La única verdad en 300 páginas
Hay quienes han rotulado a la metafísica como una rama de la literatura. Son pocos. Somos pocos. En general el filósofo se empeña en defender su filosofía—y la de los otros—como si de cosas muy serias se tratase.
Es una bobada. Vos podés creer que Hegel creía en su metafísica, pero un hombre grande, mayor de edad, en pleno siglo XX, no puede ser tan pavote.
Entre los filósofos pavotes está Conrado Eggers Lan (+1996), muy seriecito, muy erudito, muy defensor de la filosofía especulativa.
De él estuve leyendo las 300 páginas del libro que le dedicó a los presocráticos[1], a quienes considero los tipos más divertidos que han pisado este planeta.
Para empezar, Conrado se enoja con W. Jones, un filósofo divertido que dice más o menos esto, si la memoria no me falla: los médicos juegan al fútbol, no a la medicina; los ingenieros juegan al tenis, no a la ingeniería. Pero los filósofos resulta que juegan a la filosofía. En Grecia, mediante este juego, habrían surgido los primeros filósofos, que jugaban a especular cosas descabelladas, justificándolas para mayor diversión. Concluye Jones afirmando que mientras a un médico se le puede morir el enfermo y a un ingeniero se le puede caer un puente, esto no pasa con las especulaciones. Es más, entre los griegos jugaban a la refutación, o sea, a destruir los argumentos especulativos del prójimo.
Todo esto lo dice Jones con un marcado acento aprobatorio, casi como que se pone a aplaudir. Pero para Conrado la filosofía no puede perder seriedad, y se enoja, se encula.
Después nuestro filósofo—lo digo porque era argentino—se ensaña con las críticas que le llegan a la filosofía desde las ciencias. Uno adivina en ese enojo de Conrado que su norte está en reivindicar a la filosofía como una rama científica. Para justificarse termina diciendo que todos los presocráticos hicieron un aporte a la ciencia.
Luego Eggers Lan nos da un cursillo de filología. No nos han llegado las obras de los presocráticos. Algunas deben haber sido quemadas muy tempranamente. Algunos de estos filósofos tal vez jamás hayan escrito algo. Algunos jamás hayan existido. Los fragmentos que conservamos de ellos son de tercera mano, en el mejor de los casos, y en casi ningún caso se trata de una cita literal, porque a ningún escritor antiguo se le hubiera ocurrido ser tan preciso y porque en el griego antiguo no existen las comillas. También está el problema de las atribuciones. Casi cualquier cosa que suena a sabiduría era atribuida a algún viejo filósofo muerto. De esta manera, por ejemplo Tales de Mileto, habrá dicho menos de la mitad de las cosas que se le atribuyen. Otro problema es el de la distorsión. Dos ejemplos clásicos son los de Platón y Aristóteles. El primero, en sus diálogos, por ejemplo en el Parménides, pone a Parménides a dialogar con Sócrates, en un deliberado anacronismo. El segundo intenta enderezar lo que dijeron los presocráticos para justificar su propio sistema. Además, todos los griegos citaban de memoria, y la memoria siempre falla. A esto sumémosle que la principal fuente creible de estos filósofos es Teofrasto, que es un discípulo de Aristóteles. Pero no conocemos ninguna obra de Teofrasto, ya que se han perdido. A Teofrasto lo conocemos por los buchones que vinieron después. Y a todo esto hay que agregarle la consabida falibilidad de los copistas, en especial de los medievales, que modificaban un renglón para que no se enoje Dios.
Si esto es así, si la fantasía está presente siempre que hablamos de los presocráticos, ¿cuál es el problema de Conrado? ¿Por qué no puede aceptar que la filosofía es literatura fantástica, un juego apasionante? Nada más y nada menos.
A Fedro, Sócrates le criticó que le importara quién dijo qué cosa y en qué lugar, en vez de interesarse por el valor de verdad de los argumentos. Egger Lan termina diciendo:
“Tal vez los investigadores modernos pequemos, al estudiar la filosofía griega, de lo que se le imputa a Fedro.”
Debe ser la única verdad que dice Conrado en todo el libro. El resto es puro juego, aunque Eggers no lo confesara.
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