie. En un momento se aplicaron los fusilamientos masivos. Pero, aunque cueste creerlo, matar muchos seres humanos con velocidad no es tan fácil. Producir muchas muertes es como producir muchos autos, o tanques: lleva tiempo y un derroche en balas. La inteligencia humana fue aplicada y las cámaras de gas fueron su consecuencia. Lebensborn también tuvo su ensayo. Durante los años previos a la guerra el nazismo tuvo una política de incentivar la procreación. La misma fue tan efectiva que pone en jaque una de las teorías más aceptadas en geografía de la población, la teoría de la transición demográfica. Millones de bebés teutones vinieron al mundo en esos años. Pero, ¿cómo se optimizaba el nacimiento de personas?
Lebensborn era una gigantesca maquinaria de guarderías distribuidas a lo largo y ancho de Alemania y otros países considerados racialmente afines, en especial Noruega. Miles de mujeres noruegas ofrecieron sus vientres a soldados alemanes invasores. Como los aliados nunca bombardearon ese país, hoy es un hecho que muchos de estos hijos industriales vagan por las calles de Oslo y de Narvik, y aunque suene raro, muchos reivindican… la raza.
Pero este proyecto, que afortunadamente no llegó prosperar, tenía aspectos más siniestros. La política de Lebensborn era complementada con la política de eugenesia, también llamada “higiene racial”, que consistía en la eliminación sistemática de enfermos mentales de raza aria, al menos en un principio, pero que terminó incluyendo a rengos, delincuentes, alcohólicos, opositores, pedófilos y homosexuales, que se suponía que podían transmitir sus defectuosos genes a las generaciones futuras. Particularmente, la lucha contra los homosexuales fue en parte la lucha contra aquellos que no ayudaban a incrementar el número de alemanes.
Lebensborn también admitía a muchas madres solteras que daban a luz hijos rubios, altos y de ojos claros. Previamente se les hacía un examen físico, tanto a las madres como a sus bebés, y se investigaba las razones por las cuales el padre estaba ausente, pues podía tratarse de un judío o un idiota o un comunista. En caso de muerte de la madre sus hijos eran criados en orfanatos de cinco estrellas.
Los nazis, por otra parte, optimizaron la ampliación de la raza por medio del secuestro sistemático de niños, preferentemente polacos, que fueron dados masivamente en adopción a madres alemanas. La paradoja es que el niño “beneficiado” debía tener todos los atributos que se esperan de un germano, aunque de hecho los polacos son eslavos, contrariamente con lo que pasa con los noruegos. No es tan raro. Basta pensar que “industria” se define como conjunto de actividades y procesos que tienen como finalidad transformar la materia prima en un producto elaborado. Sintéticamente: transformar un eslavo en un germano era una cuestión cultural. La cultura transforma.
La pérdida de miles de hombres en el frente de batalla no dejaba margen de dudas a los jerarcas nazis: o se aceleraba Lebensborn o se aceleraba el holocausto. En otras palabras: o se aceleraba la industria de los nacimientos o la industria de la muerte. Por supuesto, se eligió hacer ambas cosas. Pero la industria de los nacimientos es más lenta (incluso si incluimos los masivos secuestros de bebés), y no contaba con la juventud apropiada a tal efecto, que estaba muriendo rápidamente en el frente de batalla. Como afirma el biógrafo de Hitler, John Toland, la precipitación de la solución final fue consecuencia de la pérdida de vidas nazis en el frente de batalla. Y, no hay que olvidar que Lebensborn no solo era una fábrica para llenar de niños rubios el continente europeo, sino también para renovar, mejorar y aumentar a largo plazo los recursos humanos de un ejército que se suponía iba a terminar vencedor.
Finalmente me gustaría recordar que antes que alemanes, lo alemanes son parte de una historia mayor, la historia de occidente. Hitler admiraba la segregación de los inmigrantes que llevó a cabo Estados Unidos durante los primeros años del siglo XX. Si un inmigrante era, por ejemplo, deficiente mental o tenía sífilis, se lo mandaba de vuelta a Europa, por ejemplo a Alemania. También de Estados Unidos tomaron otro aspecto: la reproducción de los negros. Si los negros norteamericanos son muy altos eso se debe a que se estimuló por mucho tiempo, en el marco de la esclavitud, el apareamiento entre una negra grande y un negro grande, cuyos hijos se esperaba que fueran enormes. Ese perfeccionamiento de los esclavos negros fue buscado en Alemania con los ciudadanos rubios. Por otra parte, resulta extraño comprobar que en Norteamérica se haya estimulado el sexo heterosexual entre los esclavos. Los romanos no lo hubiesen entendido…

La sexualidad de las ancianas
El judío Freud, que se fue de Austria por un malentendido con Hitler, trajo una novedad radical que se instaló y se quedó: los seres humanos no somos tan racionales como creíamos. Para Freud, lo específicamente humano es el cerebro, pero no entendido como se lo entendía antes. Hay oscuras pasiones que nos gobiernan, hay cosas que reprimimos y los niños tienen su propia sexualidad. Y si los niños son sexuales, la sexualidad está en el hombre desde su nacimiento. Freud, sin dudas, le dio un golpe mortal al ego humano.
