jueves, 31 de mayo de 2018

Una visita a la Buenos Aires del siglo XVIII


Imaginemos que viajamos al pasado. Nos encontramos sobre una carreta, propiedad de nuestro anfitrión Ramiro Quintana Morales Fleitas, destacado vecino de Buenos Aires. Son los últimos años del siglo XVIII. La ciudad se ha convertido en capital de un virreinato desde 1776 y está cambiando aceleradamente. Nuestra carreta llega a los arrabales de la ciudad. Lo primero que nos sorprende es el olor: muchos perros muertos y algún que otro toro en franca descomposición. Quintana nos ilustra: ¨ ¿Vieron esas enormes jaurías que nos siguen desde hace rato? Bueno, cada tanto tratamos de exterminarlas. Son muy peligrosas. El problema es que los perros que quedan se alimentan de los que matamos y así el círculo continúa. A veces nos contentamos con que las jaurías se desarmen. Los toros de las corridas también son arrojados a estos límites de la ciudad¨, concluye Ramiro Quintana. Por supuesto, el olor a bosta de caballo nos acompañará toda la estadía, es algo consustancial a cualquier ciudad del pasado.
En estos días se está operando una revolución en el transporte: aparecen las carretas, como la que ahora nos lleva. Hasta entonces la gente adinerada de Buenos Aires utilizaba el caballo o la silla de mano. La ciudad era pequeña; los viajes eran poco exigentes. Ahora, con la burocracia y el boato en aumento y la progresiva importancia que empieza a cobrar la fachada atlántica de América del Sur, se impone el nuevo transporte, que además demanda un capital como para dos o más caballos. La carreta también trae aparejada la aparición de técnicos especializados, provisión de repuestos, pero por sobre todo dos cosas. En primer lugar, cambios en las casas de la gente ¨decente¨, que tuvieron que alterar las estructuras para poder guardar el vehículo. En segundo lugar, la adecuación de las calzadas al nuevo medio, para lo cual se nivelaron algunas calles. La consecuencia fue que muchas de las residencias, que se habían ajustado a los niveles previos, quedaron por debajo o por encima del nivel de la calle. Con los nuevos tiempos, las carretas y la mayor circulación de caballos salpican y embarran a los peatones más de lo deseable y los vecinos decidieron levantar el nivel de las veredas. No obstante, cada vecino hizo su parte y la vereda presenta finalmente una suerte de anarquía, con bajadas y subidas constantes. De más está decirlo, los adinerados, interesados en sus garajes para carretas, ajustaron una porción de sus veredas al nivel de la calle, lo cual supone toda una novedad en el paisaje urbano. ¨Sin embargo¨, apunta Ramiro Quintana, ¨cuando llueve mucho no hay posibilidad de sacar ni carretas ni caballos. En esos casos lo mejores son los negros¨. En efecto, son los esclavos quienes llevan los mensajes y las novedades entre la gente decente cuando el barro gana las calles¨
La casa de Quintana Morales Fleitas se encuentra en uno de los flancos que dan a la Plaza Mayor (la actual Plaza de Mayo). Es una de las pocas casas de altos; en otras palabras, con un balcón. Llegamos. Dormimos la siesta. El silencio es atroz. Nos despertamos con un concierto. Son los vendedores ambulantes, son decenas y todos gritan. Hay un olor indefinible, muy desagradable y penetrante, de origen incierto. Ramiro nos invita al teatro esta noche. Estamos llenos de tierra y queremos darnos un baño. Tenemos dos opciones: la tina, un baño de inmersión donde se sumergen por turno todos los miembros de la familia sin renovar el agua; y el río, que siempre está cerca. Aunque elegimos lo segundo no podemos dejar de maravillarnos con un hecho notable: la arquitectura de estas casas de gente ¨ importante¨ cuenta con un ambiente exclusivo para la tina. Más aún, además de un ambiente para tina y uno para la carreta, todo gente decente debe tener, claro, un ambiente para los esclavos, que son los que llenan la tina y raramente logran sumergirse en ella. Pero, en fin, vamos a bañarnos. Notamos que las calles que bajan al río son las que más se han nivelado y se mantienen con cierto decoro. Quintana nos explica que esto se debe al gran flujo de gente de todos los estratos sociales que camina hacia la costa, para bañarse, para lavar la ropa, para besarse o para viajar o recibir en el puerto. Sin dudas, son las calles más transitadas.
