jueves, 22 de diciembre de 2011

Messi es mejor que Maradona



             Messi es mejor que Maradona
A Leo- campeon sub 20 y olímpico con la selección- se lo critica mucho por acá. Una de las criticas más frecuentes es la de no haber ganado mundiales. Solo hay que recordar que jugó como titular en uno solo.
Si ganar un mundial es la medida para dirimir cual es el mejor futbolista de la historia, entonces Pele es tres veces mejor que Diego y cuatro más que Messi. Cruyff es un pobre tipo (perdió una final) y Di Steffano es un lucer total (nunca jugó un mundial). Y qué decir de jugadores como Samuel Eto' y Didier Drogba , que tuvieron la desgracia de nacer en extraños paises y no cambiaron de nacionalidad; o de Eric Cantona, que tuvo al lado una generación de franceses pechos frios que no clasificaron a Italia 90' ni a EEUU 94'. Ganar un mundial es importante, cómo negarlo. Pero como argumento es muy pobre.
Pero lo que más me irrita las pelotas son las operaciones de prensa.
Este año que finaliza nos brindó la Copa América. El diario Clarín, justo antes de que se iniciara el evento, sacó una colección en fascículos; la vida de un pide de solo 24 años: Lionel Messi. Aunque parezca excesiva tanta alharaca por tan poca vida, el pibe bien lo valía. Ya era considerado el mejor del mundo y a Clarín le costó un gran esfuerzo económico pagarle al pibe para poder publicar su vida.
El último fascículo de la serie debía coincidir con el campeonato obtenido por Argentina. Pero las cosas no salieron bien. Argentina perdió por penales con Uruguay. Fue un desastre financiero para Clarín— y no solo para Clarín—. El gran diario argentino iba a vilipendiar al astro sin piedad.
Por el efecto metástasis, al que es tan propenso el periodismo, bastó que el grupo Clarín dijera que la diferencia fundamental entre Maradona y Messi era que el primero ganaba los partidos él solo mientras Messi necesitaba compañeros idóneos  para que toda la gilada repitiera semejante burrada. Esta gansada la escuché en el trabajo, en el tren, y en el subte. Es lo que en filosofía se llama existencia inauténtica: los millones que repiten lo que dicen los periodistas como si fueran loros, sin pensar, porque creen a ojos cerrados lo que les dicen. Y lo peor no son los periodistas que inventan estas cosas, sino los otros periodistas, que son tan loros como los que no tienen un micrófono.
Yo me pregunto: ¿La gente no tiene memoria? ¿Los más jóvenes no se encargan de averiguar mínimamente sobre sus ídolos?
Veamos si es verdad que Maradona te ganaba un partido él solo:
En el mundial de España 82’ perdimos 2 a 1 frente a Italia y finalmente nos expulsaron del Mundial con la derrota más triste de la historia de la selección Nacional: 3 a 1 con Brasil, con todo lo que eso duele. En ambos partidos Maradona estaba en la cancha. La edad de Diego era la misma de Messi en el último mundial (22). Con Messi, a pesar de la goleada que nos propinó Alemania, salimos quintos. En el 82’, con Diego, salimos decimoprimeros, ( y quizás haya que recordar que ese equipo era la sumatoria de las dos selecciones argentinas campeonas.)
Gracias a Diego salimos campeones en México. Maradona ya era mayor de lo que es Messi ahora. Pero un año después se jugó la Copa América en Argentina, al igual que en este 2011. Uruguay le ganó la final a Chile por 1 a O. ¿Argentina?: Salió cuarta, al perder por el tercer puesto con Colombia. Maradona estaba en la cancha. Nadie, con memoria, se quiere acordar de esto.
Cuando Maradona llega al Napoli, en la temporada 84/85, sale octavo. Un año después se decide rodear a Maradona de gente más idónea, como Giordano: salen terceros. Recién en la temporada 87 se alzan con el scudetto. Para ganar los campeonatos internacionales de menor relevancia,  (como la Copa UEFA), compraron a dos excelentes brasileños: Alemao y Careca. Maradona sólo no podía. Es un ser humano. Messi también.
Estoy seguro, Maradona nunca hubiera sido lo que es y será Messi: le faltaba equipo.
                                                                                  Diciembre 2011



