jueves, 8 de diciembre de 2011

Sábato nos vende fruta

Sábato nos vende fruta

Don Ernesto ya murió. Pero por esas cosas de la tecnología, el escritor, pintor, físico, sabio y moralista nos sigue sorprendiendo desde el cielo, o desde la WEB, que es lo mismo. Allí, y para toda la eternidad, quedan registrados algunos reportajes, notables reportajes que no siempre dejan bien parado a Don Ernesto.
Está ese donde afirma que si se muere su mujer Matilde,  él se mata. A Matilde se la llevó Dios, y el sabio, sin vacilar, insistió en seguir viviendo unos largos años más, durante los cuales— estamos seguros— descubrió el detergente.
Pero Matilde se llevó un secreto a la tumba. Ernesto dijo hasta el cansancio que su novela La fuente muda fue arrojada al fuego por un ataque depresivo que lo visitó en Europa. Algunas partes, afirmaba, fueron salvadas por su mujer. Con los años ese hábito se le hizo carne al escritor. Después, sin sonrojarse, declaraba haber tirado al fuego ensayos, obras de teatro, artículos periodísticos y poemas, todo en plural. Yo no le creo.
Hay un reportaje donde el piromaníaco declara que la misma casa de Santos Lugares donde vivió más de medio siglo fue habitada previamente por el escritor Jorge Amado. Haciendo averiguaciones me sorprendí: el brasileño estuvo por acá en 1941 con su mujer, que también se llamaba Matilde. Esta otra coincidencia la omite Ernesto. ¿Será verdad?
Pero si de mandar fruta se trata podría haber arriesgado más: quien le iba a discutir algo si nos decía que la muerte de Matilde lo iba a matar de hambre, o si afirmaba que Louis Braille había vivido en esa casa y que un buen día se fue por las cloacas.
Recuerdo un reportaje donde, hablando de los infortunios de Manuel Belgrano, suelta unas lágrimas celestes y blancas que tiñeron mis ojos de emoción. Pero a renglón seguido noté ciertos gestos en el escritor que me dejaron con dudas. Hoy creo que en realidad se trataba de un actor, y de un actor no muy bueno. Veamos:
Sábato era un verdulero con gran variedad de fruta. Esto, en un escritor de ficción, lo veo como algo positivo. Muchos escritores se crean personajes, venden ese personaje y lo adornan con dichos y anécdotas indemostrables  o discutibles. Y eso está bien. Pero el problema con don Ernesto no es la fruta en sí, sino la calidad de esa fruta. Sábato tiene una verdulería con muy mala mercadería. Sigamos viendo:
Pocos ejemplos son mejores que el que a continuación les vengo a ofrecer. Mariano Grondona le realizó un reportaje en su casa—la de las Matildes –  hacia 1995. El mismo es imperdible y  transcribo literalmente su punto más alto, su fruta más amarga.
Sábato— (Con enorme humildad) El gran aprendizaje es la vida, no la lectura. Yo he leído muchas cosas, por supuesto. Un día calculé por número de estante, también atrás y debajo de los estantes, y me digo “¡qué horror!”, ¿Sabe cuántos libros leí? Deme una cifra.
Grondona— Varios miles, seguro.
Sábato— ¿Pero cuántos? – se entusiasma.  
Grondona— (Incómodo) Cuatro, cinco, tres mil.
Sábato— Más de treinta mil.
En fin...  Dejando de lado cuestiones no menores, — como priorizar la vida por sobre la lectura y después salir diciendo semejante guarangada, o el afán de pesquisa dentro de su propia biblioteca para constatar cuántos libros se comió — lo importante acá es investigar, con el auxilio de la aritmética, la posibilidad de creer o no creer en cifra tan estupenda.
Si nuestro escritor, con unos 85 años entonces, había leído 30.000, esto significa unos 352 por año, osea casi uno por día. Pero podemos estar relativamente seguros que Ernesto no leyó su primer libro antes de cumplir los 10 años, esto nos da un poco más de uno por día. (Y omitamos sus problemas de la vista, producto de tanta aplicación, que le impidieron leer normalmente después de los 70 años.) También podemos estar seguros (relativamente) que Sábato no cuenta con muchas relecturas y que esos 30 mil (“más de 30 mil”) son lecturas de diferentes libros. Además, completas, porque a don Ernesto jamás se le habrá ocurrido tamizar un texto o largarlo por la mitad, (o quizás este tipo de lectura a medias sean las que deberíamos contabilizar como ese excedente de 30 mil, ese “más de” Nunca más.)  Por otra parte, se considera libro lo que alcanza o supera las 50 páginas. Obviamente tenemos prohibido pensar que el autor de Sobre héroes y tumbas haya leído solo libros breves. Entonces ahora yo me planteo una cadena de preguntas: ¿Cuál será el término medio de hojas que conforman un libro? Yo creo que andará en 250, o algo así. ¿Habrá leído eso diariamente? ¿Cuándo vivió la vida, esa vida que es más importante que las lecturas, con el tiempo tan escaso? ¿Cuándo crió a los hijos, cuándo le dirigió la palabra a Matilde, cuándo se baño, cuándo contó los libros que había leído? ¿Cuándo escribía nuestro noble amigo? (A mí, y a cualquiera que escriba, le insume más tiempo la escritura que la lectura, y mucho más si se quiere hacer algo de mérito.) ¿Cuándo pergeñó una mentira? ¿Cuándo tuvo tiempo para elaborar la fruta?
                                                                     Diciembre de 2011

Nota:   Para que no piensen que soy yo el que mando fruta, los invito a disfrutar—o a padecer— el reportaje en la siguiente dirección.
Nota 2: Este artículo es, en cierto modo,  el complemento de “Julio Bocca nos enseña”, que pueden encontrar en este blog.

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