Ya lo dijo el gran Heráclito: “todo fluye, nada permanece”. Este filósofo bien pudo haber sido el abuelo de Alfred Wegener, famoso por haber escrito un libro llamado El origen de los continentes y de los océanos, donde asegura por primera vez que los continentes se mueven. Esto, que no es otra cosa que la teoría de la deriva continental, tiene su historia.
Wegener tuvo una vida admirable. Se recibió de astrónomo y se dedicó a la meteorología, al punto de casarse con la hija de una eminencia en la materia, Wladimir Koppen. Else, su mujer, lo debe de haber extrañado largamente, porque Alfred era un explorador y aventurero incurable. Ya en 1906 había batido el record mundial de vuelo en globo, con 52 horas en el aire. Else también sabía que su marido se había enamorado de Groenlandia, de sus hielos y de sus glaciares, y que iba a volver a la enorme isla ni bien ella pestañara.
Sin embargo, el primer abandono que hizo Wegener de su hogar fue para dar la vida por el imperio en la guerra del 14’. Nunca sabremos a cuantos mató nuestro amigo, pero él fue herido dos veces. Habiéndose salvado milagrosamente, en el hospital de campaña se dedicó a la escritura del célebre libro.
El resto de la vida de nuestro sabio se resume así: escribió otro libro, sobre clima prehistórico, con el papá de su mujer, y viajó tres veces más a Groenlandia, donde encontró la muerte por congelamiento, en 1830. Nunca tuvo hijos (su mujer.)
Cuando se quiere justificar la inspiración de Alfred Wegener para concebir la deriva de los continentes se suele repetir la siguiente anécdota, que de seguro es apócrifa. Llegando a Groenlandia siempre quedaba admirado con los icebergs. Como se sabe, los icebergs son desprendimientos de glaciares que provienen de tierra firme. A su vez, los mismos icebergs suelen fragmentarse. Wegener debió inferir que un proceso análogo se debía dar con los continentes. Estos, por algún oscuro mecanismo, se debían desplazar sobre el lecho oceánico. Nuestro científico nunca dio con este mecanismo, que luego daría lugar a la tectónica de placas, pero llegó al convencimiento de que en algún momento todos los continentes formaron una gran isla, un supercontinente. Entonces se puso a la tarea de recolectar indicios que avalaran su teoría. Y así fue como encontró muchas y muy variadas pruebas de que los continentes en algún momento habían estado juntos y que por la tanto se movían.
No es la intención de este escrito pasar revista sobre los muy buenos razonamientos que hizo Wegener para sostener su teoría, los cuales usted puede encontrar en cualquier lado, sino que la intención que me mueve es conjeturar los razonamientos que Alfred nunca confesó, ni siquiera al papá de su mujer, como ese inverificable pensamiento que tuvo cuando vio los icebergs. ¿Y si nunca pensó eso? ¿Y quién fue el primero que puso en la mente de Wegener ese razonamiento que tal vez Wegener nunca tuvo? Lo realmente notable es que el razonamiento en cuestión es original y seductor, y ha prosperado al punto de que muchos estudiosos dan como un hecho cierto que Wegener pensó lo que quizás nunca pensó.
Entonces vamos a ponernos a pensar en posibles razonamientos que llevaron a Wegener a la deriva continental. Por empezar, titula su libro El origen…, de la misma manera que Darwin El origen de las especies y El origen del hombre. El pensamiento del barbudo aún causaba estragos en 1915, porque nada más contraintuitivo que el hecho de que las especies cambien y modifiquen su aspecto. Parecería obvio que un hombre es un hombre y no un mono. Con mi abuelo no hay ninguna diferencia: el no es un poco más mono que yo. Entonces parece una locura que los organismos evolucionen, tan locura como suponer que los continentes se mueven. ¿Acaso alguien los ha visto moverse, amén de los terremotos? Por eso, desde el título mismo podemos sospechar que Wegener concibió la deriva continental después de leer a Darwin. Y no olvidemos que tanto uno como otro eran exploradores, y que el marido de Else se vale de la teoría evolutiva en más de una ocasión. Además, por arriesgar una analogía: los continentes progresan de la misma manera que los animales. Primero hay un continente, luego hay cinco. Todos los mamíferos descienden, grosso modo, de un solo ancestro, que sería como la Pangea del mundo mamífero.
Por todo lo antedicho podemos aseverar que Alfred concibió su teoría luego de ver… un mono.
Pero la teoría que todo astrónomo como Wegener de seguro conocía en 1915 es la teoría de la relatividad de Einstein, que fue aún más contraintuitiva que la de Darwin. Albert venía a demostrar que el tiempo y el espacio no son absolutos, son elásticos. Y peor aún, tiempo y espacio son relativos: por ejemplo, si viajamos por el espacio a velocidades cercanas a la de la luz, el tiempo se va a contraer. Pero nada más natural en nosotros que rechazar esto, porque los relojes nos marcan la hora absoluta. Por lo tanto, Wegener debió prestar atención a los razonamientos de su compatriota para luego conjeturar algo sobre los continentes.
Conclusión: el yerno de Koppen intuyó la deriva continental… cuando prendió una lamparita.
Más aún: él y todos los astrónomos de entonces estaban familiarizados con la teoría sobre la formación del sistema solar que dice que los planetas se formaron por la acreción de aquellos residuos que no terminaron formando parte del sol. En otras palabras, el sistema se formó por la separación progresiva de material. Y podemos poner en la mente de Wegener este razonamiento sin más.
Otra: Wegener era meteorólogo y, como vimos, viajó en globo. Mirando las nubes bien se le pudo ocurrir lo mismo que se supone que se le ocurrió al ver los icebergs. ¿Acaso las nubes no se parten? ¿ Acaso no se separan y se vuelven a juntar?
Pero estoy seguro que nadie se detuvo a pensar— nadie se detuvo a poner en la mente de Wegener— las consecuencias de haber participado en la primera Guerra Mundial. Esta guerra, que se suponía debía durar unos días, terminó por ser larga y penosa. Su característica más distintiva es que se trató de un estancamiento en el frente cuya manifestación más acabada fueron las trincheras. Durante años la frontera entre los contendientes no se movió, por una paridad de fuerzas. (Esto también era contraintuitivo, porque a nadie se le había ocurrido pensar una guerra donde los frentes estaban estacionados a perpetuidad, según todo indicaba.) Wegener fue herido, hospitalizado y ridiculizado (luego de escribir su libro.) Y en medio de este contexto, donde todos los diarios resaltaban permanentemente a la inmovilidad del frente como tema central, es dable pensar que Alfred razonó la posibilidad de la movilidad, tanto del frente de batalla como de los continentes.
O sea: Wegener llegó a intuir el tema de la deriva continental… luego de leer los diarios.
Y así, podemos estar infinitamente intentando robarle un poco de gloria, que es lo que hizo el primero que inventó ese razonamiento sobre los icebergs que probablemente tuvo—o no tuvo— este genio universal, que se separó de su mujer antes de separar a los continentes. (Tal vez fue la distancia con Else lo que disparó en su cabeza la idea gloriosa.)
El cadáver fue encontrado sobre un blanco glaciar de Groenlandia, a cientos de kilómetros de la costa. Sus amigos lo escondieron ahí mismo, bajo la nieve, y le improvisaron una cruz. Hoy el cuerpo de Wegener está bajo varios metros de hielo, que lo fueron sepultando con el tiempo, y marcha despacito hacia el mar, como un carozo de su amada Groenlandia. No sería raro que alguno de estos días un marinero aviste, entre dos témpanos que se separan, los huesos del gran explorador.