El Vinchuco (Cuento)

Así como hay biografías noveladas, esto se podría llamar Biografía cuenteada. De este tipo tengo varias en este blog (Rico y bueno, Las cruces y los cruces del comunismo, Mirando un árbol atentamente, etc) Todo lo que cuento suscedió casi así como lo cuento

El Vinchuco
(El bruto que sabía más que los doctores.)

            Gerardo era retraído,  silencioso, desconfiado y chaqueño. Trabajábamos juntos y a mí me desagradaba bastante trabajar con él. Había descendido desde el norte hacía veinte años. Nunca se sintió cómodo en la ciudad.  Su reserva me asustaba un poco. Tenía un antecedente por abuso sexual. Nuestras compañeras estaban un poco más asustadas que nosotros, como era de esperar. Nadie lo quería.
            Un buen día Gerardo se me empezó a acercar. Al comienzo mantenía con él charlas insípidas y aburridas. Pero algo me quería decir Gerardo. Lo presentía ¿Por qué me había elegido? Lo que más me molestaba era que los otros compañeros me señalaran como el compinche de semejante individuo. No obstante, mi diplomacia siempre fue muy fértil, y echa raíces en las personas más obtusas.  Lo peor era que el tiempo pasaba y Gerardo no decía lo que tenía que decir. Mantuve esa conducta de proximidad lo más que pude porque ya me estaba ganando la curiosidad y porque los otros, no menos intrigados, esperaban el momento en el que yo ventilara las confesiones del ingrato compañero.
Gerardo no era muy perspicaz. Si hubiese conocido al género humano, si hubiese sido una persona observadora, a mi no me hubiera contado estas cosas. Yo no soy un delator, un difamador, un chismoso ni nada de eso. Quiero decir que no destaco en esas materias. Lo que pasa es que cuando alguien me dice algo muy interesante no solo lo divulgo a mis amigos, también lo publico en un blog en internet para que lo lea cualquiera. Nunca pensé que Gerardo fuese capaz de decir algo tan interesante.
            Ese día se me acercó, pero demasiado. Iba a soltar la confesión de su vida. No estaba nervioso ni mucho menos. Yo creo que estaba excitado.
__ José, — comenzó — acá todos hablan de minas y de dinero. Es de lo único que saben hablar. Pero te voy a decir una cosa, de minas no saben nada… De dinero tampoco.
            En esto mucho de razón tenía: los compañeros no sabían hablar de otra cosa que de conquistas, dinero y campeonatos. Y se mentían de unos a otros con una desprolijidad asombrosa. Nadie era fiel, nadie era pobre, nadie decía la verdad. A Gerardo jamás se le ocurrió pensar que las mujeres hablaban más o menos de lo mismo. Ellas solo existían para…
__ Mirá—continuó—yo sé mucho de la vida porque me hice de abajo, a mí nadie me enseñó nada, y ni leer y escribir sé. Pero hay algo que no aprendés en las universidades, son cosas que te da la vida… Me crié en el chaco. Tuve una juventud feliz… Veo que estás sorprendido, José. Es así: mi juventud está cargada de anécdotas reales, no de las mentiras que dicen estos papanatas. Cuando queríamos coger agarrábamos una Toba y adentro. Ellas no se quejan, no tienen a quien quejarse. El forro yo no lo conozco. Nadie en mis pagos lo conoce… ¡¿Por qué me mirás así?! Te voy a explicar todo y después me vas a entender… La plata era un problema, pero un día llegó el gobierno y dio subsidios para muchas cosas. Los que tenían chagas recibieron un sueldo para toda la vida. Casi todos tenían chagas en mi pago. Los que no