miércoles, 31 de julio de 2013

Las madres que no amaban a los hijos

El papa ha dado muestras de que la iglesia está dando una apertura. Es lo que dijo. Es lo que sale en los medios. Pero no sería impertinente de mi parte, sabiendo cómo operan los medios y la alta política, sospechar que hay algún guiño de X a Y para que ciertos temas salgan a la luz o se forjen.
La noticia dice así:
El 4 de febrero, Bruno Puglisi (7ños) iba con su mamá en la camioneta familiar por la ruta 40 desde San Martín de los Andes hasta Lago Hermoso. Pero en el camino, un accidente truncó su vida. La camioneta terminó en las aguas de un lago, en el medio de la noche. La madre se salvó; él murió ahogado. Pero ahora, la Justicia cree que no fue eso lo que pasó. Según el fiscal del caso, a Bruno –que tenía una severa discapacidad– lo mató su mamá.
Que un fiscal tenga tanta repercusión justo cuando el papa acaba de pasar por el cono sur acaso sea casual. Que los casos de Romina Tejerina, que mató a su hija, producto de una violación, y el de los Fraticelli, que mataron a la suya, discapacitada mental, vuelvan a ser recordados en todos los medios, también puede ser casual.
Pero yo no creo en las casualidades. Porque también parecería casual que todo esto tiende a tomar, subrepticiamente, una postura ante el aborto, que es el debate que se viene.

miércoles, 24 de julio de 2013

El perfil bajo de Mitre

                        
 "Vivo estoy yo, y esto podría favorecerte si pides fama, porque podría escribir tu nombre en mi narración"
Infierno, Canto XXXII

