lunes, 31 de diciembre de 2012

La ciudad más austral del mundo

La ciudad más austral del mundo
Determinar cuál es la ciudad más austral del mundo no es una tarea tan fácil—ni tan al pedo— como parece. A los argentinos nos han enseñado que esa ciudad, que tiene el discutible honor de ser la más cercana al polo sur, es Ushuaia. Como casi todo en esta vida, eso es relativo.
Casi sobre el mismísimo polo sur (89°59’ S) se encuentra la base norteamericana  Amundsen-Scott, a más de 2800 metros de altura sobre el nivel de mar (o sobre 2800 metros de hielo, que es lo mismo.) Lo curioso de esta base es que hace casi medio siglo viene siendo habitada de forma permanente. Si consideramos que una ciudad es, de hecho, algo donde permanentemente reside gente, esta, sin dudas, es la ciudad más austral del mundo. El problema con la base Amundsen es su número de habitantes. Toda ciudad que se precie tiene que tener algo más de 20 habitantes, que es el mínimo anual que sostiene la base en pleno invierno, no aumentando de 150 en pleno verano.[1]
Pero una verdadera ciudad tiene que tener residentes que la habiten de manera más o menos espontánea. Algunos chilenos consideran a Puerto Toro (55°5’ S), en la isla Navarino, como la más austral. Pero resulta que toda su población entra en una lancha (36 habitantes, si no se murió alguno) Se parece más a una base de la Antártida que a una ciudad (y la base Amundsen suele tener más gente.)
Los pocos chilenos que consideran a Puerto Toro la ciudad más austral son, seguro, 36 personas. Puerto Williams (54°56’ S), en la misma isla Navarino, cuenta con poco más de dos mil habitantes. No es una ciudad turística, aunque sí muy linda, y está habitada mayormente por descendientes de los primeros colonizadores del lugar, hace más de cien años. Por lo tanto, en Williams la endogamia parece ser la regla. Y cuando uno tiene muchos familiares poco le importa dirimir cuestión tan ociosa como la que tratamos aquí. Sin embargo, este puerto tiene la misma población que Puerto Argentino, en las islas Malvinas, con lo cual quiero indicar que este caserío bien podría ser de mayor consideración (o que Puerto Argentino es en realidad un chozerío.)
No obstante lo cual, Puerto Williams no es más que un pueblo. La primera y verdadera ciudad más austral es Ushuaia (54°49’ S) con más de 50.000 habitantes.  Ushuaia ha ganado la fama mundial de ser la más sureña, pero veremos que esto puede ponerse en duda. Poco más al norte hay una ciudad con más de 60.000, Rio grande (53°47’ S), que alardea de ser industrial—la ciudad industrial más austral del mundo—. Bueh… si lo dicen ellos…
Con más de 110.000, la ciudad de Punta Arenas (53°10’ S), en chile, duplica la población de Ushuaia. Pero no se encuentra en una isla, como las dos anteriores, sino dentro de la masa continental de América. Con bastante razón, los trasandinos la consideran la auténtica metrópolis sureña. 
Sigue Comodoro Rivadavia, como la ciudad con más de 150.000 habitantes más austral (45°51’ S)
Pero para nosotros, habitantes de Buenos Aires, todas las ciudades citadas no dejan de ser una heladería con buena clientela. Para nuestro porteño criterio una verdadera ciudad debería tener al menos un millón de residentes. El área metropolitana de Concepción (el Gran Concepción), Chile (36°46’ S), araña esa cifra.
Nuestro querida Buenos Aires (34°36’ S) es la ciudad más al sur con más de 10 millones. Pero ahí no termina la cosa. San Pablo, Brasil (23°33’ S) es la mayor de 20 millones en esa condición.
 Y eso no es nada: Tokio, Japón (sino dónde), es la más sureña con más de 30 millones. Que Tokio se encuentre a 35° de latitud norte nada impide que sea la ciudad más austral del mundo. Por supuesto que esto es así siempre que hagamos algo de trampa. Pero dónde no la hay.
Diciembre de 2012





[1] Si convenimos en que en el espacio no hay arriba ni abajo y que el sur por lo tanto, se puede ubicar “arriba”, podemos asegurar que los yanquis no solo clavaron la bandera en la Luna, sino también en la cúspide de nuestro propio planeta. Por otra parte, como dato curioso, la base tiene una dirección en longitud (139°16’), lo cual suena como una joda grande como una ciudad, porque, por ejemplo, el paralelo de 180° que marca el cambio de fecha se encuentra a escasos 20 metros y el de Greenwich a poco más de 100.

domingo, 30 de diciembre de 2012

Amor por los animales

                                 Amor por los animales
A Ramón le hubiera gustado llevar a su hijo al zoológico, pero tuvo que ir al cementerio de animales. Sobre las lápidas la gente, en silencio,  lloraba o marchitaba el rostro. Algunos miraban al cielo buscando una explicación, una respuesta. A Ramón  le resultó desagradable comprobar que había más personas de las que esperaba encontrar. No solamente eso, las personas suelen llevar a sus mascotas al cementerio, que ladran, maúllan y mean sobre las tumbas. Una señora bonita hincó sus rodillas sobre el barro y puso el enorme busto sobre una lápida meada, sólo para llorar con mayor comodidad a su difunto perro. Ramón rompió a llorar casi por contagio. Porque a Ramón le hubiera gustado llevar a su hijo al zoológico, pero su hijo estaba enterrado en el cementerio de animales.
                                                                              Diciembre de 2012