tenían fueron al médico por primera vez en sus vidas, y así muchos descubrieron que tenían la enfermedad. Se pusieron muy contentos y empezaron a cobrar. Acá la gente no tiene ni idea de lo que es mil quinientos pesos en mi pago; una fortuna. No tuve suerte, no me encontraron nada. Me deprimí mucho… No me pongas esa cara que todavía no terminé… Yo recién había entrado en la adolescencia y no conocía mujer. Las mujeres me empezaron a despreciar porque era pobre, porque tenía que ganarme la vida trabajando porque no estaba enfermo. Porque esa enfermedad te va matando de a poco, en treinta o cuarenta años, y ni te das cuenta de que la tenés. El gobierno se hace cargo de tu enfermedad y es como si ellos quedaran contagiados… Bueno, como te iba diciendo, las mujeres son pocas en esos lugares, y el desprecio es general. No te podés esconder ni cuando estas soñando, porque todos saben de todos y la mentira tiene patas muy cortas y nadie se va a arriesgar a una mentira. Tenía ganas de morirme… Yo no era el único. Uno de mis primos, que estaba tan triste como yo, se presentó un día en mi casa con una sonrisa amplia de esas que son comunes entre los tobas. “Me salvé, hermano”, me dijo, “¡¿Por qué me mirás así?! Ya sé lo que pensás: desde que llegaron los médicos y desinfectaron el pueblo las vinchucas se fueron a vivir al cielo. Pero te juro que estoy contaminado. Ya fui al médico y me lo confirmó. Tenés que ver la cara que puso el tipo. «La verdad que no me lo explico», decía, como pensando en voz alta «Hemos matado al insecto, o al menos eso es lo que yo creía. ¿Cómo es posible? Sabemos de gente que ha sido contagiada por cerdos y por perros portadores de la enfermedad. Sobre todo los perros, ellos entran en las casas y duermen en la cama de sus dueños… Así que usted no tiene perro… Otra forma de contraer la enfermedad es por la lactancia. Disculpe la pregunta, pero su mujer esté quizás embarazada o haya sido madre recientemente… Así que usted no tiene mujer… La verdad es que no me lo explico»  Y le expliqué lo que te vengo a contar ahora: Lo primero que se me ocurrió fue buscar una vinchuca, y ni muerta encontré. Al que si encontré fue a tío Eusebio. Eusebio tiene sus años, y el diablo sabe más por viejo que por diablo. Me lo explicó muy fácilmente. «Así que fuiste al médico. Los médicos saben, pero callan… No todas las vinchucas son portadoras, porque ellas también se contagian como nosotros. Solo las hembras lo son, y no en todos los casos. De modo que conseguirte una vinchuca nada te garantiza. Los únicos de los que podés estar seguro que están contagiados son los humanos, porque van al médico… Es, aunque no lo dicen, una enfermedad venérea… Pero a las tobas no hay que hacerles exámenes. Ellas tienen desde que nacen. Buscá que estén con sangre, y listo. O fijate de dejarlas sangrando.» Eso fue lo que me dijo Eusebio”, dijo mi primo, Y lo seguí en todos sus consejos… ¿Por qué me mirás así?
__ Es que estás un poco cambiado.__ Le dije. Y nunca más le dirigí la palabra.
            Todavía me da asco recordar la cara de Gerardo, especialmente ese deseo ingobernable en sus ojos de ser aprobado por sus actos. Creo que esperaba el aplauso. Yo ya lo veía un poco chato, con alas y antenas: un vinchuco
            Gerardo era un pobre tipo, un poco victima de su medio y un poco victimario por cuenta propia. No pienso exculparlo, pero me gustaría agregar algo:

La ciencia médica suele ocultar ciertos aspectos de sus conocimientos para evitar males mayores. La discriminación de seres humanos es un buen ejemplo en este sentido. No me quedé con la palabra de mi inmundo compañero; estuve averiguando. El vinchuco tiene razón en todo, salvo—claro – en los consejos.
En cuanta página de internet me metí se afirma que el chagas no se contagia entre humanos. A renglón seguido se habla de la lactancia como forma de contagio o del peligro que implican los perros. Las vinchucas actúan sobre cualquier mamífero, y todo mamífero es peligroso, y el Humano es, que yo sepa, un mamífero. ¿Es tan improbable que alguien pruebe la leche humana de su mujer? ¿Eso no es acaso contagio de humano a humano?
Pero por más que buscaba no daba con lo de la transmisión sexual. Hasta que di con una página australiana traducida, osea, con la página de un país sin el mal y que por lo tanto no tiene que ser políticamente correcto. Porque la política tiene su injerencia en la medicina, al menos en señalar lo que se divulga y lo que no se divulga. Siempre recuerdo el ejemplo del presidente Roca. Le llevaron una estadística sobre los males producidos por el consumo excesivo de carne vacuna, en especial por el colesterol y los males cardiovasculares subsecuentes, que era un tema novedoso por entonces. Roca prohibió hablar del tema. Si los argentinos se volvían menos carnívoros los más perjudicados serían los mismos argentinos.  Con el chagas pasa otro tanto. Son medidas preventivas con las cuales yo estoy de acuerdo.
                                                                                  Diciembre de 2011
¡Ah! La página australiana es:


miércoles, 21 de diciembre de 2011

Luna de medianoche

Acrilico sobre tela: 1:50 X 1:00
Puede resultar extraño que critique mi propio cuadro. Pero lo veo como una defensa o justificación de su existencia. El muy pobre se vio injustificado en la palabra de gente que sabe y que merece mi mas amplio respeto. Sin embargo, creo que lo vieron muy superficialmente y privilegiaron mi tarea de escritor por sobre la novedosa inclinación que estoy mostrando por la pintura. Ellos tienen razón: y es por eso- tal vez- que tengo que justificarlo desde la ecritura. (No quiero olvidarme de los admiradores incondicionales, como mamá; ni de los que lo alabaron, causándome asombro porque los creia competentes.)
Más que interpretar la obra, la voy a describir: que es como obligar a  la gente a que vea aquello que no quiere o no puede ver.
La tela esta bastante inspirada en La separación, de Munch. Los colores están puestos con un criterio que aprobarían los fauves y que pretenden transmitir el estado de ánimo del protagonista, que es ese flaco con facha de marioneta. Tiene los ojos cerrados y traté de equilibrar eso con el enorme ojo abierto e inquietante en el otro lado. Junto al oido- que es el único representado en la marioneta- hay una clave de sol. La protagonista no tiene rostro, pero tiene oreja. La clave de sol parece caer en pétalos. Con esto busqué, además de transmitir un estado emocional, un contrapunto con ese helecho (?) que se ve al pié, y ambas cosas están dialogando con los dedos blanos y abiertos del flaco. Tanto la marioneta como la clave lloran lágrimas del color del cielo. (Creo que la tela se me mojó mucho, porque sobran lágrimas.) La luna no es blanca, pero su luz, que está distribuída en los rostros masculinos, en los contornos del árbol, etc, si lo es. Señalo que el helecho blanco es un conjunto de hojas largas, y que busca contrastar con el árbol, que no tiene hojas. Tratar de exponer el motivo de un dedo amarillo, del mismo color que la señorita, sería arruinar el cuadro.
No me queda mucho más que decir. Pero ahora estoy pensando que tenían razón los detractores.

Diciembre 2011

domingo, 11 de diciembre de 2011

El reloj del ajedrez (Cuento)

