lunes, 8 de enero de 2018

Una treta para los campos de concentración en Estados Unidos

¨El proceso de reestructuración sera probablemente largo si no tenemos un evento catalizador como un nuevo Pearl Harbor¨
Informe  del Proyecto para el nuevo siglo americano. Reconstruir las defensas americanas. Año 2000.  (Rebuilding America´s defenses. Strategy, Forces, and Resourses for a New Century. 2000)
               
En las democracias plenas los gobiernos se ven empujados a manipular a la opinión pública para actuar según sus intereses.  En el caso de Estados Unidos los ejemplos abundan, aunque se comentan en voz baja: la explosión del Maine o el incidente del golfo de Tonkin son ejemplos. Tal vez el más transitado de los ejemplos sea el bombardeo de Pearl Harbor, que tiene una particularidad que hace pensar en las Torres gemelas: se sabía lo que estaba por hacer el enemigo y se dejó que hiciera para tener una buena excusa, para lograr silenciar las voces disconformes ante nuevas metas que se fijó el gobierno.
Pearl Harbor  lanzó a la potencia del norte en la segunda guerra. De un momento para el otro los japoneses pasaron a ser los archienemigos de los norteamericanos. Aunque la guerra primero se llevó (un tanto inexplicablemente) contra los alemanes e italianos, el cuco era el pueblo nipón.
Fue entonces cuando se pensó en llevar a los hijos del sol naciente a campos de concentración. El 19 de febrero de 1942 el presidente Franklin Roosevelt firmó la orden 9066 que habilitaba a internar a los japoneses étnicos, independientemente de que seas nietos de norteamericanos o sean recién bajados del barco. El tristemente famoso jefe de FBI, Edgar Hoover fue uno de los que se opuso. Sabía por sus infinitos contactos que no eran peligrosos esos nipones residentes en la costa oeste. La orden salió igual. A pesar de todo, la opinión pública no estaba convencida. Algo había que hacer.
Cuatro días después, el 23 de febrero, un submarino japonés, de nombre I-17, torpedeó las costas de Santa Bárbara, en el área de  Los Ángeles. No hubo víctimas y los daños fueron de poca estima, pero tuvo un efecto esperado: los residentes de la costa oeste empezaron a ver con buenos ojos redondos la internación de la populosa comunidad japonesa. Pero la noticia tampoco hizo el ruido necesario. La opinión pública no entró en histeria colectiva contra los orientales.
Un día después, concretamente el 24 de febrero, ocurrió un hecho que aún no se explica. Se lo conoce pomposamente como La batalla de Los Ángeles. Súbitamente las baterías antiaéreas entraron en acción. El cielo de la ciudad se llenó repentinamente de sonido furioso y ruido infernal. Se cortó la luz de toda el área metropolitana  por los ataques aéreos. ¡Pero no había ningún avión enemigo!, como hoy sabemos. Tampoco se sabe quién dio la orden ni por qué. Millones de personas en la gran ciudad escucharon las armas (propias)  y se metieron debajo de la mesa. Se arrojó la cifra de cinco muertos civiles, aunque nunca se dio nombres. Y ya nadie dudó, a los japoneses había que encerrarlos.
Ciento veinte mil (120.000) japoneses étnicos fueron guardados en una decena de campos de concentración, de los cuales el de Manzanar fue el más famoso. Entre dos y cuatro años estuvieron adentro. No eran campos de exterminio como los nazis. Tenían ciertas comodidades  y hasta visitas exóticas (algún que otro alemán e italiano fue a parar a estos campos). En lo económico, lo perdieron todo. Luego de la guerra tuvieron una indemnización de 20 mil dólares que no cubrieron las perdidas ni el daño moral y mucho menos el espiritual. Hoy hay japoneses en el ejército de los Estados Unidos.
La irónica Batalla de Los Ángeles pudo haber sido un error humano, una consecuencia de la histeria o la reacción de un gonca. Pero a mí me parece que fue una inteligente estrategia para cerrar bocas y orientar a la opinión pública. Una más.

FUENTES:
Informe  del Proyecto para el nuevo siglo americano, entero:
La Batalla de Los Ángeles:
Orden de Roosevelt:
Manzanar, hoy un parque memorial: