sábado, 3 de marzo de 2012

La Pipa de Foucault

La Pipa de Foucault y la muerte de Magritte 

René Magritte se divertía eligiendo títulos, que son determinantes a la hora de analizar sus obras. Cuando René Magritte quería bautizar una de sus telas pasaba horas o días en la tarea. Consultaba con su mujer, con sus colegas, con sus amigos. Por ejemplo: La condición humana o La tumba de los luchadores pueden alentar sofisticadas interpretaciones de las telas, pero también puede tratarse de chistes, que nosotros tenemos que tomar en serio porque otra no nos queda.
Es sabido que Magritte era un profesional en eso de crear contradicción en la percepción y en el entendimiento de quien mira sus cuadros, y que eso era reforzado por unos títulos realmente contradictorios o extraños, que nos obligan a detenernos en el título tanto o más que en la tela.  El hecho probado de que René terminaba las telas sin bautizarlas y que cambiaba significativamente de título en muchos casos nos lleva a una inapelable sentencia: El título nos obliga.
Lo malo de René es que hablaba mucho. Quiero decir, solía explicar las telas, y a mi gusto, eso las empobrece bastante. En el mejor de los caso son explicaciones tautológicas, o sea, que no suman nada a lo que vemos. Como cuando nos quiere explicar Las vacaciones de Hegel (1958): “Hegel habría sido muy sensible a estos objetos que tienen dos funciones contrarias: uno que no admite el agua (la rechaza) y el otro que la admite (conteniéndola).” Hasta aquí es bastante obvio. Pero luego nos agrega: “El se hubiera divertido, como en vacaciones.” O sea, nada. Sobre el fondo rojo podemos arriesgar que es un símbolo que nos remite a los jóvenes hegelianos o hegelianos de izquierda. Como afortunadamente no abrió la boca para explicar ese color, aún podemos conjeturar cualquier barbaridad[1].
Las vacaciones de Hegel

Michael Foucault era su amigo—y también su colega, porque René era un filósofo—. Algunos títulos de las pinturas pudo haberlos sugerido Foucault. Pero Michael fue mucho más que un amigo. Seis años después de la muerte del pintor, escribió Esto no es una pipa, un pequeño ensayo que no es otra cosa que un comentario in extenso del famoso cuadro de René, cuya fama ayudó a incrementar hasta la demencia. (Algunos consideran este ensayo como un apéndice de su obra Las palabras y las cosas, adocenada y rebajada para principiantes, con ilustraciones de Magritte. Y yo soy un principiante.)
Foucault comenta dos versiones de Esto no es una pipa, que en realidad tiene dos nombres diferentes. La traición de las imágenes (1929) y Los dos misterios (1966) En el primer caso busca brillar Foucault en desmedro del mismo cuadro. En el segundo caso podría haber citado a Platón y listo. En ambos casos oscurece las obras, incluso la propia. Quizás no sea casual que Los dos misterios sea del mismo año que Las palabras y las cosas.
La traición e las imágenes

Los dos misterios



Si de ejercer la filosofía se trata, el filósofo francés tendría que haber explorado en la muerte, que es un tema recurrente en Magritte, y que tanto se presta a la filosofía.
René Magritte contaba como se había revelado en él su vocación por la pintura. Tenía 8 años. Estaba en un cementerio con una compañerita, en un sótano, jugando. En un momento salen del sótano y encuentran a un pintor, dibujando ciertas estructuras de la necrópolis. Esto dio lugar a una serie de interpretaciones psicológicas sobre el despertar sexual y su asociación con la muerte. Yo creo que René mentía: esa anécdota nunca existió. Además, siempre renegó del psicoanálisis. Quizás fue otra forma que encontró de jugar con las contradicciones, a lo que era sumamente afecto. Un pintor surrealista que no abreva en el psicoanálisis es un rarito. Aunque yo creo que René nunca fue un surrealista. 
Magritte dialogó con la muerte en muchos cuadros notables como en La tumba de los luchadores o Madame Récamier, su relectura de David. Incluso en naturalezas muertas, como en Esto no es una manzana (1964), que es más de lo mismo y una demostración palmaria de su senilidad. El más notable de todos sus tratos con la muerte es The Hereafter, de 1938
Madame Récamier de david



