miércoles, 25 de diciembre de 2013

Nuevo mapa del mundo

Como en el espacio no hay ni arriba ni abajo, nada extraño nos debería resultar ver un planisferio invertido, donde la Argentina y Australia se encuentren arriba. De hecho, estos mapas “al revés” existen y son exhibidos si las circunstancias lo ameritan. Pero, por convención, los planisferios vienen con el sur abajo y el norte arriba.
El mapa que tenés a la derecha es una proyección de Peters. Lo que Peters quiso destacar con esta rara cartografía son los trópicos y las paupérrimas regiones que lo componen. Es algo así como obligarte a ver aquello que no podrías ver por tus propios medios. Si te fijás, la proyección agranda las zonas centrales del globo, donde hay países que ni el nombre uno sabe, y achica a las naciones ubérrimas más septentrionales; como Alemania, donde fue parido nuestro amigo Peters.
Y digo “nuestro amigo” porque esto se le ocurrió para 1974, cuando los países del África negra se estaban terminando de emancipar (Angola y Mozambique, en último término.) Si, nuestro amigo, porque fue un oscuro benefactor de la humanidad, y si usted mira bien, notará que en el centro del mapa, agigantado, aparece el continente negro. Cierto es que siempre en los planisferios, incluso en los”invertidos”, África aparece en el medio, pero la relevancia que adquiere en el mapa de Peters es fabulosa, y más aún si atendemos a las mayores distorsiones, que se dan en las regiones del norte, que están representadas casi como caricaturas.
Ahora bien, si el continente menos contenido por la piedad humana aparece, ya sea más grande o más chico, siempre en el medio, no es por un raro altruismo, sino porque se sobreentiende que el Pacífico es pura agua y grande al pedo, y porque nos vemos impelidos a favorecer con el centro a esa enorme extensión de tierra que está debajo de Europa, que en fin de cuentas europeos fueron los primeros cartógrafos.
Sin embargo, China está reviviendo después de varios siglos, y entre la emergente potencia China y los Estados Unidos solo hay agua, mucha agua: el océano Pacífico. Es por ese motivo que les quería ofrecer el mapa que remata este texto. Se trata de una proyección Peters con una modificación, que resalta—se deja ver—ese enorme “vacio” de agua en su centro.
El Pacífico está llamado a ser el mar más importante del globo. Ya en las postrimerías de la segunda guerra, cuando la armada de los Estados Unidos se pació por las remotas islas del sudeste asiático para tomar represarías finalmente sobre Japón, este océano estaba avisando sobre su importancia estratégica. Y ni que hablar de la guerra fría, cuando Rusia puso su armada a tiro de Yankilandia, en los puertos de Petropávlovsk y Vladivostok. Por no hablar de las Coreas y sus añosos problemas, que siempre son más profundos que una fosa.
Sin embargo es con China que veremos, antes de que pase mucho tiempo, al mapa de abajo como cosa habitual, imprescindible, máxime si tenemos en cuenta que en el mismo la propia China asume una posición privilegiada. Estoy seguro que las generaciones venideras mirarán nuestros planisferios con un poco de aprensión. Y lo triste será que África dejará de estar en el centro de la escena. Bueno, al menos en los mapas, que no siempre se representan a sí mismos.
 

