jueves, 15 de marzo de 2012

El final de los cementerios (Cuento)

El final de los cementerios (Cuento, monólogo.)

Abrí mi cuenta de Facebook y encontré a Juan sonriendo en la Bahamas.  Siempre le tuve rabia. Sobre todo por ese ejercicio de ostentación tan habitual en él. Juan publicaba estas cosas a quien las quisiera ver, de modo que no era necesario hacerse amigo de Juan para espiar en qué andaba. Pero siempre me incliné por elegir a mis amigos por los beneficios que me podían reportar. Así que le mandé una solicitud de amistad.
Al principio pensé que Juan no me aceptaba porque llevaba una vida muy ocupada. Pero el tiempo pasó y tuve que resignarme: no me quería como amigo, ni siquiera como un amigo virtual.
Un día me crucé con un tipo al que nunca le pude sacar nada, Paco. Le pregunté por Juan. La respuesta de Paco fue terrible:
__ Juan murió hace un año y medio.
Tragué saliva, y pensando en voz alta le dije, incrédulo:
__ Pero si en el Facebook decía que se pensaba quedar a vivir toda la vida en las Bahamas…
__ Sí, porque tenía un cáncer de páncreas galopante… y quería darse el gusto de disfrutar de un lugar de ensueño antes de soñar para siempre. —El que estaba como en un sueño era yo, que no podía creerlo. —Sin embargo, decidió venir a morir acá, cerca de su madre… Si vos fueras más observador hubieras reparado que en el muro de su facebook se leían cosas como: “te recordaremos siempre”, “tu memoria no morirá” o “te extrañaremos eternamente.”
__ Yo pensaba que esas cosas también se le dice al que se va a vivir lejos, por ejemplo a las Bahamas…
__ Vos tenés que ser menos pelotudo y más despierto…
Hubo un silencio, y dije como un pensamiento, como una revelación.
__ Con razón no me aceptó como amigo de Facebook
Paco se enfurecía cada vez que yo abría la boca.
__ Igualmente nunca te hubiese aceptado como amigo—bufó. —No te quería. 
__ Paco, ¿te parece el momento para decirme una cosa como esta?
__ Sí, porque me pidió antes de morir que te lo diga si te encontraba. .. Además, yo soy una persona de palabra como él. No como vos. —Paco cayó un segundo para ver si tenía algún efecto lo que decía. Pero yo le puse la mejor cara de boludo, y tengo varias. Levantó la voz para continuar. —Como lo cagaste. El te ayudó cuando tenías el agua por el cuello. Gracias a él y a las diez lucas no te ahogaste. Y ni diez pesos le devolviste.
            Yo le iba a explicar a Paco que Juan no era un hombre de palabra, porque yo le hice prometer que no hablaríamos del asunto, y hasta donde yo sabía, solo Juan tenía conocimiento de que lo estaba cagando.  Elegí una salida más decorosa.
__ Paco, todos cagamos a alguien en algún momento… Además, el tipo se fue a las Bahamas y yo apenas puedo llegar a Retiro. El se murió sin necesitar y yo necesito para no morir… Paco… ¡Paco!... ¡No te vayas, Paco!
            En los días siguientes pensé mucho en Juan. En realidad no tanto en él, sino en esta nueva cosa que es la muerte virtual. Allí seguía sonriendo en una hamaca paraguaya de las Bahamas, mostrando un coco de donde brotaba una pajita, consumiendo los rayos del sol. (Nunca había sido muy original: leía lo que debía leer, escuchaba la música que debía escuchar, veraneaba en los lugares en que debía veranear y consumía lo que se esperaba que uno consuma en esos lugares. Siempre pensé que Juan tendría que haberse comprado una personalidad. Y de seguro lo hubiera hecho si le hubiesen señalado cual era la personalidad que debía comprarse.)
Recordé una información que había leído hacía unos años: Ya nadie visitaba los cementerios. Los muertos—en tanto cadáveres— eran olvidados. Me dí una vuelta por la Chacarita y comprobé que era cierto. Hablé con los floristas, con los pocos que aún quedan. Uno me dijo:__ La gente se acerca para comprar solo en las fechas, como el día de los enamorados o el día de la mujer. Son dos celebraciones nuevas que impuso nuestro gremio para no morir—. Ya adentro del cementerio me encontré solo como Dante entre los muertos. Me perdí en una de esas galerías subterráneas que abundan y que son de tan mal gusto, más pensadas para los que se quedan que para los que se van. Allí, en el nicho de un tal Diego Pérez, dejé una rosa, la única entre mil nichos. Retuve la dirección de este desconocido: Chacarita, galería 9, 2do pasillo, 3ra fila. Pasé a la semana. La rosa  ya no estaba. Entonces le estampé una calcomanía que decía www.facebook.diegoperez.com
El tema de Juan me perseguía. El primero de abril vi un aviso en mi facebook: “Hoy es el cumpleaños de Juan, dejale un saludo.” Entre los no muchos que dejaban su mensaje yo dejé el mío: “Las mortajas no tienen bolsillos”, y me cagué de la risa. 
