jueves, 1 de marzo de 2012

La Gran Biografía

La gran biografía
Es un niño tímido, retraído, sin amigos. Su madre lo sobreprotege, lo mima hasta hartarlo, hasta que se vuelve un caprichoso y un mal criado.
           En la escuela destaca por una forma de dislexia muy especial: su escritura es quebrada, no encuentra la forma de ordenar las oraciones satisfactoriamente. Escribe como un tartamudo. Sus compañeritos de clase se rien. Pero al menos nota que ya no es una nulidad, hay algo que lo destaca. Nunca abandonará la dislexia.
Le gustan las armas. Se alista en el cuerpo de infantería de la marina de los Estados Unidos.  Es destinado al Japón. Se especializa en radares. Mientras sus colegas salen con japonesas él parece tener una inclinación por los japoneses.
Sin embargo empieza a frecuentar con el tiempo a una japonesa. Los servicios de la CIA saben que esta mujer es una funcionaria del país del sol naciente. De modo que al marinero norteamericano lo empiezan a espiar. Sabe de radares y hay que seguirlo de cerca. La CIA se convierte en un gigantesco radar para seguirle los pasos. “Se llama Lee Harvey Oswald. Nació en Luisiana, texano por adopción, de niño fue tímido, retraído, no tenía amigos, le gustan las armas, la madre lo sobreprotege…”
Después de un largo periplo retorna a su país. Obtiene un amigo. Se dedica a la astronomía, al ajedrez, un poco al alcohol. Lee literatura Comunista. Se hace popular en el vecindario por leer esa literatura, aunque muchos suponen que lee esa literatura para hacerse popular. No es extraño. Tiene un afán desmedido de trascender, de brillar más que las estrellas que le devuelve el telescopio que mamá compró para calmar a la fiera. Finalmente se afilia al Partido Comunista de los Estados Unidos.
En octubre de 1958, un raro turista llega a Moscú. Está por cumplir 20 años. Es norteamericano. Está, por supuesto, bien vigilado por los servicios de la KGV. Lo espían. Tiene cinco días para conocer las bellezas de la ciudad, pero no es su intención quedarse tan poco tiempo.
Al quinto día se acerca a la embajada de EEUU. Dice que se llama Lee Harvey Oswald y que quiere renunciar a su nacionalidad. Al empleado de la embajada le resulta sospechoso el individuo, quien termina por tirarle en la cara sus documentos.
Entonces Oswald se dirige a las autoridades soviéticas. Afirma que ese es el mejor país del mundo, que él siempre fue comunista, que quiere quedarse a vivir en la URSS. No lo escuchan. Entonces se corta las venas en su hotel. No mucho, pero lo suficiente como para que las autoridades rusas tomen cartas en el asunto. La muerte de este Don nadie puede acarrear un escándalo diplomático.
Lo derivan a la ciudad de Minsk, Bielorrusia. Le dan unas comodidades que muy pocos soviéticos disfrutan: Un buen departamento, un buen puesto de trabajo, un buen sueldo, como para que no se desencante con el sistema. En los departamentos de arriba y del costado los servicios de la KGV han desplegado todos los elementos necesarios para espiarlo. 
Los días pasan y Oswald no parece sospechoso de nada. Es un tipo retraído, con pocos amigos, que extraña a la mamá y que sólo transita el camino que lo lleva a su trabajo, en una fábrica de radios, dónde lo han destinado para ver si intenta hacer algo con sus conocimientos.
Pero para los miembros de la KGV, Oswald empieza a ser sospechoso de no hacer nada. Agentes de la organización se infiltran en su vida adoptando la forma de amigos. Lo llevan a cazar para ver si su puntería es buena. El resultado es decepcionante: Oswald no sabe tirar. Sin embargo, es indudable que le gustan las armas.  Nunca sale de su casa con una cámara de fotos, no acepta las cámaras que le ofrecen sus extraños amigos. No hace preguntas. No habla bien el ruso. (Sus amigos se vincularon con él porque, casualmente, hablaban bien inglés.)