domingo, 22 de diciembre de 2013

Inventando lo que Alfred Wegener pensó

Ya lo dijo el gran Heráclito: “todo fluye, nada permanece”. Este filósofo bien pudo haber sido el abuelo de Alfred Wegener, famoso por haber escrito un libro llamado El origen de los continentes y de los océanos, donde asegura por primera vez que los continentes se mueven. Esto, que no es otra cosa que la teoría de la deriva continental, tiene su historia.
Wegener tuvo una vida admirable. Se recibió de astrónomo y se dedicó a la meteorología, al punto de casarse con la hija de una eminencia en la materia, Wladimir Koppen. Else, su mujer, lo debe de haber extrañado largamente, porque Alfred era un explorador y aventurero incurable. Ya en 1906 había batido el record mundial de vuelo en globo, con 52 horas en el aire. Else también sabía que su marido se había enamorado de Groenlandia, de sus hielos y de sus glaciares, y que iba a volver a la enorme isla ni bien ella pestañara.
Sin embargo, el primer abandono que hizo Wegener de su hogar fue para dar la vida por el imperio en la guerra del 14’. Nunca sabremos a cuantos mató nuestro amigo, pero él fue herido dos veces. Habiéndose salvado milagrosamente, en el hospital de campaña se dedicó a la escritura del célebre libro.
El resto de la vida de nuestro sabio se resume así: escribió otro libro, sobre clima prehistórico, con el papá de su mujer, y viajó tres veces más a Groenlandia, donde encontró la muerte por congelamiento, en 1830. Nunca tuvo hijos (su mujer.)
Cuando se quiere justificar la inspiración de Alfred Wegener para concebir la deriva de los continentes se suele repetir la siguiente anécdota, que de seguro es apócrifa. Llegando a Groenlandia siempre quedaba admirado con los icebergs. Como se sabe, los icebergs son desprendimientos de glaciares que provienen de tierra firme. A su vez, los mismos icebergs suelen fragmentarse. Wegener debió inferir que un proceso análogo se debía dar con los continentes. Estos, por algún oscuro mecanismo, se debían desplazar sobre el lecho oceánico. Nuestro científico nunca dio con este mecanismo, que luego daría lugar a la tectónica de placas, pero llegó al convencimiento de que en algún momento todos los continentes formaron una gran isla, un supercontinente. Entonces se puso a la tarea de recolectar indicios que avalaran su teoría. Y así fue como encontró muchas y muy variadas pruebas de que los continentes en algún momento habían estado juntos y que por la tanto se movían.
No es la intención de este escrito pasar revista sobre los muy buenos razonamientos que hizo Wegener para sostener su teoría, los cuales usted puede encontrar en cualquier lado, sino que la intención que me mueve es conjeturar los razonamientos que Alfred nunca confesó, ni siquiera al papá de su mujer, como ese inverificable pensamiento que tuvo cuando vio los icebergs. ¿Y si nunca pensó eso? ¿Y quién fue el primero que puso en la mente de Wegener ese razonamiento que tal vez Wegener nunca tuvo? Lo realmente notable es que el razonamiento en cuestión es original y seductor, y ha prosperado al punto de que muchos estudiosos dan como un hecho cierto que Wegener pensó lo que quizás nunca pensó.
Entonces vamos a ponernos a pensar en posibles razonamientos que llevaron a Wegener a la deriva continental. Por empezar, titula su libro El origen…, de la misma manera que Darwin El origen de las especies y El origen del hombre. El pensamiento del barbudo aún causaba estragos en 1915, porque nada más contraintuitivo que el hecho de que las especies cambien y modifiquen su aspecto. Parecería obvio que un hombre es un hombre y no un mono. Con mi abuelo no hay ninguna diferencia: el no es un poco más mono que yo. Entonces parece una locura que los organismos evolucionen, tan locura como suponer que los continentes se mueven. ¿Acaso alguien los ha visto moverse, amén de los terremotos? Por eso, desde el título mismo podemos sospechar que Wegener concibió la deriva continental después de leer a Darwin. Y no olvidemos que tanto uno como otro eran exploradores, y que el marido de Else se vale de la teoría evolutiva en más de una ocasión. Además, por arriesgar una analogía: los continentes progresan de la misma manera que los animales. Primero hay un continente, luego hay cinco. Todos los mamíferos descienden, grosso modo, de un solo ancestro, que sería como la Pangea del mundo mamífero.
Por todo lo antedicho podemos aseverar que Alfred concibió su teoría luego de ver… un mono.
Pero la teoría que todo astrónomo como Wegener de seguro conocía en 1915 es la teoría de la relatividad de Einstein, que fue aún más contraintuitiva que la de Darwin. Albert venía a demostrar que el tiempo y el espacio no son absolutos, son elásticos. Y peor aún, tiempo y espacio son relativos: por ejemplo, si viajamos por el espacio a velocidades cercanas a la de la luz, el tiempo se va a contraer. Pero nada más natural en nosotros que rechazar esto, porque los relojes nos marcan la hora absoluta. Por lo tanto, Wegener debió prestar atención a los razonamientos de su compatriota para luego conjeturar algo sobre los continentes.
Conclusión: el yerno de Koppen intuyó la deriva continental… cuando prendió una lamparita.
Más aún: él y todos los astrónomos de entonces estaban familiarizados con la teoría sobre la formación del sistema solar que dice que los planetas se formaron por la acreción de aquellos residuos que no terminaron formando parte del sol. En otras palabras, el sistema se formó por la separación progresiva de material. Y podemos poner en la mente de Wegener este razonamiento sin más.
Otra: Wegener era meteorólogo y, como vimos, viajó en globo. Mirando las nubes bien se le pudo ocurrir lo mismo que se supone que se le ocurrió al ver los icebergs. ¿Acaso las nubes no se parten? ¿ Acaso no se separan y se vuelven a juntar?
Pero estoy seguro que nadie se detuvo a pensar— nadie se detuvo a poner en la mente de Wegener— las consecuencias de haber participado en la primera Guerra Mundial. Esta guerra, que se suponía debía durar unos días, terminó por ser larga y penosa. Su característica más distintiva es que se trató de un estancamiento en el frente cuya manifestación más acabada fueron las trincheras. Durante años la frontera entre los contendientes no se movió, por una paridad de fuerzas. (Esto también era contraintuitivo, porque a nadie se le había ocurrido pensar una guerra donde los frentes estaban estacionados a perpetuidad, según todo indicaba.) Wegener fue herido, hospitalizado y ridiculizado (luego de escribir su libro.) Y en medio de este contexto, donde todos los diarios resaltaban permanentemente a la inmovilidad del frente como tema central, es dable pensar que Alfred razonó la posibilidad de la movilidad, tanto del frente de batalla como de los continentes.
O sea: Wegener llegó a intuir el tema de la deriva continental… luego de leer los diarios.
Y así, podemos estar infinitamente intentando robarle un poco de gloria, que es lo que hizo el primero que inventó ese razonamiento sobre los icebergs que probablemente tuvo—o no tuvo— este genio universal, que se separó de su mujer antes de separar a los continentes. (Tal vez fue la distancia con Else lo que disparó en su cabeza la idea gloriosa.)
El cadáver fue encontrado sobre un blanco glaciar de Groenlandia, a cientos de kilómetros de la costa. Sus amigos lo escondieron ahí mismo, bajo la nieve, y le improvisaron una cruz. Hoy el cuerpo de Wegener está bajo varios metros de hielo, que lo fueron sepultando con el tiempo, y marcha despacito hacia el mar, como un carozo de su amada Groenlandia. No sería raro que alguno de estos días un marinero aviste, entre dos témpanos que se separan, los huesos del gran explorador.