Para otro cuento con características similares, aunque superior:

viernes, 30 de noviembre de 2012

Cómo viajar al futuro leyendo los diarios viejos

Cómo viajar al futuro leyendo los diarios viejos
Viajar al futuro es una tarea difícil, pero no imposible. Einstein y sus epígonos llegaron a razonar que  viajando a velocidades cercanas a la de la luz el tiempo se contrae y eso permite un salto en el tiempo hacia adelante. Otros colegas de Einstein sospecharon que cayendo en una singularidad astronómica llamada “agujero negro” podíamos experimentar resultados parecidos, y varios escritores de ciencia ficción aprovecharon esa sospecha para consagrar novelas, la más famosa de las cuales quizás sea El planeta de los simios, de Pierre Boulle. También el estado vegetativo de ciertos pacientes, que despiertan después de un largo y añoso sueño puede entenderse como una forma de viaje en el tiempo, aunque no como una forma deseable de realizarlo. Finalmente, con un poco de imaginación, aislarnos de las noticias por un tiempo prolongado nos puede convertir en los dueños del reloj.
                Pero hay una forma de viajar en el tiempo que es más sencilla, aunque inaccesible a la mayoría de las personas: develar por el mero análisis cuál es la agenda periodística que está siguiendo un diario. En otras palabras: si razonamos lo que dicen en las últimas semanas, podremos conjeturar lo que dirán mañana. Para viajar al futuro hay que volver al pasado.
 Mucha gente cree que la agenda periodística es sencilla y lineal, sin complicaciones. Por dar un ejemplo: la agenda de este mes se centra en la inseguridad. Entonces durante todo el mes tendremos noticias de este tipo. Sin dejar de ser esto cierto, no deja de ser un caso bastante torpe y de poco vuelo. La mayoría de las veces no es así. Estas agendas se han venido complejizando en los últimos tiempos hasta niveles muy sutiles. Se ha tornado una secuencia que se parece a capítulos de una novela. Por eso mismo, es muy importante releer los diarios de una o dos semanas de antigüedad para conocer hacia dónde están fabricando la agenda, para saber cómo puede terminar la novela.
No encuentro mejor manera de explicarme que refiriéndome a mi propia experiencia, a la forma en que yo aprendí a viajar en el tiempo.
En 2007 me encontré, por varios días, con una noticia persistente, (con una agenda). El gobierno de Néstor Kirchner quería traer al país a la ex presidenta Estela Martínez de Perón, para someterla a juicio. La noticia había sido lanzada desde el diario oficialista Página 12 como un pedido de la justicia Argentina. Los diarios de la oposición se hicieron eco de lo que muchos— en especial la derecha peronista— consideraban una persecución política.
Con los días llegué a la conclusión de que el tema no tenía que ver necesariamente con una cosa ni con la otra. El caroso del tema era algo más sutil. Por aquellos días se hablaba de si el candidato del oficialismo iba a ser pingüino o pingüina. Tuve una revelación: iba a ser ella, iba a ser pingüina. Con la persecución a la oligofrénica—y por lo tanto inimputable—  Isabelita, se estaba tratando de limpiar la imagen  pública de una mujer presidente.   En efecto, gran parte de la ciudadanía podía percibir más las semejanzas entre ambas que las diferencias. Ambas eran mujeres peronistas. Ambas eran esposas de un presidente carismático que las precedía y que las promovía en el cargo. Entonces, era necesario atacar a Isabel para defender a Cristina.
Con el tiempo noté que estas estrategias, consistentes en hablar de un tema para predisponer u orientar a la opinión pública en otro tema, son prácticas muy comunes en nuestros días. No se habla del tema más importante, del tema de fondo, sino de algo relacionado tangencialmente, que lo toca indirectamente.
Me gustaría graficarlo con dos agendas paralelas recientes, una del oficialismo y otra de la oposición. Ambas escondían el mismo tema de fondo, pero hablaban aparentemente de cosas diferentes.
La oposición—léase Clarín— publicaba semana tras semana el hallazgo de un bebé recién nacido abandonado en la puerta de un hospital. Ese bebé era salvado por el amor de los médicos y por el amor de los vecinos. El tema de fondo, lo no dicho, era el tema del aborto, como se deduce de  pensarlo un poco. Si la madre no quiere a su hijo, este hijo puede vivir igual.  El oficialismo – léase Página 12—respondía todas las semanas con una mujer quemada por su marido. ¿Qué mensaje hay detrás de esto? Por supuesto: el derecho de la mujer sobre su cuerpo. En este caso tampoco se mencionaba el tema de fondo, que era ni más ni menos que el aborto, que finalmente sí llegó a la tapa de los diarios. Pero para el lector atento esto ya era tapa muchos meses antes, como si estuviera leyendo el futuro.
