jueves, 27 de febrero de 2014

Abel Y Caín en Ruanda


Abel y Caín en Ruanda

              
  El 6 de abril de 1994 los presidentes de Ruanda y de Burundi, dos diminutos países limítrofes del sur de África, subieron a un avión. El de Ruanda, Juvénal Habyarimana, seguramente le contó a su par de Burundi, Cyprien Ntaryamira, sobre la delicada situación entre los Hutus y los Tutsis. Juvénal y Cyprien sabían mejor que nadie sobre lo que son los Tutsis, la primera minoría en ambos estados; pero mejor sabían lo que son los Hutus, porque ambos eran Hutus: la mayoría de la población de los dos países y los opresores de los Tutsis. Mientras el avión subía debieron sentir que la realidad les quedaba muy abajo, como la parte del iceberg que no se ve. Ahora la única verdad era la de dos negros Hutus en la cima del poder y muy por encima de las nubes. El avión era un regalo de Francia. (A fuerza de decir la verdad,  era una forma de asegurarse que estas gentes corran a París o a Bruselas cuando se los necesitaba.) Tácitamente se dijeron: “cualquier cosa que pase es culpa de los Tutsis.” Brindaron, intercambiaron piropos, y un minuto después estaban muertos. Un misil había partido en mil pedazos al regalo de Francia. Desde el suelo el espectáculo debió ser maravilloso, conmovedor, digno de un aplauso; al menos para un Tutsi. Pero no era para festejar. Una hora más tarde se desataba la guerra civil más cruenta de los últimos tiempos y el exterminio, porque nadie que no fuera Tutsi lo dudó: fueron ellos.

            Hay creencias populares del ámbito académico. Son esas falsedades que se repiten en las cátedras y que se sostienen en el tiempo precisamente por eso. Pero, a pesar del prestigio de estas falsedades, no dejan de ser tales. Entre estas creencias populares académicas está la muy extendida que supone que todos los negros del África que se odian pertenecen a etnias diferentes. Y esto, claro, se lo hace extensivo a estos dos grupos de Ruanda.

            La división entre ambos grupos está basada preferentemente en la tarea que cada uno desarrolla. Los Tutsis son pastores; los Hutus son agricultores. Por lo tanto se asemeja más al sistema de castas de la India que a las divisiones étnicas propias del continente negro. De hecho hablan el mismo idioma y son la misma etnia. Las diferencias, que ya estaban latentes, las acentuaron los colonizadores belgas, al darles un lugar de preferencia a las minorías Tutsis, el grupo de los pastores. Los Tutsis se emborracharon de poder y fueron bastante injustos con sus hermanos Hutus. Pero un día partieron los belgas y se llevaron la exigua población blanca con la cual se sostenía la primacía de este grupo, dejando a los Tutsis en una situación precaria. Casi inmediatamente los Hutus (el 85% de la población) se hicieron con el poder, y se tomaron revancha. El odio suele crecer despacio, como pidiendo permiso, pero es implacable. Tardó 20 años en hacer erupción. Aunque es sabido que entre pastores y agricultores el problema principal siempre es la tenencia de la tierra, hizo falta una excusa.  El doble magnicidio fue la excusa perfecta.

            Las víctimas mortales del genocidio de Ruanda ascienden a cifras escalofriantes: unos 700 mil, por no hablar de las violaciones, las destrucciones, el hambre generalizado, las epidemias,  las orfandades, etcétera. No podemos olvidar lo que pasó allí. Recuerdo que en ese año de 1994—el exterminio fue tan efectivo que se dio solo en un año, para envidia de Himmler— la CNN se detenía en la ex Yugoslavia, y hasta en lo que pasaba con la AMIA, que voló en mil pedazos como el avión de esos dos Hutos, en la sureña Buenos Aires. Pero de Ruanda nadie hablaba mucho, o se hablaba y se decía incoherencias. El presidente tenía apostado cascos azules en los Balcanes, en sintonía con la CNN, y los catedráticos procuraban, en épocas sin Internet, sacar alguna información sobre los confusos países que estaban emergiendo en la ex Yugoslavia. Y saben una cosa, nadie reparó en un hecho asombroso, ni ayer ni hoy. Ruanda y los nuevos países de los Balcanes se parecen mucho en un punto, no es una cuestión entre etnias. Yugoslavia significa “eslavos del sur” Tanto los Serbios como los croatas como los montenegrinos como los bosnios son eslavos y hablan el mismo idioma (aunque al día de hoy se han rotulado según su procedencia como, por ejemplo, idioma croata, por puro nacionalismo.) Pero aunque hablan el mismo idioma escriben de formas diferentes según la religión dominante: por ejemplo, los croatas escriben con letras latinas, o sea, las que yo estoy usando ahora, y los serbios con el alfabeto cirílico, ese de los rusos. En resumidas cuentas, son muy parecidos, como el conjunto de los Ruandeses.

            Abel era pastor y Caín agricultor. Pero, como hermanos que eran, mucho se debían de parecer, ¿no?

           

           

Decepciones (Cuento)


Decepciones

Mi abuela es la persona más encantadora que ha pisado este planeta. A ella se debe mi profundo conocimiento del alemán. A ella se debe que yo siempre ande buscando un abrazo, una caricia, un beso tierno. A ella le corresponde mi bondad.

Perdí a mi madre cuando no sabía atarme los cordones. La idealicé hasta lo absurdo y nunca le tuve miedo a la muerte porque con el advenimiento de la guadaña yo  suponía que se precipitaba el deseado reencuentro con ella. Es como si la imaginara sola en el cielo, sin los abrazos y los besos de su mamá, que es mi abuela.