sábado, 21 de diciembre de 2013

Las manos de Alfonsin


En Junio de 1987 se estaban preparando las elecciones legislativas. Todo indicaba que el radicalismo estaba perdiendo el favor popular y desde el peronismo se desataba una interna feroz para dirimir quién iba a ser el aspirante a la presidencia en el 89´. Una serie de bombas en cines y en colegios, que nunca llegaron a estallar, pero que en algunos casos fueron hechos concretos, creaban un clima que la ciudadanía percibía como una réplica de los setentas, y que los ojos más despiertos relacionaban con la resistencia militar y paramilitar a someterse a un nuevo orden.




El 24 de junio de 1987, el caudillo catamarqueño Vicente Leónidas Saadi, recibió un mensaje muy especial. Se trataba de una carta de la viuda del general Perón. Vicente sabía que esa carta venía de la tumba de Juan Domingo, en la Chacarita, y que había sido depositada en el féretro del líder muerto. Como la carta no estaba entera, también supo que la otra parte tuvo como destinatario otro político, que con los años se supo que era el sindicalista Saúl Ubaldini. También el catamarqueño recibio una esquela, en la cual le sugerían el pago de 8 millones de dólares para recuperar lo que le faltaba al cadáver…

Tres días después, lo que Vicente sospechaba fue una noticia que conmocionó a los argentinos: habían profanado la tumba de Perón y se habían llevado las manos. En el contexto electoral, los radicales aseguraron que era cosa del peronismo, y los peronistas aseguraron que era una agresión radical. Unos y otros tenían argumentos para persuadir a la opinión pública: que era un intento más por desestabilizar la naciente democracia o que fue un ajuste de cuentas por parte de ex -empleados de la necrópolis, dolidos por haber sido desplazados por un grupo de radicales.

Pero también había argumentos más verosímiles, pero no menos disparatados: que la  logia masónica P2 habría tenido algo que ver[1]. A la logia P2 adhirieron Juan Perón, su mujer y “el brujo” José López Rega. Se sabía que este último, amante de la hechicería, quiso revivir al general en su lecho postrero tomándolo de los pies y elevando plegarias en vaya uno a saber qué extraño idioma. Ese recuerdo hizo que muchos tomaran el rapto de las manos como parte de un incomprensible ritual.

