domingo, 30 de julio de 2017

Turismo urbano II: Palermo por cuatro

Eso: flexibilización al mango

La tarde nos reunió en Godoy Cruz 1686, Palermo. Saimon  había prometido una sorpresa. No fue claro;  sedujo con palabras como ¨innovación¨, ¨tecnología¨, ¨emprendimiento¨ y speeches del tipo ¨el mejor laburo del mundo¨, ¨lo que se viene¨, ¨tengo sed de más¨,  ¨el alcohol no flota¨, ¨se van a caer de culo¨. Pero ni en el más atrevido de nuestros pronósticos  hubiéramos imaginado…
            ¿Cómo explicarlo? Vos llegás a una de esas casas de Palermo Soho que perteneció a Aníbal, el personaje loser de Juan Carlos Calabró, pero que han reacondicionado como para un winner total. Abre la puerta una hermosa mujer y te recibe con un beso: ¨yo soy Greta¨. Otra hermosa mujer, casi tomándote de la mano, te dispara: ¨acompáñame¨  y a renglón seguido te deja en un pasillo oscuro  al pié de una escalera coronada por una puerta: ¿la oficina de Saimon? Los primeros que bajan son unos flacos sudados en exceso y con la corbata floja. Por lo que hablan entendés que han jugado al ping- pong. Se cruzan con Greta y uno la manosea;  son amigos. Luego la manosea el otro. Luego te invitan a que  la manosees. Por supuesto, no es en serio, son compañeros de trabajo y vos sos nadie, aunque ya te han incluido de algún modo: ellos son los winner y vos sos Aníbal.
Finalmente baja Saimon. Es mi amigo,  un pibe de barrio, sonrisa gardeliana-bergaraleumanniana, de absoluta confianza, intachable. Henry y yo lo seguimos. Cruzamos una habitación llena de gente que, se adivina, está super al pedo. (No recuerdo exactamente qué hacían, pero era como si estuviesen releyendo mensajes viejos en el celu.)  Luego entramos en una habitación con ventanas a la calle donde alguna vez seguramente durmió alguien, más tarde se improvisó un kiosquito y a la postre remataron los cambios con estas dos mesas de bar y esta barra con mucha onda que ahora veíamos. En las mesas había cuatro personas, dos de ellas eran bellezas junto a algo parecido a diminutos vasos verdes. Extrañamente, atrás de la barra no había botellas ni nada que se le parezca; había eso que ahora por contrato no puedo ventilar. En adelante lo llamaré Eso. Lo más que puedo hacer por usted, querido lector, es copiar lo que dice como promoción la página web:

¨Una propuesta de negocios, innovadora y revolucionaria. (Censurado) se propone como el nuevo sistema de bar para uso doméstico con propuestas divertidas para la preparación de infinitas variedades de (censurado) . Es un producto Argentino fabricado en el país y cuenta con solicitudes de patentes en los principales países del mundo […]
Estamos seleccionando empresarios visionarios para la apertura de nuevas Boutiques (Censurado)¨

