martes, 22 de septiembre de 2015

El monstruo de Mantegna





            En la segunda mitad del siglo XV (el año es muy impreciso) Andrea Mantenga pintó la genial Lamentación sobre Cristo muerto, que algunos iluminados llamaron con mayor acierto Cristo yacente. La obra nos muestra a Jesús echado sobre mármol y junto a él a las dos Marías y a un santo, compungidos. Junto a la cabeza del cadáver vemos un frasco casi imperceptible que se supone que es para untar el cuerpo con perfumes antes de guardarlo— aunque yo más bien arriesgaría que se trataría del atributo iconográfico de la Magdalena—  y casi en penumbras, a la izquierda, una cripta.

Sin embargo, sabido es que la obra se valora, ya desde siempre, por su escorzo, o sea, por la perspectiva o punto de vista desde el cual se nos muestra a Cristo. Este punto de vista no tiene prácticamente precedentes en la historia del arte, amén de ciertas obras menores del mismo Mantegna o algún plagio del hermano de su jermu, Bellini. Nunca antes se había pintado un cuerpo mostrándolo así. (Y mucho menos si tenemos en cuenta que el centro geométrico del cuadro recae en el pene de Jesús, cosa que no podía pasar desapercibido para la gente de aquella época).

No obstante lo cual,  leí un artículo que comparto al final de este escrito y que me dejó en un escorzo complicado (culo para arriba). Según el mismo, la perspectiva del cuerpo está muy mal estructurada. Las proporciones entre las diferentes partes de su anatomía no se respetan. En otras palabras, nadie que contemplemos desde ese punto de vista tirado en una cama se ve de esa manera.  Miren y luego seguimos:



            Si, la cabeza debería ser más chica, los pies más grandes, el cuerpo más largo. El PDF viene con una sorpresita. Los autores, Álvaro Tordesillas y Linares García, inspirándose en Leonardo, sacan las verdaderas proporciones del engendro de Mantegna. Miren:




            Es un Cristo contrahecho, de piernas cortas y tronco excesivamente largo. Un Alien.       Los autores concluyen que el artista confeccionó la obra valiéndose de una multitud de perspectivas, como si de un palimpsesto se tratase, como si hubiera querido santificar a Frankenstein. (Por si esto fuera poco, hoy sabemos que los tres que lloran fueron agregados muchos años después, y están igualmente en proporciones falsas en relación al conjunto del cuadro.)

Sin dudas, la genialidad de la pintura pervive y poco importa lo dicho, que en fin de cuentas no es más que un anecdotario. Pero a mi no se me escapa que Mantegna guardó por más de 20 o 30 años (la cantidad  es imprecisa) este cuadro entre sus cosas, sin venderlo, contemplándolo casi a diario, (lo mismo hizo Leonardo con su Gioconda.) Si yo mismo ya no puedo volver a ver la pintura con los mismo ojos que antes, se me hace imposible pensar que el gran artista que era Mantegna pudiera pasar por alto sus propias distorsiones al cuerpo de Jesús cuando lo contemplaba. Tal vez, paradójicamente, él mismo dudara de los méritos de la obra. Quizás desconfiara de las capacidades de sus coetáneos para apreciar su Cristo yacente. Acaso haya querido dejar a la posteridad un mensaje oculto. Con suerte yo soy el primero en sentir lo que sentía Mantegna por su propia obra y por el Ser que dio a luz.  

Lamentación sobre Cristo muerto abandonó la casa de Mantegna el día que Mantegna murió.