El reloj del ajedrez
           
 Boris Bergman era el campeón mundial de ajedrez. No sabía lo que era la derrota. A los 35 años había conocido la gloria de tocar el cielo con las manos, de ser un rey entre peones, porque no tenía contrincante digno de su altura. Él era el mejor. Boris Bergman era sinónimo de ajedrez y el ajedrez se llamaba Boris Bergman.
            Sin embargo, una tarde medieval, de otoño gris, se le presentó un tipo desnudo, de rostro triste y melancólico, joven hasta la exageración. Le pidió una partida. Boris no se negó, pues ello supondría casi reconocer una derrota. Le tendió el tablero y el visitante lo llenó de fichas, respetuosamente, como pidiendo permiso. El campeón se limitó a colocar el reloj en su lugar.
El joven, que mostraba un cuerpo completamente lampiño, perdió la partida. A Boris le resultó un contrincante digno, aunque un poco precipitado en sus decisiones, como si quisiera liquidar el asunto lo antes posible, como si estuviera obrando diplomáticamente sólo para luego mantener una conversación. No parecía un tipo apurado ni mucho menos, manejaba el reloj con criterio, pero Boris leía a las personas en base al juego, y el juego de este extraño personaje era osado, asumía riesgos innecesarios. Esa misma temeridad desconcertó al campeón un par de veces, pero cuando ya conoció las características de su oponente lo fue empujando hacia la derrota implacablemente.
Pero el visitante tuvo una conducta más extraña que las que ya llevo dichas. Jugó hasta la última jugada, es decir, hasta el jaque mate. ¿Por qué iba a hacer eso un tipo que, se dejaba ver, era un buen ajedrecista? ¿Por qué no canceló el partido antes, cuando el desenlace ya se sabía? Indudablemente, pensó Boris Bergman, obedece al placer de jugar hasta el final con el campeón.
El visitante, luego de tirar dos elogios y un piropo, luego de callar y así obligar a Boris a hacer lo mismo, luego de que el silencio lo ganó todo, habló así:
__ Te juego otra partida. Pero con una condición.
Boris, que no estaba dispuesto a seguir jugando con él, pero que se mareó porque le estaban imponiendo condiciones, preguntó mecánicamente:
__ ¿Qué condición?
__ Jugar sin reloj, y que los plazos entre una movida y otra sean dictados por el corazón.
Boris, que siempre pensaba en términos ajedrecísticos, se representó un enroque, porque ahora el otro cambiaba las reglas, imponía cosas y se comportaba como si la casa fuera suya. Además, levantó el reloj y lo apartó lo más lejos posible, paseando su desnudez y dejándole a Boris la innoble tarea de colocar las piezas en su lugar. Aún no había aceptado el desafío cuando ya estaba jugando.
Por término medio el joven hacía una movida cada diez minutos. Boris estaba tan acostumbrado al reloj que se sentía turbado, como si le faltara un brazo, como si le faltara una torre. El partido se dilató más de lo normal, y terminó en tablas.
¿Cómo es posible?, pensaba Boris. Cuanto más tiempo tengo para pensar más se me dificultan las cosas. Quizás soy el campeón solo bajo la condición de que los otros no tengan tiempo para pensar. Debo estar padeciendo algún tipo de enfermedad. O probablemente lo estoy subestimando demasiado. O debe ser la falta de costumbre de jugar sin el reloj. Y se conformó con este último pensamiento.