Clarín buscaba orientar las mentalidades en un rotundo no al aborto, y  Página 12 buscaba lo contrario. Lo que se busca es sensibilizar a la opinión pública en uno o en otro sentido, tratando de que esta misma opinión pública no se aperciba de ello, que no se dé cuenta que la están manipulando. Yo me tuve que dar cuenta por mis propios medios, y les aseguro que no hay otra forma, no hay ningún medio editorial  que esté interesado en publicar estas estrategias por obvias razones. Póngase la mano en el corazón: ¿Cuándo lee un diario se da cuenta de lo que le están haciendo? ¿O va tranquilamente a la verdulería a conversar con el vecino sobre ese pobre bebé que fue abandonado por su mami? Trate de pensar por usted mismo. Nadie lo va a ayudar.
Entonces, leyendo los diarios de los últimos días, podemos llegar a la conclusión de lo que nos depara el futuro.
Pero hay otras estrategias que nos pueden acercar al futuro. A continuación les voy a pronosticar lo que va a pasar en los días previos a las elecciones legislativas de 2013.
Para saber de lo que se va a hablar en los medios en los meses previos a esa votación es necesario ir al pasado. Más concretamente al 28 de octubre de 2010. Ese día moría Néstor Kirchner. Pero ese día también se realizaba el último censo en nuestro país. Ese censo—como todos los censos— le dio una herramienta fundamental al periodismo: la posibilidad de saber cómo está compuesta la población Argentina según edades, sexo, etnia, calidad de vida, vivienda, número de hijos, cambio de residencia, lugar de origen, y muchos etcéteras. Solamente me voy a referir a una de las variable para dar un ejemplo; la de los ancianos.
Según el censo 2010 la ciudad con mayor cantidad de ancianos es Buenos Aires. La mayoría de los ancianos son ancianas, por un amplio margen. Más de la mitad vive solos. La gran mayoría son propietarios. Estos ancianos no tuvieron más de dos hijos. Casi todos son argentinos, y los que son extranjeros no provienen de países limítrofes. Y las tres cosas más importantes: casi todos votan. Casi todos se informan por la televisión. Casi todos pasan la mayoría del tiempo en sus casas.
La consecuencia lógica de todo esto es que mientras la población activa se informa por otros medios y está ausente de las casas al mediodía, este importante nicho de votantes está esperando la noticia. Esa franja etaria comparte ese horario con las amas de casa, y hay que recordar que la mayoría de los ancianos son ancianas. Por lo tanto, acá tenemos un primer acercamiento  de hacia dónde tenemos que apuntar cuando pensamos una noticia por la tele a las 12 del mediodía.
Pero hay más. Si usted fuera oposición en la ciudad de Buenos Aires y tuviera que pensar una estrategia de seducción para cosechar el voto anciano, ¿qué haría? Piense con maldad, como piensan ellos, no con la bondad con la que va a la verdulería. Yo daría a publicidad ancianos golpeados, que viven solos, que son abandonados. Pensaría en meterles miedo a esas ancianas para que teman a los peruanos que roban. Hablaría de un tiempo pasado que siempre fue mejor. Reivindicaría el tranvía. Condenaría la destrucción del mobiliario público. Presentaría a los adolescentes como gente peligrosa. Procuraría que piensen que Internet es un vicio adolescente con cosas como “¿Usted sabe lo que hace su nieto cuando navega?” y una semana después comentaría el caso de una niña seducida por una red social y luego abusada.[1]
Todo vale para meter miedo y para que terminen votando lo que yo quiero. No es algo propio de la derecha o de la izquierda, sino del periodismo, que siempre milita para algún lado. Este es un buen ejemplo de cómo funcionan los medios. Acuérdese: para mediados del año que viene el maltrato a los ancianos será tema de la agenda. Se lo aseguro. [2]
Y antes de cerrar me gustaría aclarar algo. Todos los días hay un anciano golpeado o una mujer quemada. Un periodista, paradito en la puerta del Instituto del Quemado, puede ver pasar en unas horas varios casos. (Incluso el muy oportuno caso de una anciana quemada por su nieto.) Pero muy pocas veces estos temas llegan a la pantalla o al diario. Solamente lo hacen cuando la agenda lo habilita. Entonces, como se ve, muchas veces la noticia no es lo que pasa, sino lo que se elige. De esta manera, la realidad se construye. Y si se construye, es porque hay algunos pocos que saben lo que están construyendo. Son los arquitectos que diseñan el futuro. Son los que saben lo que vos vas a pensar el día de mañana. [3]
                                                                                               Noviembre 2012