LINK:
LA DISTANCIA QUE ACERCA: RECTIFICACIÓN DEL CRISTO YACENTE DE ANDREA MANTEGNAAntonio Álvaro Tordesillas, Fernando Linares García

:http://polipapers.upv.es/index.php/EGA/article/view/923


viernes, 18 de septiembre de 2015

La literatura pitagórica



Sabemos que Pitágoras acaso no haya existido. Tal vez, entonces, sería más apropiado hablar de los pitagóricos, un conjunto de filósofos que, por costumbre, inventaron un maestro. Pero, a pesar de la invención—o precisamente por eso mismo—no conocemos el nombre de ningún pitagórico. Y entonces volvemos al punto de partida, porque si no tenemos más que un sólo nombre propio, todos los números se resuelven en la unidad, divinizada: Pitágoras. O quizás, más precisamente, en el alma del maestro, que transmigrando de cuerpo en cuerpo, funda una escuela.

            Tampoco sabemos si está bien hablar de filosofía pitagórica. Para muchos se trata de un misticismo que se confunde con el orfismo, una especie de religión de la época. Y menos conocimiento tenemos de la geografía que los parió. Sabemos que eran Jonios, de origen, con su dialecto. Pero la escuela, se nos dice, se funda en el sur de Italia y escriben como se escribía en ese lugar. Y hay estudiosos que dicen todo lo contrario. (Eggers Lan, Los filósofos presocráticos)

            Ciertas prescripciones religiosas que dominaban a estos tipos nos hablan de un rigorismo intelectual más que de una rigurosidad filosófica. Por ejemplo: abstenerse de legumbres, no andar por la calle principal, no permanecer de pie sobre los recortes de las propias uñas, deshacer la marca dejada por la olla entre las cenizas, no sentarse sobre balanzas, etcétera (Copleston, Historia de la filosofía) Y, por supuesto, no comer carne, porque un pitagórico podría transformarse, muerte mediante, en un conejo o en una gaviota. Entonces no sabemos si Pitágoras ha existido, pero tampoco sabemos si hoy Pitágoras es un conejo o una gaviota o una lechuza o un perezoso.

            La armonía de las esferas tal vez sea su teoría más difundida. Los planetas, con sus movimientos, emiten música, pero no la escuchamos porque estamos muy acostumbrados. Estamos tan acostumbrados como a ponerle nombre propio a las cosas y a los hombres.

No está claro si la filosofía—o la religión— de Pitágoras— o de los pitagóricos— surge en el sur de Italia—o en Jonia—. No obstante lo cual, algo hay que enseñar sobre lo que poco sabemos. Enseñamos literatura (y un buen ejemplo es el primer párrafo de este escrito).  Pero, eso sí, la podemos enseñar al modo pitagórico.

viernes, 11 de septiembre de 2015

Una herramienta de la política



Don nadie— Usted no sabe nada de historia. Las cosas que afirma en sus libros son falsedades absolutas.
Sarmiento Y usted podrá saber mucho de historia, pero nada sabe de política.
                                        (Diálogo apócrifo… pero verosímil)


           
Una cosa es  el relato histórico para las masas, para el aula, para la tele, para Tinelli y los que ven a Tinelli. Otra muy distinta es la historia ¨de verdad¨. La primera es una parte de la política y es muy útil. En ella se crean discursos con un fin concreto. Se habla bien de Rosas o de Cámpora para enaltecer la figura de quien  gobierna. Es una herramienta preciosa que siempre se usó y se seguirá usando. El pasado, en estos relatos, es modificado, falseado, alterado: se le saca filo como a un buen cuchillo. Y está muy bien que así sea. (Un arma es una herramienta).

                             Pero los que hacen  historia ¨de verdad¨, no pueden indignarse por lo que dicen aquellos que hacen política, simplemente porque están jugando otro juego (y con otros espectadores).

