miércoles, 29 de junio de 2016

MetLife

                                                      
                  La selección de la Federación de Fútbol de Chile (FFCh) le acaba de ganar a la selección de la Asociación Argentina de Fútbol (AFA) la final de la Copa América Centenario, en el no tan mítico Metlife Stadium de New Jersey. Fue por penales, y es una pena ver tantos millones de argentinos  tristes. Estuvimos a un paso de tocar el cielo con las manos. Y aquí estamos. 
                 La alegría de la mayor cantidad de personas es mi norte, mi deseo. Y debería ser el deseo de todos. El mundo es injusto. La victoria chilena alegra la vida de 18 millones de personas, no de 40 millones de argentinos. Mejor hubiera sido la victoria de Brasil, alegría para 200 millones de seres humanos. Lo óptimo, lo inmejorable en este torneo, hubiese sido la victoria de Estados Unidos, más de 300 millones, que si bien mayormente no gustan del fútbol, seguramente hubiesen sonreído al alzar la copa. Todos somos hermanos, No hay fronteras posibles. Brindemos en cualquier idioma. El verdadero corazón cosmopolita desea que China y la India jueguen la final de Rusia 2018 ( y que la gane China, claro). No se trata de una mera cuestión aritmética. Ser altruista es no ver fronteras, no ver razas, no ver diferentes colores de ojos. Da todo igual. Ellos son nosotros y nosotros somos ellos, en tanto homos sapiens, en tanto personas... en tanto chinos. 
                          Y a mis compatriotas les digo: ante semejante catástrofe, tal vez  necesitemos un buen seguro de vida.

martes, 14 de junio de 2016

La paradoja de un migrante


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Como José no tenía libros iba por el mundo publicando que tenía calle. Él se movía por Buenos Aires como una pantera en la noche.  ¨La tenía clara¨.
Un mal día se quedó sin laburo. Con fortuna consiguió trabajo de mozo en  Noruega.
En Oslo se metió su calle en el orto.  No es que los oslenses no tuviesen necesidad de calle, al menos en los dos putos meses en los cuales pueden caminar a la intemperie, sino que se trata de otra calle. José se sintió como una pantera en el zoológico.
Entre pedido y pedido, nuestro mozo fue aprendiendo a putear en noruego, a escupir en noruego y a decir ¨calle¨ en noruego, sin llegar a ser jamás  un oslense hecho y derecho. Para entretenerse, y con orgullo, publicaba a todo el que se le cruzaba sus andanzas porteñas y lo que se debe y no se debe hacer ante un rati o un punga, una plaza semivacía o una noche cerrada, una tuca o una mina. Lo escuchaban maravillados.
Un buen día dio en un bar con un antropólogo que reparó, por casualidad, en toda la calle porteña de José. El catedrático lo invitó a la casa para aprender más sobre el asunto. Hoy José forma parte de una tesis de doctorado en antropología.



jueves, 2 de junio de 2016

He volado al otro hemisferio

                 He volado al otro hemisferio. He visto calles y senderos, madres  y silencios, policías y próceres universales,  tranvías y guías turísticos. Pero no he levantado la cabeza. Allá, alto, la esfera celeste se dibuja de otra forma. Otras estrellas flotan entre el horizonte y el zenit. Cada estrella con su nombre; cada grupo de estrellas con su nombre, muchas de ellas con otros nombres. Las que guiaron a los barcos,  a los barcos que eran guiados  por las velas, a las velas que eran guiadas por los vientos, a los vientos que eran guiados por la acción del sol y de la rotación terrestre (que líricamente podríamos resumir como ¨Dios¨, a quien  Aristóteles ubicaba tras las estrellas, inmóvil, sin objetivo, como un gran bostezo carente de pasiones, al que todos los cielos seguían).
                   He viajado al otro hemisferio, y no me detuve a ver el sol hacia el sur, dibujando sombras sobre los monumentos, sombras que giraban en el sentido de las aguas de los relojes, que  no hacen otra cosa que seguir el sentido heredado de los relojes solares, que en sentido estricto son relojes de sombras.
                   He viajado y no he visto a la luna con la cara dada vuelta, como la vieron los egipcios, o sobre un fondo de estrellas, como la vieron los aztecas, o menguante, como en las banderas del islam.
                   Pero yo nada de eso observé cuando volé al otro hemisferio. Atado a la Tierra y a la tierra, estúpido observador a ras del suelo, inquisidor de lo inmediato. Mediocre, parco y pobre viajero, me comporté como el noventa y nueve coma noventa y nueve  por ciento de los humanos. Y ahora quiero mirar y no puedo. He vuelto.

Gustave Doré. Canto XXXI