martes, 1 de septiembre de 2015

El eco de Bach en Huxley



           
Cuando leí Un mundo feliz de Aldous Huxley quedé enamorado de la obra hasta el embarazo. Llegué a parir muchas interpretaciones y quedé fascinado con el argumento. Incluso alumbré una rabiosa envidia, con baba y todo. Sin embargo, no me impresionó su técnica de escritura contrapuntística. Ya había leído obras posteriores, maravillas como La ciudad y los perros del peruano vigilante y torpezas sobrevaloradas como La colmena del Nobel español, que también practican el contrapunto, esa técnica que evoca al tenis. Yo aún desconocía que Huxley era el inventor de todo esto;  que él mismo había escrito una obra cuyo título era precisamente Contrapunto; que en su senectud había publicado una novela (La isla) que oficiaba de contrapunto de Un mundo feliz;   que era admirador de Bach y que en eso nos parecíamos como hermanos gemelos.

            Bach fue el gran maestro del contrapunto, que consiste básicamente en la repetición de un cacho de música como si fuese un eco, pero con otras notas que actúan como opuestas. (Mejor escuche El clave bien temperado  y evítese este tipo de explicaciones malsanas.) Huxley introduce eso en la literatura. No es el primero, pero parece que es el primero que lo hace explícitamente, deliberadamente. No creo que sus obras sean mejores por esta innovación: Un mundo feliz es genial independientemente de este artificio.

Pero hoy caí en la cuenta: hay un destino en el empleo de esa técnica.  Bach perteneció a una familia de músicos excelentes. Sus bisabuelos ya eran músicos y sus hijos fueron grandes compositores. Dentro de la familia de Huxley hay varios escritores y muchos biólogos, incluso un premio Nobel, Andrew Huxley. (Nuestro amigo Aldous no fue biólogo, pero escribió mucho sobre el tema, lo cual es más que evidente en su gran obra, donde se muestra casi como un filósofo de esa ciencia.) Bach quedó ciego, y afirman que recuperó la vista momentos antes de morir. Huxley quedó ciego de muy joven y recuperó la vista, aunque no del todo. Bach, que siempre fue cristiano ferviente, se volvió fanático de las misas cuando envejeció. Huxley, que era un racionalista, se tornó un místico fanático cuando se aproximaba el momento de transformarse en un cadáver. Finalmente, Bach no se puede entender sin el contrapunto musical. Huxley sí se puede entender sin el contrapunto literario, pero no sin Bach, no sin ese eco de su propio pasado.

             

No hay comentarios:

Publicar un comentario