viernes, 12 de julio de 2013

Apología de un cuento de Marechal

Leopoldo Marechal es mayormente conocido por sus bestiarios. Me refiero a esas obras bestiales en su extensión, que no se agotan nunca o—como diría Macedonio—  que siguen hablando cuando uno ha cerrado el libro.
Pero Leopoldo es más que eso. Es también sus cuentos contenidos en compilaciones como Cuaderno de Navegación, que a esta altura debería ser más considerado… por los filósofos. En especial por el cuento Primer Apólogo Chino.
Acabo de leer una crítica filosófica de este hermoso cuento. La crítica en cuestión es horripilante, básicamente porque supone, como otras críticas que recuerdo, que hay que analizar un cuento sin analizarlo: o sea, decir más o menos lo mismo que explícitamente dice el cuento pero sin profundizar.
La culpa de todo esto parece, a primera vista, del mismo cuento, que se nos presenta aparentemente con una claridad de mediodía y con la brevedad de un apotegma.  Resumiendo el cuento: Un ministro le dice a su empleado que primero hay que vivir y luego filosofar. Entonces el empleado le refiere una historia china. Un discípulo le dice al maestro chino que primero hay que vivir y luego filosofar. El maestro lo golpea.  El discípulo recorre el mundo y le dice al maestro lo mismo,  que todos le han dicho que primero hay que vivir y luego filosofar y que por lo tanto debe ser así. El maestro lo vuelve a golpear. Así, el alumno termina por aceptar que primero hay que filosofar y luego vivir. El ministro, que ha escuchado la historia de su empleado, queda admirado del relato, y le pregunta de dónde ha sacado ese cuento. El empleado le dice que es un invento suyo. El ministro, que ya no cree en la enseñanza del relato, lo sanciona.
Yo creo haber vislumbrado lo que fue la fuente de inspiración de Marechal para escribir este cuento.
Leopoldo seguramente conocía los argumentos falaces y la clasificación de los mismos. Tenemos la falacia del argumento Ad populum, que consiste en creer que un argumento es verdadero simplemente porque la mayoría lo cree así. Es el caso del discípulo que como todo el mundo le dice que primero hay que vivir, él lo cree y punto. Después tenemos el argumento ad baculum, por el cual se emplea la fuerza para justificar un razonamiento. Esto se ve claro en el maestro, cuando golpea al discípulo, al punto tal que este termina por decir lo mismo que el docente. Finalmente tenemos en el ministro una doble falacia: ad verecundiam, que se basa en suponer que un argumento es verdadero solamente porque el que lo dice es una autoridad en la materia. Es precisamente lo que supone el ministro en un primer momento, cuando queda asombrado por el relato de su empleado, que supone de un tercero. Pero, cuando se entera que el relato fue creado por su mismo empleado cae en otra falacia, la que se denomina ad hominem, que consiste en descalificar un argumento solamente por quien lo dice.
Así comprobamos que no solamente Leopoldo concibió, creo yo, su cuento en base a una lista de falacias, sino que también este cuento se presta excelentemente para explicar las falacias en el aula, como un maravilloso ejemplo, donde, además, aparece un alumno y su maestro.

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