             En la escuela se enseña que Rosas hablaba de ¨Salvajes Unitarios¨ y hasta escribía en los estandartes ¨Mueran los salvajes Unitarios¨.  Los unitarios eran aquellos que supuestamente querían más a los libros que a las alpargatas. Digamos que con esta proclama se estaría condenando a aquellos que eran enemigos del pueblo. Pero... ¿Quienes eran los salvajes?  Claro, los indios. O sea que se estigmatizaba a los unitarios con la peor afrenta que le podían hacer: poniéndolos al mismo nivel que a los incivilizados aborígenes. (E incluso Rosas se preocupaba por hacer llegar su mensaje; nótese que lo escribía en las banderas cuando casi nadie sabía leer). Por si todavía hace falta aclararlo: esto era así porque el indio era odiado tanto por los federales como por los unitarios, por los blancos como por los negros. En aquella época todos odiaban al salvaje. Pero en el aula no hay que avivar a los pibes.

            La historia de verdad es un esfuerzo por llegar a una verosimilitud que nos obligue a pensar como pensaban en aquel entonces. Ahora bien. Si ves que se reivindica a Rosas—que hizo una compaña de escarmiento a los indígenas—como a un copado amigo de los pueblos originarios, o se juzga a Sarmiento por su falta de rigorismo histórico o por su odio al gaucho, o por qué sé yo…  no te indignes. Los muertos están muertos, pero aún podemos hacer política con ellos, afortunadamente. Más aún, estamos obligados a hacer historia verdadera con las historias falsas del pasado, como una dialéctica entre la verdad y la mentira. ¿Por qué?: porque la política es la que produce la historia. Por eso mismo es tan importante saber mentir como saber identificar las mentiras heredadas. Hacer buena política es también saber afilar el cuchillo.

miércoles, 9 de septiembre de 2015

Quería irse en silencio



Lo primero que me llamó la atención es que se fue. No sabía que la historiadora Patricia Pasquali, de quien he leído su útil biografía de Lavalle, era parte del pasado. Andaba queriendo saber en qué andaba y terminé enterándome de cosas que no sé, que nadie sabe…

            Según Wikipedia, vivió 47 años. Pero los datos de este sitio no son muy de fiar. Según La Nación, 51. El diario de los Mitre agrega que se recibió en el Instituto Nacional Superior del Profesorado de  Rosario. Como está muy identificada con esa ciudad, donde ejerció como docente durante mucho tiempo, me fijé en La Capital. Me sorprendí al leer que vivió 47 años. Caramba, me dije, esta mujer sí que oculta bien su edad, incluso después de dejar de cumplir. Mi curiosidad se potenció al encontrar que, según este último diario, se recibió de profesora en el Instituto Nacional Superior del Profesorado… de Buenos Aires.

            La exitosa historiadora no murió un día cualquiera, se fue el 13 de septiembre de 2008. Por extraño que parezca, ese día la iban a condecorar con bombos y platillos en la sede masónica de Buenos Aires. Según reza La Nación, no era parte de esa sociedad. Por el contrario,  La Capital da a entender que sí, y parece que era un miembro importante.     

            Patricia Pascuali, a quien voy a recordar, falleció tres o cuatro días antes que la noticia llegase a los diarios (tres días para el diario porteño y uno más para La capital). Evidentemente quería pasar inadvertida; quería irse en silencio, como llegó. Lo logró. ¡Vaya si lo logró! Los bombos y los platillos siguen esperando.





sábado, 5 de septiembre de 2015

El Estado de las obras de Salamone

Para salir de la  crisis de los años 30, el presidente Justo y el gobernador bonaerense Fresco apuraron la industria de la construcción y estimularon una multiplicación inédita de salas de conciertos, recintos deportivos, antros burocráticos, represas, rutas y muchos etcéteras. El Estado convocó a ingenieros y arquitectos prestigiosos para tarea tan faraónica, brindando todo su apoyo.

