jueves, 12 de octubre de 2017

Seis observaciones sobre el ajedrez


No me es incómodo escribir una vez más sobre un juego en el que soy un mediocre. Es que lo amo. El problema en todo caso es que él no me quiere. Será por eso que termino reparando en las cosas que están más allá del tablero, pero lo suponen.
El ajedrez y su historia deja enseñanzas, dudas, reflexiones. Las competiciones de mayor jerarquía de un juego tan abstracto, intelectual y estratégico hacen escuela. Voy a brindar seis enseñanzas que he observado.
Ajedrez sin tablero. Sobre esta modalidad del juego, en la cual se dan cita dos personas sin tablero, ya he hablado en otro artículo. Sin embargo, me resta una moraleja. Estos jugadores son el colmo de la abstracción, la construcción de castillos de estrategias en la nada misma. Sin embargo, puestos a jugar frente a regulares competidores de los tableros reales invariablemente pierden. Es la demostración palmaria de que el pensamiento más abstracto necesita o al menos se potencia con lo material. El ajedrez sin tablero es como si Hegel no hubiese escrito libros ni dejado escuela.[i
 Ajedrez para ciegos.  Aunque algunos ciegos han probado el ajedrez sin tablero, ellos tienen su propio ajedrez con los casilleros y las piezas alteradas como para que puedan reconocerlas. Las piezas negras son más altas que las blancas, en tanto los casilleros negros también son más altos. Sin embargo, lo usual en los torneos es que las piezas estén pintadas de los colores convencionales. Hay ciegos que se han quejado por esto. Sostienen que sería como hacer las fichas de los ajedreces para videntes de diferentes alturas. Otra cosa hay que decir de los tableros. Son dos. Como deben tantear  para ver la distribución de las piezas, tanto las propias como las rivales, se duplican los tableros… pero no los contrincantes. Esto da como consecuencia que al ingresar a un torneo de ajedrez para ciegos lo que más sorprende al no advertido es que parece una multitud de personas jugando en solitario, y a los gritos, porque no necesariamente los oponentes están cerca y deben proclamar a viva voz la jugada que han realizado para que el otro las materialice en el otro tablero. Y esto es así por una sorprendente razón: los ciegos han logrado que al menos los videntes no los asistan en sus juegos. Era hora.
  Deep Blue o Cuando la liebre le ganó a la tortuga: Mijail Botvínnik fue aquel ajedrecista soviético y campeón del mundo que estaba obsesionado con desarrollar computadoras que vencieran a los de su especie. Mijail murió en 1995. Sólo dos años después, el  11 de mayo de 1997, una computadora con nombre y apellido, Deep Blue, le ganó por dos partidos a uno (con tres tablas incluidas) al campeón humano de ajedrez, Gary Kasparov. Lo hizo en tiempos también humanos. ¿Cómo se explica esto último? De la misma manera que una calculadora realiza las operaciones con una velocidad que ningún humano puede, Deep Blue ya le venía ganando a Gary en partidas en las cuales su oponente no podía tardar más de un segundo en mover pieza. No obstante lo cual, en partidos en los cuales los tiempos de movida no eran de modalidad super-relámpago, los humanos aún podían vencerla. Hoy, 20 años después, hay campeonatos entre computadoras y esas mismas máquinas entrenan a los campeones mundiales, tal vez humillándolos más de lo que ellos quieren. Finalmente, la liebre le ha ganado a la tortuga. Es lógico. Botvínnik, desde la abstracción más absoluta, aplaude.
Ajedrez y alcoholismo. El alcohol degrada. Pero para juzgar la degradación en su justa medida es necesario medir al alcohólico con un par. Por ejemplo, no sería justo decir que una gran estrella del mundo de la intelectualidad no se degrada al escabiar por el simple hecho de que sigue siendo genial en relación a un mediocre. Es necesario medirlo con alguien que esté a su altura. Es lo que le pasó al maestro Alexander Alekhine. Ya como campeón mundial descorchaba más de lo debido. Así fue como perdió el título contra Max Euwe en 1935. Luego, deprimido, se tomaba hasta el líquido de freno, y aunque la careteaba (medía los sorbos antes de los encuentros), en 1936 perdió ante el número 10 del mundo. Por supuesto. alcoholizado le seguía infringiendo aplastantes derrotas a eximios ajedrecistas y brillando en simultáneas. El problema de Alekhine era el top ten.  Hizo un esfuerzo de voluntad. En 1937 recuperó el título: le había ganado al alcohol.
