miércoles, 25 de diciembre de 2013

Nuevo mapa del mundo

Como en el espacio no hay ni arriba ni abajo, nada extraño nos debería resultar ver un planisferio invertido, donde la Argentina y Australia se encuentren arriba. De hecho, estos mapas “al revés” existen y son exhibidos si las circunstancias lo ameritan. Pero, por convención, los planisferios vienen con el sur abajo y el norte arriba.
El mapa que tenés a la derecha es una proyección de Peters. Lo que Peters quiso destacar con esta rara cartografía son los trópicos y las paupérrimas regiones que lo componen. Es algo así como obligarte a ver aquello que no podrías ver por tus propios medios. Si te fijás, la proyección agranda las zonas centrales del globo, donde hay países que ni el nombre uno sabe, y achica a las naciones ubérrimas más septentrionales; como Alemania, donde fue parido nuestro amigo Peters.
Y digo “nuestro amigo” porque esto se le ocurrió para 1974, cuando los países del África negra se estaban terminando de emancipar (Angola y Mozambique, en último término.) Si, nuestro amigo, porque fue un oscuro benefactor de la humanidad, y si usted mira bien, notará que en el centro del mapa, agigantado, aparece el continente negro. Cierto es que siempre en los planisferios, incluso en los”invertidos”, África aparece en el medio, pero la relevancia que adquiere en el mapa de Peters es fabulosa, y más aún si atendemos a las mayores distorsiones, que se dan en las regiones del norte, que están representadas casi como caricaturas.
Ahora bien, si el continente menos contenido por la piedad humana aparece, ya sea más grande o más chico, siempre en el medio, no es por un raro altruismo, sino porque se sobreentiende que el Pacífico es pura agua y grande al pedo, y porque nos vemos impelidos a favorecer con el centro a esa enorme extensión de tierra que está debajo de Europa, que en fin de cuentas europeos fueron los primeros cartógrafos.
Sin embargo, China está reviviendo después de varios siglos, y entre la emergente potencia China y los Estados Unidos solo hay agua, mucha agua: el océano Pacífico. Es por ese motivo que les quería ofrecer el mapa que remata este texto. Se trata de una proyección Peters con una modificación, que resalta—se deja ver—ese enorme “vacio” de agua en su centro.
El Pacífico está llamado a ser el mar más importante del globo. Ya en las postrimerías de la segunda guerra, cuando la armada de los Estados Unidos se pació por las remotas islas del sudeste asiático para tomar represarías finalmente sobre Japón, este océano estaba avisando sobre su importancia estratégica. Y ni que hablar de la guerra fría, cuando Rusia puso su armada a tiro de Yankilandia, en los puertos de Petropávlovsk y Vladivostok. Por no hablar de las Coreas y sus añosos problemas, que siempre son más profundos que una fosa.
Sin embargo es con China que veremos, antes de que pase mucho tiempo, al mapa de abajo como cosa habitual, imprescindible, máxime si tenemos en cuenta que en el mismo la propia China asume una posición privilegiada. Estoy seguro que las generaciones venideras mirarán nuestros planisferios con un poco de aprensión. Y lo triste será que África dejará de estar en el centro de la escena. Bueno, al menos en los mapas, que no siempre se representan a sí mismos.
 

domingo, 22 de diciembre de 2013

Inventando lo que Alfred Wegener pensó

Ya lo dijo el gran Heráclito: “todo fluye, nada permanece”. Este filósofo bien pudo haber sido el abuelo de Alfred Wegener, famoso por haber escrito un libro llamado El origen de los continentes y de los océanos, donde asegura por primera vez que los continentes se mueven. Esto, que no es otra cosa que la teoría de la deriva continental, tiene su historia.
Wegener tuvo una vida admirable. Se recibió de astrónomo y se dedicó a la meteorología, al punto de casarse con la hija de una eminencia en la materia, Wladimir Koppen. Else, su mujer, lo debe de haber extrañado largamente, porque Alfred era un explorador y aventurero incurable. Ya en 1906 había batido el record mundial de vuelo en globo, con 52 horas en el aire. Else también sabía que su marido se había enamorado de Groenlandia, de sus hielos y de sus glaciares, y que iba a volver a la enorme isla ni bien ella pestañara.
Sin embargo, el primer abandono que hizo Wegener de su hogar fue para dar la vida por el imperio en la guerra del 14’. Nunca sabremos a cuantos mató nuestro amigo, pero él fue herido dos veces. Habiéndose salvado milagrosamente, en el hospital de campaña se dedicó a la escritura del célebre libro.
El resto de la vida de nuestro sabio se resume así: escribió otro libro, sobre clima prehistórico, con el papá de su mujer, y viajó tres veces más a Groenlandia, donde encontró la muerte por congelamiento, en 1830. Nunca tuvo hijos (su mujer.)
Cuando se quiere justificar la inspiración de Alfred Wegener para concebir la deriva de los continentes se suele repetir la siguiente anécdota, que de seguro es apócrifa. Llegando a Groenlandia siempre quedaba admirado con los icebergs. Como se sabe, los icebergs son desprendimientos de glaciares que provienen de tierra firme. A su vez, los mismos icebergs suelen fragmentarse. Wegener debió inferir que un proceso análogo se debía dar con los continentes. Estos, por algún oscuro mecanismo, se debían desplazar sobre el lecho oceánico. Nuestro científico nunca dio con este mecanismo, que luego daría lugar a la tectónica de placas, pero llegó al convencimiento de que en algún momento todos los continentes formaron una gran isla, un supercontinente. Entonces se puso a la tarea de recolectar indicios que avalaran su teoría. Y así fue como encontró muchas y muy variadas pruebas de que los continentes en algún momento habían estado juntos y que por la tanto se movían.
No es la intención de este escrito pasar revista sobre los muy buenos razonamientos que hizo Wegener para sostener su teoría, los cuales usted puede encontrar en cualquier lado, sino que la intención que me mueve es conjeturar los razonamientos que Alfred nunca confesó, ni siquiera al papá de su mujer, como ese inverificable pensamiento que tuvo cuando vio los icebergs. ¿Y si nunca pensó eso? ¿Y quién fue el primero que puso en la mente de Wegener ese razonamiento que tal vez Wegener nunca tuvo? Lo realmente notable es que el razonamiento en cuestión es original y seductor, y ha prosperado al punto de que muchos estudiosos dan como un hecho cierto que Wegener pensó lo que quizás nunca pensó.
Entonces vamos a ponernos a pensar en posibles razonamientos que llevaron a Wegener a la deriva continental. Por empezar, titula su libro El origen…, de la misma manera que Darwin El origen de las especies y El origen del hombre. El pensamiento del barbudo aún causaba estragos en 1915, porque nada más contraintuitivo que el hecho de que las especies cambien y modifiquen su aspecto. Parecería obvio que un hombre es un hombre y no un mono. Con mi abuelo no hay ninguna diferencia: el no es un poco más mono que yo. Entonces parece una locura que los organismos evolucionen, tan locura como suponer que los continentes se mueven. ¿Acaso alguien los ha visto moverse, amén de los terremotos? Por eso, desde el título mismo podemos sospechar que Wegener concibió la deriva continental después de leer a Darwin. Y no olvidemos que tanto uno como otro eran exploradores, y que el marido de Else se vale de la teoría evolutiva en más de una ocasión. Además, por arriesgar una analogía: los continentes progresan de la misma manera que los animales. Primero hay un continente, luego hay cinco. Todos los mamíferos descienden, grosso modo, de un solo ancestro, que sería como la Pangea del mundo mamífero.
Por todo lo antedicho podemos aseverar que Alfred concibió su teoría luego de ver… un mono.
Pero la teoría que todo astrónomo como Wegener de seguro conocía en 1915 es la teoría de la relatividad de Einstein, que fue aún más contraintuitiva que la de Darwin. Albert venía a demostrar que el tiempo y el espacio no son absolutos, son elásticos. Y peor aún, tiempo y espacio son relativos: por ejemplo, si viajamos por el espacio a velocidades cercanas a la de la luz, el tiempo se va a contraer. Pero nada más natural en nosotros que rechazar esto, porque los relojes nos marcan la hora absoluta. Por lo tanto, Wegener debió prestar atención a los razonamientos de su compatriota para luego conjeturar algo sobre los continentes.
Conclusión: el yerno de Koppen intuyó la deriva continental… cuando prendió una lamparita.
Más aún: él y todos los astrónomos de entonces estaban familiarizados con la teoría sobre la formación del sistema solar que dice que los planetas se formaron por la acreción de aquellos residuos que no terminaron formando parte del sol. En otras palabras, el sistema se formó por la separación progresiva de material. Y podemos poner en la mente de Wegener este razonamiento sin más.
Otra: Wegener era meteorólogo y, como vimos, viajó en globo. Mirando las nubes bien se le pudo ocurrir lo mismo que se supone que se le ocurrió al ver los icebergs. ¿Acaso las nubes no se parten? ¿ Acaso no se separan y se vuelven a juntar?
Pero estoy seguro que nadie se detuvo a pensar— nadie se detuvo a poner en la mente de Wegener— las consecuencias de haber participado en la primera Guerra Mundial. Esta guerra, que se suponía debía durar unos días, terminó por ser larga y penosa. Su característica más distintiva es que se trató de un estancamiento en el frente cuya manifestación más acabada fueron las trincheras. Durante años la frontera entre los contendientes no se movió, por una paridad de fuerzas. (Esto también era contraintuitivo, porque a nadie se le había ocurrido pensar una guerra donde los frentes estaban estacionados a perpetuidad, según todo indicaba.) Wegener fue herido, hospitalizado y ridiculizado (luego de escribir su libro.) Y en medio de este contexto, donde todos los diarios resaltaban permanentemente a la inmovilidad del frente como tema central, es dable pensar que Alfred razonó la posibilidad de la movilidad, tanto del frente de batalla como de los continentes.
O sea: Wegener llegó a intuir el tema de la deriva continental… luego de leer los diarios.
Y así, podemos estar infinitamente intentando robarle un poco de gloria, que es lo que hizo el primero que inventó ese razonamiento sobre los icebergs que probablemente tuvo—o no tuvo— este genio universal, que se separó de su mujer antes de separar a los continentes. (Tal vez fue la distancia con Else lo que disparó en su cabeza la idea gloriosa.)
El cadáver fue encontrado sobre un blanco glaciar de Groenlandia, a cientos de kilómetros de la costa. Sus amigos lo escondieron ahí mismo, bajo la nieve, y le improvisaron una cruz. Hoy el cuerpo de Wegener está bajo varios metros de hielo, que lo fueron sepultando con el tiempo, y marcha despacito hacia el mar, como un carozo de su amada Groenlandia. No sería raro que alguno de estos días un marinero aviste, entre dos témpanos que se separan, los huesos del gran explorador.




sábado, 21 de diciembre de 2013

Las manos de Alfonsin


En Junio de 1987 se estaban preparando las elecciones legislativas. Todo indicaba que el radicalismo estaba perdiendo el favor popular y desde el peronismo se desataba una interna feroz para dirimir quién iba a ser el aspirante a la presidencia en el 89´. Una serie de bombas en cines y en colegios, que nunca llegaron a estallar, pero que en algunos casos fueron hechos concretos, creaban un clima que la ciudadanía percibía como una réplica de los setentas, y que los ojos más despiertos relacionaban con la resistencia militar y paramilitar a someterse a un nuevo orden.




