“Los niños poseen con frecuencia una genialidad que pierden cuando crecen” (Karl Jaspers)
En El hombre que nunca estuvo, de los hermanos Cohen, hay una escena memorable. Le están cortando el pelo a un tipo y, cuando se va, un peluquero le comenta a otro: “les cortamos el pelo y sin embargo siempre vuelve a crecer”. Este asombro por lo que en primera instancia parece obvio es la base de toda la filosofía, y no se puede negar que hay algo de chiste absurdo en el cultivo de la misma.
Sin embargo, los mismos filósofos que ponderan al asombro sobre lo obvio como levadura de la filosofía, son poco propensos a la risa, y ni hablemos de la carcajada. Suelen ser muy estoicos y sospechan que la buena onda puede hacer perder seriedad a la materia.
Por eso los filósofos muchas veces son el hazmerreir de sus contemporáneos. Si Aristófanes se reía de Sócrates no era por incomprensión, sino porque tenía el sentido del humor que le faltaba a su víctima. Si toda el Asia Menor lloraba de la risa al evocar a Tales de Mileto, que se cayó en un pozo de tanto mirar el cielo, era porque de seguro Tales tenía menos onda que Nelson Castro.
Así y todo, los filósofos persisten en no bajar las banderas de la seriedad. Cuando dan un ejemplo del asombro como disparador de la disciplina, suelen repetir ejemplos añejos y pasados de moda, y que, por supuesto, carecen de toda gracia.
Estuve leyendo un libro llamado “Agua: espejo de la ciencia”. Si, habla del agua. A Tales, que arriesgó que todo el mundo es, en última instancia, agua, le hubiera encantado leer este libro de Davis y Day. El capítulo inicial se llama “Peculiaridades del agua”, pero bien se podría haber llamado “Apología de Tales”, en virtud de su contenido. Los autores repasan las características del líquido más popular del mundo. Estamos tan acostumbrados a su presencia que no reparamos en lo que es el agua hasta que leemos el libro de Davis y Day, que es una fuente de asombro inagotable…
Sin querer reproducir el libro, les doy un ejemplo. Miremos una gota de agua. No es como una gota de mercurio, no es como una gota de petróleo, no es como una gota de aceite. Es perfectamente esférica porque es elástica. Desde el centro y hacia todas las direcciones tiene la misma distancia. Otra propiedad del agua, y de esta gota, es que se adhiere a casi todo lo que toca. Es pegajosa por naturaleza. Cuando nos lavamos las manos o cuando el peluquero enjuaga una cabellera, es esta propiedad pegajosa, paradójicamente, la que limpia. Por otra parte, esta gota se mueve en un mundo congelado. (Toda la corteza terrestre es roca congelada, pero el agua se congela a temperaturas mucho mayores que las rocas.) Cuando una gota se evapora necesita energía y toma el calor del medio en que se encuentra. Ella tiene un poder enorme tanto de contener otras sustancias como de limpiarse de esas sustancias. Una gota con sal puede ser tanto un pedazo de mar como un poco de sudor. Por ende, una gota de sudor es una esfera perfecta y pegajosa, que se evaporará (despegará) tomando un poco del calor de tu cuerpo como energía, causándote acaso un poco de alivio al enfriarte la piel. Y al evaporarse, te estará limpiando de sustancias nocivas.
No quiero olvidar que la filosofía es hija tanto del asombro como del alpedismo (también llamado “ocio”.) Si eres filósofo, quieres tener más asombro y en este verano estáis al pedo, leed el libro de Davis y Day. Quizás te devuelva la sonrisa que habéis perdido cuando niño.
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