La sexualidad es versátil, cambiante, indeterminada, pero está sujeta a otras cosas que los mismos humanos hacemos, como por ejemplo prolongar indefinidamente la vida, y con ella nuestra sexualidad. La sexualidad está en el bebé y está en el anciano.
Como dije en un comienzo, la vejez es una conquista del cerebro. Sin embargo, por más empeño que le pongamos, la sexualidad cambia con los años. Quizás el coito no es tan frecuente, pero la sexualidad está presente en diversas formas, como en el afecto.
No obstante lo cual, los ancianos mantienen relaciones sexuales. Y a nosotros, jóvenes, nos puede resultar muy difícil concebirlas, tan difícil como imaginar a papá y a mamá en la cama.
La ciudad de Buenos Aires presenta la mayor cantidad proporcional de ancianos del país. O dicho elegantemente: es su población más envejecida. Estos ancianos suelen tener un buen estándar de vida, y es por eso que viven solos. Y, para ser más exacto, solas, porque las mujeres viven más que los hombres. O sea: se trata de una población enorme y siempre creciente de ancianas viudas que viven solas, y que en lo económico no tienen problemas.
Hoy circula por la pantalla un comercial de un servicio de internet (Speedy). En el centro de la escena se pone a la anciana—no al anciano—. La propaganda, que adjunto hacia el final, dice, indirectamente, más o menos lo siguiente: “Vos, vieja, tenés sexualidad y tenés que satisfacerla.” Lo notable del comercial es que apela al humor, como dando por un hecho que esas cosas no pasan. Pero pasan, y por eso la publicidad.
Pero también pasan otras cosas. Hay un aspecto tabú: la prostitución masculina, que es consumida mayormente por estas ancianas porteñas con guita en el bolsillo. Los servicios—por supuesto—se contratan por internet, y los publicistas de Speedy, si usted presta atención, lo saben y lo sugieren.

Reflexiones hacia el futuro
El amor es el cultivo de la sensibilidad sobre otra persona, es el sentimiento que nos liga positivamente. En Lebensborn el amor estaba ausente, lo mismo que en casi todo el resto de nuestra humana historia. Progresivamente lo hemos conquistado. Hemos sabido valorizar nuestros sentimientos como un aspecto positivamente humano, a pesar de guerras mundiales y hecatombes varias. El amor es un aspecto de nuestra sensibilidad, que a su vez es un aspecto de nuestra sexualidad y que—a pesar de la herencia cultural y lo que nos enseñaron—poco y nada tiene que ver con la razón. Uno no se enamora de alguien porque lo razona, de la misma manera que Dios no existe más cuando leemos las razones que nos da Tomás para comprobar su existencia. Uno no se excita con un mono porque se lo propone. Nuestra sexualidad, de algún modo, es algo ajeno a nosotros mismos, es un aspecto indeterminado de nuestras propias personalidades.
Ahora estamos asistiendo al triunfo del amor en nuestro país. Con el matrimonio igualitario, la defensa de los derechos de la mujer, la fertilización asistida y demás conquistas. No es algo que tenga que ver con algo específico de este gobierno. Es un cambio que se está dando en occidente y que es irreversible. Habrá marchas y contramarchas, problemas y conflictos. Pero el tren ya está caminando, y no se detendrá. Por dar solo un ejemplo: está en el horizonte la posibilidad de reproducción sin concurso del hombre. Y esto es sumamente importante porque sería un aporte al lesbianismo, del cual se habla menos porque la sociedad lo oculta más, (y en este aspecto no hemos avanzado mucho desde la edad media, porque la emancipación de la mujer y el reconocimiento social del lesbianismo van de la mano. Y eso importa poco si vos, mujer, sos o no sos lesbiana. La tolerancia al lesbianismo es un índice infalible para medir el grado de machismo de un pueblo.)
El futuro nos puede a deparar una planificación familiar distinta. (¿Familiar? Por supuesto, familia puede ser cualquier cosa.) Lo que sí es seguro, y lo celebro, es que nuestros hijos van a poder ser más dueños de sus corazones y se van a poder enamorar más seguido, sin tener necesidad de ser estrellas de cine para eso, sin sentir culpa por lo que sienten, porque sus sentimientos habrán sido emancipados. Y quizás, la materia que más tendrán que aprobar, será respetar los sentimientos de los otros. No tenemos que ser dueños de los sentimientos ajenos porque los otros no son nuestros esclavos. Y nosotros no somos Romanos.
Acaso habrá dos mujeres que formen familia y que elijan tener solo nenas; abuelas de 109 años que se mojen con travestis de 60; monjas que se casen con travestis; tal vez tenga auge la bisexualidad. Quien puede saberlo. Lo que es seguro es que va a ser para mejor.
Como se ve, el futuro puede parecernos completamente raro e incomprensible, extraño e inhabitable, tan incomprensible como a nosotros nos resulta la sexualidad Imperio.
¡Ah!, y ahora quiero ajustar cuentas con esos Sábatos, esos que predican que con la tecnología no se logra un avance “moral”. Tanto la fertilización asistida como el viagra amplían la sexualidad, la sensibilidad humana y las posibilidades de amar, por solo dar un ejemplo. ¡Que la chupen!