Y fue justo mi abuelita, con todo lo que para mí significa, la que me vino con la noticia: tenía un hermano en Alemania. Habíase creído hija única hasta entonces, pero con esto de las redes sociales se había desayunado con semejante cosa. Me informó que su madre, una sufrida mujer abandonada, y que mi abuela siempre había creído que había elegido la castidad luego del abandono, era en realidad una pícara que murió en los brazos de cualquiera. Europa era tan distante como el cielo, y evidentemente mi abuelita había idealizado a su mamá como yo a la mía. Ahora tenía un medio hermano. : “Tenés un medio tío abuelo”, dijo, al tiempo que me daba un beso en la cabeza, rociando mi pelo  con sus lágrimas; así de contenta estaba. Para mi esa novedad era un alivio, ella siempre me repetía que yo era lo único que tenía en el mundo y me hacía jurar que nunca la dejaría.

Pero unos días después lloraba más, porque resultó que el tipo aquel no era su medio hermano materno, sino de su padre, muerto en la segunda guerra. Claro, esto de la guerra la tomó muy por sorpresa, porque estaba convencida de que su padre era un gigoló y un picaflor, que se había cobrado varias virginidades antes de partir, ya viejo. – Mi abuela era así: de pensamientos primitivos —. Nada de eso: su padre había sido muerto por la aviación norteamericana, pero poco antes había pagado los servicios de una meretriz que lo convenció de las ventajas de ser padre antes de marchar al frente. Fue su única infidelidad. Esta muchacha sabía que él había abandonado un hogar para nunca más volver, con la excusa de la guerra. Diez años después a ella se la llevó un cáncer. Tuvo tiempo de despachar a su nene hasta la casa de la mujer legítima del padre del chico, o sea, la mamá de mi abuela. Y ahora ese hijo se manifestaba encantado ante la posibilidad de ver a su media hermana. Decepcionada, mi abuela, tomó la mejor pose para llorar.

Con los días no le importó que su madre no fuera en realidad casta ni que su padre no fuera en realidad un promiscuo. Saber que ya no era hija única era en el fondo una buena noticia, independientemente del patán que resultara su hermano. Conocía, por la web, que era un hombre menor que ella, de 80 años, dispuesto a venir a Buenos Aires en breve. Esto último la emocionó tanto a mi abuela—yo creo que  era porque un hombre se le acercaba luego de tanto tiempo—que se murió inmediatamente, asfixiándose en sus propias lágrimas. Su corazón no pudo digerir tanta felicidad, y el mío a duras penas pudo seguir marchando como un maratonista que va cola pero continúa en la competencia.

En realidad—y esto mi abuela no llegó a saberlo—el alemán se acercó para arreglar la herencia, y de paso voltear mi imaginario sobre mi difunta abuelita. Me ilustro, con pasión y detalles irrefutables, sobre cómo abandonó Alemania para fugarse a la Argentina tras un varón, sobre cómo se olvidó largamente de sus familiares cuando estos estuvieron apremiados económica y emocionalmente, sobre cómo se escondió cuando él había venido hace 20 años al país,  sobre lo mucho que maltrataba a mi mami, sobre su avaricia, su insania, su maldad solapada, su necesidad de tener un nieto cerca para que la asista en la vejez. Y también me habló de él mismo: sobre la relación "sana" que estableció con mi mamá en aquel viaje, sobre la posibilidad cierta de que él fuera mi padre, sobre la posibilidad de que yo tenga una herencia en el viejo mundo... Entonces le dije que mi abuela estaba contenta de su llegada, y le pregunté cómo eso era posible. Me respondió que las personas malas, cuando se sienten solas se tornan más bondadosas y se aferran a lo que tienen, pero sólo hasta que vuelven a estar acompañadas.

Ya no amo a mi abuela, ha mutado en mi corazón y se ha transformado en mi recuerdo en menos que nada. Sin embargo, hay cosas que los seres humanos no podemos evitar: me siguen gustado las caricias suaves, los besos tiernos y los abrazos interminables, aunque vengan de cualquier patana. Es como tocar el cielo con las manos, pero solo por un ratito. No sea cosa que uno se decepcione.

 

 

miércoles, 26 de febrero de 2014

Lo que aprendí de los menonitas


Lo que aprendí de los menonitas

Estudiar Biogeografía, que es una mezcla de geografía y ecología, puede ser una estafa. En efecto, lo que te enseñan es que en la pampa hay pumas que descansan al amparo de frondosos ombúes, por solo dar un ejemplo. En realidad, está visto, lo que se estudia es arqueología zoológica, porque nadie con dos dedos de frente cree que de camino a Mar del Plata se puede cruzar con un puma, a menos que se trate de un rugbier que vuelve de Pinamar. Es más, continuando con este razonamiento falaz, es probable que los ecólogos nos enseñen que por la Ruta 2 nos podemos encontrar con una flota de querandíes sedientos de sangre, e incluso puede que nos dejen implícito, a su pesar, que estos indios son parte de la naturaleza impoluta que estos docentes nos quieren transmitir. 

¿Por qué tanta ceguera? ¿Por qué los docentes de geografía siguen enseñando que las cosas son lo que ya no son? No digo todos, pero sí una gran mayoría. Creen en los libros más que en sus ojos, y no son capaces de detenerse a pensar dos segundos en lo que pregonan.

Pero podemos ir directamente a la madre del borrego: ¿por qué aún se editan textos escolares que medran con estas mentiras? Según ellos, en la pampa no hay árboles, como en la época de los querandíes; en Santa Fe hay venados por doquier que, tenemos que suponer, comen soja; y en el chaco hay árboles leñosos con los cuales se construyen los durmientes de los trenes, justamente ahora que llevamos medio siglo sin tender una vía. Sin dudas, hay escasos núcleos forestales remanentes, especialmente las reservas, pero no podemos seguir poniendo esas excepciones como si fueran la regla.