No obstante el atrevimiento, Juan me continuó persiguiendo. Lo visité a Paco, que me atendió por el portero para no tener que verme. Le pregunté por la madre de Juan. Le dije que quería ir a visitarla para saber dónde estaba el cuerpo de Juan. Me respondió que yo era muy poco observador, porque en la página de Facebook estaba la dirección de la mamá. Me advirtió que sea prudente, que maneje con tacto la situación. Incluso me sugirió que no vaya, antes de colgar el tubo. 
La dirección de la madre era un lugar de lo más paquete: Recoleta, AV. Alvear nro 9, 2do cuerpo, departamento 3ro. Aproveché que salía un vecino para entrar de una. Ya en la puerta de la casa me abrió una vieja. Tenía unos anteojos muy grandes y ni con eso podía ver correctamente.
__ Disculpe la molestia, abuela. ¿Usted es la madre de Juan?
__  ¿A qué Juan se refiere usted, muchachito. Hay muchos Juanes en el mundo?— la vieja era ciega pero no boluda. Le dije el apellido. Noté inmediatamente su sorpresa. —Vos debés ser Paco…
__ No. Yo soy simplemente un amigo de Juan que quiere… que quiere saber…--  no encontraba la forma— que quiere saber donde está…
__ ¡Ah!—dijo la vieja—Pará que ahora lo llamo.
            Me tembló el suelo debajo de los pies y despedí un olor que los perros identifican con el miedo. Pensé que había un error. Hay muchos Juanes en el mundo. Me cagué encima cuando lo vi llegar a Juan. Estaba rozagante, atlético, bañado por el sol del Caribe.
__ ¿Vos qué hacés acá?—Me tiró de muy mal modo. No respondí. Contrariamente a mis pronósticos, me hizo entrar, casi como obligándome. La encaró a la madre:-- Vieja, yo me voy a encerrar en mi habitación con este tipo. Si escuchás gritos o llantos, no te preocupes, tengo todo bajo control. —Y a los empujones me mostró el camino.
Una vez adentro cerró la puerta de su habitación con doble llave. Me dijo que me siente. Como no había sillas me tuve que sentar en la cama. El hizo lo mismo. Como un buen verdugo, se tomó su tiempo para hablar. —Así que las mortajas no tienen bolsillos… Me imagino que viniste con plata.
__ Juan, por favor… por favor… Yo te voy a devolver todo, billete sobre billete…-- Juan me sostenía la mirada y como toda respuesta dejaba que el silencio lo dijera todo—Lo juro por Dios, Juan… Yo voy a reparar el error… Voy a ser una mejor persona en adelante… Pero, por favor… no me… no me—no encontraba la forma—no me…
Juan entendió repentinamente a lo que me refería y respondió sorprendido:
__ ¿Vos pensaste que yo te traje a mi habitación para…? Vos estás mal de la cabeza.
__ Gracias, Juan. ¡Qué alivio!
__ Yo solamente te traje acá para contarte algo muy íntimo, algo que nadie sabe… Ni siquiera mi madre.
Y en ese punto, Juan se empezó a poner mal, como si estuviera muerto y nadie le acercara una rosa.
__ Hará cosa de un año y medio que estaba harto de todo. Entre las cosas que me tenían cansado estaba eso del facebook. Así que decidí levantar mi cuenta. Ya estaba por hacerlo cuando me vino una idea. No sé si habrás notado que ahora nadie visita a sus muertos, nadie les lleva flores, nadie descansa en un lugar físico. Hoy todo es virtual. —Como el lector conoce, para mí eso era cosa sabida. Pero no era el momento de interrumpir. — Entonces decidí morirme. Mandé unos cuantos mensajes privados donde decía que me iba a las Bahamas a morir. También llamé a cierta gente, como a Paco, para decirle alguna cosa sobre vos… Disfrutando del Caribe me saqué algunas fotos y las colgué. Volví de incognito y me vine a vivir con mi vieja. Como corolario de mi vida colgué en mi muro la dirección de esta casa y un pedido: “no dejen sola a mi madre”. —A esta altura Juan lloraba como un niño. —Yo me dije: si alguien viene a ver a mi vieja, ese es mi amigo. Vos podés creer que sos el primero. En un año y medio no vino nadie. Nadie se acordó de mi madre. Son solo mensajitos que dejan en el muro para mi cumpleaños. 
            Juan lloraba, con mocos y todo. En un rato se quedó pensativo, aletargado. Yo estaba bastante conmovido y le dije algo que no me pude reprimir:
__ Yo siempre pensé que vos eras una persona mucho más vulgar.
__ Vos nunca fuiste muy observador. —Fue toda su respuesta.
Le tendí un pañuelo. Me ganó el orgullo, que ya había recuperado.
__ Vos tampoco sos muy observador. Por eso te sorprendió mi visita.
__ Macanas—gruñó—… Vos apareciste porque necesitabas plata y mi vieja vive en Recoleta. —Juan tenía razón. —…Igualmente, gracias por venir… ¿Cuánto necesitas?
__ Gamba y media.
__ Tomá—dijo, al tiempo que me tendía los billetes—…Y no me debés nada... Mientras vos estés en el mundo yo no voy a estar solo.
            Me fui con la frente bien alta. Algo había en el aire que me daba fuerzas. Cuando yo decida morirme un millón de acreedores me vendrán a visitar.
                                                                                  Marzo 2012
Si desean otras obras similares, más verosímiles, aunque acaso no tan idealistas
Links internos