            Delante de la barra está Cristian, simpático, sumamente informal, todo en él destila alcohol, calle, noche y… Eso. La escenografía es realmente impactante. Hay decenas de Esos tras la barra, elípticos, chiquitos, coloridos. Crístian le pregunta a Saimon si ya nos ha adelantado algo del proyecto, las oportunidades, los atajos… Saimon contesta vagamente, dejando todo en manos de Cristian, que comienza su amistoso discurso aclarando que Saimon no pudo haber contado más que generalidades porque ¨por contrato¨ no podía entrar en detalles. Realmente me sorprende comprobar que, en efecto, Saimon, gran amigo, me ocultara cosas. Una belleza corre tras la barra y recupera el celular que había dejado cargando. Henry anuncia que quiere ir al baño. La señorita lo acompaña. Cristian pregunta retóricamente si yo sabía que los negocios hoy se hacen de otra manera, que estamos entrando en un mundo nuevo, pero nuevo de verdad, con una logística diferente, donde la materia gris es el capital más importante. Sólo los elegidos interpretan esa metamorfosis, afirma; sólo ellos van a prosperar y los que se queden en el camino verán pasar el tren a mil por hora, agrega Saimon. Digo estar de acuerdo en  todo porque no quiero pasar por tonto, desagradecido o mal amigo. Tengo una visión, Gianni Lunadei y Federico Luppi  vuelven a hablar. Regresa Henry. Cristian me alienta a que yo le explique lo hablado. Tímidamente me rebelo: ¨vos me querés empezar a probar como vendedor¨. Se ofende: ¨acá no hay vendedores, somos simplemente un grupo de amigos¨. Me rebelo de nuevo: ¨ ¿Quién es el jefe?¨ Para mi sorpresa me contesta Saimon: ¨Acá no hay jefes, o mejor dicho; todos somos jefes¨ A lo cual redondea Cristian: ¨somos un equipo. El individuo aislado no es nada. La inteligencia colectiva es el mundo que se viene. O se trabaja en equipo o se muere¨. Y afloja con un chiste: ¨Lo único que hacemos individualmente es jugar al ping-pong, porque ya probamos por parejas y no funciona.¨ Saimon intenta cerrar: ¨Si, Jóse, yo vengo a trabajar contento¨ Lo cual es censurado por su colega: ¨No, Saimon, acá no trabajamos, nos divertimos¨ Ansioso, apuro: ¨ ¿Y nosotros dónde entramos?¨ Siniestramente, Cristian cruza una mirada cómplice, pero no con Saimon, sino con las bellezas  que están sentadas en una de las mesas. (En otras palabras, no solo no había jefes ni vendedores, tampoco había clientes.) Vienen con dos vasos verdes. Tomamos. ¨Parece café¨, dice Henry. ¨Es café¨, aclara Simón. Cristian remata poniendo unos papeles sobre la barra: son los contratos que debemos firmar para poder tener el privilegio de tomar Eso. La firma incluye un ¨abono de ingreso al club¨; un monto como para cargar la SUBE hasta fin de año. Pagamos.  Firmo y juro por mi madre mantener el secreto. Otro tanto hace Henry. Para sellar el pacto nos sirven Eso. Fue un brindis. Todo legal.
            Smartdrink es un ejemplo elocuente de la flexibilización laboral. Es como una puesta en escena donde los actores cumplen un rol, pero mañana pueden cumplir otro. El lugar no es un bar, ni una discoteca, ni un café literario, ni una oficina, ni un cabaret, ni un club, pero parece todas esas cosas juntas. (La gente siempre ve lo que quiere ver). Nadie manda; alguien lidera. No hay horarios: se trabaja siempre que puedas, dentro de las 24 horas, y te pagan siempre  que puedan y siempre que consigas amigos. Nadie te suspende, simplemente ¨te dan franco¨. Si querés volver tenés las puertas abiertas, pero como en el mundo del revés: vas a tener que pagarles el café y la mesa de ping-pong a tus amigos, que van todos los días a jugar. Lo bueno del juego es que siempre conocés gente nueva, porque los amigos del club rotan: así como algunos deciden no volver por tiempo indefinido otros ocupan ese lugar, de onda. No vi gente mayor, no tienen futuro. El producto no se puede usar más de una vez para su uso principal, pero puede terminar como maseta o como un juguete para tu pibe. No se bebe ni se toma: ¨se gestiona¨. Y si no te gusta no se devuelve; ¨se vuelve a compartir¨.            
                  Debo decir que me pareció una idea genial. Hablo en serio. El producto es todo lo rico que te podés imaginar y tiene los efectos del Soma de Huxley o del Garombol. Pero en el mismo producto está la flexibilización: cada persona debe, con un poco de pericia, aprender a preparar Eso. Es como si uno fuera su propio barman. Los amigos son racionales y sabrán gestionar. Para ser ducho en el tema uno debe probar varias veces, comprar hasta aprender, comparar los resultados, cambiar de táctica. Y cuando uno aprende, no puede parar, porque es como una batería interminable de sabores y una fábrica de paraísos artificiales.
Es todo lo que tengo permitido decirles. Para más información diríjanse al local. Sé que al lector le quedará la duda: ¿Soy sincero o simplemente te estoy vendiendo algo? Repito: no hay vendedores, yo soy tu amigo.
                                                     