El 24 de junio de 1987, el caudillo catamarqueño Vicente Leónidas Saadi, recibió un mensaje muy especial. Se trataba de una carta de la viuda del general Perón. Vicente sabía que esa carta venía de la tumba de Juan Domingo, en la Chacarita, y que había sido depositada en el féretro del líder muerto. Como la carta no estaba entera, también supo que la otra parte tuvo como destinatario otro político, que con los años se supo que era el sindicalista Saúl Ubaldini. También el catamarqueño recibio una esquela, en la cual le sugerían el pago de 8 millones de dólares para recuperar lo que le faltaba al cadáver…

Tres días después, lo que Vicente sospechaba fue una noticia que conmocionó a los argentinos: habían profanado la tumba de Perón y se habían llevado las manos. En el contexto electoral, los radicales aseguraron que era cosa del peronismo, y los peronistas aseguraron que era una agresión radical. Unos y otros tenían argumentos para persuadir a la opinión pública: que era un intento más por desestabilizar la naciente democracia o que fue un ajuste de cuentas por parte de ex -empleados de la necrópolis, dolidos por haber sido desplazados por un grupo de radicales.

Pero también había argumentos más verosímiles, pero no menos disparatados: que la  logia masónica P2 habría tenido algo que ver[1]. A la logia P2 adhirieron Juan Perón, su mujer y “el brujo” José López Rega. Se sabía que este último, amante de la hechicería, quiso revivir al general en su lecho postrero tomándolo de los pies y elevando plegarias en vaya uno a saber qué extraño idioma. Ese recuerdo hizo que muchos tomaran el rapto de las manos como parte de un incomprensible ritual.

No faltaron periodistas que hablaron de las manos como símbolo del líder, y escribieron—como casi siempre— muchas boberías que se acercan más a la literatura que a la investigación, en el apuro por escribir algo sobre un tema candente del que nada sabían.

Incluso hubo una pista económica. El anillo que el general tenía en una de sus manos habría tenido el número de una cuenta en Suiza.

Entonces, mejor que fijarnos en lo que ni dios sabe, es prestar atención a las cosas que sí se saben.  Por empezar, los autores materiales debieron necesariamente contar con el concurso de cierta gente de inteligencia, porque se sabe que utilizaron 12 (doce) llaves para realizar la operación en la bóveda.

En aquel momento, el brujo  de Alfonsin, Enrique “Coti” Nosiglia, se reunió con el jefe de la Policía Federal, Juan Ángel Pirker, y con el juez de la causa, Jaime Faur Sau.[2] La entrevista está comentada en la biografía del Coti, y allí se asevera que Nosiglia apremió a los dos para que resolvieran el caso cueste lo que cueste. Unos días después, Pirker se reunió con el comisario  cuya seccional tenía jurisdicción en el cementerio, Carlos Zunino. Pirker murió de un extraño asma en su despacho; Jaime Faur Sau murió en un  accidente con su Ford Sierra, y los peritos lograron determinar que no se trató de un accidente. Carlos Zunino sufrió un atentado, pero la bala que tenía que terminar en su cabeza solo lo despeinó.

La Nación, del 27 de junio de 2004 agrega más víctimas. Dice: “El cuidador del cementerio Paulino Lavagna, falleció poco después de denunciar que lo querían matar “.  La autopsia, ordenada por Faur Sau, en vísperas de su propia muerte, determinó que se trató de una golpiza. María del Carmen Melo, devota peronista que a diario le acercaba flores al general, “murió de una hemorragia cerebral causada por una golpiza, días después de intentar hablar con uno de los investigadores para tratar de aportar la descripción de uno de los sospechosos que vio cerca de la bóveda. Y la biografía del Coti suma a un comisario muerto justo antes de ser indagado. Este anónimo comisario había descubierto en Catamarca la máquina con la cual se había escrito la esquela que le llegó a Vicente Leónidas.

Ahora volvamos al comienzo. Que una carta sea partida y enviada a personas como mensaje es tan viejo como el hombre. Lo raro es que las manos no hayan corrido la misma suerte. En los siglos pretéritos era cosa común cortarle el cogote a alguien y enviarle la cabeza a la persona indicada. ¿A dónde fueron las manos de Perón? Yo apostaría a que tienen dueño. O al menos que fueron ofrecidas a alguien. Sí, claro, en los siglos pasados también la cabeza solía ir acompañada de una misiva.

Por supuesto, este caso de las manos, como todo, puede tener múltiples causalidades, incluso contradictorias entre sí. Nunca lo sabremos. Pero yo me pregunto por el caso de María del Carmen Melo. ¿Cómo se va a resolver? ¿Alguien le lleva flores a su tumba?


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[1] Página 12, 13 de julio de 2008.
[2] GALLO Dario y ALVAREZ GUERRERO, Gonzalo; EL COTI,  El dueño de todos los secretos, Bs As, Sudamericana, 2d Ed, 2005.

jueves, 19 de diciembre de 2013

Un libro inagotable


Los niños poseen con frecuencia una genialidad que pierden cuando crecen” (Karl Jaspers)

En El hombre que nunca estuvo,  de los hermanos Cohen, hay una escena memorable. Le están cortando el pelo a un tipo y, cuando se va, un peluquero le comenta a otro: “les cortamos el pelo y sin embargo siempre vuelve a crecer”. Este asombro por lo que en primera instancia parece obvio es la base de toda la filosofía, y no se puede negar que hay algo de chiste absurdo en el cultivo de la misma. 



Sin embargo, los mismos filósofos que ponderan al asombro sobre lo obvio como levadura de la filosofía, son poco propensos a la risa, y ni hablemos de la carcajada. Suelen ser muy estoicos y sospechan que la buena onda puede hacer perder seriedad a la materia.

Por eso los filósofos muchas veces son el hazmerreir de sus contemporáneos. Si Aristófanes se reía de Sócrates no era por incomprensión, sino porque tenía el sentido del humor que le faltaba a su víctima. Si toda el Asia Menor lloraba de la risa al evocar a Tales de Mileto, que se cayó en un pozo de tanto mirar el cielo, era porque de seguro Tales tenía menos onda que Nelson Castro.

Así y todo, los filósofos persisten en no bajar las banderas de la seriedad. Cuando dan un ejemplo del asombro como disparador de la disciplina, suelen repetir ejemplos añejos y  pasados de moda, y que,  por supuesto, carecen de toda gracia.

Estuve leyendo un libro llamado “Agua: espejo de la ciencia”. Si, habla del agua.  A Tales, que arriesgó que todo el mundo es, en última instancia, agua, le hubiera encantado leer este libro de Davis y Day.  El capítulo inicial se llama “Peculiaridades del agua”, pero bien se podría haber llamado “Apología de Tales”, en virtud de su contenido.  Los autores repasan las características del líquido más popular del mundo. Estamos tan acostumbrados a su presencia que no reparamos en lo que es el agua hasta que leemos el libro de Davis y Day, que es una fuente de asombro inagotable…

Sin querer reproducir el libro, les doy un ejemplo. Miremos una gota de agua. No es como una gota de mercurio, no es como una gota de petróleo, no es como una gota de aceite. Es perfectamente esférica  porque es elástica. Desde el centro y hacia todas las direcciones tiene la misma distancia. Otra propiedad del agua, y de esta gota, es que se adhiere a casi todo lo que toca. Es pegajosa por naturaleza. Cuando nos lavamos las manos o cuando el peluquero enjuaga una cabellera, es esta propiedad pegajosa, paradójicamente, la que limpia. Por otra parte, esta gota se mueve en un mundo congelado. (Toda la corteza terrestre es roca congelada, pero el agua se congela a temperaturas mucho mayores que las rocas.) Cuando una gota se evapora necesita energía y toma el calor del medio en que se encuentra. Ella tiene un poder enorme tanto de contener otras sustancias como de limpiarse de esas sustancias. Una gota con sal puede ser tanto un pedazo de mar como un poco de sudor. Por ende, una gota de sudor es una esfera perfecta y pegajosa, que se evaporará (despegará) tomando un poco del calor de tu cuerpo como energía, causándote acaso un poco de alivio al enfriarte la piel. Y al evaporarse, te estará limpiando de sustancias nocivas.

No quiero olvidar que la filosofía es hija tanto del asombro como del alpedismo (también llamado “ocio”.) Si eres filósofo, quieres tener más asombro y en este verano estáis al pedo, leed el libro de Davis y Day. Quizás te devuelva la sonrisa que habéis perdido cuando niño.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Los saqueos del espíritu

En estos días de saqueo recordé la alta tecnología que tienen muchos pibes humildes. Son elementos caros. Pero eso no los hace ricos.
Para ampliar nuestro juicio no basta con observar eso, hay que dirigir la mirada hacia otro lado. Sabido es que los supermercados que más electrodomésticos venden se ubican en las zonas más postergadas. Como no cuentan con tarjeta de crédito se llevan el televisor o la compu con la sola presentación del DNI. De esa manera se endeudan más que los compradores de barrios acomodados en términos absolutos y relativos. Absolutos, porque cuando terminen de pagar les habrá salido infinitamente más que a los otros. Relativos, porque esa gente gana mucho menos que los que sí tienen tarjeta. Entonces se presenta la posibilidad de un saqueo y esta gente, estafada legalmente, se lleva la última tecnología a cuota cero, acaso cubriéndose la cara para no mostrar su identidad, (su DNI.)
Vivimos en una sociedad hipócrita que ha olvidado el valor de uso de las cosas y solo reivindica el valor de cambio. Las bibliotecas están vacías, y son gratis. La gente solo piensa en lo material, y es que se la construye como persona en ese sentido. “Porque vos lo valés”, reza una publicidad de cosméticos. Traducido: lo caro no es el producto, lo caro sos vos. Si: todos tenemos un precio según lo que compramos, según lo que tenemos.
No voy a defender los saqueos, y menos cuando son obviamente motorizados— como siempre lo fueron—, pero al menos voy a atacar, como quien predica en el desierto, a esos pelotudos de Barrio Norte que nunca pisaron una biblioteca y que sienten envidia de que otros se lleven el plasma sin pagarlo. Los padres de esos pelotudos son los que alimentan los deseos de las personas desposeídas de todo, y a un mismo tiempo envenenan las mentes de sus propios hijos.

martes, 17 de diciembre de 2013

Un lugar sin historia


En Madrid  hay un lugar que quisiera conocer: la montaña del príncipe Pio. Su atractivo  no está en la historia. Ciertamente, una colección inagotable de literatura y una muchedumbre de obviólogos recomiendan el lugar por su fertilidad histórica. Pero, para mí, lo que hace especial a la montaña es, como veremos, la destrucción de la historia.

Allí, el 3 de mayo de 1808, un grupo de civiles fue escarmentado por las armas de Napoleón. Goya elevó a arte ese suceso. La pintura es bien conocida y este no es el momento de criticarla, pero no quiero omitir la crítica más ácida que ya entonces se le hizo al pintor. ¿No deberían morir estos españoles como mártires,  sacando pecho, desafiantes, sin lagrimear como afrancesados? Francisco no hacía nada bien en retratar las cosas tal cual son. Seguro le dijeron: “Che, boludo, revestí  el acontecimiento con dignidad, careteala un poco, men, no podés ser tan explícito.”

Los años fueron pasando y el solar dejó de ser  un descampado ideal para fusilar nenas y se transformó en una zona muy deseable para instalar un regimiento. Contra todos los pronósticos, gozaba la montaña de la dignidad que Goya, sin querer queriendo, había ayudado a reforzar. El ejército español podía así quedar identificado con un pasado glorioso.

Lo que a continuación pasó en la montaña del príncipe Pio es  una de las paradojas más inquietantes de la historia. En Julio del 36’, en los inicios de la guerra civil, en lo que ahora se conocía como Cuartel de la Montaña, un general desconocido, de nombre Fanjul, se pronunció a favor del falangismo y sublevó el regimiento. Fanjul no tomó ninguna resolución posterior. Se quedó a esperar a ver qué pasaba.  Primero pasaron los aviones, que relajaron su carga despojándose de las bombas. Después las fuerzas republicanas pasaron los muros del cuartel y liquidaron varios cientos de sublevados. Y, finalmente, unos días después, pasaron por las armas a Fanjul.




Como la guerra civil la ganó Franco, Fanjul pasó de ser un estratega impresentable a ganarse el mote de mártir. El Generalísimo también tuvo lo astucia de alimentar la cifra de falangistas muertos en el asalto al cuartel—si, ahora era un “asalto”—y de los aproximadamente cien muertos se empezó a hablar de varios cientos de millones. Y Fanjul, inexplicablemente, se transformó un poco en los fusilados que pintó Goya.