Marta en su padre

Marta en su padre
Cuando su padre se empezó a parecer a lo que vemos ahora, Marta no existía. Fueron muchos años de existencia de su padre sin Marta.
Marta se empezó a gestar en los inmensos océanos. Al principio su forma fue tan diminuta que, de haber nosotros visto a su padre en aquel entonces, no nos hubiéramos percatado de la existencia de Marta. En aquellos tiempos su padre era rudo e inhospitalario. Y a Marta solo le estaba dado vivir en las profundidades del mar.
Con los años, su padre cambió, y le permitió a Marta asumir la forma de un pez. Pero también la forma de un insecto, un lagarto, un marsupial. Levantar alas y ganar los cielos.
Muchas veces su padre hizo rugir a los volcanes y abrió la tierra y movió los mares y arrojó tempestades e hizo llover océanos para terminar con Marta. Pero ella, disminuida y convaleciente, siguió su camino.
La inteligencia le fue dada a Marta sólo en los últimos tiempos, y no porque su padre la quisiera, sino porque creó las condiciones necesarias para que esta surgiera, a su pesar.
Con la inteligencia Marta empezó a ver a su padre de otra manera, casi como una simple herramienta para forjar su propio destino.
Marta, amparada en su inteligencia, está haciendo subir el nivel de todas las aguas. Algunos dicen que su padre hoy corre el riesgo de caer víctima de su inteligencia.
Pero muchos sabemos que Marta no podrá terminar con su padre, ni siquiera con ella misma, sino sólo con su propia inteligencia. Esa que le ha dado forma humana. Esa que, de alguna manera, la está obligando a volver a sus orígenes.
________________________
El texto que usted acaba de leer es en realidad una sinopsis elemental de la historia de la vida en La Tierra, garabateada por mí.  Le he cambiado solo dos palabras “La vida” por “Marta”, y “La Tierra” por “Su padre  dando lugar a una construcción casi de mitología griega.
Para un texto en el mismo sentido, pero de mayor mérito e inteligencia, me remito a otra entrada de este blog:

                                                                            Marzo 2012

lunes, 12 de marzo de 2012

La huella de la gonorrea (Cuento)


La huella de la gonorrea (Monólogo, cuento)