Cuando se habla de los grandes prohombres de la historia Argentina se suele omitir al que quizás sea el más importante de todos: Bartolomé Mitre. Sí, a ese que fue militar, presidente, historiador, inventor y poeta.
Es llamativo el hiato entre la academia y el saber común: para los primeros es un hecho obvio que la Argentina no existió hasta 1963. Para los otros es evidente que la Argentina se conforma en 1810.
La historia oficial, tanto la de antes como la de ahora, sigue sosteniendo incólume que nuestra historia, como país, surge de la revolución de mayo. Algo entonces anda mal, porque le estamos errando por más de 50 años.
Argentina se constituye como nación casi al mismo tiempo que Alemania e Italia, teniendo como corolario la fecha de 1880, en que se federaliza Buenos Aires.  Pero ya antes se empieza a prefigurar este desenlace, en 1863, y acaso antes, en 1857…
Mitre es famoso—o debería serlo—por confeccionar nuestra historia, porque de esa manera estaba confeccionando un país, dado que al hacer la historia de una nación que no existía, la estaba inventando de alguna manera. Pero ya en 1857, cuando Buenos Aires estaba separada del resto del futuro país—en realidad Buenos Aires no hacía más que continuar con lo que venía haciendo desde tiempo antes—, el general Mitre tuvo su primera y poco conocida cabalgata en la edificación de una historia. Se trata de la repatriación de los restos de Rivadavia, que nominalmente fue el primer presidente. Mitre advirtió que la historia de Buenos Aires estaba identificada fuertemente con Rosas, y ese fue el remedio. Repatriando esos restos dio, además, dos mensajes muy astutos: sentó la aspiración a la hegemonía nacional por parte de Buenos Aires e identificó el pasado del país con los unitarios, y por extensión con los liberales a los cuales él pertenecía. Por lo tanto, Mitre empezó a construir el pasado del país no con un libro, sino con un cadáver.
Bartolomé estaba intentando así constituir un país, pero como todos sus coetáneos, tenía dudas sobre cuáles serían los límites físicos de ese país. Es por eso que en el diario El Nacional publica un artículo llamando a formar una República del Plata. Por esos años, Derqui y Urquiza sueñan con una República de la Mesopotamia y el uruguayo Juan Carlos Gómez pide conformar los Estados Unidos del Plata. [i]
Mitre, finalmente termina por ser el primer presidente argentino. Rivadavia había sido una simple aspiración.  No había tecnología, no había caminos, no había voluntades cuando ese quijote mediocre gobernó.  Bartolomé resignó ser el primero por algo que luego veremos, su propensión a pasar desapercibido. Ya como presidente quiso tomar una decisión idéntica a la intentada por Rivadavia en su momento: federalizar Buenos Aires. Pero aún no eran tiempos para eso. No obstante lo cual, la sola intención lo ennoblece.
Pero si Mitre es denostado por muchos es, sin dudas, por su actuación en la guerra del Paraguay. Muchas lecturas se pueden hacer de este hecho aberrante que costó tantas vidas.  Por ejemplo la de Maclynn, en Una interpretación de las causas de la guerra de la triple alianza, hoy compartida por varios historiadores—verbigracia, Hilda Sábato—, que subraya a Mitre como el principal responsable del conflicto.
Sucintamente, según esta plausible interpretación, Mitre habría operado a las sombras, diplomáticamente, indirectamente y pacientemente, para arrojar a Brasil a una guerra contra Paraguay, en alianza con Argentina. El fin de Mitre era forjar la Argentina obligando a volcar las lealtades del interior a su favor, degradar bélicamente a un vecino por entonces poderoso y peligroso, fortalecer el ejército—y por lo tanto el monopolio de la fuerza— y, paralelamente, difundir los símbolos patrios, que en un contexto general de analfabetismo son la vía más rápida de adoctrinamiento, según entiendo, dado que la alfabetización insume un tiempo mayor. En este contexto, los enfrentamientos contra el Chacho Peñaloza y contra Felipe Varela, que se dieron en paralelo con aquella guerra, deberían ser vistos como parte de la misma estrategia, sin olvidar que Paraguay y su régimen constituían una fuente de inspiración para los pueblos del interior, dentro de una coyuntura en la cual Paraguay mismo no era percibido necesariamente como otro país.
Pero el rasgo más genial de Mitre fue pasar desapercibido, históricamente desapercibido, y a un mismo tiempo construir la historia, la nuestra. Años después de su presidencia se dedica a esa tarea. Sus monumentales obras históricas hablan por sí solas. Si usted las lee notará tras la escritura al escritor, como de costumbre. Pero hay algo en esas inagotables obras que yo vengo a destacar acá y que hasta donde sé nadie ha advertido. Mitre tiene una admiración evidente por la guerra de zapa llevada adelante por San Martin. La guerra de zapa es una táctica, muy empleada por el correntino, y que consiste en una serie de estrategias para despistar al enemigo. Básicamente se trata de decir una cosa y hacer otra o sugerir algo y hacer lo contrario. Pero la admiración de Mitre excede la guerra de zapa. Admira la forma en que San Martin le hablaba a los indios pareciendo que el mismo lo era, o admira los discursos llenos de mentiras con que arengaba a sus tropas para que vayan a morir por la virgen, siendo que tanto él como Bartolomé eran masones y ateos. Y, aunque esto no lo diga, estoy seguro que admiraba a ese oficial del ejército español que hablaba con acento andaluz y que Mitre se encargó de canonizar como el más argentino. Por lo tanto, se me hace difícil suponer que Mitre no haya tenido su propia guerra de zapa, y la guerra del Paraguay debió haber sido la suya. Además, Bartolo solía evitar firmar documentos importantes: en otras palabras, sabía evadir el juicio de la historia.
No hay una digna biografía de Mitre. Muchos achacan este defecto a la preeminencia del diario La Nación, que él fundó.  Sin embargo, sería bueno que no pase más desapercibido un hombre tan importante para nuestra historia, que entre muchas otras cosas, fue el primer traductor de la Divina Comedia.  Dentro de la generación del 37´ Sarmiento es Gardel, y lo eclipsa largamente. Esto no debería ser así, aunque ese destino menor haya sido el deseo del inventor de lo que somos.