Pero Franco llevó la astucia hasta niveles insospechados. Luego de los aviones y de la guerra toda, el Cuartel de la Montaña quedó reducido a ruinas. Contra todos los pronósticos, el Generalísimo hizo diferir todo proyecto, de modo que las ruinas se conservaran como tales. Era como alimentar la memoria y la gloria de los mártires de julio que dieron la vida por el falangismo. Era una publicidad directa a su propio gobierno, y además mostraba la barbarie de que eran capaces los republicanos.

Cuando Franco estaba en el ocaso,  tras cuatro décadas en el poder, ya no se podía seguir con la farsa de unas ruinas que nadie soportaba seguir mirando.  Por el 70’ el estado español (Franco), recibió un regalo del  estado egipcio (Nasser). Se trataba del Templo de Debod, de dos mil años de antigüedad. El Generalísimo no lo dudó: había que emplazar el templo en el mismo lugar del cuartel, que es lo mismo que decir “en el mismo lugar que los fusilamientos de Goya”.

Así, la montaña del Príncipe Pio es la destrucción de la memoria colectiva. A los visitantes se les señala jeroglíficos que nada tienen que ver con Cervantes, batallas que se dieron por el dios Amón hace más de dos milenios y faraones dioses que descansaban sobre una miríada de esclavos negros.


Otras cosas raras pasan es ese lugar.  En invierno el Templo de Debod puede llenarse de nieve, como en la foto de abajo, dándole a un monumento egipcio un marco excepcional.  Además, la montaña es sólo una colina despreciable sin mayor relieve. Nada parece real en la montaña del príncipe Pio, ni siquiera el pasado,


miércoles, 27 de noviembre de 2013

Buscando el nombre de Dios

 

Yoda

Hemos perdido el nombre de dios, y lo hemos perdido para toda la eternidad. ”Dios” no es ningún nombre, es la degeneración del pagano “Zeus”, que ha devenido con los años a tomar otro sonido entre nosotros. “Zeus” en griego, “Deus” en latín, y finalmente” Dios” es español.
Con “dios” designamos una especie, de la misma manera que con la palabra “hombre” designamos a cualquier persona. Dios, sin embargo, es el único integrante de su especie. No es como Zeus, que es uno entre muchos otros dioses. Es único. Pero no por ser único carece de un nombre.
Su nombre se perdió hace unos 2.500 años. Los escritores del Antiguo Testamento lo sabían pronunciar, y lo dejaron escrito, como muestra la siguiente figura:
Esos cuatro caracteres o letras, que deben ser leídos de derecha a izquierda, esconden el nombre del Señor. Y digo “esconden” porque nadie sabe cómo se pronuncian esas letras. Durante cientos de años fue prohibida la pronunciación del nombre divino. Algo mágico o nefasto se creía que podía suceder si tan siquiera se mencionaba. Como consecuencia de esto, los mismos sacerdotes terminaron por olvidar el nombre de dios.

Xuxa
Ahora bien, esas cuatro letras no son el nombre completo del Capo. En hebreo antiguo las vocales eran omitidas. Lo que quedó en las Escrituras son cuatro consonantes, que leyéndolas de izquierda a derecha y transliterándolas al alfabeto latino dan como resultado: YHVH. Como estas cuatro letras son imposibles de decir, con el tiempo se reemplazaron arbitrariamente las haches por vocales, y se pronunció “Yavé”, como hoy lo encontramos en muchas Biblias. No obstante lo cual, algunos intentaron adicionarle vocales a las cuatro consonantes, y de semejante esperpento obtuvieron” Jehová”.
Aunque suene ridículo, dentro de los estudiosos de las Escrituras hay un grupo llamado puristas que al igual que los sacerdotes del primer mileño anterior a Cristo persisten en no mencionar el nombre. Ellos prefieren hablan del “Tetragramatón”, que significa las cuatro letras que esconden el nombre del Jefe. En otras palabras, se refieren al nombre, no a la entidad que lo porta.

Chita
Sin embargo, lo que estos tipos hacen no está del todo mal. Yavé y Jehová son invenciones de último momento. De alguna manera son bufonadas que restan y no suman nada. En español la “y” pudo ser remplazada por la “j”, pero en porteño debió ser remplazada por la “ch” y así hubiéramos obtenido “Chavé”.

 
El Chavo
José tiene 4 letras. Fotografiado por
Radrigo Bao
Hasta el infinito y la eternidad podríamos arriesgar, tomando como excusa las cuatro letras del tetragramatón, posibles nombres de dios: Chavo, Chita, Yoda o Xuxa son mis propuestas. Sin dudas, puede sonar extravagante, pero no menos extravagante que Yavé o Jehová.



 


 



                                                                                             
 
 

 


martes, 26 de noviembre de 2013

El verso de los Lemmings

Agregar leyenda
¿Qué es lo que nos define como humanos? Seguramente entre las características particulares debe estar la capacidad de terminar con nuestra propia vida. Es el único ingrediente específico que no nos da ningún orgullo.
Los lemmings son una raza de roedores famosos por practicar el suicidio en masa. En un determinado momento se dirigen hacia un acantilado y se arrojan de a miles hacia la muerte segura. Parece que este comportamiento es una respuesta de esta especie a la sobrepoblación. Por lo tanto, quizás no sea licito hablar de suicido, siempre que entendamos por tal un acto individual, voluntario, mediado por un pensamiento negro. Y tal vez tampoco podamos hablar de “masivo”, como los suicidios numerosos que se dan en ciertas sectas religiosas.
En realidad no tenemos ni idea de por qué se matan los lemmings. Y justamente eso es lo que hacen: “matarse”. “Suicidio” es un mal término para aplicar a la conducta de estos roedores, que después de todo no hacen otra cosa que seguir sus instintos. Como dirían en el café, lo de las ratas esas es un verso.
En 1958 se estreno White Wilderness, un documental que le hizo un flaco servicio a los Lemmings. Ellos son los protagonistas del film, y tienen una escena—famosa en su momento—donde se ve el mentado suicidio en masa de estos bichos. La cinta ganó varios premios, incluso el oscar al mejor documental.
En 1982 una revista canadiense difundió un secreto a voces: la película había sido filmada en Alberta, donde no existen los Lemmings. Los habian traido de quien sabe donde. Además, indicaba que ese suicidio de los lemmings había sido inducido. Parece que los productores del documental prefirieron barrerlos, literalmente, hasta el otro mundo. Digamos que les dieron un empujoncito. La popularidad de la película cementó la fama de estos roedores como suicidas.
A nosotros, lo que realmente nos hace únicos, lo que los lemmings no tienen, es la capacidad de terminar con nuestra propia especie, (además de la astuta sutileza de contribuir al autoexterminio de una especie que no jode a nadie) Y algo más sutil: los científicos hoy lamentan que los lemmings no sean suicidas, porque los últimos estudios indicarían que se trataría de una simple aberración evolutiva, y los científicos esperaban algo más original, más humano. Y si yo fuera un Lemmings también lo lamentaría, porque si el misterio se resuelve estos bichitos ya no seran materia de análisis, sino unos simples roedores que podrían ser barridos al otro mundo sin necesidad de ocupar una pantalla o las paginas de una revista.

Adjunto la famosa escena:

http://www.youtube.com/watch?v=xMZlr5Gf9yY

lunes, 25 de noviembre de 2013

El cielo con las manos



El cielo con las manos  (y otros escritos sobre rascacielos.)

Índice

Un libro que no se sabe de qué habla
Los edificios que no son
El cielo con las manos
Antes de cero





Un libro que no se sabe de qué habla
Leonel Contreras escribió un libro raro y provocativo: Rascacielos Porteños. “Caray”, me dije, “debe tratar sobre el puerto de Nueva York”. Pero no, hablaba de nosotros. Es raro, porque no hay precedentes de alguien tan atrevido que tome como materia de análisis in extenso los rascacielos de Buenos Aires. Y es provocativo porque… porque en Buenos Aires no hay rascacielos.
Definir qué es un rascacielos es una tarea más que complicada. Si es por la altura, se considera como tal a toda estructura edilicia de más de 150 metros. Según este criterio, en Buenos Aires sólo habría 9 rascacielos, que no ameritaría semejante obra. Si el criterio lo ponemos en todo edificio mayor de 12 pisos, nuestra ciudad está plagada de rascacielos, y supone una de las ciudades que más tiene en el mundo. Si hablamos de la prominencia de una estructura, es obvio que un edificio de 150 metros en el seno de Manhattan es como un enano en un equipo de básquet: no existe. De la misma manera, un edificio entre nosotros con esa altura es un gigante. Ahora bien, todos los rascacielos mayores de Buenos Aires, por ejemplo los de Puerto Madero, miden casi exactamente 150 metros, y la torre Renoir II, la más alta, no supera los 165. A escala mundial, por supuesto, no existimos. (Piénsese que el edificio Woolworth de Nueva York llegó a 240 metros en 1913, hace un siglo, y que el Burj Khalifa, el más alto del mundo, tiene 828.)
Pero yo no veo nada malo en “no existir”. Tenemos una hermosa ciudad con una armonía de altura entre sus edificios más elevados. Además, hoy los edificios más grandes del mundo están siendo levantados en la periferia de la Conchinchina: verbigracia, Taiwán, Singapur o Malasia (donde el argento Cesar Pelli levantó las torres Petronas, que fueron las más altas hasta ayer nomás); o en naciones locas, como China, Corea del Sur o Japón; o en países crudos, como los Emiratos o Arabia Saudita, donde no saben qué hacer con la guita.
El texto está en el marco de de una colección llamada “Preservación del patrimonio cultural de la ciudad”. Se trata del número 15 de la colección, y por lo que parece, al pobre Leonel lo apremiaron y hasta le impusieron el título (y unos mangos sobre la mesa.)
El libro es lo que le pidieron al autor. Está lleno de datos sobre el desarrollo en altura de los edificios porteños, y no solo porteños. Lo realmente malo del libro—y esto no puede ser imputado al autor— es que carece de vuelo. Es un libro sin ideas, sin arriesgar nada, incluso sin prejuicios. No obstante lo cual, este tipo de material puede ser un gran estímulo para que el ojo atento elabore algo con más sabor. Estos libros nos permiten volar, hacernos preguntas sobre los datos que nos transmiten, pero que no analizan. Bueno, de esas preguntas y de algunas respuestas es de lo que tratan los renglones siguientes. (Aunque en muchos casos Leonel Contreras solo me ha resultado una excusa para hablar de otros edificios a lo redondo del mundo, y también para hablar de su libro, del cual no es culpable, como queda dicho.)

Los edificios que no son
El Mihanovich de la calle Arroyo,
 también llamado Bencich , en 1928.
Una de las consecuencias más obvias que encuentro sobre la falta de tradición que
tenemos en materia de rascacielos está en el quilombo de nombres para designarlos.
Uno de los edificios más lindo que encuentro en Baires, cuya cúpula imita al Mausoleo de Halicarnaso, es el Mihanovich, de Arroyo al 800, en el bario de Retiro. Hoy es el Sofitel Buenos Aires. Cuando se inauguró, en 1928, fue el segundo rascacielos—me rindo—de la ciudad, con 80 metros, detrás de Barolo, que suma 100 metros sobre Avenida de Mayo, casi llegando a la Plaza de los Dos Congresos.

El Mihanovich de Alem,
que no es el de Arroyo
Pero resulta que el Mihanovich fue vendido al grupo Bencich, y por eso también es conocido como Edificio Bencich. Así, tenemos que el Mihanovich y el Bencich son el mismo edificio.
Pero resulta que en Leandro Alem y Perón hay otro rascacielos llamado Mihanovich, levantado en 1912, bastante antes que el
Mihanovich (el otro, el que también se llama Bencich.)
Como si esto fuera poco, hay un hermoso rascacielos en Córdoba y Esmeralda: el Bencich, pero que no es el que también se llama Mihanovich. Este bello edificio, donde viviera la poeta Alfonsina Storni, es de 1927, o sea, un poco posterior que su homónimo de Retiro.

