miércoles, 25 de mayo de 2016

Los restauradores

        

Las Meninas de Velázquez o El jardín de las delicias del Bosco son obras muy famosas y difundidas. Sin embargo, lo que vemos en esas telas son una sucesión de restauraciones. Si Las Meninas no hubiesen estado sometidas a restauración tras restauración, hoy no tendríamos Meninas. Si no le hubiesen metido mano a El jardín, hoy no cosecharía sus frutos.

            Los restauradores tienen nombre y apellido, como es el caso de las hermanas Dávila, Maite y Rocio, que se encargaron de devolvernos las obras mencionadas y muchas otras de estos autores, metiendo pincel tras pincel. De alguna manera, si Velázquez y el Bosco continúan vivos, es gracias a estas restauradoras, que laburan como hormigas, milímetro a milímetro, a veces durante meses, intentando burlar el paso del tiempo. Y tanto trabajo tiene un premio:  el privilegio de tocar las obras que ninguno de nosotros podremos tocar jamás. 

            Sin embargo, el hecho cierto de que no vemos las pinturas originales pasa desapercibido para el gran público. Es más, hay una intencionalidad en todo esto. No es que uno no pueda averiguar estas cosas. Está el ejemplo clásico de la archifamosa Ronda nocturna de Rembrandt, a la que le pasaron literalmente un paño por encima y descubrieron que la escena no era nocturna sino simplemente que la tela estaba sucia. (Por supuesto, el título no es del pintor y con el descubrimiento muchos críticos que venían sosteniendo la genialidad del holandés de concebir un retrato colectivo nocturno o la descabellada idea de que los protagonistas salían a patrullar la noche para proteger la ciudad de chorritos, quedaron en offside.) No. No es que no se sepa. Es que si no  hacés la pregunta no te van a dar la respuesta.

            Me venía interrogando por las pinturas más viejas, esas que se pintaron antes del capitalismo, quiero decir, antes de la explosión del cuadro, ese artefacto móvil que facilita el intercambio. Me refiero a las pinturas murales, inmuebles. Si La última cena de Leonardo aún está en pié, ¿qué podemos esperar de los frescos del Giotto?

             Giotto en su juventud pintó, de la mano de Cimabue, la bóbeda de la Basílica de San Francisco de Asís, en Umbría. Claro, para pintar  la iglesia primero alguien tuvo que construirla.  Las cosas se dieron en este orden. Primero, Francisco se muere. Segundo, le construyen una iglesia y lo entierran abajo. Tercero, vienen los pintores y le dan brocha a las paredes y al techo, o sea, a la bóveda. Estamos hacia el año 1300. Nadie sabe que ese pendejo de 20 años un día va a ser el Giotto. Ese día llega muy pronto. Dante lo alaba, todos lo admiran. Caso raro, aún hoy lo admiran. Admiran su arte. Pero su arte tal vez no sea su arte. ¿Qué vemos en la bóveda de la Basílica de San Fransisco?

           
El 26 de septiembre de 1997 a las 2: 32 de la mañana un terremoto barrió Umbría. Un pedazo de la bóveda se vino abajo, sobre la tumba del santo. Cuatro frailes murieron entre Giotto y San Francisco de Asís. Las pinturas quedaron como un montón de escombros. Más que eso, como un montón de granos, como un gran hormiguero. Los primeros que entraron en la escena fueron, naturalmente, los bomberos con sus sabuesos, porque bajo la chatarra aún respiraba gente. Después habrán llegado los policías, los amantes del morbo, los deudos, las monjas y los insectos. Todos removieron esa montaña de nada y los perros seguramente habrán cagado. Por último llegaron los amantes del arte y los restauradores. 

            Exactamente cinco años después la bóveda y las pinturas volvieron a su lugar original. Algo había cambiado. Estaban un poco desteñidas, pero estaban.   ¿Un milagro?  Eso no es nada. Unos años después les dieron otra manito de pintura. Hoy están refulgentes, como nuevas. ¿Eso continúa siendo un Giotto? Creer o reventar. 

            Traté de averiguar el nombre del arquitecto y de las cuatro víctimas que murieron de tan particular modo. Nada por aquí. Nada por allá. La veracidad de esta anécdota tan extraña puede chequearla en los links que dejo a continuación. La veracidad de que eso que vemos fue pintado por el Giotto se la debo. El restaurador se llamaba Giuseppe Basile. Es el mismo que restauró La última cena. Murió en 2013. Su obra está en todos lados. Se mira y no se toca.  



