lunes, 12 de marzo de 2012

La huella de la gonorrea (Cuento)


La huella de la gonorrea (Monólogo, cuento)

No les recomiendo unas vacaciones en Salta: Pueden ser de lo más desagradables. Sobre todo si tienen un tío como el mío.
Mi tío vive en una zona rural, lejos de todo. Incluso de los vecinos, que siempre se encuentran a uno o dos kilómetros.
Fui hasta Salta para descansar. Como tío es pastor me pareció fácil encontrar la paz en su casa.
Mi madre tiene mil hermanos y a este no lo conocía. Pero la familia es la familia, pensé, y hasta allá fui.
Me recibió mi tía. Me dijo:
__ Estoy muy sola. Tu tío ya no me toca. Seguro que está con la Deisy.— Mi tía hablaba como si yo supiera quién era la Daisy.— Ahora me dijo que se fue a levantar la cosecha con el peón, pero seguro que eso es mentira.
Se estaba por largar a llorar cuando cayó mi tío.
El tipo resultó ser un ropero de dos metros de altura. Grandes bigotes, piel curtida por el sol y dientes negros. Pero lo que más me impresionó fue su mirada. Yo adivinaba que adentro de esos ojos había una persona mala y desconfiada. Sin embargo, también me daba cuenta que nunca nadie le habían brindado afecto y amor. 
Ni bien llegó me ilustró sobre cómo eran los habitantes de la zona. Todos eran vagos y vivían del subsidio. (Esto del subsidio lo tenía particularmente enojado.) El era un hombre puro, intachable, enemigo de la limosna (y de los vecinos.) Bajo su techo no entraba nadie que no hubiera dado numerosas pruebas de rectitud moral.
Me hizo notar que yo había entrado en su casa con las manos vacías. Eso no le gustó a Tío Eusebio. Entonces me ofrecí para ir al primer almacén: dos kilómetros.
__ Andá lo de la Deisy. —me dijo— Ella tiene de todo, lo que se dice “de todo”.
Caminé los dos kilómetros. Lo de Deisy era un verdadero polirubro. Le pedí varias cosas, incluso una caña de pescar y un mazo de cartas. Deisy debió ser linda en su juventud... haría unos dos o tres años. Sin embargo no estaba nada mal. Era muy simpática y un poco confianzuda.
Ella, como tío Eusebio, me habló de los vecinos. Todos eran sus amigos, especialmente los varones. Me explicó que ahí se vendía de todo, pero “de todo”, y me sugirió que su cuerpo también estaba en venta (o en alquiler.) Yo me hacía el boludo. Me invitó a tomar unos tragos y a jugar a las cartas. Nos sentamos. Mientras jugábamos me aclaró algunas cosas:
__ Tu tío es un cobarde. Es la única persona que no soporto.
__ Mi tía—me arriesgué—cree que vos estás con él…
__ Mentira… A él le gustaría, pero le tiene miedo a la gonorrea. Tu tía es la única persona en la comarca que no tiene gonorrea. Y es por eso que tu tío todavía está con ella.
__ ¿Cómo?
__ Acá todos tienen gonorrea.
__ ¿Por qué?
__ Porque yo tengo gonorrea. — Vació la ginebra y continuó. — La gonorrea te produce un dolor permanente entre las piernas… Cada tanto voy a Buenos Aires para tratarme. Pero el dolor y el placer van de la mano, ¿no lo sabías?.. Acá no hay muchas diversiones; pero está la Deisy. —Prendió un faso— Y no solo eso: todos cobran un subsidio por tener el bicho de la gonorrea… Lo malo es que después se patinan esa plata con la Deisy—Y se rió siniestramente. —— Después agregó con una sonrisa casi melancólica—. La primera va gratis, la segunda te voy a tener que cobrar. —Yo pensaba que Deisy hablaba de las botellas. Cuando me di cuenta que hablaba de sexo me paré. Tuve que sujetarme a la mesa, había bebido mucho y no estaba acostumbrado. Le agradecí y salí.
            Tenía un pedo tan grande que no advertí para donde agarraban mis piernas. No tengo ni idea cuanto caminé, pero la noche llegó, con el frio y con los vómitos. Me acurruqué al costado del camino y cerré los ojos.
            Me despertaron a medianoche con una patada en el abdomen: era mi tío. Me levantó y me llevó hasta la casa. Cuando volví a abrir los ojos estaba en la cama. A mi lado estaba sentado Eusebio. Tenía una bolsa, por donde asomaba una caña de pescar. Adentro seguro que estaban las cartas y las otras cosas que había comprado. Era la prueba del delito.