Edificio Bencich, de Córdoba
y Esmeralda, que no es el de Arroyo
pero tampoco ninguno de los otros muchos
Bencich de la ciudad.
Hay una razón para semejante desparpajo. Los Bencich-- que hicieron muchos edificios en la ciudad-- y los Mihanovich, además de trabalenguas, son dos familias de croatas que prosperaron por aquí. Croacia era, por entonces, una parte integrante del Imperio Austrohúngaro. Este imperio perdió todo su ascendiente luego de la primera guerra mundial. Pero antes de perderlo todo levantaron una
embajada en nuestra ciudad, en Avenida Belgrano y Perú. Este majestuoso edificio se llama Otto Wulff. Sin embargo, y aunque parezca increíble, suele confundírselo, en virtud de su procedencia, con el Bencich, el de avenida Córdoba, porque—arriesgo—, son bastante similares: ambos tienen  más de una cúpulas, están en una esquina (la noroeste), sobre avenidas de similares características y presentan casi la misma altura.


El cielo con las manos
Se puede tocar el cielo con las manos de muy diversas maneras: ganando la lotería, aprendiendo algo, gritando un gol, amando, con un buen polvo, escuchando la novena de Anton Bruckner, plantando un árbol, teniendo un hijo o escribiendo un libro. De alguna manera, aquello que nos hace felices nos define como personas. (Por ejemplo, yo no juego a la lotería, pero amo la música de Bruckner.)
Pero ¿qué es lo que aman los constructores de rascacielos? ¿Qué los hace felices? Hace diez años, en un escrito que hoy me parece una colección de boludeces pretenciosas, anoté una sola cosa interesante: “los constructores de rascacielos están enfermos de literalidad. Ellos quieren tocar el cielo con las manos, pero de verdad.” En aquel momento subrayaba una coincidencia: “la invención de los rascacielos y de la aviación se da de manera sincrónica.” Y esto es muy cierto, los rascacielos fueron un intento por tocar el cielo con las manos en el mismo momento en que los aviones ya habían ganado la carrera hacia arriba.
Lo que entonces no analicé es lo que pasaba antes. La marcha hacia el firmamento se dio casi desde que el hombre fue hombre, y es evidente—o debería serlo— que no es lo mismo ganar las alturas antes del avión que luego de su invención. Y tampoco es lo mismo ganar el cielo para el cristianismo que para otras religiones.
Conocida es la historia de la torre de Babel. No es casualidad que esta historia esté contenida en La Biblia. Para el cristiano la cara de dios es un poco el aspecto que asumen las nubes. Pero resulta que dios castiga a sus creyentes por la osadía de querer subir tan alto.
Durante más de mil años el cristianismo tuvo una herida: La Pirámide de Keops, la estructura más alta del mundo, y para colmo en sus narices, cruzando el Mediterráneo. Algo así como un complejo de inferioridad debieron sentir los ingleses que en 1311 consagraron la primera estructura que le arrebató el podio al faraón Keops, la Catedral de Lincoln, con 160 metros. Sin embargo, la alegría no duró mucho. En 1549 un rayo partió en mil pedazos el chapitel que la coronaba.
El faraón siguió reinando por otros 300 años, hasta 1874. En esa fecha se terminó la aguja de la Iglesia de San Nicolás de Hamburgo, con 147 metros . Se esperaba que fuera tan perdurable como una obra egipcia. Unos años antes, los europeos habían conseguido volar. Los globos aerostáticos, hacia finales del siglo XVIII, le habían devuelto la estima al pueblo blanco. No obstante lo cual, vencer a Keops no era simplemente consagrar una iglesia, sino mas bien que resista el paso del tiempo. ¿Pero cuánto tiempo? ¿Tres mil años?
San Nicolás de Hamburgo. Lo que queda y lo que fue.
Bueno, no es para tanto. Lo importante era que superara una prueba de fuego: por ejemplo el bombardeo de los aviones norteamericanos durante la segunda guerra mundial.
La invención del pararrayos había contribuido a temer menos a Dios, pero no a los humanos. El 24 de julio de 1943 los aviones enemigos necesitaban una referencia para bombardear la ciudad de Hamburgo. Esa referencia fue, obvio, su punto más alto: la iglesia de San Nicolás. La iglesia desapareció bajo las bombas. Y, aunque parezca raro, su aguja se salvó. Esta vez el que tuvo que resignarse—y acaso persignarse—fue Keops.

Antes de cero
El edificio Singer—si, el de las máquinas de coser—fue el edificio más alto del mundo cuando se inauguró, en 1908, en la zona sur de Manhattan, arrogándose 186 metros. Ese mismo año se inaugura el City Investing, un rascacielos vecino al Singer pero un poco más chato. En 1914, ahí nomás, se levantan las torres gemelas de la Terminal Hudson: dos enormes moles de 22 pisos sobre una punta de rieles del ferrocarril.
Estos tres edificios era parte de las postales y una fotografía frecuente de Nueva York. En la década del 60’ todos fueron dinamitados. En el caso del Singer, fue más doloroso, porque se trataba del edificio más alto jamás dinamitado, el que había sido el edificio más alto del mundo. Donde se alzaban las gemelas de la Terminal se construyeron las Gemelas, las de Laden. Aunque nos parezca extraño, las torres del atentado no fueron las únicas gemelas en ser derribadas allí, ni tampoco el primer edificio más alto del mundo en ser derribado en la zona. Esa zona que a partir del 11 de septiembre llamamos cero.
Cuando tiraron abajo esas joyas que fueron el Singer y el City Investing, se lo hizo con el deliberado propósito de construir rascacielos más altos, como el One Liberty Plaza, que es cuadrado y amorfo. ¿Y acaso donde estaban las torres gemelas no están construyendo algo más alto?


El más alto es el Singer. A su lado el City. Más a la derecha las gemelas
de la Terminal Hudson. Todas han sido demolidas, como el WTC.

miércoles, 9 de octubre de 2013

El amor y la imaginación (Una historia de la sexualidad)



Índice
Extraña introducción
La naturaleza humana
Grecia y los caballos
La prostitución VIP en la antigua Roma
La polución en la edad media
La nueva sensibilidad victoriana
La procreación industrial
La sexualidad de las ancianas
Reflexiones hacia el futuro






Extraña Introducción

Este escrito surgió de un apriete: me pusieron la máquina en la oreja y me pidieron que diga algo nuevo. El tema lo tenía que elegir yo, de modo que libertad tenía de sobra. Le propuse un tema al que me apuraba. El tema fue rechazado. Le propuse otro. Me colocó contra las cuerdas y luego contó hasta nueve. Me puse de pié. Arriesgué: “si querés elegí vos el tema”. “Sexualidad”, sentenció. “¿Y qué puedo decir de nuevo sobre sexualidad?”, bufé. “Ese es problema tuyo”, y cerró la entrevista……
Hoy decir algo nuevo es más difícil que tener sexo con un mono. No es que el mono se resista, es que no te permiten tenerlos como animales domésticos. En el mundo de los intelectuales pasa otro tanto. Vos podés decir algo verosímil, pero te van a pedir bibliografía, fuentes consultadas y estudios cursados. En otras: para acercarte al mono te van a pedir que seas veterinario, que trabajes en el zoológico y todas esas cosas.
Sigo en amplios pasajes la obra Sexualidades Occidentales, ya un clásico del repertorio sexual, donde robo de los varios autores que conforman ese volumen: a Robin Fox, sobre la evolución del cerebro; a Foucault, sobre la polución nocturna; a Paul Veyne, sobre lo atinente a la sexualidad en Roma—no pude dormir durante cuatro días después de leer a Paul—; y a Phillip Aries, sobre varios temas. De estos autores, especialmente del último, debo decir algo. Me impresionó la semejanza que muestran con los filósofos presocráticos, que se animaban a decir las cosas que les pasaban por la cabeza sin temor a equivocarse. Aries, particularmente, es capaz de afirmaciones tan temerarias que uno se queda admirado y escéptico al mismo tiempo. Yo brego por recuperar esa frescura que hace grande a los pensadores de verdad. Yo quiero cogerme un mono.
La novedad que vengo a decir, dispersa aquí y allá por todo el texto, será expresada coherentemente hacia el final. Espero que lo disfruten, como yo al escribirlo. (Y ahora nos ponemos serios, porque sobran mentecatos que censuran las opiniones de los payasos.)

La naturaleza humana
El principal órgano sexual del hombre es el cerebro. El cerebro nos indica nuestras preferencias sexuales y nos permite experimentar. También las disfunciones sexuales son, en muchos casos, originadas en el cerebro. No hay canguros impotentes, no hay perros eyaculadores precoces, no hay gatos fetichistas, no hay monos que prefieran la masturbación por sobre el contacto físico. Lo poco natural del hombre es producto de su enorme cerebro. Lo poco natural del hombre se manifiesta en que quiere gozar del sexo, del erotismo, recibir placer, y tal vez darlo, pero no necesariamente reproducirse.
En términos evolutivos nuestro cerebro creció con una velocidad asombrosa. En unos pocos miles de años había incrementado su volumen de forma notable. Antes de que esto pasara, nuestra especie era básicamente herbívora. Pero en este vertiginoso cambio fue necesaria la acumulación de proteínas: en otras palabras, de carne. Empezaron a perseguir a otros animales, incluso a algunos que antes se dedicaban a comer humanos, invirtiendo con ello el orden de la naturaleza, o para ser más precisos, saliendo de la naturaleza.
Nuestros ancestros no hubieran podido expandir su cerebro sin que algunos hombres se dedicaran a practicar la caza cooperativa, mientras que las mujeres se dedicaban a la recolección de frutos y al cuidado de los hijos. A los hijos que estas mujeres primitivas amamantaban les pasaba algo que no se da en otras especies: el cerebro se seguía desarrollando fuera del seno materno. Pero aquellos humanos debían estar agradecidos si vivían arriba de veinte años. Lo notable del asunto es que ese cerebro se terminaba de desarrollar al igual que lo hace hoy, aproximadamente a los 16 años, no casualmente casi al mismo tiempo que la madurez sexual. Aunque nos parezca raro, durante miles de años los humanos nos hemos contentado con alcanzar la madurez (tanto la sexual como la cerebral) y morir al poco tiempo. La vejez fue, en gran medida, un invento de la inteligencia humana, al lograr la prolongación de nuestra especie en el tiempo. Ahora nuestra madurez sexual se ha prolongado, e incluso vivimos tanto que hemos prolongado la declinación sexual.
Pero antes, en ese corto tiempo que mediaba entre el inicio de la madurez y la muerte, el que seducía mejor a las mujeres no era el más fuerte, como manda la naturaleza, sino el más astuto. Porque el hombre ya no necesitaba de su fuerza bruta para hacerse de sus presas, sino de la picardía. E incluso la picardía y la astucia se impusieron como armas entre los hombres para conquistar, para literalmente conquistar una hembra, apelando a su cerebro.
Dentro del cerebro, la actividad más asociada a la sexualidad no es la mera inteligencia, es la imaginación. No hay erotismo sin imaginación. No hay masturbación sin imaginación. Cuando el cerebro crece no solo se torna más inteligente, sino también más imaginativo. Y el hombre creyó en dios por primera vez. Lo importante de ese hecho no fue si dios existe o no existe, sino la capacidad humana de imaginar que se le revelaba por primera vez. Dejó su testimonio sobre la piedra desnuda y en esa pintura rupestre que pintaba podía imaginar que había algo trascendente. A partir de entonces el hombre fue capaz de imaginar una realidad distinta. Podían imaginar el auxilio de una fuerza sobrenatural que propiciara la reproducción, podían imaginar que si tenían apetito y faltaban los mamuts, que era parte de la dieta habitual, podrían optar por probar una comida nueva; y, con el tiempo, podrían imaginar que si tenían apetito sexual y en el grupo ya no había hombres o mujeres, podrían arreglárselas con los del mismo sexo. Así, en un principio, la homosexualidad termina siendo antinatural, tan antinatural como dios, antinatural como un reloj o la ropa que vestimos, como un helicóptero o una poesía de Neruda, como un suicidio. Y es que en el hombre no hay nada natural, salvo la naturaleza humana.
El desarrollo evolutivo el ser humano no ha sido equitativo con nuestros sentidos. Por ejemplo, nuestra visión es excelente, y es un hecho probado que desde la pintura rupestre se ha puesto el sentido de la vista como un órgano privilegiado para el erotismo. Sin embargo, el oído, que nos permite comunicarnos y, por tanto, nos da paso a la humanidad, no es un órgano que hayamos desarrollado mucho. Por el contrario, tenemos un oído muy limitado. Si el erotismo tiene como vía de expresión el oído no es porque tengamos uno bueno, sino porque las palabras que escuchamos nos ayudan a evocar otras cosas, a recordar y a imaginar. Y es que el erotismo entra por los oídos o por lo ojos, o por la piel, pero el cerebro es el órgano que elabora las representaciones finales que nos permiten erotizarnos. Es él el que nos indica lo que las palabras por sí solas no podrían señalar, como en tantos pasajes del Marqués de Sade.
Aunque nuestro cerebro tengo muchas capacidades, como la de almacenar datos, que llamamos memoria, las principales, las más humanas son, como queda dicho, la inteligencia y la imaginación. Nuestra sexualidad no tiene mucho que ver con la inteligencia. Sin embargo, durante muchos siglos nuestra especie ha ponderado la razón y la inteligencia, olvidando el otro aspecto importante de nuestra humana capacidad: la capacidad de imaginar.
Pero la sexualidad humana trasciende en mucho la posibilidad de imaginar. Hay una forma de imaginar que es muy humana. Es una forma de imaginación que es de carácter metafísico y que por lo tanto va mucho más allá de la naturaleza: es el amor, el amor romántico. El amor, tal como lo entendemos hoy, no siempre ha existido. Ese sentimiento ingobernable que enceguece la inteligencia, pero que tiene su origen en el cerebro, y que nos permite amar hasta la locura a una mujer o a un hombre es una cosa muy nueva. Como veremos hacia el final: el triunfo actual del amor es el triunfo de la imaginación sobre la inteligencia.