Recuerdo particularmente a un profesor, que no era ningún boludo, entrando a la Reserva ecológica de Costanera Sur. Se detuvo ante la entrada. Se lo notaba extraño, anonadado. Era evidente que sus ojos expertos miraban algo que nosotros, simples mortales, no podíamos apreciar. Era la presencia de una palmera en la entrada. Explicó que esa palmera continúa alzándose allí a pesar de ser un árbol ajeno al ambiente; una plaga vegetal. Agregó que él había sugerido que se voltee esa plaga, y que no había sido el único ecólogo que eso propuso, pero que los implicados en la labor se toparon con el prejuicio más arraigado: voltear un árbol es casi un tema tabú, aunque se trate de una plaga. Peor aún, esa palmera tuvo hijitos, y hoy su descendencia merodea las costas de la laguna más grande de la reserva. A pesar del aprecio personal que le tenía, me pareció que el profe no hacía otra cosa que arqueología.

No obstante lo cual, hay casos de exterminio del ambiente original de muchos lugares del país que nos dan una lección de vida. En Guatrache, La Pampa, hay una colonia menonita más que importante y sumamente próspera. Hablan en holandés del siglo XVI y están privados de la televisión y de todo contacto insidioso con la modernidad. Fabricaron su prosperidad con el caldén, que es el árbol autóctono más abundante. Con él construyen sus muebles, sus establos, sus casas, sus atrios y sus ataúdes. La tala indiscriminada del caldén los está perjudicando grandemente, pues en ese árbol basan todo. Gran parte de la comunidad se está marchando tierra adentro, a los confines más recónditos de La Pampa. No es la primera mudanza que hacen: en un comienzo se instalaron en Santa Fe, pero fueron barridos por el progreso.

Esto me mueve a tres reflexiones. En primer lugar, los indios nos son los únicos grupos humanos que son corridos a la fuerza por la mano del progreso. En segundo lugar, los menonitas demuestran, como tantas minorías protestantes, que el progreso puede tener lugar en las condiciones más adversas. Y por último, que para que la naturaleza se manifieste con plenitud es necesario que todos los hombres—incluidos los menonitas, los que abogan por el progreso, los indios y los ecólogos idealistas— se muden a otro continente. Es la única manera de que la realidad vuelva a coincidir con los libros.

 

 

¿Fe?


¿Fe?

Carloncho, viejo amigo, me pasó un libro de hermosa costura y cuidado texto. El Dorado, se intitula; el autor es él. Lo abrí como para recibir un abrazo. Ya en la apertura aparecen los nombres de Camilo y Fidel, sus hijos, a quienes va dedicado. El primero va camino a los 4 años y el segundo vino al mundo con el libro bajo el brazo, el 4 de febrero último.

Lo primero que hay que decir es que el libro no contiene cuentos para no-destetados, ni siquiera para niños. Carloncho  sabe de sobra que esos impúberes crecerán y se harán un lugar en la vida para la lectura engañosamente sencilla de esta obra, que fue parida el 4 de febrero, a la vista del autor, que no dejaba de lagrimear ante semejante espectáculo: la concreción de una obra difícil.

Un libro es un libro, no algo que se publica en facebook o en un blog como este, donde hay licencia para los errores. El libro tiene algo de santuario, y estos chicos crecerán a la sombra benévola de El dorado. Seguramente revisarán las variopintas anotaciones de su padre en el face, pero para juzgar con rectitud tratarán con el libro, que habla del asesinato como arte, de la mediocridad, de las abyecciones más bajas, de madres con espermas, del sueño, de la muerte dentro de la muerte, de las matanzas que se conciben por culpa de un hombre sincero, de la imbecilidad de suponer que sólo los jóvenes tiene el don del sueño, de su suegro que es carnicero, etc. Los chicos van a crecer y van a poder digerir esto, que es prohibido para menores de 35 años. Además, para entender el libro, y para entender porqué está prohibido para menores, primero deberán leer a Dante, a Borges, a Kafka, ¡conocer la historia de Edipo!, caminar la vida, entender las ironías  y sufrir el primer amor. Todo esto para después poder evaluar esta obra. Yo creo que es un gran acierto.

Cuando se es escritor compulsivo como nosotros tendemos a polarizarnos entre la propia lectura de nuestras cosas, para verificar si lo que escribimos está bien o si hay que modificar algo, y la lectura de lo ajeno, en la cual nos abandonamos y disfrutamos o padecemos las bondades inmarcesibles o las cagadas que otros han excretado. Sin embargo, hay términos medios, como lo que encontré no mucho más allá del inicio. Un texto de nombre Fe, que va dedicado a quien esto escribe. Lo leí, pero no entendí una mierda. Lo volví a leer una cantidad de veces que me dañó la vista, y seguía sin entender una poronga. ¿Por qué Carlos me dedicaría específicamente este texto a mí, siendo que el libro contiene más de 40 textos? Por qué no me dedicó Cabeza, que Chejov y Gogol envidiarían; por qué no me dedicó Pan, que ya se lo había elogiado, Conciencia, Juicio o Espejos, que son buenísimos y además… los entiendo. ¿Y si no hay nada que entender en Fe? ¿Habrá una ironía fina que no logro desvelar? ¿Por qué me dedica el texto más difícil?

