Cuando
leí Un mundo feliz de Aldous Huxley
quedé enamorado de la obra hasta el embarazo. Llegué a parir muchas
interpretaciones y quedé fascinado con el argumento. Incluso alumbré una
rabiosa envidia, con baba y todo. Sin embargo, no me impresionó su técnica de
escritura contrapuntística. Ya había leído obras posteriores, maravillas como La ciudad y los perros del peruano
vigilante y torpezas sobrevaloradas como La
colmena del Nobel español, que también practican el contrapunto, esa técnica
que evoca al tenis. Yo aún desconocía que Huxley era el inventor de todo esto; que él mismo había escrito una obra cuyo título
era precisamente Contrapunto; que en
su senectud había publicado una novela (La
isla) que oficiaba de contrapunto de Un
mundo feliz; que era admirador de Bach y que en eso nos
parecíamos como hermanos gemelos.
Bach
fue el gran maestro del contrapunto, que consiste básicamente en la repetición
de un cacho de música como si fuese un eco, pero con otras notas que actúan
como opuestas. (Mejor escuche El clave
bien temperado y evítese este tipo
de explicaciones malsanas.) Huxley introduce eso en la literatura. No es el
primero, pero parece que es el primero que lo hace explícitamente,
deliberadamente. No creo que sus obras sean mejores por esta innovación: Un mundo feliz es genial independientemente
de este artificio.
Pero hoy caí en la
cuenta: hay un destino en el empleo de esa técnica. Bach perteneció a una familia de músicos
excelentes. Sus bisabuelos ya eran músicos y sus hijos fueron grandes
compositores. Dentro de la familia de Huxley hay varios escritores y muchos biólogos,
incluso un premio Nobel, Andrew Huxley. (Nuestro amigo Aldous no fue biólogo,
pero escribió mucho sobre el tema, lo cual es más que evidente en su gran obra,
donde se muestra casi como un filósofo de esa ciencia.) Bach quedó ciego, y
afirman que recuperó la vista momentos antes de morir. Huxley quedó ciego de
muy joven y recuperó la vista, aunque no del todo. Bach, que siempre fue cristiano
ferviente, se volvió fanático de las misas cuando envejeció. Huxley, que era un
racionalista, se tornó un místico fanático cuando se aproximaba el momento de
transformarse en un cadáver. Finalmente, Bach no se puede entender sin el
contrapunto musical. Huxley sí se puede entender sin el contrapunto literario,
pero no sin Bach, no sin ese eco de su propio pasado.
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