Grecia y los caballos
Estudiar la sexulidad en la antiguedad por un lado sirve para entender la versatilidad de la sexualidad humana y por el otro porque erradica un prejuicio: se suele ver con signo positivo esa sexualidad, principalmente porque está muy extendida la afición intelectual de atacar la moral cristiana recurriendo al paganismo. Lo que acá voy a exponer nos va a dar la pista de que no es nada envidiable la sexualidad de Grecia y del Imperio, y que además, nos resulta muy difícil—y yo diría imposible—entenderla desde nuestro contexto. La única forma de entender esa sexualidad es ser un ciudadano griego o romano del fondo de los tiempos. Otra no hay.
 Los helenos que eran ciudadanos, que votaban y que esclavizaban a miles de bárbaros, tenían una gran afición por las relaciones homosexuales, al punto que “homosexualidad” y “amor griego” en muchas ocasiones se emplean como sinónimos. No es lo mismo, de la misma manera que no es lo mismo el sexo y el amor, aunque se parezcan. (“Gozar es tan parecido al amor”, canta Charly.) El amor homosexual era entendido en Grecia como una relación entre iguales. Tratemos de razonar como lo hacían ellos: Las mujeres no podían ser objeto amoroso. Se parecían a los esclavos, no eran racionales. Se juntaban en un lugar llamado gineceo, donde nunca sabremos qué hacían entre ellas. No era posible mantener una conversación interesante con una mujer, que siempre eran analfabetas, y el amor, al menos para los griegos que escribieron la historia, es cosa entre gente similar. Hoy, incluso, nos parecería raro que un filósofo se enamore de una tonta. Entonces ustedes se preguntarán cómo era posible que tuvieran hijos. La respuesta es muy sencilla: cuando tenían que viajar tomaban un caballo; cuando tenían que reproducirse tomaban una mujer. Evidentemente no es sencillo entender la sexualidad en otra cultura.
Era costumbre entre estos griegos ser penetrados hasta los 18 años por su maestro. Platón fue alumno de Sócrates y maestro de Aristóteles. Luego, Platón fue penetrado por Sócrates y penetró a Aristóteles. ¿Cómo entender que alguien, por el mero hecho de cumplir 18 años pase de ser pasivo a ser activo? ¿Cómo entender que la pederastia fuese la relación sexual ideal? La educación en Grecia era vista como integral. En la academia de Platón se le daba especial atención a la filosofía, al cultivo físico del cuerpo, al conocimiento cabal de las matemáticas y, por supuesto, a la moralidad y a la pederastia. ¿Quiere más? Esto se orientaba a la buena formación de un soldado aguerrido. El amor griego despertaba el sentido de camaradería que no puede faltar en el frente de batalla. Porque, aunque usted no lo crea, estos tipos, aristócratas y de buena vida en la mayoría de los casos, iban a la guerra asumiendo todos los riesgos, y luchaban junto a su amante codo con codo, hasta la muerte. Hay más: Sócrates, gran pederasta y soldado, estaba casado y tenía un hijo, como casi todos ellos. Su alumno Platón cae preso en Sicilia y es reducido a la esclavitud. Como esclavo será obligado a dar lecciones de filosofía. Más no sabemos, pero es de suponer que se tuvo que contentar con las mujeres, o acaso solo. En suma: lo que resulta difícil no es entender la homosexualidad en Grecia, lo que resulta difícil es entender la sexualidad en Grecia.
En el plano de la literatura no hacemos más que confirmar lo dicho: Alcibíades manifiesta todo su amor por Sócrates en el Banquete. En todos los diálogos platónicos no hay un solo personaje femenino. La única excepción es la mujer del propio Sócrates, que aparece hacia el final del Fedón, llorando por la pronta muerte de su marido, y a quien Sócrates pide que la echen a patadas.