Bobby Bobo: El estadounidense Bobby Fischer, aquel que ganara el título ante el soviético Boris Spaski en un verdadero duelo de la guerra fría al estilo Rocky-Drago, pero de perfil intelectual, es un buen ejemplo de cómo se puede ser un genio en materia de tableros y un verdadero bobo en el resto de las cosas. Fischer nunca le dio la revancha a Spaski. Primero se volvió anti soviético, después anti yanqui y finalmente antisemita, siendo él mismo de origen judío. En 2001 sorprendió al mundo festejando el atentado contra las torres gemelas, tan gemelas como las del tablero. Tenía un delirio persecutorio paranoide. Vivió desde el preciso momento en que ganó la corona de campeón pensando que era perseguido y espiado. Primero la KGV, luego la CIA, después  la Mosad. Todos estaban tras de él. Finalmente cayó preso cuando ya no hubo país que lo refugiara. Era un pobre infeliz sin paz que había llenado todos los casilleros. Y un genio, claro.
Polgár lo hizo. Hay temas que son tabúes. Uno, omitido hasta la demencia, es el de la disparidad muy acusada que hay entre hombres y mujeres en el ajedrez. Sabido es, o debería ser, que desde hace años los torneos que siempre ganan los varones están abiertos para mujeres, que también tienen sus campeonatos propios. Las mujeres no han prosperado en los rankings junto a los varones y eso lleva a muchos a conclusiones facilistas que suponen al hombre más inteligente que la mujer. Estas afirmaciones ajustan la inteligencia a un solo aspecto de la inteligencia y, en fin de cuentas, a un juego. (Sin ir más lejos, si el ajedrez es el criterio para medir inteligencia yo soy un imbécil). Sin embargo, yo prefiero ver en ello una diferencia de formación. Judit Polgár es un elocuente ejemplo en este sentido. Si 1997 fue el año en que una computadora le ganó al campeón Kasparov, 2002 fue el año en que el mismo campeón perdió con una mujer: Judit. Debería de haber sido tapa de todos los diarios del mundo, pero pasó desapercibido, tabú de por medio. Polgár es hija de Laszlo, un gran maestro y escritor de estrategias de ajedrez que sin embargo nunca llegó a una final del mundo. Laszlo nunca vio a sus dos hijas como otra cosa que ajedrecistas, sin importar el sexo. Las alentó, las acompañó en la práctica del ajedrez y un buen día surgió un problema: las chicas estaban preparadas para un torneo mayor e instintivamente se anotaron en un gran torneo de maestras. Lazslo las retó, las persuadió; las anotó en el torneo de hombres. Él, que ya perdía siempre en el tablero con sus hijas, ganó la apuesta: ellas salieron campeonas. Luego vino el campeonato mundial, y en ese contexto fue que Judit, a quien no le gusta ser llamada la más grande ajedrecista de la historia, le ganó a Kasparov. Sin embargo, ese hecho no se ha vuelto a repetir y ya van 15 años. (Además, los otros cinco partidos de la serie los ganó Kasparov) Actualmente la China Hou Yifan, primera mujer del mundo, está rankeada en el puesto 110. Y un consejo: tengan cuidado. No vayan por el mundo diciendo estas cosas porque la gente escucha lo que quiere escuchar y pueden tener muchos problemas. Como los problemas que tiene Maria Cubel, de la Universidad de Barcelona, por estar investigando cual podría ser la razón de semejante diferencia en el tablero. Igualmente, no se preocupen tanto. Los que los agredan son lisa y llanamente tontos, independientemente del sexo.[ii]

Algunos sitios consultados:




[i] Por supuesto que un campeón de la materialidad como Kasparov, puesto a jugar con un experto de ajedrez sin tablero, tiene todas las de perder. Pero el juego estaría degradado, porque el juego más perfecto siempre supone ver.
[ii] En este artículo hablo de sexo, no de género, y por obvias razones.