No les recomiendo unas vacaciones en Salta: Pueden ser de lo más desagradables. Sobre todo si tienen un tío como el mío.
Mi tío vive en una zona rural, lejos de todo. Incluso de los vecinos, que siempre se encuentran a uno o dos kilómetros.
Fui hasta Salta para descansar. Como tío es pastor me pareció fácil encontrar la paz en su casa.
Mi madre tiene mil hermanos y a este no lo conocía. Pero la familia es la familia, pensé, y hasta allá fui.
Me recibió mi tía. Me dijo:
__ Estoy muy sola. Tu tío ya no me toca. Seguro que está con la Deisy.— Mi tía hablaba como si yo supiera quién era la Daisy.— Ahora me dijo que se fue a levantar la cosecha con el peón, pero seguro que eso es mentira.
Se estaba por largar a llorar cuando cayó mi tío.
El tipo resultó ser un ropero de dos metros de altura. Grandes bigotes, piel curtida por el sol y dientes negros. Pero lo que más me impresionó fue su mirada. Yo adivinaba que adentro de esos ojos había una persona mala y desconfiada. Sin embargo, también me daba cuenta que nunca nadie le habían brindado afecto y amor. 
Ni bien llegó me ilustró sobre cómo eran los habitantes de la zona. Todos eran vagos y vivían del subsidio. (Esto del subsidio lo tenía particularmente enojado.) El era un hombre puro, intachable, enemigo de la limosna (y de los vecinos.) Bajo su techo no entraba nadie que no hubiera dado numerosas pruebas de rectitud moral.
Me hizo notar que yo había entrado en su casa con las manos vacías. Eso no le gustó a Tío Eusebio. Entonces me ofrecí para ir al primer almacén: dos kilómetros.
__ Andá lo de la Deisy. —me dijo— Ella tiene de todo, lo que se dice “de todo”.
Caminé los dos kilómetros. Lo de Deisy era un verdadero polirubro. Le pedí varias cosas, incluso una caña de pescar y un mazo de cartas. Deisy debió ser linda en su juventud... haría unos dos o tres años. Sin embargo no estaba nada mal. Era muy simpática y un poco confianzuda.
Ella, como tío Eusebio, me habló de los vecinos. Todos eran sus amigos, especialmente los varones. Me explicó que ahí se vendía de todo, pero “de todo”, y me sugirió que su cuerpo también estaba en venta (o en alquiler.) Yo me hacía el boludo. Me invitó a tomar unos tragos y a jugar a las cartas. Nos sentamos. Mientras jugábamos me aclaró algunas cosas:
__ Tu tío es un cobarde. Es la única persona que no soporto.
__ Mi tía—me arriesgué—cree que vos estás con él…
__ Mentira… A él le gustaría, pero le tiene miedo a la gonorrea. Tu tía es la única persona en la comarca que no tiene gonorrea. Y es por eso que tu tío todavía está con ella.
__ ¿Cómo?
__ Acá todos tienen gonorrea.
__ ¿Por qué?
__ Porque yo tengo gonorrea. — Vació la ginebra y continuó. — La gonorrea te produce un dolor permanente entre las piernas… Cada tanto voy a Buenos Aires para tratarme. Pero el dolor y el placer van de la mano, ¿no lo sabías?.. Acá no hay muchas diversiones; pero está la Deisy. —Prendió un faso— Y no solo eso: todos cobran un subsidio por tener el bicho de la gonorrea… Lo malo es que después se patinan esa plata con la Deisy—Y se rió siniestramente. —— Después agregó con una sonrisa casi melancólica—. La primera va gratis, la segunda te voy a tener que cobrar. —Yo pensaba que Deisy hablaba de las botellas. Cuando me di cuenta que hablaba de sexo me paré. Tuve que sujetarme a la mesa, había bebido mucho y no estaba acostumbrado. Le agradecí y salí.
            Tenía un pedo tan grande que no advertí para donde agarraban mis piernas. No tengo ni idea cuanto caminé, pero la noche llegó, con el frio y con los vómitos. Me acurruqué al costado del camino y cerré los ojos.
            Me despertaron a medianoche con una patada en el abdomen: era mi tío. Me levantó y me llevó hasta la casa. Cuando volví a abrir los ojos estaba en la cama. A mi lado estaba sentado Eusebio. Tenía una bolsa, por donde asomaba una caña de pescar. Adentro seguro que estaban las cartas y las otras cosas que había comprado. Era la prueba del delito.
__ Has deshonrado a la familia—comenzó—. ¡Quiero que me mires a los ojos cuando te hablo, Mierda! No quiero volver a saber que andás bebiendo. La próxima vez vas a comprás y te volvés. ¿Está claro?
__ Si, Tio Eusebio
__ Mirame a los ojos y jurámelo.
__ Lo juro, Tío Eusebio.
            Tomé coraje y le pregunté cómo me había encontrado tirado a un costado del camino. Me explicó algo que todo lugareño sabe: Las huellas que el calzado deja en la tierra quedan por varios días. Le bastó con seguir mis huellas a la luz de la Luna. Finalmente me obligó a mirar sus ojos y a jurar por Dios que no me había acostado con la Deisy. Obedecí.
            En los días siguientes me cuidé mucho de no ir al almacén. Pero el tiempo fue pasando… y uno tiene sus necesidades. No había ninguna mujer a varios kilómetros a la redonda, salvo mi tía, salvo la Deisy, que ya en el recuerdo se me hacía una belleza.
            Yo salía a caminar todas las tardes, y un día me crucé con Silvio. Silvio era el peón, el siervo, el esclavo de Tío Eusebio. No ganaba ni para comer y seguro que debía creer que los límites del mundo coincidían con los de la chacra del patrón, de dónde nunca había salido. Hablando con él pude saber que había una excepción: lo de la Deisy. Cuando lo vi esa tarde tuve una idea.
__ Silvio, pasame tus alpargatas.
__ No sé de qué le pueden servir mis alpargatas, señorito.
__ Eso a vos no te importa. Mirá qué lindas son mis zapatillas. ¿No te gustan?... Es sólo por unas horas, después te las devuelvo. — Yo estaba tan excitado que lo maltrataba. Me puse sus alpargatas. — Nos vemos acá dentro de tres horas, a las seis.
__ No tengo reloj, señorito.
            Me saqué mi reloj de pulsera y se lo pasé. Me dijo que no sabía leer las agujas. Le expliqué. Antes de dejarlo me entró una duda.
__ Vos no le vas a contar a mi tío de esto.
__ No señorito.
__ Juramelo por Dios. —Lo apremié.  Y juró.
            Tres horas después estaba en el mismo lugar. Pasaron diez minutos, pasaron quince, pasó media hora… y una hora y media. Lo único que quedaba de Silvio eran las huellas de mis zapatillas, internándose en los campos de algodón.
Me deshice de las alpargatas y llegué descalzo a lo de Eusebio. Mi tía tomaba unos mates. Parecía contenta de verme.
__ Tu tío te fue a buscar.
__...
__... Y yo estoy tan sola…-- Me sugirió.
__... ¿Y tardará mucho el tío en volver?
            Entonces entró mi tío. Traía una bolsa entre las manos. La miró a mi tía. Mi tía desapareció.
__ Te estuve buscando… No fue fácil… Seguí tus huellas. Vi que te encontraste con el Silvio, y que estuvieron hablando un buen rato… Las huellas de Silvio terminaban en lo de la Deisy… A ese siempre le gustó la Deisy, así que en eso no había nada raro… Lo que sí me pareció raro es que vos te hubieras ido a levantar la cosecha. —Yo temblaba—. Así que seguí tus huellas, sospechando lo peor… Lo encontré al Silvio, como de costumbre, cosechando. — Tío Eusebio me miró los pies desnudos. Metió la mano en la bolsa y sacó mis zapatillas. Luego metió la mano y sacó mi reloj. —Yo le pregunté al Silvio por qué te había robado las cosas. No habló… Ni siquiera habló cuando le hice escupir sangre por los ojos… Lo golpeé hasta que me cansé… Le dije que era una deshonra para mi casa y que nadie como él entra bajo mi techo. — Tio Eusebio metió la mano dentro de la bolsa. Sacó la cabeza de Silvio y la arrojó por la ventana.—Y Ahora quiero saber una cosita. ¿Mirame a los ojos y decime para qué fuiste a lo de la Deisy?
__...
__ Sobrino, yo soy una persona comprensiva… Usted tuvo una situación traumática en un lugar que le resulta extraño, lejos de su casa. Es comprensible que se haya sentido mal luego de pasar una situación tan difícil y que  haya pensado en la Deisy… No lo culpo.
            Estaba acorralado.
__ Si, tío. Fui con la Deisy.
__ Ahora quiero saber si tenés gonorrea… Mirame a los ojos y decime si tenés gonorrea.
            Yo no me había cuidado. Pero no tuve más remedio que mentir.
__ No tengo gonorrea, tío.
__ Juralo por Dios.
            Se lo juré. Y ahí nomás me rompió el ojete.
(Suena el teléfono) Hola… ¿Tía?... ¿Qué el tío Eusebio tiene gonorrea y se viene a atender a Buenos Aires?... ¿Qué quiere hospedarse en mi casa?... ¿Está muy enojado el tío?... Entonces usted está más sola que nunca… Ya mismo parto para allá… Un beso.