Nadie invitó a una tercera partida, se imponía sola. Boris olvidó el reloj exitosamente, pero ese éxito no se reflejó en el tablero, donde las negras del extraño visitante formaban una fortaleza inexpugnable. Cuando todo parecía encaminarse hacia las tablas una repentina y genial jugada le dio la victoria al joven. Bergman había perdido por primera vez.
Al campeón se le vino la representación de una carrera de cien metros. Después la de doscientos, quinientos, y así hasta la maratón. Él era el campeón de los cien, pero su velocidad mental no se adecuaba a otras medidas. Ni siquiera podía estar seguro de su rapidez: si el reloj circulara con mayor velocidad él probablemente perdería el título. La velocidad de los relojes es una convención, pensó. El hecho de que Boris fuese el campeón era una simple convención. El corredor de los cien metros podía fracasar en los cincuenta.
A Boris no se le ocurrió fijarse en el reloj de la pared, tan olvidado estaba de los relojes. Si lo hubiera hecho hubiera averiguado que la partida había durado dos días, con sus soles y sus lunas. Intuitivamente supo que la partida tuvo una duración desproporcionada, pero solo como un eco disimulado, porque estaba consumido por un grito interior que lo obligaba a pensar en otra partida, y otra partida, y otra partida, hasta tomarse revancha, hasta humillar al joven.
En la nueva jugada, Boris notó que las fichas se movían con mayor lentitud que en la anterior. Tenía enormes espacios de pensamiento entre una jugada y otra, tiempo suficiente para elegir una entre mil jugadas. Y cuando el señor Bergman se ponía a elegir arruinaba su plan estratégico. No estaba hecho para elegir. Normalmente sus razonamientos eran correctos, hacía lo que debía, no lo que quería. Sin embargo, en estas anormales situaciones, se mareaba hasta el vómito. Sentía la impotencia de su cerebro. Tanto fue así que perdió en pocas movidas.
Agobiado, muerto de calor, se empezó a desnudar. Si se hubiera interesado en otra cosa que no fuese el ajedrez hubiera sabido que ya estaban en verano.
El mismo ordenó las piezas para otra partida. Dibujaban las jugadas con la lentitud de dos quelonios. Boris pensó que, el haber reconocido íntimamente la superioridad de su adversario e implícitamente haber abandonado su anterior soberbia, se daba un margen de ventaja. Además se estaba acostumbrando a estos plazos enormes entre cada jugada y había aprendido a pensar una sola movida con lentitud antes que pensar miles para después tener que elegir entre tantas.  No obstante lo cual, la victoria llegó con relativa rapidez, vistiéndose de joven.
El señor Bergman se disculpó para ir al baño. No podía creer lo que estaba pasando. Quizás un recreo, lavarse la cara…. Puso la cabeza debajo de la canilla y la regó bien regada. Levantó la cabeza y se miró en el espejo. El nunca había tenido barba y ahora la tenía en abundancia, y de color blanco. Levantó un poco los ojos: su rostro estaba irreconocible, avejentado. Su pelo era largo y se confundía con la barba. Para huir de esa imagen, para huir de él mismo, se precipitó en la sala. Allí estaba el joven, siempre lampiño, ordenando las piezas.
                                                                                              Diciembre de 2011