El balcón del Che

El Che era miembro de una familia de clase media-alta, como casi todos los revolucionarios, y en otro lugar ya he hablado de su ilustrísimo linaje. Gracias a la plata de papá poseemos gran cantidad de fotos del Che en su juventud, anteriores a su fama, a sus ataques de masoquismo y  a su martirio buscado. En una de ellas—que a mí me encanta—lo vemos tendido en un balcón de la calle Aráoz 2180, como soñando. Sabido es que, además de Che, su apodo era El Quijote. Según el biógrafo Pierre Kalfon, Guevara amaba al personaje de Cervantes, y está visto que el sobrenombre era acertado desde el momento en que ambos estaban locos y eran idealistas; ni más ni menos que yo mismo cuando en mi primera juventud quería salir a cambiar el mundo. Afortunadamente—para el mundo—no tenía ni un centavo.
Con nostalgia nos dirigimos con Henry— y con Eso en las venas— a la casa del Che, donde por cuatro años se la pasó leyendo hasta que se le secó el cerebro. Por extraño que parezca, cuando el Che era joven su casa se encontraba en un barrio mejor que el actual, porque esa  zona de Palermo hoy está ocupada por sectores medios y no medios-altos. Eso sí, el lugar era el mismo que en los noventa habíamos conocido: un edificio de apartamentos lleno de balcones  inocuos emplazado en el mismo lugar donde alguna vez estuvo el del revolucionario. Por suerte dos de las ochavas de Aráoz y Paraguay son edificaciones antiguas que seguramente el Che hoy mismo podría reconocer, esas ochavas que daba vuelta regularmente para ir caminando por Paraguay hasta la facu de Medicina, donde estudiaba. 
         Pero algo había cambiado desde nuestra última visita. Sobre las persianas de los negocios del zócalo hay cuidados dibujos que lo recuerdan. En la esquina hay una placa en la vereda que anuncia al famoso vecino de otros años. Ya no es como en la época de Menem, los vecinos ahora saben quién vivió allí. Tal vez no sepan mucho: una vecina afirmó ante nuestra pregunta: ¨en esa esquina mataron a un subversivo¨. Al igual que otras veces tocamos el Primero A para saber si quien allí vive sabe que está todos los días ocupando el sagrado espacio que alguna vez… Una mujer contestó  haciéndose soberanamente la boluda, pero se notaba que sabía. No obstante lo cual, su curiosidad la empujó hacia el balcón. Cuando miramos para arriba nos encontramos con una cara asustada, horrorizada: la pobre doña veía a dos con anteojos, yo con barba, mirando hacia el balcón, su balcón, el balcón del Che, con la cámara en la mano. No llegó a decir nada. Corrió hacia el interior. Y, ante la duda, nosotros también nos fuimos, corriendo, como dos adolescentes en los noventa.
                                              
La muerte de Prats

Corrimos hacia otro sector de Palermo, más caro, mucho más caro. Puntualmente a República Árabe Siria 3351, que en los años setenta aun se llamaba Malabia y hoy es su continuación. El general Prats y su esposa vivieron allí. El general, como se sabe, había sido el jefe del ejército chileno y fue desplazado por Pinochet. Legalista de pura cepa, pensó que en la Argentina de Isabel—en principio una democracia—se iba a sentir seguro. Bueno… el 30 de septiembre de 1974 pusieron una bomba en su auto. Logró arrancar, salió del garaje y él y su mujer volaron por los aires justo cuando el auto se encontraba sobre la vereda que ahora tiene una placa que conmemora el hecho. Pero he aquí un dato curioso. La placa es de diseño muy similar a la otra, la del Che. En esta se lee la fecha en que fue puesta: 2008. Gracias a ello, podemos conjeturar que la placa de Guevara fue puesta también por el Kirchnerismo. Esto no sería nada si no fuera porque fue en ese tiempo en que se avanzó judicialmente con la investigación y, lo más importante, fue en ese momento en que se persiguió a Isabel para, según mi análisis (ver  aquí ) limpiar el camino presidencial de Cristina, dado que en la memoria colectiva la presidenta mujer de… aun era sinónimo de la mujer de Perón para mucha gente.

Los platos de Isabel

 Por lo tanto nos dirigimos a la casa de Isabel, en Migueletes 789. Al igual que la de Guevara, hoy se ha convertido en un edificio de unos nueve pisos. El portero se llama Luis, y es un tipo de lo más simpático. Cuenta que en el barrio no muchos saben quién habitó ese lugar. Él lo sabe porque lleva dos décadas como portero y no somos los primeros que venimos, aunque la señora nunca volvió. Como zócalo comercial hoy hay un negocio que vende vajillas, casi una ironía ver tantos platos vacios  justo donde ha pasado esa inútil copera. Según la biografía de Sáenz Quezada, la familia de Isabel habitó la casa hasta el final, pero ella tenía un motivo para no regresar: odiaba a su familia. Por supuesto, ninguna placa la conmemora. El portero atribuye la omisión al hecho cierto de que aún vive. Y puede ser así.

Tour anterior: Turismo Urbano 1: Nazis