A la memoria de Oscar Terán |
Desde que el sabio Sócrates advirtió que él era sabio precisamente porque era consciente de su ignorancia, no hemos avanzado mucho. El hombre es hombre y es ignorante. Afortunadamente ignorante, porque eso revela que nuestro conocimiento no tiene techo. Triste el caso de los dioses, que todo lo saben, y que poseen la eternidad para aburrirse con ese descomunal saber. Problema de ellos: yo celebro nuestra ignorancia, porque es el principal motor de nuestro deseo de conocimientos nuevos.
En la mayoría de los casos, la gente que ingresa en un profesorado es por vocación, y aunque parezca paradójico, esto puede no ser tan bueno como parece a primera vista. Para el alumno promedio de un profesorado, el profesor es Dios, con mayúsculas. No lo discute, no se le ocurriría discutirlo. Es perfecto, intachable, genial en todo y, por supuesto, la suma del saber absoluto.
Pero hay más, en profesorados como filosofía o literatura el alumno que aspira a profesor tiene una inclinación natural hacia los libros. Son carreras amigables con la lectura. Sin embargo, en otras carreras, la propensión a los libros es vaga o nula. Esto crea una metodología de enseñanza, porque el docente da los textos a leer y el alumno decide estudiar de los apuntes, no del texto. Pero esto es así por algo concreto: un respeto sacro a todo lo que diga el docente. Inconscientemente tienen por seguro que el libro se puede equivocar, pero el docente, no, el docente nunca se equivoca. Y si a un compañero se le ocurre corregir al maestro de seguro es un enfermito, y será llamado a silencio.
Ahora bien, en los profesorados está la idea de formar cuadros de profesores con espíritu crítico, o dicho de otra manera, que sepan dudar, que sospechen que acaso podrían estar en un error. Y doy fe que en la mayoría de los casos los profesores de nivel terciario ponen su empeño en esta tarea, pero no es fácil. Los alumnos que muestran el susodicho perfil son así no por culpa de los profesorados. La raíz hay que buscarla en el secundario. Allí le chuparon las medias a toneladas de profesores, que además eran vistos como un ideal a seguir, como una especie de mamá sustituta o papá putativo. Les celebraron los chistes al docente, a los graciosos y a los amargos, les dejaron una manzanita a los buenos profesores y a los malos también, hicieron la tarea, aunque esa tarea haya sido una verdadera insensatez, sin levantar la voz y sometiéndose dulcemente a los mandatos del profe.
Esta gente puede ser peligrosa, porque admiran de la docencia lo que la docencia tiene de policía. Muchos de los que aspiran a ser profesores son como muchos que aspiran a ser canas. Hay una cuota de poder al frente del aula. Bien utilizada esa cuota puede construir universos. Mal usada puede hacer del docente un policía del pensamiento. Porque esos mismo que endiosan al profesor mañana serán docentes y reproducirán lo que hacen en el aula como alumnos. Serán docentes que no tendrán defectos, que aplaudirán a la directora del establecimiento y le ofrecerán una manzana cuando llegue el día de la directora o el día de la escarapela, que medirán a sus alumnos según el grado de obediencia, que le darán una mano al que no la necesita, pero se ha portado bien. Y, por supuesto, censurarán a cualquier alumno que ponga en evidencia lo que el docente desconoce o aprendió mal. No serán crueles con todos, y seguramente habrá una alumna que le regalará manzanas y que se sacará diez. Aunque, podemos estar seguros, habrá inevitablemente muchos alumnos que aborrecerán a semejante profesor o profesora.
Es por eso que cuando alguien dice que tiene vocación docente, yo tiemblo. Pueden ser así: alérgicos a los libros, pero muy aficionados a repetir literalmente lo que se enseña; acalorados defensores del poder diminuto—en los colectivos defienden al colectivero—; censores de todo lo que obstruye la asimetría; Incapaces de pedirle un poco de humildad a un profesor, pero sí a un compañero; en fin, que se metieron en un profesorado no por amor a los libros, sino por amor a los profesores (que no es lo mismo que el amor a la profesión.)
Oscar, vos antes de morirte dijiste en un reportaje que no te importaba ser recordado como un gran escritor o pensador, pero que tenías por seguro que como docente eras el mejor. Si, fuiste el mejor, diciendo que no sabías lo que no sabías y dudando siempre de tu enorme conocimiento. Dando una respuesta y dejando dos preguntas. Sí, fuiste el mejor, lejos. Inquiriendo la historia con filosofía y enseñando la filosofía con metáforas. Lejos, el mejor. Pero quedate tranquilo. Hay muy buenos docentes en el profesorado. Y, lo mejor, es que hay muchísimos alumnos que humildemente te tienen por norte, y que serán dignos cuando les llegue el momento.
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