Afortunadamente, este fan de Sade no me dedicó  Espera, que es la intención que tuvo Carlos de decir de otra manera lo que ya viene diciendo desde otra obra, ni Fábula, que es el peor Darío Fo, o  Sagrado, que es original, pero no me termina de gustar. De todos modos, Gracias Carloncho, a pesar de no haber entendido Fe. Tus hijos lo entenderán el día de mañana y me lo vendrán a explicar.
Cabeza, por Carlos Rey
 

 

 

Manderlay


                                                         Manderlay

           
Cierta vez le pregunté a Oscar Blanco, titular de varias cátedras en la carrera de letras de la UBA, mezcla de chanta e intelectual, por qué no le gustaba Titanic, una de las películas más profundas de los últimos tiempos. La respuesta fue como hundir la película en los abismos de la crítica: “odio cuando se basan en un hecho real. Eso lo hacen para que la gente salga del cine diciendo que ha aprendido algo, como si las personas sólo pudieran aprender de la realidad y la realidad sólo estuviera ahí para ser aprendida.”[i] Oscar, creo, nunca ha visto Titanic. Es de esos tipos que confían más en su inteligencia que en los hechos concretos y que tienen un profundo desprecio por las mayorías. Si la película no hubiese sido un éxito, mi amigo Blanco hubiese pagado hasta lo que no tiene por verla, y hasta por elogiarla.

            Recordé sus palabras cuando me senté a ver 12 años de esclavitud, esta película que está nominada a multitud de premios. No es un mal film y uno no se llega a dormir, pero deja mucho que desear. Uno desearía que sea menos aburrida, menos inocente, menos obvia, al menos si pretende aspirar legítimamente a un galardón sin sentir culpa por ello. Blanco diría que mediante la cinta la muchedumbre aprende que la esclavitud es una cagada, que es una gran injusticia, que siempre hubo gente mala y gente buena, y que los débiles siempre son moralmente más justos que los fuertes. Yo suscribiría todas estas palabras que el doctor Blanco nunca dijo, pero que estoy seguro que las diría. Y agregaría más: la película tiene esa cuota de sadismo imprescindible para el mediopelo yanqui, muy al estilo de La Pasión de Cristo de Mel Gibson,  y con unas tres o cuatro escenas pretenciosas hasta lo intolerable.

            No obstante lo cual, lo más dañino del film es esa moralina insoportable que demuestra  que hay muchísimos dormidos que van al cine a darse una ducha de obviedades. No me sorprende: las personas son conservadoras y aman escuchar lo que piensan; y las compañías cinematográficas son conservadoras y aman decirles a las personas lo que quieren escuchar. Y todos contentos.

            Por eso me vi empujado moralmente a rescatar Manderlay en este escrito, ese film genial del grosso de Lars Von Trier.

            Manderlay (2006), no es otra película sobre la esclavitud donde los blancos son malos, los negros son buenos y el espectador es un idiota irrecuperable. Lars von Trier nunca ha subestimado al público, y es por eso mismo que molesta tanto. Ya en otro momento he escrito sobre él, y no es mi intención aburrirlos, pero aún me siguen sorprendiendo las críticas que le deparan, siempre llenas de prejuicios y sin ningún tipo de apertura para al menos intentar comprenderlas. Un solo minuto de Manderlay tiene más profundidad que  12 años de esclavitud.

            A Lars se lo tildo recurrentemente de misógino (por todas sus películas), de misántropo (por casi todas), racista (por esta y por Europa), clasista (por Dogville y Melancolía), discriminador de los oligofrénicos (por Los Idiotas), adulador del idiotismo (por Contra viento y marea) A veces sospecho que hacen la gran Oscar: no las ven, pero opinan.

 Os voy a ofrecer una parábola para ilustrar el porqué creo que es tan incomprendido.  Malena Pichot, brillante comediante telúrica, es tachada repetidas veces de machista, aunque es una activa feminista. Malena suele criticar despiadadamente a las mujeres más que a los varones, porque considera—yo creo que con justicia—que son las mejores defensoras del status quo. Entonces Malena, cuando encuentra una señorita que le dice que se ha olvidado de lavar los calzoncillos de su marido, ante semejante cosa, se indigna y responde: “Andá a lavar los platos.” Finalmente, esta mujer, que sale presurosa a lavar lo ajeno antes que la caguen a trompadas, termina propagando a los cuatro vientos que Malena es una machista, con el agravante de que es mujer.

Bueh, algo de esto le pasa a Lars. Es un incomprendido (y aunque somos muchos sus admiradores, sin dudas no dejamos de ser un ghetto.)

Manderlay  nos habla del poder, de su ejercicio, de la posibilidad de no ejercerlo, de las consecuencias de ambas cosas, de la futilidad eventual de la democracia, de la hipocresía, de la ingenuidad, de los prejuicios y de muchas cosas más, y todo con gran riqueza. Siendo la continuación de Dogville se ha dicho repetidas veces que es “más de lo mismo”, aunque yo nunca entendí ese aserto. Manderlay es filosóficamente más explícita e invierte muchas de las cosas de su genial predecesora. Por dar sólo un ejemplo, la premisa de la Grace de Dogville es “¿me gustaría hacer algo por ustedes?”, en cambio la Grace de Manderlay dice “Yo voy a hacer algo por ustedes, aunque ustedes no lo quieran.” Además, la lección moral en la primera la da Grace (Nicole Kidman) sobre el pueblo, montada sobre el maravilloso discurso de James Caan, que interpreta a su padre,  y en este caso la da el pueblo, por medio de ese negro que interpreta Danny Glover, que es una especie de poder en las sombras, sobre Grace (Dallas Howard.) Sin embargo, ambas son incomprendidas en un punto capital: su humor. Básicamente, el humor de las dos descansa en la reducción al absurdo.

