En Madrid hay un lugar que quisiera conocer: la montaña del príncipe Pio. Su atractivo no está en la historia. Ciertamente, una colección inagotable de literatura y una muchedumbre de obviólogos recomiendan el lugar por su fertilidad histórica. Pero, para mí, lo que hace especial a la montaña es, como veremos, la destrucción de la historia.
Allí, el 3 de mayo de 1808, un grupo de civiles fue escarmentado por las armas de Napoleón. Goya elevó a arte ese suceso. La pintura es bien conocida y este no es el momento de criticarla, pero no quiero omitir la crítica más ácida que ya entonces se le hizo al pintor. ¿No deberían morir estos españoles como mártires, sacando pecho, desafiantes, sin lagrimear como afrancesados? Francisco no hacía nada bien en retratar las cosas tal cual son. Seguro le dijeron: “Che, boludo, revestí el acontecimiento con dignidad, careteala un poco, men, no podés ser tan explícito.”
Los años fueron pasando y el solar dejó de ser un descampado ideal para fusilar nenas y se transformó en una zona muy deseable para instalar un regimiento. Contra todos los pronósticos, gozaba la montaña de la dignidad que Goya, sin querer queriendo, había ayudado a reforzar. El ejército español podía así quedar identificado con un pasado glorioso.
Lo que a continuación pasó en la montaña del príncipe Pio es una de las paradojas más inquietantes de la historia. En Julio del 36’, en los inicios de la guerra civil, en lo que ahora se conocía como Cuartel de la Montaña, un general desconocido, de nombre Fanjul, se pronunció a favor del falangismo y sublevó el regimiento. Fanjul no tomó ninguna resolución posterior. Se quedó a esperar a ver qué pasaba. Primero pasaron los aviones, que relajaron su carga despojándose de las bombas. Después las fuerzas republicanas pasaron los muros del cuartel y liquidaron varios cientos de sublevados. Y, finalmente, unos días después, pasaron por las armas a Fanjul.
Como la guerra civil la ganó Franco, Fanjul pasó de ser un estratega impresentable a ganarse el mote de mártir. El Generalísimo también tuvo lo astucia de alimentar la cifra de falangistas muertos en el asalto al cuartel—si, ahora era un “asalto”—y de los aproximadamente cien muertos se empezó a hablar de varios cientos de millones. Y Fanjul, inexplicablemente, se transformó un poco en los fusilados que pintó Goya.
Pero Franco llevó la astucia hasta niveles insospechados. Luego de los aviones y de la guerra toda, el Cuartel de la Montaña quedó reducido a ruinas. Contra todos los pronósticos, el Generalísimo hizo diferir todo proyecto, de modo que las ruinas se conservaran como tales. Era como alimentar la memoria y la gloria de los mártires de julio que dieron la vida por el falangismo. Era una publicidad directa a su propio gobierno, y además mostraba la barbarie de que eran capaces los republicanos.
Cuando Franco estaba en el ocaso, tras cuatro décadas en el poder, ya no se podía seguir con la farsa de unas ruinas que nadie soportaba seguir mirando. Por el 70’ el estado español (Franco), recibió un regalo del estado egipcio (Nasser). Se trataba del Templo de Debod, de dos mil años de antigüedad. El Generalísimo no lo dudó: había que emplazar el templo en el mismo lugar del cuartel, que es lo mismo que decir “en el mismo lugar que los fusilamientos de Goya”.
Así, la montaña del Príncipe Pio es la destrucción de la memoria colectiva. A los visitantes se les señala jeroglíficos que nada tienen que ver con Cervantes, batallas que se dieron por el dios Amón hace más de dos milenios y faraones dioses que descansaban sobre una miríada de esclavos negros.
Otras cosas raras pasan es ese lugar. En invierno el Templo de Debod puede llenarse de nieve, como en la foto de abajo, dándole a un monumento egipcio un marco excepcional. Además, la montaña es sólo una colina despreciable sin mayor relieve. Nada parece real en la montaña del príncipe Pio, ni siquiera el pasado,
No hay comentarios:
Publicar un comentario