No faltaron periodistas que hablaron de las manos como símbolo del líder, y escribieron—como casi siempre— muchas boberías que se acercan más a la literatura que a la investigación, en el apuro por escribir algo sobre un tema candente del que nada sabían.

Incluso hubo una pista económica. El anillo que el general tenía en una de sus manos habría tenido el número de una cuenta en Suiza.

Entonces, mejor que fijarnos en lo que ni dios sabe, es prestar atención a las cosas que sí se saben.  Por empezar, los autores materiales debieron necesariamente contar con el concurso de cierta gente de inteligencia, porque se sabe que utilizaron 12 (doce) llaves para realizar la operación en la bóveda.

En aquel momento, el brujo  de Alfonsin, Enrique “Coti” Nosiglia, se reunió con el jefe de la Policía Federal, Juan Ángel Pirker, y con el juez de la causa, Jaime Faur Sau.[2] La entrevista está comentada en la biografía del Coti, y allí se asevera que Nosiglia apremió a los dos para que resolvieran el caso cueste lo que cueste. Unos días después, Pirker se reunió con el comisario  cuya seccional tenía jurisdicción en el cementerio, Carlos Zunino. Pirker murió de un extraño asma en su despacho; Jaime Faur Sau murió en un  accidente con su Ford Sierra, y los peritos lograron determinar que no se trató de un accidente. Carlos Zunino sufrió un atentado, pero la bala que tenía que terminar en su cabeza solo lo despeinó.

La Nación, del 27 de junio de 2004 agrega más víctimas. Dice: “El cuidador del cementerio Paulino Lavagna, falleció poco después de denunciar que lo querían matar “.  La autopsia, ordenada por Faur Sau, en vísperas de su propia muerte, determinó que se trató de una golpiza. María del Carmen Melo, devota peronista que a diario le acercaba flores al general, “murió de una hemorragia cerebral causada por una golpiza, días después de intentar hablar con uno de los investigadores para tratar de aportar la descripción de uno de los sospechosos que vio cerca de la bóveda. Y la biografía del Coti suma a un comisario muerto justo antes de ser indagado. Este anónimo comisario había descubierto en Catamarca la máquina con la cual se había escrito la esquela que le llegó a Vicente Leónidas.

Ahora volvamos al comienzo. Que una carta sea partida y enviada a personas como mensaje es tan viejo como el hombre. Lo raro es que las manos no hayan corrido la misma suerte. En los siglos pretéritos era cosa común cortarle el cogote a alguien y enviarle la cabeza a la persona indicada. ¿A dónde fueron las manos de Perón? Yo apostaría a que tienen dueño. O al menos que fueron ofrecidas a alguien. Sí, claro, en los siglos pasados también la cabeza solía ir acompañada de una misiva.

Por supuesto, este caso de las manos, como todo, puede tener múltiples causalidades, incluso contradictorias entre sí. Nunca lo sabremos. Pero yo me pregunto por el caso de María del Carmen Melo. ¿Cómo se va a resolver? ¿Alguien le lleva flores a su tumba?


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[1] Página 12, 13 de julio de 2008.
[2] GALLO Dario y ALVAREZ GUERRERO, Gonzalo; EL COTI,  El dueño de todos los secretos, Bs As, Sudamericana, 2d Ed, 2005.

jueves, 19 de diciembre de 2013

Un libro inagotable


Los niños poseen con frecuencia una genialidad que pierden cuando crecen” (Karl Jaspers)

En El hombre que nunca estuvo,  de los hermanos Cohen, hay una escena memorable. Le están cortando el pelo a un tipo y, cuando se va, un peluquero le comenta a otro: “les cortamos el pelo y sin embargo siempre vuelve a crecer”. Este asombro por lo que en primera instancia parece obvio es la base de toda la filosofía, y no se puede negar que hay algo de chiste absurdo en el cultivo de la misma. 



Sin embargo, los mismos filósofos que ponderan al asombro sobre lo obvio como levadura de la filosofía, son poco propensos a la risa, y ni hablemos de la carcajada. Suelen ser muy estoicos y sospechan que la buena onda puede hacer perder seriedad a la materia.

