domingo, 6 de agosto de 2017

El amor de una sinvergüenza

Tengo el buen hábito de desconfiar de las historias que cierran a la perfección, de los malos escritores, de los que vuelan bajo. Tengo el gran mérito de entender que las historias perfectas corresponden más a la realidad que a la ficción, y cuando se dan, son increíbles.  Estas últimas merecen ser contadas, no ficcionalizadas.
Voy a contar una historia real que se llevó al cine con un nivel de idiotismo apabullante: el amor entre la profesora  de filosofía y literatura, Doctora Rosario Casas Dupuy, y el espía norteamericano Aldrich Ames.  El principal error de la película, intitulada CIA Mole Aldrich Ames, es que ella aún vive y por lo tanto la historia no ha concluido. Yo estuve averiguando en qué anda.
Ames fue un famoso espía. Trabajaba para la CIA (Agencia Central de Inteligencia). Le pagaban bien. Recorría el mundo buscando captar agentes de la KGV soviética para que vendan información valiosa al capitalismo. Un día, en México, conoció a Rosario, una intelectual de fuste, colombiana, trepadora. Ella no era linda y él no era intelectual.[1]  Aldrich  se enamoró perdidamente de la inteligencia de Rosario. Rosario fue conquistada por la billetera de Aldrich, quien estaba casado y se divorció para poder unir su nombre al de la Doctora, especialista en literatura inglesa, a quien superaba en once años, mas no en inteligencia. Corría 1985.
En las relaciones de pareja uno se acostumbra a todo: al cuerpo del otro, también a la billetera. Rosario quiso renovar los votos con Aldrich quejándose recurrentemente por la falta de numerario. Gastaba mucho más de lo que el sueldo de espía le reportaba a su marido. Amenazó con dejarlo si no hacía algo para incrementar la liquidez del hogar. Ames actuó con la misma temeridad que Lee Harvey Oswald , (tema que ya he tratado, ver aquí ): entró en una embajada enemiga para ofrecer sus servicios. Lo hizo en pleno día, cuando Washington estaba despierta: tan enamorado estaba Aldrich. Nadie sospechó. Al contrario que Oswald, nunca había simpatizado con el comunismo. Más aún: nunca había simpatizado con el capitalismo. No al menos hasta que conoció a Rosario. Los soviéticos le pagaron (y le seguirían pagando) muy bien por su información. Millones. Aldrich se vendió a los comunistas para satisfacer los deseos capitalistas de su mujer. A pesar de que, como en una de gansters, cambiaron las cortinas, el auto, la casa  y se dieron por las joyas que brillan, los perfumes que duran, los sirvientes que se visten de etiqueta y las mascotas con papeles, nadie sospechó. Ames era listo, pero no tanto. Era un perro fiel. No daba el perfil de garca. No empezaron a sospechar tampoco cuando repararon en ella, en los abrigos de bisonte, en los relojes con pulsera de cocodrilo. Era una reconocida profesora universitaria especializada en Shakespeare, algo normal. Finalmente Rosario ingresó a la CIA por mediación de su dorima. Y su sed de dinero no conoció techo. Vendió secretos, y los vendió muy bien. Entusiasmada, empezó a vender gente. 
En 1994, cuando la guerra fría ya era historia, Aldrich Ames fue apresado, juzgado y condenado. Rosario Casas Dupuy fue perdonada por ser extranjera y principalmente porque Ames logró bajo cuerda un arreglo para que pudiera salir sin consecuencias. Él lo dio todo por ella. Se sabe que al menos 10 espías estadounidenses fueron ejecutados en la Unión Soviética por los datos aportados por Aldrich y Rosario Él nunca se arrepintió. ¿Ella se arrepintió?
Hoy la encontré con unos cómodos 64 años en el Youtube, con todas las joyas puestas, leyendo con unos alumnos de la Pontificia Universidad Javeriana de Colombia unos pasajes de La Tempestad y de Romeo y Julieta. No salía de mi asombro. Tuve que chequear si realmente era ella. Un documental sobre espías del mismo canal de internet me confirmó inapelablemente que sí, ni más ni menos, es ella, casi un miembro de la iglesia. Termina el video con el siguiente pasaje de la historia de amor ambientada en Verona (Acto 2; escena II), leído por ella misma en un excelente inglés : 

                 ¡Romeo, Romeo! ¿Por qué eres tú Romeo? ¿Por qué no renuncias al nombre de tus padres? Y si careces de valor para tanto, ámame, y no me tendré por Capuleto (…): Acaso no eres tú mi enemigo. Es el nombre de Montesco, que llevas. ¿Y qué quiere decir Montesco? No es pie ni mano ni brazo ni rostro ni fragmento de la naturaleza humana. ¿Por qué no tomas otro nombre? La rosa no dejaría de ser rosa, tampoco dejaría de esparcir su aroma, aunque se llamara de otra manera. Asimismo mi adorado Romeo, pese a que tuviera otro nombre, conservaría todas las buenas cualidades de su alma, que no las tiene por herencia. Deja tu nombre, Romeo, y a cambio de tu nombre que no es cosa esencial, toma toda mi alma.

Sería bueno recordar que la señora se ha quitado el apellido de su marido y vive de su herencia.

Fuentes:
Para verla cuando joven, en el minuto 41:25 de este documental:
Rosario hoy:
La película:
otras fuentes:





[1] No puedo evitar decirlo, pero lo que uno admira de Anna Chapman es, más que su belleza, más que su condición de espía, más que su confesión de ser espía, es todo el negocio que se armó con todas esas armas. Hoy, con solo 35 años, se llenó de oro y hasta tiene su propia barbie. (¿Mata Hari? Hari nunca reconoció ser espía.)