 

sábado, 3 de marzo de 2012

La Pipa de Foucault

La Pipa de Foucault y la muerte de Magritte 

René Magritte se divertía eligiendo títulos, que son determinantes a la hora de analizar sus obras. Cuando René Magritte quería bautizar una de sus telas pasaba horas o días en la tarea. Consultaba con su mujer, con sus colegas, con sus amigos. Por ejemplo: La condición humana o La tumba de los luchadores pueden alentar sofisticadas interpretaciones de las telas, pero también puede tratarse de chistes, que nosotros tenemos que tomar en serio porque otra no nos queda.
Es sabido que Magritte era un profesional en eso de crear contradicción en la percepción y en el entendimiento de quien mira sus cuadros, y que eso era reforzado por unos títulos realmente contradictorios o extraños, que nos obligan a detenernos en el título tanto o más que en la tela.  El hecho probado de que René terminaba las telas sin bautizarlas y que cambiaba significativamente de título en muchos casos nos lleva a una inapelable sentencia: El título nos obliga.
Lo malo de René es que hablaba mucho. Quiero decir, solía explicar las telas, y a mi gusto, eso las empobrece bastante. En el mejor de los caso son explicaciones tautológicas, o sea, que no suman nada a lo que vemos. Como cuando nos quiere explicar Las vacaciones de Hegel (1958): “Hegel habría sido muy sensible a estos objetos que tienen dos funciones contrarias: uno que no admite el agua (la rechaza) y el otro que la admite (conteniéndola).” Hasta aquí es bastante obvio. Pero luego nos agrega: “El se hubiera divertido, como en vacaciones.” O sea, nada. Sobre el fondo rojo podemos arriesgar que es un símbolo que nos remite a los jóvenes hegelianos o hegelianos de izquierda. Como afortunadamente no abrió la boca para explicar ese color, aún podemos conjeturar cualquier barbaridad[1].
Las vacaciones de Hegel

Michael Foucault era su amigo—y también su colega, porque René era un filósofo—. Algunos títulos de las pinturas pudo haberlos sugerido Foucault. Pero Michael fue mucho más que un amigo. Seis años después de la muerte del pintor, escribió Esto no es una pipa, un pequeño ensayo que no es otra cosa que un comentario in extenso del famoso cuadro de René, cuya fama ayudó a incrementar hasta la demencia. (Algunos consideran este ensayo como un apéndice de su obra Las palabras y las cosas, adocenada y rebajada para principiantes, con ilustraciones de Magritte. Y yo soy un principiante.)
Foucault comenta dos versiones de Esto no es una pipa, que en realidad tiene dos nombres diferentes. La traición de las imágenes (1929) y Los dos misterios (1966) En el primer caso busca brillar Foucault en desmedro del mismo cuadro. En el segundo caso podría haber citado a Platón y listo. En ambos casos oscurece las obras, incluso la propia. Quizás no sea casual que Los dos misterios sea del mismo año que Las palabras y las cosas.
La traición e las imágenes

Los dos misterios



Si de ejercer la filosofía se trata, el filósofo francés tendría que haber explorado en la muerte, que es un tema recurrente en Magritte, y que tanto se presta a la filosofía.
René Magritte contaba como se había revelado en él su vocación por la pintura. Tenía 8 años. Estaba en un cementerio con una compañerita, en un sótano, jugando. En un momento salen del sótano y encuentran a un pintor, dibujando ciertas estructuras de la necrópolis. Esto dio lugar a una serie de interpretaciones psicológicas sobre el despertar sexual y su asociación con la muerte. Yo creo que René mentía: esa anécdota nunca existió. Además, siempre renegó del psicoanálisis. Quizás fue otra forma que encontró de jugar con las contradicciones, a lo que era sumamente afecto. Un pintor surrealista que no abreva en el psicoanálisis es un rarito. Aunque yo creo que René nunca fue un surrealista. 
Magritte dialogó con la muerte en muchos cuadros notables como en La tumba de los luchadores o Madame Récamier, su relectura de David. Incluso en naturalezas muertas, como en Esto no es una manzana (1964), que es más de lo mismo y una demostración palmaria de su senilidad. El más notable de todos sus tratos con la muerte es The Hereafter, de 1938
Madame Récamier de david