The Hereafter



Foucault podría haber elegido  The Hereafter para comentar in extenso. Aunque tiene la desventaja de ser posterior en diez años al primer cuadro de la pipa, tiene sus ventajas, que son muchas.
Me gustaría disfrazarme un ratito de Foucault para demostrarlo.  Parodiándolo.
Sabemos que es una tumba, pero sin nombre. El paisaje es completamente estéril, no hay vida. El sol apaga con su calor todo lo que respira. El paisaje no presenta accidente, es plano, una pampa inagotable. Si uno se detiene a mirar la parte superior de la tumba encuentra que las mismas proporciones de ese rectángulo coinciden con las proporciones del marco.
Pero aunque la tumba no tenga nombre hay algo que la nombra: la tela. La tela tiene el nombre del autor. Pero no es casual que ese nombre, la firma del autor, aparezca en un rincón casi inaccesible de la pintura, abajo, en un ángulo, casi escapando del cuadro. Magritte hubiera querido no firmar la tela, porque cualquier nombre delata la tumba como tal. Es el nombre (y el año) lo que buscamos primero en una tumba. O en todo caso buscamos una cruz, una estrella de David. Sin nombre, sin identidad religiosa, esa tumba no es tumba, quizás se le parezca, pero no está coronada como tal. La tumba es de alguien, alguien la dignifica, la consagra. De lo contrario no es tumba. En otro famoso cuadro, Magritte alude a la tumba por medio de una rosa: La tumba de los luchadores. Pero aquí tampoco tenemos una flor. Con la tumba sola no nos basta.
Entonces surge el interrogante de por qué Magritte estampó su firma. ¿Convenciones del arte? ¿La tumba es la de él? ¿Qué podemos decir de la firma del autor y las necesarias observaciones a que nos mueve? Y podría seguir describiendo la firma con palabras sacadas de Esto no es una pipa de Michael: “vemos que aquí ha vuelto a colocarse en su sitio. Ha vuelto a su lugar natural, abajo: allí donde sirve de soporte a la imagen, donde la nombra, la explica. Vuelve a ser «leyenda». La forma—la tumba para nosotros—remonta a su cielo, del que la complicidad de las letras con el espacio la había hecho descender por un momento: libre de todo lazo discursivo, va a poder flotar de nuevo en su silencio natural. Para el que lo contempla, el caligrama no dice, todavía no puede decir: esto es una flor, esto es un pájaro; todavía está demasiado preso en la forma” Pero ni bien entendemos un nombre para la tumba esa tumba existe como tal, ya no es objeto de contemplación. Cobra vida. Pero pierde identidad (como cosa autónoma) para ganar identidad (como prestándole un servicio a alguien que la señala como propia.)
Y ahora me saco el disfraz de Foucault, pero sigo arriesgando boludeces ociosas sobre el belga.

Una de las últimas labores de Magritte fue poner en escultura sus más mentados cuadros. Una de ellos es el famosos cover de David. Quizás nunca sabremos por qué fue tentado a materializar el cajón cuando ya tenía un pié en la tumba.





El problema de esta escultura es que este Es un ataúd. No será un ataúd convencional, el que uno elegiría, pero sin dudas tiene tres dimensiones, un interior amplio, lo puedo tocar, ocupa un espacio y es hueco. Lo puedo ocupar. 

Pero una vez que se muere Magritte, extrañamente, elige una tumba escueta y sencilla, donde apenas sólo se lee su nombre. (Años después se agregará el nombre de su mujer.) No hay cruz, no hay boato, no hay fotos. Se parece mucho a The Hereafter. Si no está sola y tiene flores no es culpa suya. Lamentablemente, en 2009, el gobierno belga declaró la tumba “monumento protegido por las autoridades de Bruselas”. Una locura.



¿Pero qué podemos decir que pensaba Magritte del más allá?
Tal vez la clave del asunto la encontramos en su última tela, una de sus tantas versiones de El imperio de la luz. La versión más difundida de esta serie es esta, la oscuridad en las casas y el día en el cielo.




Hay otra versión, muy poco transitada, pero que a mí me encanta, en la cual  invierte la ecuación: el día en las casas y la oscuridad en el cielo.




En el momento de su muerte estaba pintando esta versión…




… Qué pensaba hacer nuestro amigo en esta pintura que quedó inconclusa. Es evidente que pretendía invadir el cielo de luminosidad y las casas de oscuridad. ¿Pero, guardaría algún mensaje raro? Nunca lo vamos a saber. El secreto está en esa tumba protegida por el gobierno belga. Pero, sin dudas, Dios—o el destino—prefirió que nos dejara la tela luminosa, llena de luz. Cierto que en las casa se nota un poco de oscuridad, pero en primer plano se insinúa un cañón, listo para destruir las tinieblas (y a sus moradores.)
                                                          
Marzo 2012

Algunos links externos consultados:












[1] Es notable como se explota la filosofía clásica como un recurso natural no renovable. Ya está agotándose, no insistan. Pero nadie lo nota. Magritte  titula una de sus telas “La flecha de Zenón”. No es mejor que cualquiera de sus cuadros sobre rocas voladoras o suspendidas en el aire. Pero esta es diferente. Es citada con frecuencia. Esconde, se supone, una visión sobre una paradoja filosófica. ¡¿Por qué no se dejan de joder?!

No hay comentarios:

Publicar un comentario