No voy a cometer el error de hace años cuando escribí sobre Dogville. El error consistió en analizar la película hasta en sus vericuetos más inabordables. Hoy he madurado. Les dejo la película y, por si alguno tiene estómago, mi viejo escrito sobre aquella película. Oscar no lo va a leer, él de seguro ya sacó sus propias conclusiones.
Peli:
Lo otro:

           




[i] En realidad la memoria me desdibuja un poco las palabras del señor Blanco, de modo que la frase puede ser más mía que de él (o sea, que el recuerdo puede ser más mío que suyo.)

martes, 18 de febrero de 2014

El miedo a la soledad (Cuento)


El miedo a la soledad

                La noche era profunda como un aljibe, silenciosa como el agua estancada que se va pudriendo lentamente pero no lo denuncia. Marisa se despertó;  la noche gritó y mostró toda su pudrición. Estaba sola.

            Una madera crujió. Se asustó. Se tapó con la sabana hasta la nariz. La madera crujió otra vez, pero más despacio, como subrayando lo que había querido decir. Un repentino coraje se adueñó de Marisa cuando la madera sonó una tercera vez. Fue hasta la puerta, que estaba abierta.  La cerró con rapidez, aunque siempre dejaba la puerta de su habitación  semiabierta, acaso con la lejana esperanza inconsciente de que alguien entrara. 

            Parecía que el sueño la iba a ganar nuevamente cuando volvió a escuchar el sonido aquel. Se precipitó, llevándose por delante un banquito, pero la puerta estaba cerrada. ¿Sería que había incorporado ese crujir de una madera al ámbito de los sueños? Siempre los sueños comienzan con algo, un sonido, una imagen, como las películas. Pero la madera volvió a gritar y ya no tuvo dudas. Extrañamente, esperó a que se repitiera y concentró todo su ser para poder determinar su procedencia.  Por más de un minuto estuvo parada como un escorpión al acecho. Cuando el silencio se volvió a manifestar como una madera que cruje, Marisa no pudo salir de su asombro: la fuente de ese sonido eran las varillas que se asfixian bajo el colchón. Era como si alguien se sentara una y otra vez en la cama.

            Decidió que estaba loca, y que más valía tener miedo que hacer el papel de ridícula suponiendo cosas que no son posibles. Abrió levemente la puerta y se secó el sudor de la frente. Sin embargo, cuando caminó una vez más para ganar la cama, la madera volvió a manifestarse, pero como lamentándose, como si alguien penosamente se hubiera incorporado sólo para dejarle la cama a Marisa. A ella esto no le gustó y se quejó con rabia a Martín, que ahora estaba paradito junto a la puerta.  Esperó su respuesta, que llegó  en estas palabras.

     Olvidate de mí, por el amor de dios. Hacelo por los tres. Mirá, tengo esta soga, solamente tenés que colgarla del techo, justamente de esa madera que hace de travesaño, luego me ponés la cabeza en el medio del lazo y listo, te dormís tranquila. ¡Dale que estoy apurado! … Eso mismo… bien… aquel banquito ponemelo abajo… muy bien… como si fuera una corbata… perfecto, así se hace… apretá sin miedo…

Marisa sacó el banquito y Martín quedó colgando de la noche, columpiándose como el péndulo de un reloj. Se acostó, cubriéndose con la sábana hasta los ojos.  Y espiando los pies desnudos de Martín, que iban y venían, se quedó profundamente dormida, como contando ovejitas.

Marisa abre los ojos por el canto de los pájaros y por la luz que se asoma tras la persiana. Voltea la cabeza. Su hija duerme plácidamente en su cunita. La cara es idéntica a la de mamá, el cuello es idéntico al de papá. Realmente no esta tan sola. Además, la cuerda está vacía y la puerta está bien cerrada.



           

viernes, 14 de febrero de 2014

Los secretos de Reinhold Messner


Me pidieron para hoy una columna. Es para el programa Humillados y Ofendidos, que se emite desde ahora los sábados a las 13 horas, un horario que me permite estar (siempre y cuando me inviten.) La dirección es:


 ¿De qué voy a hablar? De casi  lo mismo que sigue a continuación. De modo que si lee lo que está más abajo puede ahorrarse la audición. Bah, no sea garca y acompáñenos en el nuevo horario, que forjar nuevos oyentes es más difícil que subir una montaña.
 

Los secretos de Reinhold Messner

El Annapurna
Estoy interesado sólo en nuestras experiencias.  No me interesa la montaña. La montaña sin nosotros no es nada”  “Yo no represento a ningún país. La montaña estaba allí antes de que existan los países, y seguirá estando cuando nos hayamos ido.”                                                 Reinhold Messner.
 

 

El alpinismo causa más muertes que el boxeo, que los toros y que los Dakar.  Sin embargo eso no es óbice para que se lo ponga en cuestión. De hecho, es considerado como un deporte de élite,  majestuoso, extraordinario,  incluso con un aspecto filosófico y naturalista. Los que suben montañas suelen tener un desprecio total por el hombre común, entre los que incluyen a los boxeadores, a los toreros y a los que se apuran por llegar a la meta.

Pero hablar de alpinismo es chiquitaje para los más exigentes escaladores. No es lo mismo subir los Alpes que subir los Andes. Y no es lo mismo subir los Andes que el Himalaya. Así, los términos “andinismo” e “himalayismo”, se acuñaron para lustrar el virtuosismo de los mejores. Y tampoco es lo mismo subir  un pico cualquiera del Himalaya que uno de “los 14”, que hace referencia a los 14 picos del mundo que superan los 8 mil metros, todos ellos  en esa misma cordillera.

Pero, no cualquiera es Himalayista. Los ansiosos como yo nunca podrían serlo. La disciplina exige ser cauteloso como una leona y paciente como una araña. La capacidad de concentración y de observación deben ser inquebrantables. Uno se debe sobreponer al frío, al hambre y en muchos casos a la soledad,  (por no hablar de un resfrió con algo de catarro.)

Sin embargo, hay muchas cosas que la gente común ignora. Nada es lo que parece. Y en los próximos renglones mi tarea será desmitificar esas cosas que nosotros, los seres comunes, ignoramos del difícil y admirable arte de escalar las máximas alturas. ¡Estos tipos y estas mujeres sí que tienen huevos!