[1] Como los adolescente también podrán votar en estas elecciones 2013, a ellos les bajaría un mensaje diametralmente opuesto, por canales diferentes, como Internet o ciertos programas de TV que no son abiertamente políticos.
[2] Sospecho que el agente que va a propagar estas noticias no va a ser Canal 7, sino Canal 9.
[3] El kirchnerismo ha hecho mucho en denunciar ciertas prácticas del periodismo (y para usarlas, por supuesto) y solamente por eso les voy a estar eternamente agradecidos. Pero tienen un límite en sus denuncias. Ese límite es el que intento pasar en este artículo.

La única verdad en 300 páginas

 La única verdad en 300 páginas
Hay quienes han rotulado a la metafísica como una rama de la literatura. Son pocos. Somos pocos. En general el filósofo se empeña en defender su filosofía—y la de los otros—como si de cosas muy serias se tratase.
Es una bobada. Vos podés creer que Hegel creía en su metafísica, pero un hombre grande, mayor de edad, en pleno siglo XX,  no puede ser tan pavote. 
Entre los filósofos pavotes está Conrado Eggers Lan (+1996), muy seriecito, muy erudito, muy defensor de la filosofía especulativa.
De él estuve leyendo las 300 páginas del libro que le dedicó a los presocráticos[1], a quienes considero los tipos más divertidos que han pisado este planeta.
Para empezar, Conrado se enoja con W. Jones, un filósofo divertido que dice más o menos esto, si la memoria no me falla: los médicos juegan al fútbol, no a la medicina; los ingenieros juegan al tenis, no a la ingeniería. Pero los filósofos resulta que juegan a la filosofía. En Grecia, mediante este juego, habrían surgido los primeros filósofos, que jugaban a especular cosas descabelladas, justificándolas para mayor diversión. Concluye Jones afirmando que mientras a un médico se le puede morir el enfermo y a un ingeniero se le puede caer un puente, esto no pasa con las especulaciones. Es más, entre los griegos jugaban a la refutación, o sea, a destruir los argumentos especulativos del prójimo.
Todo esto lo dice Jones con un marcado acento aprobatorio, casi como que se pone a aplaudir. Pero para Conrado la filosofía no puede perder seriedad, y se enoja, se encula.
Después nuestro filósofo—lo digo porque era argentino—se ensaña con las críticas que le llegan a la filosofía desde las ciencias. Uno adivina en ese enojo de Conrado que su norte está en reivindicar a la filosofía como una rama científica. Para justificarse termina diciendo que todos los presocráticos  hicieron un aporte a la ciencia.
Luego Eggers Lan nos da un cursillo de filología. No nos han llegado las obras de los presocráticos. Algunas deben haber sido quemadas muy tempranamente. Algunos de estos filósofos tal vez jamás hayan escrito algo. Algunos jamás hayan existido. Los fragmentos que conservamos de ellos son de tercera mano, en el mejor de los casos, y en casi ningún caso se trata de una cita literal, porque a ningún escritor antiguo se le hubiera ocurrido ser tan preciso y porque en el griego antiguo no existen las comillas. También está el problema de las atribuciones. Casi cualquier cosa que suena a sabiduría era atribuida a algún viejo filósofo muerto. De esta manera, por ejemplo Tales de Mileto, habrá dicho menos de la mitad de las cosas que se le atribuyen. Otro problema es el de la distorsión. Dos ejemplos clásicos son los de Platón y Aristóteles. El primero, en sus diálogos, por ejemplo en el Parménides, pone a Parménides a dialogar con Sócrates, en un deliberado anacronismo. El segundo intenta enderezar lo que dijeron los presocráticos para justificar su propio sistema. Además, todos los griegos citaban de memoria, y la memoria siempre falla. A esto sumémosle que la principal fuente creible de estos filósofos es Teofrasto, que es un discípulo de Aristóteles. Pero no conocemos ninguna obra de Teofrasto, ya que se han perdido. A Teofrasto lo conocemos por los buchones que vinieron después.  Y a todo esto hay que agregarle la consabida falibilidad de los copistas, en especial de los medievales, que modificaban un renglón para que no se enoje Dios.
Si esto es así, si la fantasía está presente siempre que hablamos de los presocráticos, ¿cuál es el problema de Conrado? ¿Por qué no puede aceptar que la filosofía es literatura fantástica, un  juego apasionante? Nada más y nada menos.
A Fedro, Sócrates le criticó que le importara quién dijo qué cosa y en qué lugar, en vez de interesarse por el valor de verdad de los argumentos. Egger Lan termina diciendo:
“Tal vez los investigadores modernos pequemos, al estudiar la filosofía griega, de lo que se le imputa a Fedro.”
Debe ser la única verdad que dice Conrado en todo el libro. El resto es puro juego, aunque Eggers no lo confesara.
                                                                                                 Noviembre 2012




[1] Eggers Lan, C; Los filósofos presocráticos, Barcelona, Planeta Dagostini, 1998.

lunes, 8 de octubre de 2012

Los elefantes a las trompadas

Los elefantes a las trompadas

El Rey Juan Carlos y otro Hijo de Puta
Un pensamiento te lleva a otro. Por eso no es casual que ayer, mientras se votaba en Venezuela, me viniera un recuerdo a la cabeza, y que ese recuerdo me llevara a otro.
¿Quién no recuerda el “porqué no te callas” del Rey de España al presidente Chávez? Se dijeron muchas cosas, pero lo más acertado fue criticarlo por el mal uso de su investidura. Que un rey de España se despache como si Venezuela continuara siendo una colonia no gustó a muchos en la patria grande latinoamericana.
En nuestro país el incidente pasó un tanto inadvertido, y no es casual, porque los ibéricos no hicieron un baño de sangre de nuestros indígenas y porque no hay tantos indígenas entre nosotros. Pero en ese momento empecé a sospechar lo peor…
En abril de este año al Rey de España lo escracharon por practicar la caza mayor con elefantes. Fue un escándalo en su país y en el mundo. Pero casi todas las críticas eran del tipo, “qué cruel el señor monarca” o “pobres paquidermos.”
Pero lo que más me hincha las bolas es el verdadero motivo: la histórica propensión a la caza mayor de las casas reales europeas, cosa que fue oportunamente olvidada por todos los medios. El Palacio Real de Madrid se encuentra junto al río Manzanares. Del otro lado del río hay un enorme parque público que se llama Casa de Campo. Este parque era el antiguo coto de caza de la familia real española. Es una constante que se verifica en el resto de Europa (por ejemplo en el parque de Versalles.) Afortunadamente hoy Casa de Campo es fuente de diversiones para  todos los madrileños, contando entre otras atracciones, con un hermoso… zoológico.
Todo esto nos da una idea de la mentalidad de su Majestad, un tipo que cree que los tiempos no han cambiado y que tiene todo el derecho por su investidura de seguir haciendo lo mismo que sus ancestros.
Dicen que los elefantes tienen memoria de elefante. Si el enunciado es correcto, podemos suponer lo que los elefantes de Botswana piensan al ver a Carlos: “Ahí viene otra vez ese sorete hijo de mil putas, de la misma manera que venían tirando cohetes sus padres y sus abuelos, siempre con los fierros en las manos, sin el menor aguante, con la misma mentalidad de sus ancestros, con la misma mentalidad del siglo XVII.” Y, ya que son elefantes, uno desearía que lo caguen a trompadas.
                                                                                                              Octubre de 2012