La prostitución VIP en la antigua Roma
Ahora vamos a detenernos en Roma, que vamos a tomar como estudio de caso. A lo largo del siglo II antes de Cristo, Grecia cae bajo la influencia de Roma. Como veremos, la sexualidad romana, que nos parece tan rara como la helena, o incluso más rara aún, toma de Grecia muchas cosas e innova en otras.
El cielo es un buen reflejo de las sociedades: Júpiter, el protagonista principal del panteón Romano, tiene una luna gigante que se llama Ganímedes. Al igual que los satélites Ío, Europa y Calixto, toma su nombre de un amante de Júpiter. Ganimedes, el amante del gran dios, era varón. (Hay que recordar que Júpiter era inspirado en el griego Zeus, un promiscuo eterno.)
Está muy extendida la idea que supone que en Roma no había tabúes sexuales, casi como si los romanos hubieran sido unos liberales del sexo irrestricto, abiertos tanto a la heterosexualidad como a la homosexualidad, incontinentes gozadores de las orgías más grandes y burladores de todas las reglas del lecho. Yo mismo tenía esta peregrina idea. Muchos recordarán la serie Roma, en la cual se muestra con bastante acierto la promiscuidad de aquellas gentes. Hasta el día en que leí a Paul Veyne, también comulgaba con esa imagen. Paul me enseñó que la cosa era muy diferente.
Para entender la sexualidad en la antigua Roma es necesario revisar el concepto de “familia”, que es tan caro a los antropólogos. Todos sabemos que es una familia, o eso suponemos, hasta que confrontamos nuestra idea con la que tiene el vecino y nos encontramos con más dudas que certezas. La polisemia propia del término no ayuda: se dice “familia” refiriéndose a cosas tan distintas que cuando empezamos a analizar parece que “familia” es cualquier cosa que se nos ocurra.
El término es de origen latino: apareció en Roma como derivado de famulus (servidor), y en primera instancia debió designar al conjunto de esclavos y sirvientes que vivían bajo un mismo techo. Luego, por extensión, se aplicó al amo, a su mujer y a todos los que vivían bajo su dominación. Finalmente el término se hizo extensivo a los que compartían vínculos de sangre, que, como veremos, en Roma no era tan fácil de precisar. De hecho la palabra “gens” era la que designaba a la comunidad de todos los que descienden de un mismo antepasado y se acerca más a lo que entendemos hoy por “familia”, porque la palabra famulus se refería a lo que hoy entendemos por “techo” o “casa”. Más adelante veremos que esto es cuestionable.
El noble romano tenía como premisa ser un penetrador. Roma era el culto a la penetración y a la virilidad entendida en ese sentido. Por eso era más importante penetrar que el sexo del que era penetrado. De esta manera, un noble romano penetraba tanto a su esposa como a un esclavo o a una esclava que vivía bajo su techo.
Pero había dos imperativos en esa cultura que hoy nos dejan turbados. En primer lugar el esclavo a ser penetrado debía ser un púber y no presentar bigote. En otras palabras, el esclavo debía estar por debajo de los 16 años y sin mediar un límite mínimo, pudiendo muy bien el noble sodomizar un chico de 11 años—siempre que fuese esclavo—sin que la sociedad se rasgue las vestiduras por ello. Además, un ciudadano romano exigía del sodomizado que no de señales de placer. Así, el penetrado debía bancarse estoicamente la penetración. En la misma línea, no tenía que demostrar rasgos femeninos. Se comprendía que un muchachito de 11 años tuviera cierta voz aflautada, pero eso no se podía perdonar en el de 15 o 16 años.
Por lo tanto, en Roma importaba más el rol de penetrador o penetrado que el del sexo de los participantes. No obstante lo cual, se esperaba que las esclavas gocen como verdaderas mujeres. Y en esto hay que ser muy específico: se esperaba que la esclava goce como su dueña. La diferencia entre la dueña y las esclavas, con respecto al noble, era que las esclavas estaban tácitamente obligadas a fingir, de la misma manera en que lo estaban los esclavos a no gozar, pero la mujer del noble tenía derechos sobre sus goces, tenía derecho a no fingir.
¿Y qué pasaba cuando a ese muchachito esclavo le empezaba a crecer los bigotes? Sólo podemos hacer conjeturas. No contamos con testimonios de esclavos, no al menos en este sentido. La historia la escribieron los que mandaban, los ciudadanos, como Catulo, que escribió:
“Os sodomizaré y me la chuparéis, Aurelio bujarrón, y puto Furio, que me habéis considerado poco honesto por mis ligeros versos, porque son muy sensuales. Es verdad que, si conviene que el poeta piadoso sea casto personalmente, en nada es forzoso que lo sean sus versos, ya que entonces al fin tiene sal y gracia, si son muy sensuales y poco pudorosos, y pueden provocar excitación, no digo a los jóvenes, sino a esos velludos que no pueden menear sus pesados lomos. ¿Vosotros, porque habéis leído muchos miles de besos, me consideréis poco macho? Os sodomizaré y me la chuparéis.” (poema 16)
Como vemos, no había nada más humillante para un ciudadano que ser penetrado o practicarle una felatio a otro ciudadano. Pero es obvio suponer que si ese ciudadano tenía muchos deseos de cualquiera de estas cosas podía recurrir a uno de sus esclavos, pero en el más completo hermetismo.
Sin embargo, sabemos que en la historia de Roma se dieron múltiples liberaciones de esclavos. Por ejemplo, el dueño de uno de ellos, sabiendo que pronto iba a morir, dejaba a su esclavo favorito una propiedad y una suma de dinero. Sin embargo no sabemos qué actitudes sexuales tenía este esclavo ante su nueva condición. Tampoco sabemos que hacían con su sexualidad cuando se les llenaba la cara de pelos. Salvo el caso de los gladiadores, que salían a la arena para morir o conquistar su libertad. Si tenían suerte y quedaban libres, serían los sementales con los que toda mujer romana hubiera querido pasar la noche. Si una mujer tenía el dinero suficiente, podía concretar su sueño. ¿Y los nobles romanos? Lo mismo. En cualquier caso, las preferencias sexuales del gladiador no eran tenidas en cuenta. He insisto: lo importante en el gladiador era que significaba el arquetipo de la virilidad, y en Roma lo que importaba era ser viril, o parecerlo al menos: si el esclavo o el gladiador eran penetrados debían comportarse como hombres.
Ahora me gustaría hacer una radiografía de una familia romana. Tenemos a la dueña y al dueño, que conforman una pareja. Ambos cuentan con un harén de esclavos y esclavas. Primero pensemos en el marido. Cuenta con 20 esclavos, pero no va a penetrar a cada uno de ellos. Prefiere gozar a uno en particular y quizás esporádicamente a alguno de los otros. Ese esclavo que es dueño de sus deseos es el favorito. Este suele ser un esclavo griego, culto, de unos 16 años, que se somete en silencio en las noches y que le enseña filosofía en las mañanas—, tal vez enseña el capítulo II de la Política de Aristóteles, que es una robusta y penetrante defensa de la institución esclavista— disciplina que ha aprendido de su padre biológico, un griego capturado ya grande, y que ahora también es un esclavo de la casa. Es muy probable que con este favorito se sienta más inclinado al diálogo que con su propia mujer, que acaso sea analfabeta, al igual que todas las esclavas de la casa. El dueño, a su vez, tiene un hijo con la dueña, al cual ha criado como un hombre, como se acostumbra en Roma, lejos de sus padres y cerca del ejército. Este hijo biológico es poco menos que un extraño para este noble. No obstante, a ese favorito griego lo ha criado como a un hijo, desde muy temprana edad, y siente sinceramente inclinación afectiva por él. Es, digamos, su hijo adoptivo… y se acuesta con él… y acaso le permite gozar.
Las preferencias de los nobles romanos estaba más en los esclavos que en las esclavas, según parece, pero bien podía pasar que un romano se enamorara de una de sus esclavas. Pero enamorarse de una mujer era ser muy poco viril. El romano debía llegado el caso, fingir sus sentimientos. Y, por supuesto, la esclava, favorita o no, bien podía quedar embarazada. Si al dueño se le daba la gana, ese hijo era criado con todo el afecto que un padre de hoy puede dar. Su esposa aceptaba este hecho sin pestañar. Sin embargo, este pibe que tenía el trato debido a un hijo, no dejaba de ser esclavo, y así la señora noble podía obligarlo a compartir el lecho con ella. Lo mismo vale si la esclava paría una hija. Porque ni siquiera un hijo, en Roma, era lo que hoy entendemos por tal.
(Y no quisiera pasar por alto las infinitas muestras de gratitud de los hijos legítimos que, vueltos del ejército, mantienen relaciones afectivas con sus viejos tutores o encargados, con esos profesores esclavos, con esos padres alternativos que les enseñaron el abecé de la vida, mientras sus padres biológicos estaban en otra.)
Por lo visto, un hombre libre no podía dejarse penetrar, a riesgo de ser confundido con un esclavo. Sin embargo, se sabe que la homosexualidad masculina estaba tan extendida como la poligamia de los activos, o sea, de los penetradores. Esa homosexualidad era tolerada, pero siempre y cuando no se dé mucho a publicidad. Sino cómo entender la valoración desmedida de la amistad, como Séneca, que le dedica un libro largo como la Biblia a su amigo Lucilio sobre los más diversos temas. O este otro pasaje del Poema 8 de Cátulo:
Veranio, de todos mis amigos el preferido entre trescientos mil. ¿Has regresado a casa junto a tus penates, tus hermanos bien avenidos y tu anciana madre? ¡Haz regresado! ¡Oh feliz noticia para mí! Volveré a verte sano y salvo y te oiré hablar de los lugares, de los acontecimientos y de los pueblos de Iberia, como es costumbre tuya, y abrazándome a tu cuello besaré tu alegre boca y tus ojos. Oh, de cuantos hombres felices existen, ¿quién hay más dichoso y feliz que yo?
Evidentemente, los romanos tenían una idea algo diferente, también de la amistad.
Otra de las cosas toleradas era que un noble continúe manteniendo relaciones con su favorito cuando a este ya le hubiera crecido la barba. En esos casos conocemos que era práctica común el afeitar al esclavo en cuestión, al menos por algunos años.
Lo que no se toleraba en Roma era la penetración de las vírgenes y de los adolescente varones libres, así como de las casadas (por parte de otro hombre libre.)
¿Y qué era de la prostitución, esa profesión tan vieja como el mundo? Entre los pobres, sin dudas, se entiende. Ellos no tenían esclavos o esclavas y recurrían al servicio de las meretrices ¿Pero por qué querría ir con una prostituta un noble que tiene acceso a muchas esclavas? Una respuesta fácil es suponer que, aburrido de las que tiene, insaciable en su pito, opta por innovar en el lecho con una diferente. Pero esto sería desconocer que cualquier amigo o noble vecino le podía ofrecer una muchacha con la misma facilidad con que hoy le pedimos un destornillador al de la esquina. (A mí el de la esquina siempre me negó el destornillador, pero las esquinas abundan, ¿no?) La respuesta a este acertijo me parece encontrarla en la siguiente frese de Paul (Veyne): “En Roma cortejar era ofrecer una suma de dinero.” Dicho de otro modo, la mujer se casaba con el que más plata le ofrecía. Más que a lo que hoy entendemos por matrimonio se asemejaba a eso que llamamos “prostitución VIP”. No era solamente la plata, en general esa mujer era deseada sexualmente por el futuro marido, al menos en un principio. La mujer, por su parte, no solía tener derecho a elegir. Ella era elegida, y punto.
Como corolario de este apartado sobre Roma me gustaría daros un ejemplo para que notéis la gran versatilidad que tiene la sexualidad humana. Imaginaos a un hombre que corre a otro hombre. Lo alcanza y lo besa en el cuello, en la cabeza. Le acaricia las mejillas. Lo voltea y cae en el suelo. El que está abajo se ha quitado ropa y tiene el torso desnudo. Se trata de dos jugadores de fútbol festejando un gol. Un romano, al ver esta escena, se preguntará qué ha pasado, por qué no lo penetra. Uno a este romano le contestaría que probablemente, si uno quisiera penetrar al otro igual no lo haría, porque las gradas están llenas con 60 mil personas. Él seguramente querría saber si esos 60 mil son hombres o mujeres. Naturalmente, responderíamos que son en su gran mayoría, hombres. El latino se vería perplejo ante esto, porque entendería que nada más normal que penetrar un hombre en presencia de otros muchos. También estaría desorientado, porque el pasivo está visiblemente contento, cuando debería mostrar apatía o indiferencia. Pero no estaría tan desorientado al escuchar los cánticos de la hinchada, que siempre sindican como homosexual al pasivo, de forma muy parecida a como lo entiende él. (Y habría que explicarle que el “pasivo” juega para el mismo equipo que el que parece querer sodomizarlo.) Seguramente este romano preferiría ver un tigre abrazando un cristiano y no 22 personas que se manosean todo el tiempo y corren tras una pelota.
Evidentemente, este ejemplo de la antigua Roma, nos demuestra que no podemos juzgar la sexualidad de una época con los criterios que nos rigen en la nuestra. Porque la sexualidad humana no solo es consecuencia de nuestro cerebro, sino también de la cultura a la cual pertenecemos.

La polución en la Edad Media
George Duby, nos explica que el fin de la esclavitud en Europa se debió a la falta de mercado. Europa estaba débil y aislada del mundo. Basta con ver un mapa para entender que esa península llamada Europa se encuentra rodeada por otras tierras mayores, como África y Asia. Y dios libre a Europa de que en esas vastas extensiones que la circundan surja un hombre fuerte, como Harúm al-Rashid, que gobernó sobre esos dos continentes, y que pasó a la inmortalidad como un personaje de Las mil y una noches, una obra cargada de sexo. En ese tiempo gobernaba en el occidente europeo el conocido Carlomagno. Ahora bien, Carlomagno era, en comparación con Harúm, un enano. Y un enano que hubiera dado la vida por tener el poder que tenía el musulmán. Eran tiempos en que los europeos eran esclavizados por los musulmanes, y uno podía encontrar en Bagdad o en Damasco a rusos y a germanos sometidos. Tiempo después, desde el siglo XIV, en el mundo musulmán se formarían los primeros ejércitos formados por esclavos cristianos, los famosos Jenízaros, en el mundo otomano. En suma: una de las razones que catalizó el cambio en las preferencias sexuales de la Europa que alguna vez había sido romana sin dudas se debe a la desaparición de la esclavitud como institución.
Cuando una sociedad se empieza a empequeñecer, como la europea de entonces, no es raro que pondere que cada mujer tenga tantos hijos como le sea posible. De la misma manera, es entendible que se prohíba el aborto y la contracepción.
Siguiendo a Michel Foucault, en el Medioevo la gula era un pecado semejante a la fornicación. La diferencia radicaba en que mientras el ayuno total nos lleva a la muerte, la abstinencia sexual no. Lo ideal era ordenarse sacerdote y dejar de fornicar.
Sin dudas a los ordenados se les presentaba un problema: cómo evitar la excitación. Michel nos ilustra con los consejos de Juan Casiano, que predicó largamente sobre sexo. Este sacerdote divide el pecado de la fornicación en tres tipos: el primero consiste en la conjunción de los dos sexos; el segundo es la masturbación, o sea, “sin contacto con la mujer”; el tercero es “el concebido por el pensamiento y el espíritu”. En este último se detiene el filósofo francés. Casiano estaba convencido de que el pecado iba unido al pensamiento. La erección revelaba un pensamiento que debía ser erradicado y convocaba a todos los religiosos a una vigilia constante y permanente sobre sus propios pensamientos para lograr tal fin. Estaba obsesionado con la propagación de la castidad. Consideraba que si dios había querido darnos un deseo tan fuerte, que no era en absoluto necesario a los sacerdotes, era con la intención de ponerlos a prueba.
Pero por más empeño que le pusiera a su exhortación, sabía que algo era inevitable: la polución nocturna. El hombre no puede evitarla. Casiano aseguraba que por medio de ejercicios era posible atenuarla. Pero los sueños son ingobernables. La única forma de liberarse de ella era por medio de la gracia divina. En otras palabras, cuando dios nos elige por motivos misteriosos que escapan a nuestra conciencia del mismo modo que se nos escapan los sueños.
Pero no solo a los ordenados: Casiano quería evitar que el hombre común fornicara fuera del matrimonio, e incluso que lo haga dentro del matrimonio con fines no reproductivos. Quería evitar que el hombre de a pié se excite, a menos que tenga pensado poner un hijo en este casto mundo. Afortunadamente, como todo hombre de iglesia, él consideraba que se debían tener tantos hijos como sea posible. Como el hombre y la mujer debían llegar vírgenes al altar, el matrimonio suponía un remedio contra la fornicación.
Especialmente la mujer debía llegar casta y se celebraba que fuese de ahí en más discreta, pudorosa, que no sonría demasiado y que sea un ejemplo para sus hijos (y especialmente para sus hijas.) Podemos afirmar que la autenticidad de una mujer moría al casarse.
Como explica Phillip Aries, en esta época el matrimonio era un vínculo eterno, donde “lo importante no era la duración, sino el precedente”. Y es que la eternidad está fuera del tiempo: es algo atemporal, no es la sumatoria del tiempo. Por eso mismo, el casamiento era para ser perpetrado en la otra vida, esa que está asociada a la eternidad. Jean Louis Flandrin aclara que la institución del matrimonio no se daba por amor ni por placer—aunque eventualmente podía suceder —sino por un interés. Y es por eso que un vínculo forjado así debía tener necesariamente reglas claras e invariables.
¿Y cuáles eran esas reglas? Bueno, muchas, sin dudas, como en tu casa, pero vamos a ocuparnos de alguna que tenga que ver con el tema que nos convoca. La mujer debía estar sobre la cama y boca arriba. Su marido debía penetrarla acostándose encima. Las excepciones se toleraban si él era muy obeso. En ese caso ella podía subir. Si estaba embarazada, para proteger al feto, se permitía la posición en perrito. En este último caso se prefería la posición indicada y no la de la mujer encima del marido porque, evidentemente, se toleraba más una posición propia de los caninos antes que aceptar que la mujer manejase la situación. En consecuencia, muchas mujeres solamente podían manejar su propio goce solo en el hipotético caso de que su marido engorde. Sin embargo, y contra todos los pronósticos, hay testimonios de la época que indican que los laicos estaban indignados con las sugerencias que los clérigos daban ante estas situaciones excepcionales.
Señala Flandrin, en el matrimonio medieval Jugaba un rol muy importante el confesor. El y ella tenían el deber moral de detallar al sacerdote hasta las menudencias que hacían en la cama. Esto era tan así que la sabiduría de los monjes sobre las cosas del amor no resulta tan rara. Eran los letrados que nos dejaron testimonio sobre la materia. Flandrin llega a decir que “los esposos no estaban solos en el lecho, sino que estaban con el confesor”. Otro instrumento muy aceitado era la delación y el tráfico de delaciones entre los clérigos, pues comerciaban con el conocimiento adquirido en las confesiones. De esta manera, no solo los ordenados sabían lo que pasaba en tal o cual casa, sino que tenían la potestad de estigmatizar a cualquier pareja que no se ajustara a las reglas establecidas.
Y acá tenemos que hacer una digresión. En esta época casi no se menciona la homosexualidad y tampoco se habla mucho de mujeres. Sobre este último punto parecería que no hay nada que decir, porque se trataba de sacerdotes escribiéndoles a sacerdotes. Pero más importante parece el hecho de no querer mencionarlas para evitar cualquier tipo de representación femenina en las mentes de aquellos a quienes se les habla, o sea, para que no se exciten, porque la sexualidad humana marca que uno se puede excitar grandemente con solo una referencia si las condiciones de aislamiento lo propician. Con respecto al otro punto pasa algo parecido. Lo monjes pasaban semanas sin ver una mujer y eso provoca un natural acercamiento hacia los del mismo sexo, como siempre se dio en las cárceles, al punto de llegar a olvidar a las mujeres (o a los hombres), pero no a la propia sexualidad.
Pero hay algo más profundo: el silencio. Cuando no se habla de un tema, cuando se calla un asunto, suele pasar que terminemos por suponer que eso que se omite ha dejado de existir, y ya no lo tenemos en cuenta. Es más, esos temas tabúes terminan por ser ignorados por una gran parte de la sociedad, al punto de que dejan aparentemente de existir. Por ejemplo: ¿a qué sacerdote medieval se le habría ocurrido condenar la coprofilia o la necrofilia? Inversamente, cuando un tema permea e invade toda la sociedad se hace muy visible y disciplina nuestra conducta. Veamos un ejemplo. Si yo le aseverara al lector que el hombre de la edad media no se excitaba con una felatio, probablemente se reiría. Sin embargo, en la mayoría de los casos, era así. Sin dudas, siempre hubo excepciones, pero cuando uno es construido como persona en una sociedad que condena estas cosas, nada tiene de raro que no le gusten. ¿Y qué decir del cunnilingus? Sencillamente nada. De ese tema no se hablaba, porque el goce de la mujer era algo que a nadie le importaba demasiado, (incluso a las mujeres, que se hubieran avergonzado de sospechar que eran capaces de gozar.)