1)      Por empezar, lo más complicado del asunto no es subir, es bajar. En palabras de Messner, para muchos el mejor de todos los tiempos: “Cuando subís tenés una meta, cuando bajás tenés un problema.” Y agrega: “Al bajar sos vos y el abismo.” Y cuando uno lo piensa un poco se vuelve evidente.

2)      Si se trata de una expedición, será socorrido con más facilidad el que va adelante, o sea, el más temerario, no el que va cola. ¿Por qué? Porque el que marca el camino será, tarde o temprano, alcanzado por los otros. (Y no hace falta aclarar que en este tipo de subidas entre uno y otro pueden mediar cientos de metros.)

3)      El que primero llega a la cima no suele esperar a los otros. Las condiciones suelen ser tan adversas que el descenso es lo primero que uno hace después de festejar unos segunditos, porque incluso con el mejor de los climas el viento, que acaso estaba contenido por la misma montaña, en la cima se da de pleno, además, el oxigeno que llevás se va estrechando desde hace rato, y si no bajás rápido al menos unos metros vas a ser un estorbo para los que siguen, que seguramente suben por el mismo camino que vos desandás.

4)      Se sabe cuando alguien llega a la cima porque deja sus huellas en la nieve. Si las condiciones climáticas limitan esta posibilidad, se deja una banderita o algo que lo indique. Si tampoco esto es posible… bueno… es creer o reventar.

5)      El monte Everest, el más alto del mundo, no es el más complicado. De hecho ha sido escalado con mayor frecuencia que la mayoría de los otros 14 montes de ocho mil metros. Incluso el Lhotse, que se encuentra justo al lado del Everest, es mucho más difícil de subir, en virtud de una pared que baja vertical por más de mil metros.

6)      La dificultad de una montaña se mide por las vidas que se llevó. El Annapurna es la montaña que más montañistas ha matado, seguida de muy cerca por el K2 y el Nanga Parbat.

7)      Toda montaña puede exigir más o menos depende desde donde se la ataque. Sin ir más lejos, el Lhotse, desde la cara norte, es infinitamente más fácil, y el himalayista que lo acomete desde ahí es un salame bárbaro para los más exigentes. Sin embargo, desde el norte las montañas del Himalaya tienen menos cantidad de horas de sol. Hay montañas que presentan su cara más difícil desde ese punto cardinal, y son celebradas por los Himalayistas.

8)      Obviamente, no es lo mismo un ascenso en invierno que un ascenso en verano. Los más exigentes suben en invierno, con tormentas de nieve y todo.

9)      La forma de la montaña determina el tipo de técnica. Hay montañas entre estas 14 que presentan nieve (todas), grandes  glaciares que no se pueden obviar (muchas) y complicadas secciones en roca libre (algunas.)

10)   Los volcanes, por su grácil figura, son las montañas más fáciles de escalar, incluso el enorme Erebus, que se encuentra en la mismísima Antártida. (Siempre y cuando no vomite, porque está activo.)

11)   No importa la altura de una montaña, sino más bien su prominencia, lo que destaca en su entorno. Por ejemplo, cuando usted está en el campo base del Everest ya se encuentra a unos 4 mil 500 metros, porque el Everest está rodeado de colosos. Por lo tanto lo que va a subir  va a ser otros 4 mil 500 hasta la cima, y no los 8.848 que se suponía, porque para eso usted debe empezar a escalarlo desde el Océano Índico, lo cual es absurdo.  En cambio, el Monte Mackinley, en Alaska, tiene unos 6 mil metros y se encuentra junto al mar, por lo tanto lo que usted subirá será mucho más que lo que subiría en el Everest.

Bueno, dicho esto, me gustaría presentar a quien ya he mencionado, Reinhold Messner, el Maradona de las alturas, un filósofo, y desde mi punto de vista, el mejor deportista de todos los tiempos. Este italiano, de habla alemana, no solo fue el primero que escaló los 14 mayores de 8 mil metros, sino que también lo hizo sólo, por ejemplo el Everest, ¡y sin cámara de oxígeno! Además subió la cara norte del Mackinley, donde el sol, en invierno, no da nunca. Hizo el primer ascenso al Anapurna por su cara más difícil y subió dos veces al Nanga Parbat, en la primera de las cuales murió su hermano. (La segunda lo subió para, entre otras hazañas, enterrarlo.)

Sin embargo, hasta el tano Messner tiene su sombra. Se llama Kukushka, y se supone que es el otro grande. Este polaco subió los 14. Fue el segundo, pero lo hizo en tiempo record. Bajaba de una montaña y subía a otra, así de sencillo. Murió en el ascenso del Lhotse. Y en esto va su mayor mérito. Los exigentes aún le recriminan a Reinhold Messner el estar vivo. “Por algo será”, dicen. Y lo más interesante: toda esta competición, como una carrera espacial de baja frecuencia, se desarrolló en el marco de la guerra fría. Los que amamos a la vida y al ser humano seguimos defendiendo el trono de Messner.