domingo, 7 de octubre de 2012

El acuario musical

                                                                 El acuario musical
Hace más de veinte años, Giovanni Sartori escribió un libro llamado Homo Videns (Hombre que ve.) En él se dice que la humanidad (el homo sapiens u hombre pensante) está en crisis por la propagación de los elementos audiovisuales que lo rodean. Según este autor, el espíritu crítico de nuestra especie estaría obnubilándose por  la propagación de televisores, que nos estarían invitando a aceptar lo que se nos ofrece sin razonarlo mucho.
Sartori, como se ve (cuac), puede ser tildado como apocalíptico, según la afortunada dicotomía de Umberto Eco. Para Giovanni, toda esta invasión audiovisual traería consecuencias desastrosas.
Sin embargo, ya pasaron 20 años, apareció Internet, se han multiplicado los televisores, y no obstante lo cual, nada de lo pronosticado por el tano Sartori pudo confirmarse.
No se puede idiotizar el pensamiento de un grande como Giovanni porque el pobre tuvo miedo en algún momento. Yo también tengo esos miedos.
A mí me preocupa particularmente el acuario musical en el que vivimos cotidianamente. El despertador te tira una música; el colectivero la escucha; los autos dan la nota; entrás a una verdulería y ahí está la música; los celulares la ejecutan y la gente parece que tiene música en el cuerpo. No nos liberamos de ella en ningún momento.  Puse un programa de televisión y me puse a contar la cantidad de fragmentos musicales que se reprodujeron en una hora, incluidas las publicidades. ¡Nada menos que 135! No hay respiro. Fugazmente desfilan ante nuestros oídos Jazz, Rock, Clásica, Bossa nova, Heavy, Punk, Reggae, Blues, himnos nacionales, jingles varios, cortinas exóticas, buena y mala música.   El tema es que toda esta catarata obnubila el sentido crítico y de atención mínima que se merece la música. Hace días que trato de prestar atención a todo lo musical que emana desde la pantalla. Y he llagado a cuatro conclusiones:
1)      Nadie escucha la música que sale de la pantalla. Solo se la oye.
2)      Homo auditorem. Nos estamos convirtiendo en eso, hombres que oyen. Yo no soy un apocalíptico, no creo que dejemos de ser racionales por eso, ni tampoco que la música se deje de gozar.
3)      Lo que estamos dejando de gozar es el placer del silencio. La música es una combinación de sonidos que se construye sobre el silencio.
4)      Lo único que pasa por la tele sin música incidental por un prolongado período de tiempo son los eventos deportivos. Con el fútbol tenemos al menos 45 minutos de relativo silencio musical asegurado. Gloria al fútbol (televisado.)(cuac.)[1]
                                                                                                         Octubre de 2012





[1] Cuac: onomatopeya del granznido del pato que se emplea como remate de un chiste bobo o una situación ridícula.