jueves, 8 de diciembre de 2011

Sábato nos vende fruta

Sábato nos vende fruta

Don Ernesto ya murió. Pero por esas cosas de la tecnología, el escritor, pintor, físico, sabio y moralista nos sigue sorprendiendo desde el cielo, o desde la WEB, que es lo mismo. Allí, y para toda la eternidad, quedan registrados algunos reportajes, notables reportajes que no siempre dejan bien parado a Don Ernesto.
Está ese donde afirma que si se muere su mujer Matilde,  él se mata. A Matilde se la llevó Dios, y el sabio, sin vacilar, insistió en seguir viviendo unos largos años más, durante los cuales— estamos seguros— descubrió el detergente.
Pero Matilde se llevó un secreto a la tumba. Ernesto dijo hasta el cansancio que su novela La fuente muda fue arrojada al fuego por un ataque depresivo que lo visitó en Europa. Algunas partes, afirmaba, fueron salvadas por su mujer. Con los años ese hábito se le hizo carne al escritor. Después, sin sonrojarse, declaraba haber tirado al fuego ensayos, obras de teatro, artículos periodísticos y poemas, todo en plural. Yo no le creo.
Hay un reportaje donde el piromaníaco declara que la misma casa de Santos Lugares donde vivió más de medio siglo fue habitada previamente por el escritor Jorge Amado. Haciendo averiguaciones me sorprendí: el brasileño estuvo por acá en 1941 con su mujer, que también se llamaba Matilde. Esta otra coincidencia la omite Ernesto. ¿Será verdad?
Pero si de mandar fruta se trata podría haber arriesgado más: quien le iba a discutir algo si nos decía que la muerte de Matilde lo iba a matar de hambre, o si afirmaba que Louis Braille había vivido en esa casa y que un buen día se fue por las cloacas.
Recuerdo un reportaje donde, hablando de los infortunios de Manuel Belgrano, suelta unas lágrimas celestes y blancas que tiñeron mis ojos de emoción. Pero a renglón seguido noté ciertos gestos en el escritor que me dejaron con dudas. Hoy creo que en realidad se trataba de un actor, y de un actor no muy bueno. Veamos:
Sábato era un verdulero con gran variedad de fruta. Esto, en un escritor de ficción, lo veo como algo positivo. Muchos escritores se crean personajes, venden ese personaje y lo adornan con dichos y anécdotas indemostrables  o discutibles. Y eso está bien. Pero el problema con don Ernesto no es la fruta en sí, sino la calidad de esa fruta. Sábato tiene una verdulería con muy mala mercadería. Sigamos viendo:
Pocos ejemplos son mejores que el que a continuación les vengo a ofrecer. Mariano Grondona le realizó un reportaje en su casa—la de las Matildes –  hacia 1995. El mismo es imperdible y  transcribo literalmente su punto más alto, su fruta más amarga.
Sábato— (Con enorme humildad) El gran aprendizaje es la vida, no la lectura. Yo he leído muchas cosas, por supuesto. Un día calculé por número de estante, también atrás y debajo de los estantes, y me digo “¡qué horror!”, ¿Sabe cuántos libros leí? Deme una cifra.
Grondona— Varios miles, seguro.
Sábato— ¿Pero cuántos? – se entusiasma.  
Grondona— (Incómodo) Cuatro, cinco, tres mil.
Sábato— Más de treinta mil.
En fin...  Dejando de lado cuestiones no menores, — como priorizar la vida por sobre la lectura y después salir diciendo semejante guarangada, o el afán de pesquisa dentro de su propia biblioteca para constatar cuántos libros se comió — lo importante acá es investigar, con el auxilio de la aritmética, la posibilidad de creer o no creer en cifra tan estupenda.
Si nuestro escritor, con unos 85 años entonces, había leído 30.000, esto significa unos 352 por año, osea casi uno por día. Pero podemos estar relativamente seguros que Ernesto no leyó su primer libro antes de cumplir los 10 años, esto nos da un poco más de uno por día. (Y omitamos sus problemas de la vista, producto de tanta aplicación, que le impidieron leer normalmente después de los 70 años.) También podemos estar seguros (relativamente) que Sábato no cuenta con muchas relecturas y que esos 30 mil (“más de 30 mil”) son lecturas de diferentes libros. Además, completas, porque a don Ernesto jamás se le habrá ocurrido tamizar un texto o largarlo por la mitad, (o quizás este tipo de lectura a medias sean las que deberíamos contabilizar como ese excedente de 30 mil, ese “más de” Nunca más.)  Por otra parte, se considera libro lo que alcanza o supera las 50 páginas. Obviamente tenemos prohibido pensar que el autor de Sobre héroes y tumbas haya leído solo libros breves. Entonces ahora yo me planteo una cadena de preguntas: ¿Cuál será el término medio de hojas que conforman un libro? Yo creo que andará en 250, o algo así. ¿Habrá leído eso diariamente? ¿Cuándo vivió la vida, esa vida que es más importante que las lecturas, con el tiempo tan escaso? ¿Cuándo crió a los hijos, cuándo le dirigió la palabra a Matilde, cuándo se baño, cuándo contó los libros que había leído? ¿Cuándo escribía nuestro noble amigo? (A mí, y a cualquiera que escriba, le insume más tiempo la escritura que la lectura, y mucho más si se quiere hacer algo de mérito.) ¿Cuándo pergeñó una mentira? ¿Cuándo tuvo tiempo para elaborar la fruta?
                                                                     Diciembre de 2011

Nota:   Para que no piensen que soy yo el que mando fruta, los invito a disfrutar—o a padecer— el reportaje en la siguiente dirección.
Nota 2: Este artículo es, en cierto modo,  el complemento de “Julio Bocca nos enseña”, que pueden encontrar en este blog.

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