miércoles, 27 de febrero de 2019

Tres libros sobre ¨fútbol¨


Me interesa la tribuna, los trapos, los paraavalanchas. Conozco los cánticos de casi todos los clubes.  Mi sueño de pendejo era ser Popey, el diariero, He-man, el abuelo;  esas estrellas coloridas que el fútbol te da. Con el tiempo yo cambié, pero ellos me siguieron interesando. Vinieron Bebote, Rafita, los hermanos Schlenker. Me sorprendí a mí mismo leyendo todo lo que de ellos se publicaba. Llegué a comprar libros. Ellos me dominaban y me dominan. Tal vez nunca—ahora lo sé— pueda cumplir mi sueño.
                Voy a comentar brevemente tres libros que devoré como un niño que va a la cancha con su padre y que se la pasa mirando a la tribuna mucho más que al verde césped. Un niño que quería aguantar.
                Yo no soy como esos (Pablo Carroza): Se trata de la historia de Los borrachos del tablón, la barra cobarde de River. Es un libro mal escrito, pero interesante. Nos cuenta, por ejemplo, el romance de Moria Casan con William Schlenker (uno de los implicados en el asesinato de Gonzalo Acro, quien fuera custodio de la golfa mediática), así como la relación entre las prostitutas vip del staff de Moria con los barras, los entretelones de Videla, Massera y Lacoste como socios ad honorem de River, el fabuloso negocio de los Borrachos del tablón con el descenso al Nacional B. Pero, sin dudas, lo más interesante es el tema social: los hermanos Schlenker vienen de una familia de clase alta. Esto desmiente la necesidad de ser un lumpen para liderar una barra. De hecho la mayoría de los jefes de barra tienen origen de clase media. Pero los Schlenker son otra cosa. Son ricos. Mataron, apuñalaron, se fueron a las manos, robaron, castigaron y cobraron. Pero no lo hicieron por necesidad. Lo hicieron por pasión y tal vez por el placer del poder. El racismo de sus declaraciones, el racismo de las declaraciones de su madre, la abogada Balmartino, que escribió un libro impresentable, el clasismo despreciable que segregan. Dan asco. (Y son admirables.)
                La doce (Gustavo Grabia). A diferencia de Carroza, Grabia sabe escribir y eso lo hace, obvio, más legible. Como en algunos pasajes del libro anteriormente comentado acá también hay relaciones políticas con los barras. Pero en este caso estas relaciones son más complejas y quedan más al desnudo. Acaso no diga más que lo que cualquier lector atento de diarios ya haya leído, pero olvidó. Esta el casamiento de Rafael Di Zeo, líder de la doce, con la secretaria privada del gobernador Felipe Solá con la asistencia de decenas de políticos y estrellas con nombre y apellido. Y también están las relaciones de la barra con Macri. Ya con esto es suficiente. Sin embargo, lo que más me sorprendió del libro es comprobar que los jugadores, en efecto, dan la vida en la cancha y hasta llegan a salir campeones si la barra los amenaza o los faja. Son métodos que funcionan. Aunque el autor no se expida, queda muy claro a partir de sus anécdotas.
La vergüenza de todos (Pablo Llonto). Muchos quizás recuerden a Pablo Llonto por sus intervenciones en 678, el programa K. Pero créanme, no es ningún boludo. La vergüenza… es un librazo con todas las letras.  Por supuesto, excede en mucho a lo estrictamente futbolístico. Están el atentado a Juan Alemann, el asesinato del general Actis, presidente del Ente Autárquicio Mundial 78 a manos de montoneros que laburaban para Massera, las bombas que estallaban pero no hacían ruido en los medios, la guerra de baja intensidad entre el ejército y la armada… Sin embargo, lo que más me quedó en las retinas es un tema que Llonto no desarrolla. En un pasaje comenta que Menotti, técnico de la selección de entonces, solía decir que durante su juventud en Rosario frecuentaba a Juan Ingallinella como una forma de demostrar que era comunista y que siempre lo había sido. El autor nos informa que Ingallinella era un conocido comunista. Pero no va más allá. Resulta que este rosarino fue el desaparecido más famoso de la época de Perón. Desapareció el 16 de junio de 1955, como parte de las represarías por el bombardeo a Plaza de Mayo. Lo que Menotti estaba dando a entender, según mis cálculos, es que él tenía un amigo comunista que estaba desaparecido (por Perón), que es algo que muchos recordarían en los 70. Menotti es un gran DT. Y un ser de mierda.