Más allá de nuestra vida

                                     Más allá de nuestra vida
Quizás sea normal pensar que uno se encuentra en el ombligo del mundo. Vemos las cosas desde nosotros mismos y la mejor manera de no desorientarnos es tener a nuestros cuerpos y a nuestro entorno  como referencia para no perdernos.
Entonces no es de extrañar que las civilizaciones antiguas confeccionaran los mapas con su propia civilización en el centro. Tampoco es de extrañar que el geocentrismo—la afirmación de que nuestro planeta se encontraba en el centro del universo— haya reinado por tanto tiempo como paradigma científico.
El primer sacudón a este paradigma lo dio Copérnico, quien sugirió que La Tierra daba vueltas alrededor del Sol.  A este polaco no le gustaba comer vidrio, de modo que calmó las intolerantes mentes de su época diciendo que en realidad su teoría era un modelo matemático, pero que en la realidad La Tierra continuaba en el centro del universo. No obstante lo cual, su pensamiento pudo burlar la censura y difundir que era La tierra la que giraba alrededor del Sol.
Entre los que confirmaron esta teoría hay dos insignes personas. Uno es Galileo Galilei, que vio por el telescopio lo que postulaba Copérnico. A Galileo lo amenazaron con torturarlo si no se desdecía de sus teorías copernicanas. Galileo hizo lo que se le pedía y salió ileso. El otro es Giordano Bruno, quien reflexionó que si cada estrella era un sol debía de haber infinidad de sistemas solares e infinidad de planetas, muchos de ellos habitados por seres inteligentes. A Giordano Bruno lo prendieron fuego en el año 1600. Su teoría era demasiada irreverente porque suponía la inutilidad de un dios. Los mismos científicos de su época lo creyeron un loco y atizaron el fuego.
En 1781 se le dio el segundo sacudón a este paradigma. William Herschel  descubre Urano, el primer planeta no visible a simple vista, a casi al doble de distancia del Sol que Saturno, el más lejano hasta ese momento. Durante años los científicos, incluido Herschel, pensaron que se trataba de un cometa o algo así.  Al final tuvieron que rendirse ante la evidencia: era un nuevo planeta que nunca sospecharon los astrólogos y que no contaba entre los dioses romanos. Era como un dios oculto.
Claro, Urano estaba muy lejos y muy frío como para preocuparse por la existencia de vida. Cien años después, un rana bárbaro de nombre Percival Lowell, afirmó que los canales de Marte eran grandes canales de agua construidos por seres inteligentes. Como la vida y el agua están íntimamente asociados su teoría tomó fuerza. Como los marcianos no habían llegado a la Tierra y no parecían dar muchas señales de vida que digamos se llegó a la conclusión de que ya no había nadie en el rojo planeta, y por ende, a la tranquilizadora—o angustiante—idea de que éramos los únicos seres pensantes del universo.
Pero los paradigmas de la ciencia cambian. Cuando era pequeño me enseñaron que el sol estaba en el centro y que La Tierra giraba en torno a él junto a otros planetas. Se agregaba que el Sol era una estrella, y una estrella muy particular porque tenía planetas. Como la existencia de un planeta es algo indispensable para la existencia de vida, se llegaba a la conclusión de que nuestro sistema solar, nuestro planeta y nuestra vida eran cosas excepcionales en el universo. Estos profesores se sentían muy piolas refutando a los medievales y  al geocentrismo, pero estaban propagando una doctrina bastante semejante: la excepcionalidad de la vida inteligente en nuestro planeta. Decir que estamos en el centro del universo o decir que somos únicos es casi lo mismo.
                A fines de XIX y comienzos del XX hubo teorías que le dieron  un golpe casi mortal a nuestro egocentrismo humano. Dos fueron las más importantes: Darwin demostró que somos producto de una evolución y que descendemos de animales—e implícitamente demostró que no solo no somos la cima evolutiva sino un simple eslabón que muy probablemente en el futuro no evolucione conjuntamente—.[1] La otra cachetada al ombligo humano fue dada por Freud, que demostró que no somos tan racionales como creíamos y se atrevió a analizar los sueños como lo hacen los brujos de las tribus más atrasadas.
Como si esto fuera poco, otras teorías, luego confirmadas, pusieron al ego humano al borde de la pena de muerte.  Alfred Wegener  postuló la deriva de los continentes. Nada es seguro. El suelo bajo nuestros pies se mueve. Einstein dedujo que el tiempo es elástico y que lo que experimentamos como “espacio” no es más que una ilusión del tiempo en el que nos movemos. Y más recientemente se llegó a la conclusión de que Dios tenía razón: el mundo tiene un fin, al igual que en la biblia.
Pero el descubrimiento científico más espectacular pasa desapercibido para el gran público.
En 1992 se confirmó la existencia de planetas extrasolares, de un sistema planetario ajeno al nuestro y muy lejano. Se los venía observando desde tiempo atrás, pero antes que confirmar que se trataba de planetas se les atribuyó otras posibilidades más “creíbles”. Desde esa fecha la cantidad de planetas extrasolares se han multiplicado astronómicamente a cifras siderales. 3 se descubrieron ese 1992; 19 en el 2000; 188 el año pasado; 42 ya van en este 2012.  En total se sabe de 770 planetas extrasolares. Hoy parece que la posibilidad de vida inteligente fuera de nuestra Tierra es estadísticamente mucho más esperable que la asombrosa posibilidad de que no la haya.
Una certeza más: esto implica que hay gente inteligente en otros lugares. Nosotros ya no podemos suponernos en la cima de la evolución, no al menos a nivel cósmico. No somos el techo de la inteligencia del universo. Sería otra casualidad enorme que justo en nuestro planeta se diera esa ventaja.
¿A dónde van a ir a parar nuestros sabios?, ¿a dónde nuestros dioses? Se acerca el 12 de octubre y se me ocurren muchas cosas. ¿Nos querrán comer? Acaso no nos comemos a las vacas. Ellos van a traer sus Copérnicos, sus Darwin, sus Einstein. Pero hay algo que nunca jamás podrán traer: un Giordano Bruno, porque, de alguna manera, Giordano Bruno va a venir con ellos.
                                                                                                              Octubre de 2012








[1] Y como apéndice  de esto, hay que agregar que el Hombre de Neandertal—que no es un ancestro directo— enterró a sus muertos antes que nosotros, lo cual prueba que imaginaba y creía en dios hace milenios, o sea,  antes que los humanos.

domingo, 30 de septiembre de 2012

La sortija de la calesita

Necesito sortija de calesita. Pago bien. Sin vueltas. La quiero para colgarla de la pared, sobre la computadora. Para no olvidarme de la fantasia. Necesito sortija de calesita.


Saturno, por Rodrigo Bao, quien asegura que es una calesita.