La nueva sensibilidad victoriana
Contrariamente a lo que mucha gente piensa, la Edad Media fue una época racional. No hay que confundir eso con el racionalismo, que vino después y que fue—a no dudarlo—una consecuencia del imperio de la razón sobre los pensadores medievales. ¿Sino como entender las sumas teológicas, que no son otra cosa que razonamientos precisos y sistemáticos sobre los temas más diversos? ¿Cómo entender las interminables disputas dialécticas entre aquellos hombres? Por supuesto, las materias sobre las cuales discutían hoy nos pueden parecer bizantinas, como por ejemplo pelear y acalorarse por las propiedades de los ángeles o del infierno. Aunque sostenían por la fe ciertas cosas inamovibles, por otro lado tenían una abismal predilección por los razonamientos. Lo que llevó a decir a Le Goff que no se trataba de meros exégetas de las Escrituras, sino de verdaderos pensadores. Solamente a un verdadero pensador se le puede ocurrir endiosar a Aristóteles; solo a un verdadero pensador, como Tomás, se le puede ocurrir demostrar de cinco formas diferentes la existencia de dios. Y Tomás no estaba sólo. Muchos en la edad media se dieron a la tarea bizarra de encontrar a dios por la razón, de demostrarlo “científicamente”. Eran muy racionales, y el amor eminente era el amor debido a dios. ¿Era necesario demostrar por cinco vías diferentes la existencia del amor, la existencia de un sentimiento?
Como dije, este apego por la razón, que no es otra cosa que la inteligencia, se acentuó con el racionalismo y fue creciendo a expensas del amor, o sea, denigrando a la imaginación. En el siglo XIX parece haber un cambio en el sentimiento: surge el romanticismo, que es un movimiento que, dicho rápidamente, pondera los aspectos irracionales, sentimentales e imaginativos del hombre. Sin dudas, esto fue un progreso. La mujer y el amor empiezan a ser materia del arte. ¿Pero de qué hablaban cuando hablaban de amor estos tipos?
Las novelas decimonónicas nos dan una pista. En Tolstoi, en Dostoievski, en Hugo, vemos que la vida de los hombres, en líneas generales, corre por otro carril que la vida de las mujeres. Hay una asimetría ostensible en los intereses de unos y otros. Pongamos el caso de las grandes reuniones en esos enormes salones en los cuales la aristocracia se encontraba. En un determinado momento, estando las señoras presentes, se hablaba de ciertos temas intrascendentes. Pasado un tiempo, los varones se iban solos al salón de fumar, que en realidad era una excusa para hablar de temas como política, negocios, arte, y todas esas cosas que no eran materia femenina. Raramente en estas novelas vemos un diálogo interesante entre una mujer y un hombre, y si es interesante no es por la materia que están tocando sino por la situación.
Las mujeres eran mayormente analfabetas. Las que no lo eran podían ser amadas sinceramente, como el caso de Clara Schuman o Lou Andreas-Salomé. Esta última, como tantas otras sensuales e intelectuales de esa época, fue muy requerida y promiscua. Los hombres de espíritu elevado no tenían tantas opciones, había poco para elegir. Estas mujeres enamoraban a muchísimos hombres porque no abundaban otras. Eran la excepción, no la regla. La sociedad las odiaba, especialmente las otras mujeres. Porque una dama no hacía esas cosas: estudiar o dedicarse al arte. Con cocer y tocar el piano horriblemente era suficiente.
Tocando al final del siglo el puritanismo victoriano fue la exacerbación de la doble moral, que es una forma de hipocresía que dice una cosa y hace otra. Una moral era la que censuraba a cualquier mujer que exhibiera las pantorrillas, que no llegara virgen al matrimonio, a los hombres que no acataban la monogamia o que no se comportaban frente a una dama como dios manda. La otra moral salía cuando se iba el sol. La prostitución tenía una extensión enorme y decenas de miles de londinenses, que durante el día la condenaban, terminaban entre las piernas de una prostituta. Las muchachas, mojigatas al mediodía, se masturbaban con compulsión a la medianoche. Los muchachos se excitaban al contemplar un antebrazo desnudo, y es de imaginar que la eyaculación precoz nunca fue tan divulgada. La invención y perfeccionamiento de la fotografía hizo de Londres la principal industria de la pornografía, que tenía un aceitado mercado negro. En la década de 1880 hubo un caso clásico para el estudio de puritanismo victoriano y la doble moral. Jack el destripador, un asesino serial, mató a muchas prostitutas en un barrio bajo de Londres. La noticia salió en los diarios y estremeció a los ciudadanos puros. Pero contra lo que hoy se pueda creer, gran parte de la población, especialmente las mujeres, no estaban conmocionadas y horrorizadas por el asesino, a quien acaso llegaron a aplaudir, sino porque existían las prostitutas, y las había en gran cantidad, lo cual revelaba que la demanda era muy alta.
Por la misma época, el gran Stevenson escribía Dr. Jekyll y Mr Hyde, casi una metáfora de esta doble moral. Como es sabido, el doctor sale a la calle durante la noche, convertido en un hombre que quiere saciar sus más bajos instintos. Este pasaje del último capítulo, no exento de sensualidad, lo muestra a Mr Hyde de cuerpo entero:
“(…) En unas horas de debilidad moral, hice nuevamente la mezcla y la bebí (…) Mi demonio, enjaulado por tanto tiempo, rugía. Me dí cuenta, al tomar la droga, de unos impulsos al mal muy violentos e irrefrenables (…) Me había despojado de todas esas tendencias reguladoras por las que incluso lo peor de nosotros continúa conduciéndose con algún grado de equilibrio entre las tentaciones; y en mi caso, ser tentado al menos por un pequeño estímulo, era caer. Inmediatamente despertó en mí un espíritu infernal embravecido. Molí a palos al borracho inerme en un éxtasis de gozo, degustando con delicias cada golpe, hasta que el cansancio me ganó.”
¿Y las damas con qué se excitaban? Las mil y una noches, era el best-seller por excelencia. Esa obra, cargada de sensualidad, era consumida vorazmente por las mismas mujeres que no exhibían nada de sus propios cuerpos. Veamos el siguiente pasaje que chorrea lesbianismo por doquier, contenido en la Historia de Kamaralzaman y la princesa Budur, donde la joven Hayat-Alnefus, aún no sabe que Budur también es una mujer:
Al revés de lo que hoy nos parece, el mundo árabe mostraba mujeres en situaciones lésbicas y el mundo occidental castraba a las suyas.
La bella sexóloga mexicana Elia Martinez-Rodarte, sentencia: “Un pueblo que es reprimido hasta explotar, así como una sociedad que nada más se basa en la alegría genital, siempre estará un poco enferma porque no se ejerce una sexualidad sana que les otorgue paz mental, reproducción responsable y gozo erótico.”
Pero también en esta época victoriana se dieron ciertas conquistas que ennoblecen al ser humano: el inicio de la emancipación de la mujer, la alfabetización acelerada de vastos sectores de la población que estaban en la base de la pirámide social, y dos cosas que seguramente desconcertarían a un Romano de la antigüedad: lo que Phillip Aries llamó “el descubrimiento de la niñez” y el fin de la esclavitud en occidente (Estados Unidos y Brasil.)
El fin de estas cosas— o para ser más exactos, el comienzo del fin de estas cosas—, vino junto con un cambio de sensibilidad. La historiadora Hilda Sábato explica lo que es un cambio de sensibilidad con un ejemplo elocuente. Durante la guerra del Paraguay se publicaron las primeras fotos en el país procedentes del frente de batalla. La población “decente” se escandalizó. Habían descubierto que en las guerras muere gente. Sin embargo, siempre hubo gente que murió y que mató en las guerras. Tiempo antes, era normal que ahorquen a alguien en pleno centro porteño, de manera que no era necesario recurrir a fotografías para incurrir en el morbo. Sin embargo, por aquellos tiempos nadie se escandalizaba. Las damas de la alta sociedad se ponían sus mejores perfumes para ver una ejecución y el último de sus esclavos dejaba de comer para no perderse el show. ¿Qué pasó en el medio? Eso mismo: hubo un cambio de sensibilidad.
Por lo tanto, comenzando el siglo XX, se da un giro en la sensibilidad con respecto a las mujeres, los niños y los pobres. Esto no quiere decir que no hubiera problemas. De la misma manera que ahora la gente se indignaba con lo que pasaba en el frente de combate, ahora se podía indignar con la violación de una mujer o la vejación de un menor, o el hambre en el mundo. Sin dudas, muchas de estas posturas eran mera hipocresía (y lo siguen siendo). Pero piense que si usted se indignaba hace doscientos años con estas cosas seguramente se iba a encontrar sólo, predicando en el desierto, y muy probablemente sería visto como un loco. Desde la sensibilidad de un romano usted es un afeminado. Desde la mirada de un medieval usted es un endemoniado esclavizado por su cuerpo. Desde la mirada de un victoriano usted es una puta.