domingo, 17 de febrero de 2019

Turismo Urbano 4: Un abismo entre Goya y Reconquista



 Quería conocer Goya y cruzar a Reconquista, al otro lado del Paraná. Llegué a la ciudad Correntina a las 7 de la mañana. Me metí en el único bar céntrico que estaba abierto. Acá todos se levantan tarde. Le metí una leída al diario de la ciudad buscando qué hacer. Lo único destacable era la otra excusa que me trajo hasta acá: la Feria del libro de Goya.
Eructé y caminando entre hermosas casitas muy antiguas y bien pintadas fui bajando hasta el río, donde una enorme carpa habían improvisado para contener tantos libros. Pero estaba cerrada. Incluso después de las 9, hora de apertura.
A las 9:30 me pidieron que me aparte del camino de entrada. Estaba llegando el intendente con su séquito. Me colé con ellos, le saqué una foto al capo y a sus chupamedias  (lo acariciaban) e intenté entrevistarme con un tipo que me pareció de lo más berreta que traté en mi vida.  Y digo ¨intenté¨ porque mi contacto era tan ordinario como lo eran los perros en las carpas de los circos.
Mi desafío ahora era cruzar al otro lado. Luego de ver miles de pañuelos celestes que defienden las dos vidas y de entender de este modo que me encontraba en el lado B de la República, llegué a un amarradero donde una lancha chiquita como un carozo hace cruzar a Santa Fe por 600 (seiscientos) pesos. Si, lo que escuchó: un 6 seguido de dos ceros.
Hace rato se viene barajando la posibilidad de hacer un puente. Son sólo 33 kilómetros en línea recta. Pero el Paraná está sembrado de innumerables islas y brazos en el medio. El viaje dura una hora y 20 minutos. La misma lancha, que tiene el monopolio, transporta 8 personas. Yo consigo pasaje de pedo, soy el octavo. Va y viene 3 veces al día. Conclusión: dos ciudades de más de 70 mil habitantes tienen un sólo transporte público que las une, a un precio inalcanzable y para que unos 24 privilegiados puedan darse el lujo de cruzar. Por supuesto, el único tipo en la lancha que vive de un lado y trabaja del otro es… el que maneja la lancha.
En el viaje hablo con los lugareños, muy abiertos al diálogo. No quieren el puente en ningún caso. La mayoría son de Goya y muy conservadores. En las islas del trayecto veo viviendo de la pesca a varios verdaderos Robinson Crusoe. Al llegar al puerto de Reconquista ya se adivina una ciudad con una impronta industrial importante. Te reciben unos tanques enormes y una villa. Un lugareño, vecino de Batistuta, me invita a llevarme al centro en su camioneta. Como la camioneta parece un avión impresionante entiendo que no me miente, el Bati es su vecino.
Reconquista es una ciudad digna de estudio para los urbanistas. Son tres plazas y un parque que circunscriben el área central. Acá todas las calles se han pensado a futuro. Todas son anchas. Todas son avenidas. Es una ciudad planificada donde domina la clase media y la gringada. Se ven más pelos rubios que enfrente y los pañuelos son verdes.
A la noche, luego de entrar en la iglesia y de tomar uno de los mejores helados de mi vida, me dispongo a partir. Pero antes me clavo una birra en un bar céntrico. La gente es menos pueblerina. A pesar de tratarse de dos ciudades con una población numéricamente similar, uno en Reconquista se siente como en casa, en Buenos Aires. Y en Goya uno siente la distancia enorme que te separa del hogar. Esto último es, desde ya, más interesante. No se viaja para sentirse cerca. Pero lo más interesante es, sin dudas, el abismo que separa ambas ciudades, que estando tan cerca, practicamente no se comunican.
Mi bondi sale a las 22:30. Voy a pagar ante el temor de que cierre el bar. La mesera me advierte que cierran a las 2 de la madrugada. Y abren tempranito. Sí, es como estar en casa. 


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