Por eso los filósofos muchas veces son el hazmerreir de sus contemporáneos. Si Aristófanes se reía de Sócrates no era por incomprensión, sino porque tenía el sentido del humor que le faltaba a su víctima. Si toda el Asia Menor lloraba de la risa al evocar a Tales de Mileto, que se cayó en un pozo de tanto mirar el cielo, era porque de seguro Tales tenía menos onda que Nelson Castro.

Así y todo, los filósofos persisten en no bajar las banderas de la seriedad. Cuando dan un ejemplo del asombro como disparador de la disciplina, suelen repetir ejemplos añejos y  pasados de moda, y que,  por supuesto, carecen de toda gracia.

Estuve leyendo un libro llamado “Agua: espejo de la ciencia”. Si, habla del agua.  A Tales, que arriesgó que todo el mundo es, en última instancia, agua, le hubiera encantado leer este libro de Davis y Day.  El capítulo inicial se llama “Peculiaridades del agua”, pero bien se podría haber llamado “Apología de Tales”, en virtud de su contenido.  Los autores repasan las características del líquido más popular del mundo. Estamos tan acostumbrados a su presencia que no reparamos en lo que es el agua hasta que leemos el libro de Davis y Day, que es una fuente de asombro inagotable…

Sin querer reproducir el libro, les doy un ejemplo. Miremos una gota de agua. No es como una gota de mercurio, no es como una gota de petróleo, no es como una gota de aceite. Es perfectamente esférica  porque es elástica. Desde el centro y hacia todas las direcciones tiene la misma distancia. Otra propiedad del agua, y de esta gota, es que se adhiere a casi todo lo que toca. Es pegajosa por naturaleza. Cuando nos lavamos las manos o cuando el peluquero enjuaga una cabellera, es esta propiedad pegajosa, paradójicamente, la que limpia. Por otra parte, esta gota se mueve en un mundo congelado. (Toda la corteza terrestre es roca congelada, pero el agua se congela a temperaturas mucho mayores que las rocas.) Cuando una gota se evapora necesita energía y toma el calor del medio en que se encuentra. Ella tiene un poder enorme tanto de contener otras sustancias como de limpiarse de esas sustancias. Una gota con sal puede ser tanto un pedazo de mar como un poco de sudor. Por ende, una gota de sudor es una esfera perfecta y pegajosa, que se evaporará (despegará) tomando un poco del calor de tu cuerpo como energía, causándote acaso un poco de alivio al enfriarte la piel. Y al evaporarse, te estará limpiando de sustancias nocivas.

No quiero olvidar que la filosofía es hija tanto del asombro como del alpedismo (también llamado “ocio”.) Si eres filósofo, quieres tener más asombro y en este verano estáis al pedo, leed el libro de Davis y Day. Quizás te devuelva la sonrisa que habéis perdido cuando niño.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Los saqueos del espíritu

En estos días de saqueo recordé la alta tecnología que tienen muchos pibes humildes. Son elementos caros. Pero eso no los hace ricos.
Para ampliar nuestro juicio no basta con observar eso, hay que dirigir la mirada hacia otro lado. Sabido es que los supermercados que más electrodomésticos venden se ubican en las zonas más postergadas. Como no cuentan con tarjeta de crédito se llevan el televisor o la compu con la sola presentación del DNI. De esa manera se endeudan más que los compradores de barrios acomodados en términos absolutos y relativos. Absolutos, porque cuando terminen de pagar les habrá salido infinitamente más que a los otros. Relativos, porque esa gente gana mucho menos que los que sí tienen tarjeta. Entonces se presenta la posibilidad de un saqueo y esta gente, estafada legalmente, se lleva la última tecnología a cuota cero, acaso cubriéndose la cara para no mostrar su identidad, (su DNI.)
Vivimos en una sociedad hipócrita que ha olvidado el valor de uso de las cosas y solo reivindica el valor de cambio. Las bibliotecas están vacías, y son gratis. La gente solo piensa en lo material, y es que se la construye como persona en ese sentido. “Porque vos lo valés”, reza una publicidad de cosméticos. Traducido: lo caro no es el producto, lo caro sos vos. Si: todos tenemos un precio según lo que compramos, según lo que tenemos.
No voy a defender los saqueos, y menos cuando son obviamente motorizados— como siempre lo fueron—, pero al menos voy a atacar, como quien predica en el desierto, a esos pelotudos de Barrio Norte que nunca pisaron una biblioteca y que sienten envidia de que otros se lleven el plasma sin pagarlo. Los padres de esos pelotudos son los que alimentan los deseos de las personas desposeídas de todo, y a un mismo tiempo envenenan las mentes de sus propios hijos.