La procreación industrial
Durante los años que siguieron se acentuó esta oposición entre la inteligencia y la imaginación. Por un lado, muchas de las sexualidades que llegan hasta la segunda guerra mundial parecen no diferir mucho de lo que la época victoriana nos heredaba. Por el otro, las conquistas sociales del siglo XIX se fueron extendiendo en el XX (y siguen expandiéndose hoy en día.)
La lucha final se dio durante la segunda guerra mundial. En el aspecto sexual, el nazismo fue fuertemente cientificista y positivista. No estoy solo. Raúl Zaffaroni lo expresa rebien: “el nazismo es expresión de una ciencia dogmatizada, de un positivismo pobre en argumentos pero eficaz a la hora de revolver las tripas de las multitudes. Los crímenes del nazismo no fueron más que la culminación de la senda indicada por el positivismo, seguida hasta sus últimas consecuencias.” Y yo agregaría que no solo la política de exterminio fue el producto del dogma científico del positivismo, también lo fue la política de reproducción masiva, poco conocida por el gran público, y en la cual nos vamos a detener.
Lebensborn fue el nombre de esa política de reproducción acelerada, con la misma impronta industrial que podemos ver en las cámaras de gas. Esta era la última idea de una serie. En un momento se aplicaron los fusilamientos masivos. Pero, aunque cueste creerlo, matar muchos seres humanos con velocidad no es tan fácil. Producir muchas muertes es como producir muchos autos, o tanques: lleva tiempo y un derroche en balas. La inteligencia humana fue aplicada y las cámaras de gas fueron su consecuencia. Lebensborn también tuvo su ensayo. Durante los años previos a la guerra el nazismo tuvo una política de incentivar la procreación. La misma fue tan efectiva que pone en jaque una de las teorías más aceptadas en geografía de la población, la teoría de la transición demográfica. Millones de bebés teutones vinieron al mundo en esos años. Pero, ¿cómo se optimizaba el nacimiento de personas?
Lebensborn era una gigantesca maquinaria de guarderías distribuidas a lo largo y ancho de Alemania y otros países considerados racialmente afines, en especial Noruega. Miles de mujeres noruegas ofrecieron sus vientres a soldados alemanes invasores. Como los aliados nunca bombardearon ese país, hoy es un hecho que muchos de estos hijos industriales vagan por las calles de Oslo y de Narvik, y aunque suene raro, muchos reivindican… la raza.
Pero este proyecto, que afortunadamente no llegó prosperar, tenía aspectos más siniestros. La política de Lebensborn era complementada con la política de eugenesia, también llamada “higiene racial”, que consistía en la eliminación sistemática de enfermos mentales de raza aria, al menos en un principio, pero que terminó incluyendo a rengos, delincuentes, alcohólicos, opositores, pedófilos y homosexuales, que se suponía que podían transmitir sus defectuosos genes a las generaciones futuras. Particularmente, la lucha contra los homosexuales fue en parte la lucha contra aquellos que no ayudaban a incrementar el número de alemanes.
Lebensborn también admitía a muchas madres solteras que daban a luz hijos rubios, altos y de ojos claros. Previamente se les hacía un examen físico, tanto a las madres como a sus bebés, y se investigaba las razones por las cuales el padre estaba ausente, pues podía tratarse de un judío o un idiota o un comunista. En caso de muerte de la madre sus hijos eran criados en orfanatos de cinco estrellas.
Los nazis, por otra parte, optimizaron la ampliación de la raza por medio del secuestro sistemático de niños, preferentemente polacos, que fueron dados masivamente en adopción a madres alemanas. La paradoja es que el niño “beneficiado” debía tener todos los atributos que se esperan de un germano, aunque de hecho los polacos son eslavos, contrariamente con lo que pasa con los noruegos. No es tan raro. Basta pensar que “industria” se define como conjunto de actividades y procesos que tienen como finalidad transformar la materia prima en un producto elaborado. Sintéticamente: transformar un eslavo en un germano era una cuestión cultural. La cultura transforma.
La pérdida de miles de hombres en el frente de batalla no dejaba margen de dudas a los jerarcas nazis: o se aceleraba Lebensborn o se aceleraba el holocausto. En otras palabras: o se aceleraba la industria de los nacimientos o la industria de la muerte. Por supuesto, se eligió hacer ambas cosas. Pero la industria de los nacimientos es más lenta (incluso si incluimos los masivos secuestros de bebés), y no contaba con la juventud apropiada a tal efecto, que estaba muriendo rápidamente en el frente de batalla. Como afirma el biógrafo de Hitler, John Toland, la precipitación de la solución final fue consecuencia de la pérdida de vidas nazis en el frente de batalla. Y, no hay que olvidar que Lebensborn no solo era una fábrica para llenar de niños rubios el continente europeo, sino también para renovar, mejorar y aumentar a largo plazo los recursos humanos de un ejército que se suponía iba a terminar vencedor.
Finalmente me gustaría recordar que antes que alemanes, lo alemanes son parte de una historia mayor, la historia de occidente. Hitler admiraba la segregación de los inmigrantes que llevó a cabo Estados Unidos durante los primeros años del siglo XX. Si un inmigrante era, por ejemplo, deficiente mental o tenía sífilis, se lo mandaba de vuelta a Europa, por ejemplo a Alemania. También de Estados Unidos tomaron otro aspecto: la reproducción de los negros. Si los negros norteamericanos son muy altos eso se debe a que se estimuló por mucho tiempo, en el marco de la esclavitud, el apareamiento entre una negra grande y un negro grande, cuyos hijos se esperaba que fueran enormes. Ese perfeccionamiento de los esclavos negros fue buscado en Alemania con los ciudadanos rubios. Por otra parte, resulta extraño comprobar que en Norteamérica se haya estimulado el sexo heterosexual entre los esclavos. Los romanos no lo hubiesen entendido…

La sexualidad de las ancianas
El judío Freud, que se fue de Austria por un malentendido con Hitler, trajo una novedad radical que se instaló y se quedó: los seres humanos no somos tan racionales como creíamos. Para Freud, lo específicamente humano es el cerebro, pero no entendido como se lo entendía antes. Hay oscuras pasiones que nos gobiernan, hay cosas que reprimimos y los niños tienen su propia sexualidad. Y si los niños son sexuales, la sexualidad está en el hombre desde su nacimiento. Freud, sin dudas, le dio un golpe mortal al ego humano.
La sexualidad es versátil, cambiante, indeterminada, pero está sujeta a otras cosas que los mismos humanos hacemos, como por ejemplo prolongar indefinidamente la vida, y con ella nuestra sexualidad. La sexualidad está en el bebé y está en el anciano.
Como dije en un comienzo, la vejez es una conquista del cerebro. Sin embargo, por más empeño que le pongamos, la sexualidad cambia con los años. Quizás el coito no es tan frecuente, pero la sexualidad está presente en diversas formas, como en el afecto.
No obstante lo cual, los ancianos mantienen relaciones sexuales. Y a nosotros, jóvenes, nos puede resultar muy difícil concebirlas, tan difícil como imaginar a papá y a mamá en la cama.
La ciudad de Buenos Aires presenta la mayor cantidad proporcional de ancianos del país. O dicho elegantemente: es su población más envejecida. Estos ancianos suelen tener un buen estándar de vida, y es por eso que viven solos. Y, para ser más exacto, solas, porque las mujeres viven más que los hombres. O sea: se trata de una población enorme y siempre creciente de ancianas viudas que viven solas, y que en lo económico no tienen problemas.
Hoy circula por la pantalla un comercial de un servicio de internet (Speedy). En el centro de la escena se pone a la anciana—no al anciano—. La propaganda, que adjunto hacia el final, dice, indirectamente, más o menos lo siguiente: “Vos, vieja, tenés sexualidad y tenés que satisfacerla.” Lo notable del comercial es que apela al humor, como dando por un hecho que esas cosas no pasan. Pero pasan, y por eso la publicidad.
Pero también pasan otras cosas. Hay un aspecto tabú: la prostitución masculina, que es consumida mayormente por estas ancianas porteñas con guita en el bolsillo. Los servicios—por supuesto—se contratan por internet, y los publicistas de Speedy, si usted presta atención, lo saben y lo sugieren.

Reflexiones hacia el futuro
El amor es el cultivo de la sensibilidad sobre otra persona, es el sentimiento que nos liga positivamente. En Lebensborn el amor estaba ausente, lo mismo que en casi todo el resto de nuestra humana historia. Progresivamente lo hemos conquistado. Hemos sabido valorizar nuestros sentimientos como un aspecto positivamente humano, a pesar de guerras mundiales y hecatombes varias. El amor es un aspecto de nuestra sensibilidad, que a su vez es un aspecto de nuestra sexualidad y que—a pesar de la herencia cultural y lo que nos enseñaron—poco y nada tiene que ver con la razón. Uno no se enamora de alguien porque lo razona, de la misma manera que Dios no existe más cuando leemos las razones que nos da Tomás para comprobar su existencia. Uno no se excita con un mono porque se lo propone. Nuestra sexualidad, de algún modo, es algo ajeno a nosotros mismos, es un aspecto indeterminado de nuestras propias personalidades.
Ahora estamos asistiendo al triunfo del amor en nuestro país. Con el matrimonio igualitario, la defensa de los derechos de la mujer, la fertilización asistida y demás conquistas. No es algo que tenga que ver con algo específico de este gobierno. Es un cambio que se está dando en occidente y que es irreversible. Habrá marchas y contramarchas, problemas y conflictos. Pero el tren ya está caminando, y no se detendrá. Por dar solo un ejemplo: está en el horizonte la posibilidad de reproducción sin concurso del hombre. Y esto es sumamente importante porque sería un aporte al lesbianismo, del cual se habla menos porque la sociedad lo oculta más, (y en este aspecto no hemos avanzado mucho desde la edad media, porque la emancipación de la mujer y el reconocimiento social del lesbianismo van de la mano. Y eso importa poco si vos, mujer, sos o no sos lesbiana. La tolerancia al lesbianismo es un índice infalible para medir el grado de machismo de un pueblo.)
El futuro nos puede a deparar una planificación familiar distinta. (¿Familiar? Por supuesto, familia puede ser cualquier cosa.) Lo que sí es seguro, y lo celebro, es que nuestros hijos van a poder ser más dueños de sus corazones y se van a poder enamorar más seguido, sin tener necesidad de ser estrellas de cine para eso, sin sentir culpa por lo que sienten, porque sus sentimientos habrán sido emancipados. Y quizás, la materia que más tendrán que aprobar, será respetar los sentimientos de los otros. No tenemos que ser dueños de los sentimientos ajenos porque los otros no son nuestros esclavos. Y nosotros no somos Romanos.
Acaso habrá dos mujeres que formen familia y que elijan tener solo nenas; abuelas de 109 años que se mojen con travestis de 60; monjas que se casen con travestis; tal vez tenga auge la bisexualidad. Quien puede saberlo. Lo que es seguro es que va a ser para mejor.
Como se ve, el futuro puede parecernos completamente raro e incomprensible, extraño e inhabitable, tan incomprensible como a nosotros nos resulta la sexualidad Imperio.
¡Ah!, y ahora quiero ajustar cuentas con esos Sábatos, esos que predican que con la tecnología no se logra un avance “moral”. Tanto la fertilización asistida como el viagra amplían la sexualidad, la sensibilidad humana y las posibilidades de amar, por solo dar un ejemplo. ¡Que la chupen!