 

 

 

Una cigueña cruzó (Cuento)


                                                                            
                                                 Una cigüeña cruzó
 
                                                                              1

Sofía llegó a la cita con retraso. El corazón le saltaba como queriéndole salir. Juan esperaba fumando, nervioso, impaciente, rascándose la cabeza.  Ella tenía un secreto, algo muy adentro suyo: estaba embarazada. Se lo dijo sin preámbulos. Él encendió otro cigarrillo sin reparar en que ya tenía uno prendido sobre el cenicero. Sofía, que esperaba una respuesta, tomó ese cigarrillo. El humo saturó la atmósfera. Una cigüeña cruzó por la mente de Juan. Quería precisiones: cómo, cuándo,  porqué, para qué. Ella le acarició la cara con la punta de los dedos y con tanta delicadeza que anestesió todas sus preocupaciones. Ya tranquilos  se miraron a los ojos, tras los ojos e incluso lo que hay más allá de los ojos. Se abismaron en el otro y lamentaron no tener una cama cerca. Ella, como sonámbula, se quemó los cálidos dedos con el cigarrillo. Juan le dijo que tenía que dejar de fumar. Entonces Sofía tomó sus costillas y las abrió. Él miró entre esas rejas para, tal vez, mirarle el alma. Algo rojo, como la menstruación, asomó en el horizonte. Era el corazón. Latía. Ella lo puso sobre la mesa. Pensó Juan en que los hijos también le saldrían de adentro. Sofía hizo un gesto con los ojos: “tomalo si querés”.  Juan lo tomó, y abriéndose el pecho, duplicó los latidos de su cuerpo.

                                                           2

Con los años Juan tuvo problemas de salud: tenía dos corazones. El doctor le recomendó que lo done, que hay gente que necesita un corazón para seguir viviendo. Juan fue ofreciendo su corazón por el mundo. Hay gente que le ofreció plata y hay gente que le ofreció otro corazón. Pero él sabía que eso no era bueno: Sofía lo había hecho feliz, pero a cambio de perderse a sí misma. (Sus dedos habían dejado de tener calidez cuando él tomo su corazón.) 

                                                 3
 
                  Hoy Juan tiene dos corazones, uno que le pertenece y otro que espera un pecho. Y también tiene un piojo por el cual vale la pena cuidar la salud.



lunes, 10 de febrero de 2014

Los libros de una verdulería


Esa gente llega al mismo sitio que nosotros, nos alcanza, todo el mundo nos alcanza, no existe ir por delante, saben, nadie va por delante, ni jóvenes, ni viejos, ni nadie, llegamos al mismo sitio, al fin y al cabo...”

Yasmin Reza

                                                                                             

Yo no creo en dios, pero creo que las cosas por algo pasan. Y es por eso que estoy seguro que alguien escribe nuestras vidas. Nada sucede gratuitamente, todo está pensado. No hay casualidades. Las cosas más feas, las más lindas, las más extrañas y las más banales pasan por algo. Ese escritor no ha de ser dios, pero debe ser un demiurgo bastante astuto.

La gente poco lúcida no lo entiende. Cierta vez ilustré a un descerebrado con un ejemplo de mi invención, pero aprendí que no hay que cortejar intelectualmente a cualquiera. Sí, por algo pasan las cosas. Os voy a repetir el ejemplo:

Supongamos que un rey del billar quiere hacer cierto malabarismo circense. Entonces le pegará a la bola blanca, pero en una dirección desconcertante, para que haga banda en cuatro laterales antes de impactar en la primera bola que finalmente impactará en otra, que describirá una rara figura en la mesa, antes de encestar. Sin embargo, lo notable es que este malabarista no lograría su objetivo si tan solo le errara por un milímetro en la primera banda que hace.

Lo mismo pasa en la vida. Síganme los buenos:

Acaso esa hermosa señorita que usted se cruzó en la calle, o aquel muchacho que usted, señorita, se cruzó en el subte, sean casualidades. Concedámoslo por un momento. Pero que sucede, si nace una historia en ese momento no va a tener a quien agradecerle, salvo a la Fortuna, que es lo mismo que a nada. Pero se detiene a pensar y a enriquecer la rutina pedorra que adornó sus horas previas. Entonces cae en la cuenta. Al levantarse puteó porque no encontraba las medias y cae en la cuenta que ese inconveniente fue necesario, absolutamente necesario para que se encuentre con esa persona en la calle.  Y no solo eso, todas las contingencias de su vida, previa a ese momento, incluso desde la cuna, fueron necesarias para que se encuentre con ese o esa en ese lugar y en ese momento, momento preciso como el glorioso instante en el que la bola ingresa a la cesta.

Caminaba por Villa Adelina sin norte fijo cuando pasé junto a una verdulería.  No me explico por qué, pero miré para adentro, cosa que no suelo hacer. En primer plano vi papas y tomates; en segundo plano vi… libros. Muchos libros.

Yo estaba medio dormido— y soy el rey de los boludos—, así que menosprecié el dato que los ojos me devolvían. No habré adelantado más de dos pasos  cuando me alarmó lo que había visto. Di media vuelta y me encontré de frente con el verdulero.  El tipo me interrogó con la mirada. Le pregunté si los libros estaban en venta. Me dijo que eran de él, ¡y que los prestaba! No digerí sus palabras hasta varios minutos después, cuando había concretado la absorción de una Heineken. “Este me estaba cargando, pensé, pero los libros eran de verdad”. Relativamente ebrio, volví a la verdulería. Le pregunté si tenía mango, porque a mi vieja le gustan los mangos. (No es una ironía.) El tipo me contestó que sí, mientras yo pispiaba la pared del fondo, esa de los libros. Como notó mi interés me dijo que mire tranquilo.

Me metí como en una librería, a revolver los volúmenes. Estaba La historia de la locura de Foucault,  junto a los ensayo de Sábato; una cantidad importante de libros de psicología junto a Rayuela de Cortázar; literatura contemporánea (varios de la serie Narrativas Contemporáneas de Alfaguara)  junto a La República de Platón. También, sobre las paredes, se distribuían profusamente pinturas famosas. Y, claro, todo esto junto a las manzanas y las peras (y los mangos, que había, y muy ricos.)