martes, 17 de diciembre de 2013

Un lugar sin historia


En Madrid  hay un lugar que quisiera conocer: la montaña del príncipe Pio. Su atractivo  no está en la historia. Ciertamente, una colección inagotable de literatura y una muchedumbre de obviólogos recomiendan el lugar por su fertilidad histórica. Pero, para mí, lo que hace especial a la montaña es, como veremos, la destrucción de la historia.

Allí, el 3 de mayo de 1808, un grupo de civiles fue escarmentado por las armas de Napoleón. Goya elevó a arte ese suceso. La pintura es bien conocida y este no es el momento de criticarla, pero no quiero omitir la crítica más ácida que ya entonces se le hizo al pintor. ¿No deberían morir estos españoles como mártires,  sacando pecho, desafiantes, sin lagrimear como afrancesados? Francisco no hacía nada bien en retratar las cosas tal cual son. Seguro le dijeron: “Che, boludo, revestí  el acontecimiento con dignidad, careteala un poco, men, no podés ser tan explícito.”

Los años fueron pasando y el solar dejó de ser  un descampado ideal para fusilar nenas y se transformó en una zona muy deseable para instalar un regimiento. Contra todos los pronósticos, gozaba la montaña de la dignidad que Goya, sin querer queriendo, había ayudado a reforzar. El ejército español podía así quedar identificado con un pasado glorioso.

Lo que a continuación pasó en la montaña del príncipe Pio es  una de las paradojas más inquietantes de la historia. En Julio del 36’, en los inicios de la guerra civil, en lo que ahora se conocía como Cuartel de la Montaña, un general desconocido, de nombre Fanjul, se pronunció a favor del falangismo y sublevó el regimiento. Fanjul no tomó ninguna resolución posterior. Se quedó a esperar a ver qué pasaba.  Primero pasaron los aviones, que relajaron su carga despojándose de las bombas. Después las fuerzas republicanas pasaron los muros del cuartel y liquidaron varios cientos de sublevados. Y, finalmente, unos días después, pasaron por las armas a Fanjul.




Como la guerra civil la ganó Franco, Fanjul pasó de ser un estratega impresentable a ganarse el mote de mártir. El Generalísimo también tuvo lo astucia de alimentar la cifra de falangistas muertos en el asalto al cuartel—si, ahora era un “asalto”—y de los aproximadamente cien muertos se empezó a hablar de varios cientos de millones. Y Fanjul, inexplicablemente, se transformó un poco en los fusilados que pintó Goya.

Pero Franco llevó la astucia hasta niveles insospechados. Luego de los aviones y de la guerra toda, el Cuartel de la Montaña quedó reducido a ruinas. Contra todos los pronósticos, el Generalísimo hizo diferir todo proyecto, de modo que las ruinas se conservaran como tales. Era como alimentar la memoria y la gloria de los mártires de julio que dieron la vida por el falangismo. Era una publicidad directa a su propio gobierno, y además mostraba la barbarie de que eran capaces los republicanos.

Cuando Franco estaba en el ocaso,  tras cuatro décadas en el poder, ya no se podía seguir con la farsa de unas ruinas que nadie soportaba seguir mirando.  Por el 70’ el estado español (Franco), recibió un regalo del  estado egipcio (Nasser). Se trataba del Templo de Debod, de dos mil años de antigüedad. El Generalísimo no lo dudó: había que emplazar el templo en el mismo lugar del cuartel, que es lo mismo que decir “en el mismo lugar que los fusilamientos de Goya”.

Así, la montaña del Príncipe Pio es la destrucción de la memoria colectiva. A los visitantes se les señala jeroglíficos que nada tienen que ver con Cervantes, batallas que se dieron por el dios Amón hace más de dos milenios y faraones dioses que descansaban sobre una miríada de esclavos negros.


Otras cosas raras pasan es ese lugar.  En invierno el Templo de Debod puede llenarse de nieve, como en la foto de abajo, dándole a un monumento egipcio un marco excepcional.  Además, la montaña es sólo una colina despreciable sin mayor relieve. Nada parece real en la montaña del príncipe Pio, ni siquiera el pasado,