The Hereafter



Foucault podría haber elegido  The Hereafter para comentar in extenso. Aunque tiene la desventaja de ser posterior en diez años al primer cuadro de la pipa, tiene sus ventajas, que son muchas.
Me gustaría disfrazarme un ratito de Foucault para demostrarlo.  Parodiándolo.
Sabemos que es una tumba, pero sin nombre. El paisaje es completamente estéril, no hay vida. El sol apaga con su calor todo lo que respira. El paisaje no presenta accidente, es plano, una pampa inagotable. Si uno se detiene a mirar la parte superior de la tumba encuentra que las mismas proporciones de ese rectángulo coinciden con las proporciones del marco.
Pero aunque la tumba no tenga nombre hay algo que la nombra: la tela. La tela tiene el nombre del autor. Pero no es casual que ese nombre, la firma del autor, aparezca en un rincón casi inaccesible de la pintura, abajo, en un ángulo, casi escapando del cuadro. Magritte hubiera querido no firmar la tela, porque cualquier nombre delata la tumba como tal. Es el nombre (y el año) lo que buscamos primero en una tumba. O en todo caso buscamos una cruz, una estrella de David. Sin nombre, sin identidad religiosa, esa tumba no es tumba, quizás se le parezca, pero no está coronada como tal. La tumba es de alguien, alguien la dignifica, la consagra. De lo contrario no es tumba. En otro famoso cuadro, Magritte alude a la tumba por medio de una rosa: La tumba de los luchadores. Pero aquí tampoco tenemos una flor. Con la tumba sola no nos basta.
Entonces surge el interrogante de por qué Magritte estampó su firma. ¿Convenciones del arte? ¿La tumba es la de él? ¿Qué podemos decir de la firma del autor y las necesarias observaciones a que nos mueve? Y podría seguir describiendo la firma con palabras sacadas de Esto no es una pipa de Michael: “vemos que aquí ha vuelto a colocarse en su sitio. Ha vuelto a su lugar natural, abajo: allí donde sirve de soporte a la imagen, donde la nombra, la explica. Vuelve a ser «leyenda». La forma—la tumba para nosotros—remonta a su cielo, del que la complicidad de las letras con el espacio la había hecho descender por un momento: libre de todo lazo discursivo, va a poder flotar de nuevo en su silencio natural. Para el que lo contempla, el caligrama no dice, todavía no puede decir: esto es una flor, esto es un pájaro; todavía está demasiado preso en la forma” Pero ni bien entendemos un nombre para la tumba esa tumba existe como tal, ya no es objeto de contemplación. Cobra vida. Pero pierde identidad (como cosa autónoma) para ganar identidad (como prestándole un servicio a alguien que la señala como propia.)
Y ahora me saco el disfraz de Foucault, pero sigo arriesgando boludeces ociosas sobre el belga.

Una de las últimas labores de Magritte fue poner en escultura sus más mentados cuadros. Una de ellos es el famosos cover de David. Quizás nunca sabremos por qué fue tentado a materializar el cajón cuando ya tenía un pié en la tumba.





El problema de esta escultura es que este Es un ataúd. No será un ataúd convencional, el que uno elegiría, pero sin dudas tiene tres dimensiones, un interior amplio, lo puedo tocar, ocupa un espacio y es hueco. Lo puedo ocupar. 

Pero una vez que se muere Magritte, extrañamente, elige una tumba escueta y sencilla, donde apenas sólo se lee su nombre. (Años después se agregará el nombre de su mujer.) No hay cruz, no hay boato, no hay fotos. Se parece mucho a The Hereafter. Si no está sola y tiene flores no es culpa suya. Lamentablemente, en 2009, el gobierno belga declaró la tumba “monumento protegido por las autoridades de Bruselas”. Una locura.



¿Pero qué podemos decir que pensaba Magritte del más allá?
Tal vez la clave del asunto la encontramos en su última tela, una de sus tantas versiones de El imperio de la luz. La versión más difundida de esta serie es esta, la oscuridad en las casas y el día en el cielo.




Hay otra versión, muy poco transitada, pero que a mí me encanta, en la cual  invierte la ecuación: el día en las casas y la oscuridad en el cielo.




En el momento de su muerte estaba pintando esta versión…




… Qué pensaba hacer nuestro amigo en esta pintura que quedó inconclusa. Es evidente que pretendía invadir el cielo de luminosidad y las casas de oscuridad. ¿Pero, guardaría algún mensaje raro? Nunca lo vamos a saber. El secreto está en esa tumba protegida por el gobierno belga. Pero, sin dudas, Dios—o el destino—prefirió que nos dejara la tela luminosa, llena de luz. Cierto que en las casa se nota un poco de oscuridad, pero en primer plano se insinúa un cañón, listo para destruir las tinieblas (y a sus moradores.)
                                                          
Marzo 2012

Algunos links externos consultados:












[1] Es notable como se explota la filosofía clásica como un recurso natural no renovable. Ya está agotándose, no insistan. Pero nadie lo nota. Magritte  titula una de sus telas “La flecha de Zenón”. No es mejor que cualquiera de sus cuadros sobre rocas voladoras o suspendidas en el aire. Pero esta es diferente. Es citada con frecuencia. Esconde, se supone, una visión sobre una paradoja filosófica. ¡¿Por qué no se dejan de joder?!

