sábado, 21 de diciembre de 2013

Las manos de Alfonsin


En Junio de 1987 se estaban preparando las elecciones legislativas. Todo indicaba que el radicalismo estaba perdiendo el favor popular y desde el peronismo se desataba una interna feroz para dirimir quién iba a ser el aspirante a la presidencia en el 89´. Una serie de bombas en cines y en colegios, que nunca llegaron a estallar, pero que en algunos casos fueron hechos concretos, creaban un clima que la ciudadanía percibía como una réplica de los setentas, y que los ojos más despiertos relacionaban con la resistencia militar y paramilitar a someterse a un nuevo orden.




El 24 de junio de 1987, el caudillo catamarqueño Vicente Leónidas Saadi, recibió un mensaje muy especial. Se trataba de una carta de la viuda del general Perón. Vicente sabía que esa carta venía de la tumba de Juan Domingo, en la Chacarita, y que había sido depositada en el féretro del líder muerto. Como la carta no estaba entera, también supo que la otra parte tuvo como destinatario otro político, que con los años se supo que era el sindicalista Saúl Ubaldini. También el catamarqueño recibio una esquela, en la cual le sugerían el pago de 8 millones de dólares para recuperar lo que le faltaba al cadáver…

Tres días después, lo que Vicente sospechaba fue una noticia que conmocionó a los argentinos: habían profanado la tumba de Perón y se habían llevado las manos. En el contexto electoral, los radicales aseguraron que era cosa del peronismo, y los peronistas aseguraron que era una agresión radical. Unos y otros tenían argumentos para persuadir a la opinión pública: que era un intento más por desestabilizar la naciente democracia o que fue un ajuste de cuentas por parte de ex -empleados de la necrópolis, dolidos por haber sido desplazados por un grupo de radicales.

Pero también había argumentos más verosímiles, pero no menos disparatados: que la  logia masónica P2 habría tenido algo que ver[1]. A la logia P2 adhirieron Juan Perón, su mujer y “el brujo” José López Rega. Se sabía que este último, amante de la hechicería, quiso revivir al general en su lecho postrero tomándolo de los pies y elevando plegarias en vaya uno a saber qué extraño idioma. Ese recuerdo hizo que muchos tomaran el rapto de las manos como parte de un incomprensible ritual.

No faltaron periodistas que hablaron de las manos como símbolo del líder, y escribieron—como casi siempre— muchas boberías que se acercan más a la literatura que a la investigación, en el apuro por escribir algo sobre un tema candente del que nada sabían.

Incluso hubo una pista económica. El anillo que el general tenía en una de sus manos habría tenido el número de una cuenta en Suiza.

Entonces, mejor que fijarnos en lo que ni dios sabe, es prestar atención a las cosas que sí se saben.  Por empezar, los autores materiales debieron necesariamente contar con el concurso de cierta gente de inteligencia, porque se sabe que utilizaron 12 (doce) llaves para realizar la operación en la bóveda.

En aquel momento, el brujo  de Alfonsin, Enrique “Coti” Nosiglia, se reunió con el jefe de la Policía Federal, Juan Ángel Pirker, y con el juez de la causa, Jaime Faur Sau.[2] La entrevista está comentada en la biografía del Coti, y allí se asevera que Nosiglia apremió a los dos para que resolvieran el caso cueste lo que cueste. Unos días después, Pirker se reunió con el comisario  cuya seccional tenía jurisdicción en el cementerio, Carlos Zunino. Pirker murió de un extraño asma en su despacho; Jaime Faur Sau murió en un  accidente con su Ford Sierra, y los peritos lograron determinar que no se trató de un accidente. Carlos Zunino sufrió un atentado, pero la bala que tenía que terminar en su cabeza solo lo despeinó.

La Nación, del 27 de junio de 2004 agrega más víctimas. Dice: “El cuidador del cementerio Paulino Lavagna, falleció poco después de denunciar que lo querían matar “.  La autopsia, ordenada por Faur Sau, en vísperas de su propia muerte, determinó que se trató de una golpiza. María del Carmen Melo, devota peronista que a diario le acercaba flores al general, “murió de una hemorragia cerebral causada por una golpiza, días después de intentar hablar con uno de los investigadores para tratar de aportar la descripción de uno de los sospechosos que vio cerca de la bóveda. Y la biografía del Coti suma a un comisario muerto justo antes de ser indagado. Este anónimo comisario había descubierto en Catamarca la máquina con la cual se había escrito la esquela que le llegó a Vicente Leónidas.

Ahora volvamos al comienzo. Que una carta sea partida y enviada a personas como mensaje es tan viejo como el hombre. Lo raro es que las manos no hayan corrido la misma suerte. En los siglos pretéritos era cosa común cortarle el cogote a alguien y enviarle la cabeza a la persona indicada. ¿A dónde fueron las manos de Perón? Yo apostaría a que tienen dueño. O al menos que fueron ofrecidas a alguien. Sí, claro, en los siglos pasados también la cabeza solía ir acompañada de una misiva.

Por supuesto, este caso de las manos, como todo, puede tener múltiples causalidades, incluso contradictorias entre sí. Nunca lo sabremos. Pero yo me pregunto por el caso de María del Carmen Melo. ¿Cómo se va a resolver? ¿Alguien le lleva flores a su tumba?


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[1] Página 12, 13 de julio de 2008.
[2] GALLO Dario y ALVAREZ GUERRERO, Gonzalo; EL COTI,  El dueño de todos los secretos, Bs As, Sudamericana, 2d Ed, 2005.

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