Francisco Salamone fue el gran arquitecto de la pampa. Cayó de Italia como venido del cielo, para elevar con su ingenio obras maestras en nuestras llanuras huérfanas de bellezas edilicias. No fue el único, pero fue, con diferencia, el mejor. Se especializó en la construcción de edificios municipales, mataderos y cementerios, que  hoy conmueven por su viveza, y que en su momento despertaron más odios que corazones. Trascienden casi como naturalmente en ámbitos en donde no tienen competencia estética. (Si Salamone, en lugar de haber cultivado el Art-déco hubiera preferido el barroco, probablemente sus obras tampoco hubieran sido ignoradas, e incluso hubieran cosechado aplausos, aunque tal vez el tiempo las habría hecho envejecer más rápido y el olvido las  abrigaría con mayor premura.)

Sin dudas, sus cementerios son bárbaros, regrosos. Cuando nuestra ignorancia se topa con la necrópolis de Saldungaray (foto), luego de un largo viaje lleno de vacas, horizontes que son horizontales hasta la bajeza y ciudades fantasmales como la citada, de cómico nombre, no podemos menos que asustarnos ante la bocha de Cristo, anclada en el centro de una cruz latina, esculpida por un Picasso.

Y mucho duele el mal estado de conservación en el que se encuentra gran parte de la obra de este gran arquitecto, abandonada por el mismo Estado que hizo posible su realización.

Fransico Salamone murió en 1959. Fue enterrado en la Recoleta. En los años 90 lo trasladaron. Hoy descansa en un cementerio de la provincia de Buenos Aires, privado. 

Documental:  Las minas del rey Salamon. Dirigido por Andrés Tórtola
 https://www.youtube.com/watch?v=6UQJOz1cg9A

 

martes, 1 de septiembre de 2015

El eco de Bach en Huxley



           
Cuando leí Un mundo feliz de Aldous Huxley quedé enamorado de la obra hasta el embarazo. Llegué a parir muchas interpretaciones y quedé fascinado con el argumento. Incluso alumbré una rabiosa envidia, con baba y todo. Sin embargo, no me impresionó su técnica de escritura contrapuntística. Ya había leído obras posteriores, maravillas como La ciudad y los perros del peruano vigilante y torpezas sobrevaloradas como La colmena del Nobel español, que también practican el contrapunto, esa técnica que evoca al tenis. Yo aún desconocía que Huxley era el inventor de todo esto;  que él mismo había escrito una obra cuyo título era precisamente Contrapunto; que en su senectud había publicado una novela (La isla) que oficiaba de contrapunto de Un mundo feliz;   que era admirador de Bach y que en eso nos parecíamos como hermanos gemelos.

            Bach fue el gran maestro del contrapunto, que consiste básicamente en la repetición de un cacho de música como si fuese un eco, pero con otras notas que actúan como opuestas. (Mejor escuche El clave bien temperado  y evítese este tipo de explicaciones malsanas.) Huxley introduce eso en la literatura. No es el primero, pero parece que es el primero que lo hace explícitamente, deliberadamente. No creo que sus obras sean mejores por esta innovación: Un mundo feliz es genial independientemente de este artificio.

Pero hoy caí en la cuenta: hay un destino en el empleo de esa técnica.  Bach perteneció a una familia de músicos excelentes. Sus bisabuelos ya eran músicos y sus hijos fueron grandes compositores. Dentro de la familia de Huxley hay varios escritores y muchos biólogos, incluso un premio Nobel, Andrew Huxley. (Nuestro amigo Aldous no fue biólogo, pero escribió mucho sobre el tema, lo cual es más que evidente en su gran obra, donde se muestra casi como un filósofo de esa ciencia.) Bach quedó ciego, y afirman que recuperó la vista momentos antes de morir. Huxley quedó ciego de muy joven y recuperó la vista, aunque no del todo. Bach, que siempre fue cristiano ferviente, se volvió fanático de las misas cuando envejeció. Huxley, que era un racionalista, se tornó un místico fanático cuando se aproximaba el momento de transformarse en un cadáver. Finalmente, Bach no se puede entender sin el contrapunto musical. Huxley sí se puede entender sin el contrapunto literario, pero no sin Bach, no sin ese eco de su propio pasado.