jueves, 1 de marzo de 2012

La Gran Biografía

La gran biografía
Es un niño tímido, retraído, sin amigos. Su madre lo sobreprotege, lo mima hasta hartarlo, hasta que se vuelve un caprichoso y un mal criado.
           En la escuela destaca por una forma de dislexia muy especial: su escritura es quebrada, no encuentra la forma de ordenar las oraciones satisfactoriamente. Escribe como un tartamudo. Sus compañeritos de clase se rien. Pero al menos nota que ya no es una nulidad, hay algo que lo destaca. Nunca abandonará la dislexia.
Le gustan las armas. Se alista en el cuerpo de infantería de la marina de los Estados Unidos.  Es destinado al Japón. Se especializa en radares. Mientras sus colegas salen con japonesas él parece tener una inclinación por los japoneses.
Sin embargo empieza a frecuentar con el tiempo a una japonesa. Los servicios de la CIA saben que esta mujer es una funcionaria del país del sol naciente. De modo que al marinero norteamericano lo empiezan a espiar. Sabe de radares y hay que seguirlo de cerca. La CIA se convierte en un gigantesco radar para seguirle los pasos. “Se llama Lee Harvey Oswald. Nació en Luisiana, texano por adopción, de niño fue tímido, retraído, no tenía amigos, le gustan las armas, la madre lo sobreprotege…”
Después de un largo periplo retorna a su país. Obtiene un amigo. Se dedica a la astronomía, al ajedrez, un poco al alcohol. Lee literatura Comunista. Se hace popular en el vecindario por leer esa literatura, aunque muchos suponen que lee esa literatura para hacerse popular. No es extraño. Tiene un afán desmedido de trascender, de brillar más que las estrellas que le devuelve el telescopio que mamá compró para calmar a la fiera. Finalmente se afilia al Partido Comunista de los Estados Unidos.
En octubre de 1958, un raro turista llega a Moscú. Está por cumplir 20 años. Es norteamericano. Está, por supuesto, bien vigilado por los servicios de la KGV. Lo espían. Tiene cinco días para conocer las bellezas de la ciudad, pero no es su intención quedarse tan poco tiempo.
Al quinto día se acerca a la embajada de EEUU. Dice que se llama Lee Harvey Oswald y que quiere renunciar a su nacionalidad. Al empleado de la embajada le resulta sospechoso el individuo, quien termina por tirarle en la cara sus documentos.
Entonces Oswald se dirige a las autoridades soviéticas. Afirma que ese es el mejor país del mundo, que él siempre fue comunista, que quiere quedarse a vivir en la URSS. No lo escuchan. Entonces se corta las venas en su hotel. No mucho, pero lo suficiente como para que las autoridades rusas tomen cartas en el asunto. La muerte de este Don nadie puede acarrear un escándalo diplomático.
Lo derivan a la ciudad de Minsk, Bielorrusia. Le dan unas comodidades que muy pocos soviéticos disfrutan: Un buen departamento, un buen puesto de trabajo, un buen sueldo, como para que no se desencante con el sistema. En los departamentos de arriba y del costado los servicios de la KGV han desplegado todos los elementos necesarios para espiarlo. 
Los días pasan y Oswald no parece sospechoso de nada. Es un tipo retraído, con pocos amigos, que extraña a la mamá y que sólo transita el camino que lo lleva a su trabajo, en una fábrica de radios, dónde lo han destinado para ver si intenta hacer algo con sus conocimientos.
Pero para los miembros de la KGV, Oswald empieza a ser sospechoso de no hacer nada. Agentes de la organización se infiltran en su vida adoptando la forma de amigos. Lo llevan a cazar para ver si su puntería es buena. El resultado es decepcionante: Oswald no sabe tirar. Sin embargo, es indudable que le gustan las armas.  Nunca sale de su casa con una cámara de fotos, no acepta las cámaras que le ofrecen sus extraños amigos. No hace preguntas. No habla bien el ruso. (Sus amigos se vincularon con él porque, casualmente, hablaban bien inglés.)
Empiezan a seguirlo más de cerca. En el trabajo es muy poco productivo, eligiendo dormir la siesta a la vista de todos sus compañeros. Deciden entrar en su departamento mientras el “trabaja”. Oswald es muy ordenado. Siempre que entran encuentran todo de la misma manera. Dos cosas son sospechosas. Nunca cierra la puerta con llave y mantiene un diario con anotaciones sobre sus días en la URSS. El diario está siempre sobre la mesa. Parece que Oswald los está invitando a leer. Evidentemente al yanqui no le importa ocultar ciertas cosas.
El diario de Lee Harvey no dice nada importante, pero hay un detalle inquietante: su escritura cifrada. Ellos no saben de la dislexia del protagonista. Además, ¿por qué los norteamericanos enviarían un espía con dislexia? El cuadernillo solo parece contener asombrosas observaciones positivas sobre el sistema socialista. La KGV piensa que está pidiendo colaborar con ellos. Después de todo sería un excelente contraespía y tendría alguna información que pasar, suponen. Tiempo al tiempo.
Los días pasan. Lee se vincula con una chica de nombre Marina. La estudian, la espían. Es una muchacha que parece tener un pasado oscuro, de prostituta. Trabaja en una farmacia. Le dice a Lee: “en este país nadie muere por una enfermedad”.  La ironía es anotada por los servicios.
La relación prospera. Se casan. Marina no quiere colaborar, ella quiere a su marido. Evidentemente Lee no es homosexual, lo cual es una sorpresa para los servicios, que esperaban demostrar y demostrarse que la homosexualidad es inherente al sistema capitalista.
Oswald continúa viviendo con Marina en el mismo departamento, donde los servicios ya no han dudado en poner micrófonos hasta en la ducha. Anotan y graban todo, hasta eso…
Pero Lee Harvey no es sincero con Marina, que ya está embarazada. (Tampoco es sincero con los servicios de la KGV.)  Ni siquiera ha anotado en su diario este viaje sorpresivo a Moscú.
En Moscú lo siguen de cerca, casi apoyándolo. Se dirige a la embajada de los Estados Unidos. ¿Va a recibir instrucciones? Pronto se enteran: quiere que le reintegren el pasaporte, quiere volver a su país, con Marina. De cualquier manera ya no se puede confiar en un tipo tan impredecible.