[i] Historia general de las relaciones exteriores de la República Argentina, Cisneros-Escudé, Tomo V, pág. 169 y ss., Grupo editor latinoamericano, 1998.

domingo, 14 de julio de 2013

Sobre el Profesorado de Policía


A la memoria de Oscar Terán
 
 
Desde que el sabio Sócrates advirtió que él era sabio precisamente porque era consciente de su ignorancia, no hemos avanzado mucho. El hombre es hombre y es ignorante. Afortunadamente ignorante, porque eso revela que nuestro conocimiento no tiene techo. Triste el caso de los dioses, que todo lo saben, y que poseen la eternidad para aburrirse con ese descomunal saber. Problema de ellos: yo celebro nuestra ignorancia, porque es el principal motor de nuestro deseo de conocimientos nuevos.
En la mayoría de los casos, la gente que ingresa en un profesorado es por vocación, y aunque parezca paradójico, esto puede no ser tan bueno como parece a primera vista. Para el alumno promedio de un profesorado, el profesor es Dios, con mayúsculas. No lo discute, no se le ocurriría discutirlo. Es perfecto, intachable, genial en todo y, por supuesto, la suma del saber absoluto.
Pero hay más, en profesorados como filosofía o literatura el alumno que aspira a profesor tiene una inclinación natural hacia los libros. Son carreras amigables con la lectura. Sin embargo, en otras carreras, la propensión a los libros es vaga o nula. Esto crea una metodología de enseñanza, porque el docente da los textos a leer y el alumno decide estudiar de los apuntes, no del texto. Pero esto es así por algo concreto: un respeto sacro a todo lo que diga el docente. Inconscientemente tienen por seguro que el libro se puede equivocar, pero el docente, no, el docente nunca se equivoca. Y si a un compañero se le ocurre corregir al maestro de seguro es un enfermito, y será llamado a silencio.
Ahora bien, en los profesorados está la idea de formar cuadros de profesores con espíritu crítico, o dicho de otra manera, que sepan dudar, que sospechen que acaso podrían estar en un error. Y doy fe que en la mayoría de los casos los profesores de nivel terciario ponen su empeño en esta tarea, pero no es fácil. Los alumnos que muestran el susodicho perfil son así no por culpa de los profesorados. La raíz hay que buscarla en el secundario. Allí le chuparon las medias a toneladas de profesores, que además eran vistos como un ideal a seguir, como una especie de mamá sustituta o papá putativo. Les celebraron los chistes al docente, a los graciosos y a los amargos, les dejaron una manzanita a los buenos profesores y a los malos también, hicieron la tarea, aunque esa tarea haya sido una verdadera insensatez, sin levantar la voz y sometiéndose dulcemente a los mandatos del profe.
Esta gente puede ser peligrosa, porque admiran de la docencia lo que la docencia tiene de policía. Muchos de los que aspiran a ser profesores son como muchos que aspiran a ser canas. Hay una cuota de poder al frente del aula. Bien utilizada esa cuota puede construir universos. Mal usada puede hacer del docente un policía del pensamiento. Porque esos mismo que endiosan al profesor mañana serán docentes y reproducirán lo que hacen en el aula como alumnos. Serán docentes que no tendrán defectos, que aplaudirán a la directora del establecimiento y le ofrecerán una manzana cuando llegue el día de la directora o el día de la escarapela, que medirán a sus alumnos según el grado de obediencia, que le darán una mano al que no la necesita, pero se ha portado bien.  Y, por supuesto, censurarán a cualquier alumno que ponga en evidencia  lo que el docente desconoce o aprendió mal. No serán crueles con todos, y seguramente habrá una alumna que le regalará manzanas y que se sacará diez. Aunque, podemos estar seguros, habrá inevitablemente muchos alumnos que aborrecerán a semejante profesor o profesora.
Es por eso que cuando alguien dice que tiene vocación docente, yo tiemblo. Pueden ser así: alérgicos a los libros, pero muy aficionados a repetir literalmente lo que se enseña; acalorados defensores del poder diminuto—en los colectivos defienden al colectivero—; censores de todo lo que obstruye la asimetría;   Incapaces de pedirle un poco de humildad a un profesor, pero sí a un compañero; en fin, que se metieron en un profesorado no por amor a los libros, sino por amor a los profesores (que no es lo mismo que el amor a la profesión.)
Oscar, vos antes de morirte dijiste en un reportaje que no te importaba ser recordado como un gran escritor o pensador, pero que tenías por seguro que como docente eras el mejor. Si, fuiste el mejor, diciendo que no sabías lo que no sabías y dudando siempre de tu enorme conocimiento. Dando una respuesta y dejando dos preguntas.  Sí, fuiste el mejor, lejos. Inquiriendo la historia con filosofía y enseñando la filosofía con metáforas.  Lejos, el mejor. Pero quedate tranquilo. Hay muy buenos docentes en el profesorado. Y, lo mejor, es que hay muchísimos alumnos  que humildemente te tienen por norte, y que serán dignos cuando les llegue el momento.