La cuerda del reloj y la cuerda del violonchelo (Carta)

                                                                 Carta a la posteridad                               

                                                                                                      Buenos Aires: Sine die

Me vinieron a buscar. Soy músico de la filarmónica. Me quieren hacer hablar. Yo les explico que sin el violonchelo no puedo. No solo es mi instrumento: yo soy el violonchelo. Ellos dicen que no tienen apuro, que me pueden golpear eternamente. Yo tampoco tengo apuro. Algunos quedan en la orquesta, dispuestos a seguir con la música, con las cuerdas, con los pulmones.
En minutos me van a cortar el aire tirándome desde un avión. Lo único que lamento es que no me van a dar ni siquiera un cajón, eso que se parece tanto al estuche de un violonchelo.
                                                                                                                  Firma: X
                                                                                                                                                                         

viernes, 31 de agosto de 2012

Dar vuelta la hoja

Dar vuelta la hoja
Se debe leer una partitura con la misma facilidad con que se lee un libro. Hay que saber hacerlo a primera vista, sin dudar, con actitud, y por supuesto, darse el tiempo imprescindible, entre la lectura y la ejecución,  para imprimir el toque de sentimiento que hace de esa interpretación una cosa única e irrepetible.
Siempre destaqué por mi facilidad para leer música. Tanto es así que un buen día me convocó el director de la filarmónica.
__ Estudiate bien la partitura, pibe. Mañana a las 8 te esperamos.
            Me tiró unas cuarenta páginas: el primero para piano de Beethoven.
            Al día siguiente, muy orgulloso de mí mismo, le dije al director que no me hacían falta las hojas, que mi memoria era excelente. No me respondió con palabras. Llamó a Elizabeth, la pianista que iba a dar el concierto de esa noche y le explicó:
__ Este pibe es el que te va a dar vuelta las hojas… Estás conforme.
            Elizabeth me miró fugazmente  y no respondió.
Esa noche, y todas las sucesivas que restaban del año, me apliqué a darle vuelta las hojas al concertista de turno. Era un calvario, y muy aburrido.
Con el tiempo los otros músicos de la orquesta demandaron comodidades similares a las del concertista. Ellos no querían ser menos. Lucharon por sus derechos. Y lograron que yo me brinde a todo el cuerpo de la orquesta. Yo no pedí nada, a pesar de que tenía que correr como una liebre de una punta a la otra del escenario para que nadie se prive de mis servicios. Era agotador, pero terminaba mi trabajo un ratito antes que el resto: cuando llegaban los aplausos del final, momento en que el director me daba la única directiva, “borrate”.
Pero todo tiene su límite y un día, muy respetuosamente, pedí hablar con el capo, en privado. 
__Quiero darle una vuelta de página a mi vida. —Saqué unas hojas. —Esta es my primera sinfonía…
__ Ah, pero que bueno, che. ¿Y la escribiste toda vos?
__ Si, además de leer sé escribir—ironicé.
__ ¡Carla¡-- llamó el director, y al punto la mina estaba a su lado—Mirá, el pibe sabe escribir.
Carla se entusiasmó:
__ ¡Ah, genial! Justamente estoy escribiendo una sinfonía y resulta que eso me crea callos en los dedos. Como escribo con la misma mano que ejecuto el violín, es perjudicial que lo siga haciendo, a menos que vos…
La casa de Carla era de lo más vulgar, igual que ella. Pronto me dio un concejo:
__ Si querés estrenar tus propias obras, empezá por aprender a dirigir, porque nadie va a querer darte una mano en ese sentido.  Mejor sería que dirijas tus propias obras, pero… ¿quién va a dar vuelta las páginas de 70 músicos?
__ Al menos ¿podría leerla?
__ Léemela vos que estoy muy ocupada. —Se tendió sobre el canapé y se aplicó a arreglarse las uñas. Me brindó un aplauso para simular al público. —Te escucho.
Y empecé a hacer el papel del ridículo:
__ En cuatro por cuatro; tiempo lento; contrafagot entrando en el primer tiempo; seguidilla de corcheas: do-re-mi-si-la; tresillos de las primeras tres notas una octava más arriba, silencio de negra, silencio de negra, silencio de negra.
            La negra, en silencio, procuraba que el esmalte no pierda su color característico. Cuando terminé, dos horas y diez minutos después, la negra dormía, en silencio.
            Una semana después me presentaban sobre el escenario de la Scala. La negra había mediado para que yo tuviera la gran oportunidad. Me presentaban así: “Y ahora escucharemos la primera sinfonía de Carlos, en do menor.”
__ En cuatro por cuatro; tiempo lento; contrafagot entrando…
            El público se desternillaba de la risa. Yo, como Keaton, no devolvía ni siquiera una sonrisa. Continuaba estoicamente hasta el final. Había accedido a achicar la obra un tanto, hasta reducirla a  media hora, porque dijeron que era mucho esfuerzo, y querían cuidar mi voz.
            La obra fue un éxito. En las sucesivas presentaciones de la filarmónica siempre habría yo con mi música, y estoy seguro que convocaba más que Beethoven y Mozart, juntos. (Después de todo se ajustaba bastante a lo que demanda ese tipo de público: que le digan lo que tienen que escuchar.)
            Salimos de gira por el mundo y el mundo me recibió con aplausos. Amsterdam, Róterdam, Berlin, Acapulco y Lima  me brindaron sus carcajadas, y un poco de sus billeteras. Estaba en el cielo.
            Pero en Tokio pasó algo. Un espectador interrumpió mi función. Gritó en pésimo inglés: “¡No: es un acorde de mi bemol mayor!” Yo había ejecutado un si mayor. Me callé y pensé con la misma velocidad con que leía las partituras. El tipo tenía razón. El fulano este se levantó y abandonó la sala. Yo concluí mi desempeño con un nivel inferior al acostumbrado. Estaba desconcertado. El público, en general, obvió el incidente, y hasta le resultó gracioso.
Pero yo no podía olvidar semejante interrupción. ¿Me estaba fallando la memoria? ¿Cómo alguien podía saber que había cometido un error? Pensé en el desconocido durante meses. Intenté rastrearlo en los escenarios del mundo donde me presentaba. Finalmente lo olvidé.
Una noche hermosa caminaba por Praga cuando un extraño me llamó. Tenía rasgos orientales y cargaba un violonchelo. Era él. Estaba muy enojado y me increpó. Pero yo no sé japonés. Intentó increparme en Inglés, pero no lograba transmitirme la clave del problema con claridad. Entonces tomó el violonchelo y lo ejecutó. Así pude interpretar que quería decirme lo siguiente:
__ Señor, hace mucho tiempo que quería hablar con usted. No sé cómo se las arregló para conseguir mi obra, ni me interesa… Estoy buscando un resarcimiento económico o voy a tener que iniciar acciones legales por plagio. Usted elige…
            El tribunal era muy respetable, lleno de columnas y gente con toga y todo eso. No había risas, a las que ya estaba acostumbrado, y solo podía hablar cuando me pedían la palabra.
            Llamaron al director de la filarmónica. El tipo se portó muy mal: afirmó que mi memoria era extraordinaria y que me bastaba leer una partitura una sola vez para memorizarla. La negra no quiso quedar atrás, explicó que yo le había hablado de una sinfonía y que todo músico sabe que nadie comienza componiendo sinfonías, sino alguna obra de cámara, preferentemente una breve pieza para un solo instrumento. También pasaron los músicos, los setenta, asegurando que yo sabía dar vuelta la página, pero que no sabían que era compositor, ni siquiera cuando empecé a recitar mi obra, porque, aclaraban, a ellos nadie les informa sobre las obras que no ejecutan.
El juicio lo perdí, y tuve que renunciar  a los derechos sobre mi propia obra. Pero aún me pregunto por qué nadie, ni en el escenario ni en la corte, se atrevió a escucharla. Quizás no era tan mala.
                                                                                                                         Agosto de 2012