Sobre las hermanas Dávila:

Sobre la obra y el terremoto:

Sobre Giuseppe Dávila:


domingo, 8 de mayo de 2016

Apología del cuaderno

¨Si llegaran extraterrestres y lo primero que hicieran fuera entrar en el museo del Prado quedarían convencidos de que en este planeta no llueve nunca¨.
Miguel Ángel García Hernandez


Los artistas suelen valerse del cuaderno para practicar, improvisar, arriesgar, divertirse e incluso para ver si la casualidad los sorprende. En los cuadernos se puede perder la escala, mezclar las  técnicas, jugar con las temporalidades, conjugar elementos incongruentes, ignorar los marcos, respetar los vacíos o ignorarlos, dibujar sobre otro dibujo, distorsionar la escena con una tormenta. 

Los tiempos contemporáneos han dado la bienvenida de todas estas cosas en el interior de las pinturas, pero casi siempre después de gran cálculo y como obra definitiva. Es que una vez que el cuadro se cuelga, la pintura ya no se modifica.

Pero no solo los artistas de la paleta hacen uso de los cuadernos. Los escritores, los docentes, los geógrafos, los arquitectos y los urbanistas, entre otros, también.

Y es que los cuadernos son ámbitos de libertad. A veces, sin dudas, nos avergüenzan. A veces nos explican quienes somos. Ellos son la pornografía de nosotros mismos.

Son la vida de la mente, que a su muerte,  quedará en un cuaderno.


Miguel Ángel García Hernandez:

Lo extraño no es que haya paraguas en 1810. Lo extraño es que... no está lloviendo. 



jueves, 5 de mayo de 2016

Bi

Se impuso el mapa Bicontinental de la Argentina en las aulas. Se sabe, se debería saber: esa porción de la Antártida que ves en el mapa al sur de la Tierra del Fuego no es Argentina. La Antártida no es de nadie, independientemente de lo que los mapas de nuestro país indiquen. Tampoco es Chilena, claro. El Tratado Antártico de 1959 asegura a los países que reclaman su reclamo. Eso es todo.

Pero si queremos adoctrinar a nuestro pueblo podríamos recurrir a sutilezas más reales, aunque no por ello menos idiotas.

Lo que muestra el mapa de la derecha es el recorrido de la falla Magallanes-Fagnano, que separa la placa sudamericana de la de Scotia. Esto hace que un sector de nuestro país y de Chile se encuentre en una placa tectónica diferente de la que incluye a todos los otros países de América del sur. Sin dudas, Colombia, por sus islas del Caribe; Ecuador por las Galápagos o el mismo Chile por las de Pascua pueden decir con comodidad que se encuentran en otras placas, además de la sudamericana. Pero sólo este último país y nosotros podemos decir que tenemos una porción significativa del territorio en otra placa y que al mismo tiempo no deja de ser parte de Sudamérica. Así podemos llenarle la cabeza a los pibes con Argentina, país Biplaca.

Tan estúpido (y real) como lo dicho puede ser lo siguiente. El estrecho de Magallanes es íntegramente chileno. Claro que esto es así solo bajo el supuesto de que el estrecho tenga como límite norte de su boca oriental a Punta Dungeness, que es lo que se ha acordado con Chile. Pero resulta que ese criterio es subjetivo. La realidad para los marineros es que el estrecho comienza en Cabo Vírgenes, unos 9 kilómetros más al norte. Ahora bien, como el Magallanes es un estrecho que pertenece al Pacífico, Argentina tendría, bajo este criterio, 9 kilómetros de costa sobre ese mar. En consecuencia, tenemos un país bioceánico.

Entonces: tenemos un país Bicontinental, Biplaca y Bioceánico. ¡Una maravilla! Sabemos que hoy por hoy no hay hipótesis de conflicto. Pero, llegado el caso, podríamos adoctrinar a los pibes con estas naderías para que vayan a dar la vida por la patria. ¡O juremos con gloria morir!


Nota: una hipótesis de conflicto futura la podemos imaginar como sigue. Algún día—ya va a llegar—la Antártida es declarada territorio de todos y de nadie. En ese momento muchos argentinos entenderán que nos han robado una porción de territorio que era nuestro desde siempre. Constituirá, sin dudas, una nueva pérdida territorial, de la misma manera que perdimos Bolivia o Paraguay en el siglo XIX, según entienden no pocos historiadores con vocación de almohada.