viernes, 12 de julio de 2013

Apología de un cuento de Marechal

Leopoldo Marechal es mayormente conocido por sus bestiarios. Me refiero a esas obras bestiales en su extensión, que no se agotan nunca o—como diría Macedonio—  que siguen hablando cuando uno ha cerrado el libro.
Pero Leopoldo es más que eso. Es también sus cuentos contenidos en compilaciones como Cuaderno de Navegación, que a esta altura debería ser más considerado… por los filósofos. En especial por el cuento Primer Apólogo Chino.
Acabo de leer una crítica filosófica de este hermoso cuento. La crítica en cuestión es horripilante, básicamente porque supone, como otras críticas que recuerdo, que hay que analizar un cuento sin analizarlo: o sea, decir más o menos lo mismo que explícitamente dice el cuento pero sin profundizar.
La culpa de todo esto parece, a primera vista, del mismo cuento, que se nos presenta aparentemente con una claridad de mediodía y con la brevedad de un apotegma.  Resumiendo el cuento: Un ministro le dice a su empleado que primero hay que vivir y luego filosofar. Entonces el empleado le refiere una historia china. Un discípulo le dice al maestro chino que primero hay que vivir y luego filosofar. El maestro lo golpea.  El discípulo recorre el mundo y le dice al maestro lo mismo,  que todos le han dicho que primero hay que vivir y luego filosofar y que por lo tanto debe ser así. El maestro lo vuelve a golpear. Así, el alumno termina por aceptar que primero hay que filosofar y luego vivir. El ministro, que ha escuchado la historia de su empleado, queda admirado del relato, y le pregunta de dónde ha sacado ese cuento. El empleado le dice que es un invento suyo. El ministro, que ya no cree en la enseñanza del relato, lo sanciona.
Yo creo haber vislumbrado lo que fue la fuente de inspiración de Marechal para escribir este cuento.
Leopoldo seguramente conocía los argumentos falaces y la clasificación de los mismos. Tenemos la falacia del argumento Ad populum, que consiste en creer que un argumento es verdadero simplemente porque la mayoría lo cree así. Es el caso del discípulo que como todo el mundo le dice que primero hay que vivir, él lo cree y punto. Después tenemos el argumento ad baculum, por el cual se emplea la fuerza para justificar un razonamiento. Esto se ve claro en el maestro, cuando golpea al discípulo, al punto tal que este termina por decir lo mismo que el docente. Finalmente tenemos en el ministro una doble falacia: ad verecundiam, que se basa en suponer que un argumento es verdadero solamente porque el que lo dice es una autoridad en la materia. Es precisamente lo que supone el ministro en un primer momento, cuando queda asombrado por el relato de su empleado, que supone de un tercero. Pero, cuando se entera que el relato fue creado por su mismo empleado cae en otra falacia, la que se denomina ad hominem, que consiste en descalificar un argumento solamente por quien lo dice.
Así comprobamos que no solamente Leopoldo concibió, creo yo, su cuento en base a una lista de falacias, sino que también este cuento se presta excelentemente para explicar las falacias en el aula, como un maravilloso ejemplo, donde, además, aparece un alumno y su maestro.