lunes, 6 de agosto de 2012

Un bozal para el autista

                                    Un bozal para el autista
Glenn Gould a los 8 años
Glenn Gould es una de las personalidades con las que más me he sentido identificado. No toco el piano, no soy un revolucionario ni un genio. Pero en algo somos iguales: en el profundo desprecio por la música clásica ejecutada en vivo.
Glenn, en la cima de su fama, dejó de tocar en público. Consideraba que la música profunda no podía compartirse con otros miles, con estornudos, con toces, con una linda minita que nos distrae. Si uno intenta concentrarse, como los tenistas, es lógico que exija silencio y, preferentemente, gradas vacías.
Su ausencia de los escenarios no nos privó de su música. Continuó grabando discos, uno tras otro, hasta que murió súbitamente en 1982. Pero había algo sucio que les dolía a aquellos que lo extrañaban en los conciertos. No se trataba de sus increíbles interpretaciones de Bach, sino del inconfesable placer de verlo en escena. Basta ver una grabación del genio en vivo para apreciar lo diferente que era. No tenía sastre y siempre aparecía mal vestido e invariablemente con bufanda, incluso en los veranos ecuatoriales. Se sentaba sobre una silla muy bajita y tocaba las teclas casi como si se estuviera cayendo del piano. Pero lo más atractivo de Glenn era verlo cantar, mover los labios a medida que ejecutaba el instrumento. Su ensimismamiento era contagioso, y solía contagiar risa en los brutos. En resumidas cuentas, con su ausencia los espectadores perdieron un personaje único e irrepetible.
(Hoy algunos quieren empalidecer su memoria afirmando que Glenn padecía del síndrome de Asperger, una forma leve de autismo. A mi me parece que quieren desacreditar su falta de apego al aplauso, postulando que se trataría de una enfermedad.)
Glenn, ya sin público, llegó a convertirse en un experto de las técnicas de grabación. (Una de sus diamantinas  grabaciones viaja hacia el infinito en la Voyager 1) Pero lo que el genio no pudo o no quiso evitar es que su voz, con técnicas digitales, quedara grabada. Hoy resulta increíble escuchar esas obras, de referencia obligada para todo amante de Bach y del piano, con la voz del mismísimo Glenn Glould acompañando la digitación.  Y es increíble porque él, bajándose de los escenarios,  quería evitar lo que nosotros no podemos evitar en sus grabaciones.

NOTA: Les dejo justamente aquello que escucharán los extraterrestres que encuentren la Voyager.  A mí me deprime y me emociona al mismo tiempo el 4to preludio y fuga, a partir del minuto 11:14, porque la voz de Glenn molesta (o endulza) demasiado.  Y en segundo término les dejo un poco de Glenn en vivo, aunque sólo, con un contrapunto de El arte de la fuga. En ambas se escucha perfectamente al cantante.