Pero a Oswald le importan otras cosas. Los funcionarios de la embajada norteamericana no le devuelven el pasaporte y se niegan a garantizarle que el estado norteamericano no tomará represarías para con un ex integrante de la armada tan poco ortodoxo.
Entonces  escribe a la madre, a la mamá amada. Le pide que mueva cielo y tierra para lograr que lo dejen salir de ese país que ya lo asfixia. Todo esto lo dice Oswald en unas cartas que son leídas por la KGV. ¿Sabe que leen sus cartas? Por supuesto, nadie es tan boludo.
Lee cae en un pozo depresivo. Parece condenado a ser ruso.  Los servicios soviéticos se quieren desprender de Lee. No es confiable. Podría suicidarse y armar un escándalo diplomático. No ha podido averiguar nada importante, se lo ha vigilado bien. Que se vaya pronto.
El nacimiento del hijo parece reconfortar al padre. Pero la embajada no le permite volver aún.  Están estudiando su caso. Un niño solo, un niño mimado, madre protectora, marinero, japonesa, Moscú…  y algunos datos que amablemente le brindan las autoridades rusas: intento de suicidio, no es gay, no trabaja, no espía – otra cosa no podían decir—, no molesta, no lo queremos.
Lee, acorralado, manda cartas a los diarios norteamericanos, que previamente, como él sabe, son leídas por la KGV y la CIA. Los diarios no publican sus locos reclamos de ciudadanía. Manda incluso una carta a un senador. Nada.
Felizmente, la embajada le da luz verde: puede volver. Marina se resiste. Oswald la golpea. Marina acepta. (Luego de la muerte de su marido Marina dirá que los rusos la golpeaban con más fuerza.)
Ya en América, la CIA no le pierde pisada. Hace meses que vienen estudiando los movimientos de todas sus relaciones, incluso la de ese senador que por algo fue requerido por el sospechoso. Lee no está preso, pero a los presos no los controlan tan de cerca. A Lee eso parece gustarle. Ha leído 1984 de Orwell; yo también he visto The Truman Show. Ni Oswald desde el cielo, ni yo desde este modesto lugar, creemos que su vida sea menos interesante que esas historias. Al menos a él le gustaba ser espiado.
No pasa mucho tiempo para que Lee haga de las suyas. Realiza un viaje solitario a México. En Cuba unos barbudos se han declarado comunistas. Entra en la embajada de Cuba, pide asilo, para él y su familia. Lo hacen volver en unos días. Averiguan: sobreprotección, radar, japonesa, Rusia, senador, retorno… Se la niegan. Es la única vez que se lo ve llorar a Oswald en público. Si: en público, porque cuando todo salga a la luz el mismo diplomático cubano se encargará de comentarlo, y por supuesto, hay una cámara de la CIA para escrachar quien entra en esa embajada, y quien sale con lágrimas en los ojos.
El resto es poco importante: se vincula a grupos mafiosos conectados con la CIA, entra en un edificio en Dallas, sale, se mete en un cine, matan a Kennedy y la policía lo arresta en plena película—la de su vida—, con el cargo de haber realizado uno de los magnicidios más espectaculares de la historia.
Dos días después un personaje menor de la mafia, Jack Ruby, lo mata frente a las cámaras, evidentemente para que no hable. Tenía solo 24 años.
Y acá viene la revancha de Lee Harvey Oswald.
Para investigar la muerte del presidente John F. Kennedy  se forma una comisión ad hoc: La Comisión Warren. Hoy se sabe que todo eso fue una farsa. En ningún momento se investigó lo que se debería haber investigado: la CIA, el FBI. La comisión sólo se encargó de investigar la vida – y la obra—de Lee Harvey Oswald, hasta sus más mínimos detalles, con el aporte inestimable de... la CIA. Todo, absolutamente todo. Veintiséis enormes tomos sobre su vida recopilaron. Cuando desapareció la URSS, los rusos aportaron decenas de tomos más. La KGV y la CIA se daban la mano.  Desde que llegó a Japón fue espiado día y noche. Una vez que murió, la comisión sólo tuvo que ahondar en su infancia y primera adolescencia, sometiendo a reportaje a todos los que tuvieron algo que ver con él. Por otra parte, se leyeron y analizaron todos sus Diarios, que no omitían casi ningún día de su vida adulta. Leer la vida de Lee Harvey Oswald demanda 24 años. De alguna manera esa lectura evoca a Funes, el personaje de Borges.
Yo sólo leí las ochocientas páginas de la biografía que le dedicó Norman Mailer, que es un gran escritor, pero que en ningún momento abre juicio sobre la personalidad del protagonista, sus propósitos ulteriores, o la moraleja que nos deja su vida.
Oswald quería ser famoso, quedar en la historia. Es por eso que se dejaba espiar, ponía su diario al alcance de cualquiera, se dejaba ver, se dejaba acompañar por amigos que, estoy seguro, sabía que no eran realmente amigos, mandaba cartas comprometedoras a diarios y a senadores, no cerraba la puerta con llave. Quería llamar la atención, y lo logró. Oswald podía ser cualquier cosa, menos inocente.
La comisión Warren le dedicó la biografía más larga de la historia, la más detallada. Pero sin las precauciones que tomó el protagonista eso no podría haber sido posible. Porque La Gran Biografía, se remata con dos hechos que hacen aún más especial su vida.
La primera es la muerte del presidente Kennedy. Es algo que, desde el punto de vista del protagonista—Oswald— merece permanecer en la sombra. ¿Estuvo ahí o no estuvo? ¿Tiró del gatillo? Es mejor que permanezca en el misterio. Incluso para la Comisión Warren, porque es el único momento en la vida de Lee Harvey que nadie espió (o que nadie va a confesar que espió.)
La segunda cosa especial  es su propia muerte. Oswald quería ser famoso, célebre, y a las celebridades les cabe una muerte violenta, a los 24 años. Ese favor se lo hizo Jack Ruby. Quizás sea lo único que él no previó.
                                                                       Marzo 2012