Empiezan a seguirlo más de cerca. En el trabajo es muy poco productivo, eligiendo dormir la siesta a la vista de todos sus compañeros. Deciden entrar en su departamento mientras el “trabaja”. Oswald es muy ordenado. Siempre que entran encuentran todo de la misma manera. Dos cosas son sospechosas. Nunca cierra la puerta con llave y mantiene un diario con anotaciones sobre sus días en la URSS. El diario está siempre sobre la mesa. Parece que Oswald los está invitando a leer. Evidentemente al yanqui no le importa ocultar ciertas cosas.
El diario de Lee Harvey no dice nada importante, pero hay un detalle inquietante: su escritura cifrada. Ellos no saben de la dislexia del protagonista. Además, ¿por qué los norteamericanos enviarían un espía con dislexia? El cuadernillo solo parece contener asombrosas observaciones positivas sobre el sistema socialista. La KGV piensa que está pidiendo colaborar con ellos. Después de todo sería un excelente contraespía y tendría alguna información que pasar, suponen. Tiempo al tiempo.
Los días pasan. Lee se vincula con una chica de nombre Marina. La estudian, la espían. Es una muchacha que parece tener un pasado oscuro, de prostituta. Trabaja en una farmacia. Le dice a Lee: “en este país nadie muere por una enfermedad”.  La ironía es anotada por los servicios.
La relación prospera. Se casan. Marina no quiere colaborar, ella quiere a su marido. Evidentemente Lee no es homosexual, lo cual es una sorpresa para los servicios, que esperaban demostrar y demostrarse que la homosexualidad es inherente al sistema capitalista.
Oswald continúa viviendo con Marina en el mismo departamento, donde los servicios ya no han dudado en poner micrófonos hasta en la ducha. Anotan y graban todo, hasta eso…
Pero Lee Harvey no es sincero con Marina, que ya está embarazada. (Tampoco es sincero con los servicios de la KGV.)  Ni siquiera ha anotado en su diario este viaje sorpresivo a Moscú.
En Moscú lo siguen de cerca, casi apoyándolo. Se dirige a la embajada de los Estados Unidos. ¿Va a recibir instrucciones? Pronto se enteran: quiere que le reintegren el pasaporte, quiere volver a su país, con Marina. De cualquier manera ya no se puede confiar en un tipo tan impredecible.
Pero a Oswald le importan otras cosas. Los funcionarios de la embajada norteamericana no le devuelven el pasaporte y se niegan a garantizarle que el estado norteamericano no tomará represarías para con un ex integrante de la armada tan poco ortodoxo.
Entonces  escribe a la madre, a la mamá amada. Le pide que mueva cielo y tierra para lograr que lo dejen salir de ese país que ya lo asfixia. Todo esto lo dice Oswald en unas cartas que son leídas por la KGV. ¿Sabe que leen sus cartas? Por supuesto, nadie es tan boludo.
Lee cae en un pozo depresivo. Parece condenado a ser ruso.  Los servicios soviéticos se quieren desprender de Lee. No es confiable. Podría suicidarse y armar un escándalo diplomático. No ha podido averiguar nada importante, se lo ha vigilado bien. Que se vaya pronto.
El nacimiento del hijo parece reconfortar al padre. Pero la embajada no le permite volver aún.  Están estudiando su caso. Un niño solo, un niño mimado, madre protectora, marinero, japonesa, Moscú…  y algunos datos que amablemente le brindan las autoridades rusas: intento de suicidio, no es gay, no trabaja, no espía – otra cosa no podían decir—, no molesta, no lo queremos.
Lee, acorralado, manda cartas a los diarios norteamericanos, que previamente, como él sabe, son leídas por la KGV y la CIA. Los diarios no publican sus locos reclamos de ciudadanía. Manda incluso una carta a un senador. Nada.
Felizmente, la embajada le da luz verde: puede volver. Marina se resiste. Oswald la golpea. Marina acepta. (Luego de la muerte de su marido Marina dirá que los rusos la golpeaban con más fuerza.)
Ya en América, la CIA no le pierde pisada. Hace meses que vienen estudiando los movimientos de todas sus relaciones, incluso la de ese senador que por algo fue requerido por el sospechoso. Lee no está preso, pero a los presos no los controlan tan de cerca. A Lee eso parece gustarle. Ha leído 1984 de Orwell; yo también he visto The Truman Show. Ni Oswald desde el cielo, ni yo desde este modesto lugar, creemos que su vida sea menos interesante que esas historias. Al menos a él le gustaba ser espiado.