Me puse a hablar con Gabriel, el dueño del local. Fue una de esas charlas que uno quisiera tener siempre: amena, inteligente, lunfarda, pícara, reveladora: sin desperdicio. Lo notable es que no había ningún misterio, a él y a la mujer (que es psicóloga) les gusta leer mientras los clientes no entran. Gabriel particularmente es fanático de la narrativa. Fueron acumulando libros sin querer, y de allí a los anaqueles hay un solo paso. Decidieron finalmente prestar los libros a los clientes del barrio.

Pero yo—le confesé—no soy del barrio. Me costó más convencerlo de eso a él que a él convencerme a mí de porqué tenía una verdulería-librería. A fuerza de verdad, debo decir que Gabriel me dejaba llevar cualquier libro, y que era yo el que me sentía culpable de ser forastero. Finalmente agarré  En el trineo de Schopenhauer,  de Yasmina Reza, una novela que me va a dejar el último capítulo en la memoria, de corte muy dostoievskano,  pero que tal vez  no debería haber leído en mi vida, salvo si pasaba por la verdulería de Gabriel.

Y alguno quizás se pregunte qué carajo hacía yo en Villa Adelina. Nada, me bajé del tren para tomar una cerveza en un lugar ajeno. Un chino no tenía Heineken, y seguí mi camino con esa prosaica idea de tomar una cerveza. Y ahí estaba Gabriel y su negocio de Avenida de Mayo 1416. Si, así se encuentran los buenos momentos.  Sin casualidad. Amén.

domingo, 9 de febrero de 2014

Tres notas

 Nota aclaratoria.

              


   Tengo que explicarte las líneas que siguen, aunque no hayas leído el cuento que precede: "La incubadora de sueños muertos" 
               La revista La Yegua de la Noche me apremió para que eleve el número de renglones de ese cuento, con el noble fin de tenerme entre sus escritores. Lo hice, y el resultado es lo que podés leer en este mismo blog.
               No obstante lo cual, tuve que dejar de lado varios fragmentos que no se avenían al plan general de la obra, o al menos eso me pareció. Dos de esos fragmentos es lo que ahora te vengo a ofrecer.
                            El primero es un beduino que en el siglo XXX encuentra las hojas del cuento, y que iba a dar inicio al relato. El segundo, que en un principio iba a ser el corolario de la obra, es una nota editorial del siglo XL, obviamente ficcional, que intentaba ser una crítica literaria del cuento y una especie de estudio filológico, al tiempo que nos iba a revelar ciertos aspectos vagamente sugeridos en el texto.
                 Usted, buen lector, sabrá si he hecho bien  en omitir estas líneas.

  Nota preliminar de Juan, el mentiroso.

Soy un hombre pobre, sin camello. Dicto estas palabras a un familiar lejano, que no lo hace por caridad. Mi única hija es todo lo que le puedo entregar a cambio. Con suerte tendré un nieto que me escriba.  Soy un hombre pobre que cuida su futuro. Si estas palabras llegan hasta tus oídos mi vida estará justificada.

Encontré una caja enterrada junto al lago Negro. El que allí las había depositado sabía muy bien lo que hacía, porque estaba atrapada bajo una herrumbrosa cadena, a la espera de su descubrimiento. Vendí una buena información sobre el paradero de un delincuente para procurarme las herramientas que me permitieran acceder al tesoro; tan pobre soy. De más está decir que mi decepción fue mucha: esperaba metales preciosos y todas esas cosas que adornan más que la juventud.  Solo encontré unas hojas mohosas  que para mí son mudas.

Sin embargo, y a pesar de mi ignorancia (o precisamente por eso),  sé del valor de la escritura. Tomé las hojas, y me entristeció ver como se  deshacían entre los dedos. Las que ahora paso a mi yerno son las que soportaron el largo viaje sobre la arena. Él anota todo sin preguntar. Pero adivino que le interesan más estas hojas que las curvas de mi hija.

                                         Nota Editorial
La presente edición de este clásico de la cultura universal merece unas líneas. Por empezar se ha elegido la versión original, en castellano. Cierto que hoy es común  traducir a nuestras lenguas vulgares, pero creemos que el castellano es nuestra lengua culta, y aunque ya nadie la habla como lengua madre, es de todos sabido que tiene un mayor alcance entre las gentes instruidas.
Por otra parte, hemos transcripto los originales encontrados por Juan, el mentiroso, tal cual como él los presentó, sin alterar los hiatos y sin rellenarlos, presentando cada fragmento como se suele hacer, como capítulos. Pero no hemos consentido en dejar en la escritura las interpolaciones que Juan astutamente escribió para elevar el valor de las hojas. En efecto, el mentiroso, al encontrar las hojas, las leyó y las valoró con certeza. Luego, para subir sus ganancias, las vendió por partes, rompiendo el manuscrito original en unos doce pedazos. Finalmente incorporó en cada fragmento apreciaciones propias que sus contemporáneos supusieron originales. Algunas de ellas, como el pasaje en el cual el autor del relato se convierte en delator de poetas, las hemos dejado porque consideramos que tienen cierto atractivo, y porque queremos más a las obras que a sus autores.
Hoy, mil años después de este malentendido, sus adiciones al texto son  obvias. Y es por eso que la Historia del dromedario en el reloj de arena, que suele figurar como capítulo 4 y que demuestra tanto su imaginación como su ignorancia del valor último del texto que encontró, no figura en esta edición,  (aunque sigue figurando persistentemente en las ediciones en lengua vernácula.)
Además, como es de rigor, abrimos el famoso cuento con la nota de Juan, que a pesar de todos sus defectos, se ha sabido ganar un lugar en la historia.

Todavía nos resulta difícil dilucidar si esas máquinas, verdaderos prodigios de la técnica, han existido o son solamente la fabulación del anónimo escritor. Aunque últimamente se han notado progresos de la invención humana, lejanos están aun los días en que podamos al menos soñar con esos prodigios.