__ Has deshonrado a la familia—comenzó—. ¡Quiero que me mires a los ojos cuando te hablo, Mierda! No quiero volver a saber que andás bebiendo. La próxima vez vas a comprás y te volvés. ¿Está claro?
__ Si, Tio Eusebio
__ Mirame a los ojos y jurámelo.
__ Lo juro, Tío Eusebio.
            Tomé coraje y le pregunté cómo me había encontrado tirado a un costado del camino. Me explicó algo que todo lugareño sabe: Las huellas que el calzado deja en la tierra quedan por varios días. Le bastó con seguir mis huellas a la luz de la Luna. Finalmente me obligó a mirar sus ojos y a jurar por Dios que no me había acostado con la Deisy. Obedecí.
            En los días siguientes me cuidé mucho de no ir al almacén. Pero el tiempo fue pasando… y uno tiene sus necesidades. No había ninguna mujer a varios kilómetros a la redonda, salvo mi tía, salvo la Deisy, que ya en el recuerdo se me hacía una belleza.
            Yo salía a caminar todas las tardes, y un día me crucé con Silvio. Silvio era el peón, el siervo, el esclavo de Tío Eusebio. No ganaba ni para comer y seguro que debía creer que los límites del mundo coincidían con los de la chacra del patrón, de dónde nunca había salido. Hablando con él pude saber que había una excepción: lo de la Deisy. Cuando lo vi esa tarde tuve una idea.
__ Silvio, pasame tus alpargatas.
__ No sé de qué le pueden servir mis alpargatas, señorito.
__ Eso a vos no te importa. Mirá qué lindas son mis zapatillas. ¿No te gustan?... Es sólo por unas horas, después te las devuelvo. — Yo estaba tan excitado que lo maltrataba. Me puse sus alpargatas. — Nos vemos acá dentro de tres horas, a las seis.
__ No tengo reloj, señorito.
            Me saqué mi reloj de pulsera y se lo pasé. Me dijo que no sabía leer las agujas. Le expliqué. Antes de dejarlo me entró una duda.
__ Vos no le vas a contar a mi tío de esto.
__ No señorito.
__ Juramelo por Dios. —Lo apremié.  Y juró.
            Tres horas después estaba en el mismo lugar. Pasaron diez minutos, pasaron quince, pasó media hora… y una hora y media. Lo único que quedaba de Silvio eran las huellas de mis zapatillas, internándose en los campos de algodón.
Me deshice de las alpargatas y llegué descalzo a lo de Eusebio. Mi tía tomaba unos mates. Parecía contenta de verme.
__ Tu tío te fue a buscar.
__...
__... Y yo estoy tan sola…-- Me sugirió.
__... ¿Y tardará mucho el tío en volver?
            Entonces entró mi tío. Traía una bolsa entre las manos. La miró a mi tía. Mi tía desapareció.
__ Te estuve buscando… No fue fácil… Seguí tus huellas. Vi que te encontraste con el Silvio, y que estuvieron hablando un buen rato… Las huellas de Silvio terminaban en lo de la Deisy… A ese siempre le gustó la Deisy, así que en eso no había nada raro… Lo que sí me pareció raro es que vos te hubieras ido a levantar la cosecha. —Yo temblaba—. Así que seguí tus huellas, sospechando lo peor… Lo encontré al Silvio, como de costumbre, cosechando. — Tío Eusebio me miró los pies desnudos. Metió la mano en la bolsa y sacó mis zapatillas. Luego metió la mano y sacó mi reloj. —Yo le pregunté al Silvio por qué te había robado las cosas. No habló… Ni siquiera habló cuando le hice escupir sangre por los ojos… Lo golpeé hasta que me cansé… Le dije que era una deshonra para mi casa y que nadie como él entra bajo mi techo. — Tio Eusebio metió la mano dentro de la bolsa. Sacó la cabeza de Silvio y la arrojó por la ventana.—Y Ahora quiero saber una cosita. ¿Mirame a los ojos y decime para qué fuiste a lo de la Deisy?
__...
__ Sobrino, yo soy una persona comprensiva… Usted tuvo una situación traumática en un lugar que le resulta extraño, lejos de su casa. Es comprensible que se haya sentido mal luego de pasar una situación tan difícil y que  haya pensado en la Deisy… No lo culpo.
            Estaba acorralado.
__ Si, tío. Fui con la Deisy.
__ Ahora quiero saber si tenés gonorrea… Mirame a los ojos y decime si tenés gonorrea.
            Yo no me había cuidado. Pero no tuve más remedio que mentir.
__ No tengo gonorrea, tío.
__ Juralo por Dios.
            Se lo juré. Y ahí nomás me rompió el ojete.
(Suena el teléfono) Hola… ¿Tía?... ¿Qué el tío Eusebio tiene gonorrea y se viene a atender a Buenos Aires?... ¿Qué quiere hospedarse en mi casa?... ¿Está muy enojado el tío?... Entonces usted está más sola que nunca… Ya mismo parto para allá… Un beso.





 

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