No pasa mucho tiempo para que Lee haga de las suyas. Realiza un viaje solitario a México. En Cuba unos barbudos se han declarado comunistas. Entra en la embajada de Cuba, pide asilo, para él y su familia. Lo hacen volver en unos días. Averiguan: sobreprotección, radar, japonesa, Rusia, senador, retorno… Se la niegan. Es la única vez que se lo ve llorar a Oswald en público. Si: en público, porque cuando todo salga a la luz el mismo diplomático cubano se encargará de comentarlo, y por supuesto, hay una cámara de la CIA para escrachar quien entra en esa embajada, y quien sale con lágrimas en los ojos.
El resto es poco importante: se vincula a grupos mafiosos conectados con la CIA, entra en un edificio en Dallas, sale, se mete en un cine, matan a Kennedy y la policía lo arresta en plena película—la de su vida—, con el cargo de haber realizado uno de los magnicidios más espectaculares de la historia.
Dos días después un personaje menor de la mafia, Jack Ruby, lo mata frente a las cámaras, evidentemente para que no hable. Tenía solo 24 años.
Y acá viene la revancha de Lee Harvey Oswald.
Para investigar la muerte del presidente John F. Kennedy  se forma una comisión ad hoc: La Comisión Warren. Hoy se sabe que todo eso fue una farsa. En ningún momento se investigó lo que se debería haber investigado: la CIA, el FBI. La comisión sólo se encargó de investigar la vida – y la obra—de Lee Harvey Oswald, hasta sus más mínimos detalles, con el aporte inestimable de... la CIA. Todo, absolutamente todo. Veintiséis enormes tomos sobre su vida recopilaron. Cuando desapareció la URSS, los rusos aportaron decenas de tomos más. La KGV y la CIA se daban la mano.  Desde que llegó a Japón fue espiado día y noche. Una vez que murió, la comisión sólo tuvo que ahondar en su infancia y primera adolescencia, sometiendo a reportaje a todos los que tuvieron algo que ver con él. Por otra parte, se leyeron y analizaron todos sus Diarios, que no omitían casi ningún día de su vida adulta. Leer la vida de Lee Harvey Oswald demanda 24 años. De alguna manera esa lectura evoca a Funes, el personaje de Borges.
Yo sólo leí las ochocientas páginas de la biografía que le dedicó Norman Mailer, que es un gran escritor, pero que en ningún momento abre juicio sobre la personalidad del protagonista, sus propósitos ulteriores, o la moraleja que nos deja su vida.
Oswald quería ser famoso, quedar en la historia. Es por eso que se dejaba espiar, ponía su diario al alcance de cualquiera, se dejaba ver, se dejaba acompañar por amigos que, estoy seguro, sabía que no eran realmente amigos, mandaba cartas comprometedoras a diarios y a senadores, no cerraba la puerta con llave. Quería llamar la atención, y lo logró. Oswald podía ser cualquier cosa, menos inocente.
La comisión Warren le dedicó la biografía más larga de la historia, la más detallada. Pero sin las precauciones que tomó el protagonista eso no podría haber sido posible. Porque La Gran Biografía, se remata con dos hechos que hacen aún más especial su vida.
La primera es la muerte del presidente Kennedy. Es algo que, desde el punto de vista del protagonista—Oswald— merece permanecer en la sombra. ¿Estuvo ahí o no estuvo? ¿Tiró del gatillo? Es mejor que permanezca en el misterio. Incluso para la Comisión Warren, porque es el único momento en la vida de Lee Harvey que nadie espió (o que nadie va a confesar que espió.)
La segunda cosa especial  es su propia muerte. Oswald quería ser famoso, célebre, y a las celebridades les cabe una muerte violenta, a los 24 años. Ese favor se lo hizo Jack Ruby. Quizás sea lo único que él no previó.
                                                                       Marzo 2012


2 comentarios:

  1. Si... Un viejo alquiló la casa de al lado. Yo noté que me está mirando mucho. Lo denuncié a la policia.Y ahora la policia alquiló la casa de atrás.

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