Volviendo del río Quintana Morales nos cuenta que hace cinco días disfrutó desde el balcón con toda su familia de un ajusticiamiento. ¨Como siempre la plaza estaba repleta¨, cuenta. De regreso pasamos por la plaza y nos sorprende comprobar que al amparo del balcón de los Quintana Morales hay vendedores de frutas y verduras. Pero más, infinitamente más, nos sorprende ver un cadáver columpiándose como el badajo de una campana en el centro de la plaza. Apesta: es la fuente de aquel olor penetrante que percibíamos. Sabemos que los ajusticiamientos son castigos ejemplares y que se dejan los cadáveres de los reos a la vista de todos para aleccionar a la población, pero lo que desconocíamos es el poder del olor y del olfato. El olfato es ubicuo, es una mirada que está en todos lados, que salta las barreras urbanas que se le imponen al ojo. Si no se transita por la Plaza Mayor igual uno no se podrá sustraer al acto que el poder materializó en la plaza. Nunca podrás decir: ¨no sé, no vi nada¨. Tu olfato lo va a percibir, quiera o no quieras.
En el teatro tenemos un palco, el mejor. Se trata de esos palcos que están casi encima del escenario. No es el mejor lugar desde donde ver la obra, pero es el mejor lugar para ser visto por el resto de los espectadores. Las mejores familias se exhiben desde ahí. Ahora entiendo porque la familia de Ramiro Quintana Morales se asomaba al balcón para ver el ajusticiamiento: ellos también eran parte del espectáculo. Sin dudas la mejor ubicación para ver la macabra escena era junto a la tarima, pero allí la familia de Ramiro dejaría de representar su propio espectáculo. Las casas principales son parte de un decorado que todos tienen la oportunidad de contemplar.
Así fue como la última tarde no nos movimos de la residencia de los Quintana Morales. Salimos al barcón para ver una corrida de toros. Dicen que cuando llegue el siglo XIX van a abrir una arena, con gradas, pero por el momento las corridas se seguirán realizando en esta plaza. La faena no se inicia hasta que las familias principales ocupan sus balcones. La plaza está llena. El evento es una fiesta.
La jornada está terminando. Negras nubes tapan el cielo. Retiran al último toro muerto. Se elevan los fuegos artificiales y retumban los petardos. Las jaurías, en los bordes de la ciudad, seguramente se desarman. Un rato después cae la lluvia, que pronto es tormenta. La comunicación debe seguir. Un negro sale con un mensaje, tal vez con dos. La carreta de los Quintana está impecable.
(Este artículo fue publicado en la revista Armar la Ciudad de la UNGS. Número 18, abril de 2018)
Fuentes:
Luqui Lagleyze, J. (1994), Sencilla historia de Buenos Aires, Buenos Aires, Argentina, Librerías Turísticas
Aliata,F. ( 2006) La ciudad regular, Quilmes, Argentina, Universidad Nacional de Quilmes

jueves, 10 de mayo de 2018

El verdadero fin de la guerra fría

La Guerra Fría terminó el 12 de agosto de 1989, casi tres meses antes de la caída del muro. Esa noche blanca de Moscú tocaron por primera vez en un estadio de la URSS (el mismo que albergará la final de la copa del mundo) una serie de bandas de Glam Metal. La cancha se venía abajo. No había lugar ni para orinar. Durante el recital se ve como los jóvenes se propasan con los militares rojos encargados de la seguridad hasta literalmente tocarles el culo. También los apoyan. Las tribunas están llenas de banderas yanquis. El evento era por la paz y contra las drogas. Todos los músicos estaban drogados hasta la coronilla. Desde la óptica de un comunista ortodoxo no se sabía bien el género de los músicos. (¿Nenas?). Era el fin de un sueño. Con el diario del lunes es más fácil. Pero era el fin


Resultado de imagen para cinderella moscow 1989