Tengo que explicarte las líneas que siguen, aunque no hayas leído el cuento que precede: "La incubadora de sueños muertos"
La revista La Yegua de la Noche me apremió para que eleve el número de renglones de ese cuento, con el noble fin de tenerme entre sus escritores. Lo hice, y el resultado es lo que podés leer en este mismo blog.
No obstante lo cual, tuve que dejar de lado varios fragmentos que no se avenían al plan general de la obra, o al menos eso me pareció. Dos de esos fragmentos es lo que ahora te vengo a ofrecer.
El primero es un beduino que en el siglo XXX encuentra las hojas del cuento, y que iba a dar inicio al relato. El segundo, que en un principio iba a ser el corolario de la obra, es una nota editorial del siglo XL, obviamente ficcional, que intentaba ser una crítica literaria del cuento y una especie de estudio filológico, al tiempo que nos iba a revelar ciertos aspectos vagamente sugeridos en el texto.
Usted, buen lector, sabrá si he hecho bien en omitir estas líneas.
Nota preliminar de Juan, el mentiroso.
Soy un hombre pobre, sin camello. Dicto estas palabras a un familiar lejano, que no lo hace por caridad. Mi única hija es todo lo que le puedo entregar a cambio. Con suerte tendré un nieto que me escriba. Soy un hombre pobre que cuida su futuro. Si estas palabras llegan hasta tus oídos mi vida estará justificada.
Encontré una caja enterrada junto al lago Negro. El que allí las había depositado sabía muy bien lo que hacía, porque estaba atrapada bajo una herrumbrosa cadena, a la espera de su descubrimiento. Vendí una buena información sobre el paradero de un delincuente para procurarme las herramientas que me permitieran acceder al tesoro; tan pobre soy. De más está decir que mi decepción fue mucha: esperaba metales preciosos y todas esas cosas que adornan más que la juventud. Solo encontré unas hojas mohosas que para mí son mudas.
Sin embargo, y a pesar de mi ignorancia (o precisamente por eso), sé del valor de la escritura. Tomé las hojas, y me entristeció ver como se deshacían entre los dedos. Las que ahora paso a mi yerno son las que soportaron el largo viaje sobre la arena. Él anota todo sin preguntar. Pero adivino que le interesan más estas hojas que las curvas de mi hija.
Nota Editorial
La presente edición de este clásico de la cultura universal merece unas líneas. Por empezar se ha elegido la versión original, en castellano. Cierto que hoy es común traducir a nuestras lenguas vulgares, pero creemos que el castellano es nuestra lengua culta, y aunque ya nadie la habla como lengua madre, es de todos sabido que tiene un mayor alcance entre las gentes instruidas.
Por otra parte, hemos transcripto los originales encontrados por Juan, el mentiroso, tal cual como él los presentó, sin alterar los hiatos y sin rellenarlos, presentando cada fragmento como se suele hacer, como capítulos. Pero no hemos consentido en dejar en la escritura las interpolaciones que Juan astutamente escribió para elevar el valor de las hojas. En efecto, el mentiroso, al encontrar las hojas, las leyó y las valoró con certeza. Luego, para subir sus ganancias, las vendió por partes, rompiendo el manuscrito original en unos doce pedazos. Finalmente incorporó en cada fragmento apreciaciones propias que sus contemporáneos supusieron originales. Algunas de ellas, como el pasaje en el cual el autor del relato se convierte en delator de poetas, las hemos dejado porque consideramos que tienen cierto atractivo, y porque queremos más a las obras que a sus autores.
Hoy, mil años después de este malentendido, sus adiciones al texto son obvias. Y es por eso que la Historia del dromedario en el reloj de arena, que suele figurar como capítulo 4 y que demuestra tanto su imaginación como su ignorancia del valor último del texto que encontró, no figura en esta edición, (aunque sigue figurando persistentemente en las ediciones en lengua vernácula.)
Además, como es de rigor, abrimos el famoso cuento con la nota de Juan, que a pesar de todos sus defectos, se ha sabido ganar un lugar en la historia.
Todavía nos resulta difícil dilucidar si esas máquinas, verdaderos prodigios de la técnica, han existido o son solamente la fabulación del anónimo escritor. Aunque últimamente se han notado progresos de la invención humana, lejanos están aun los días en que podamos al menos soñar con esos prodigios.
Todavía nos resulta difícil dilucidar si esas máquinas, verdaderos prodigios de la técnica, han existido o son solamente la fabulación del anónimo escritor. Aunque últimamente se han notado progresos de la invención humana, lejanos están aun los días en que podamos al menos soñar con esos prodigios.
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