jueves, 22 de diciembre de 2011

Messi es mejor que Maradona



             Messi es mejor que Maradona
A Leo- campeon sub 20 y olímpico con la selección- se lo critica mucho por acá. Una de las criticas más frecuentes es la de no haber ganado mundiales. Solo hay que recordar que jugó como titular en uno solo.
Si ganar un mundial es la medida para dirimir cual es el mejor futbolista de la historia, entonces Pele es tres veces mejor que Diego y cuatro más que Messi. Cruyff es un pobre tipo (perdió una final) y Di Steffano es un lucer total (nunca jugó un mundial). Y qué decir de jugadores como Samuel Eto' y Didier Drogba , que tuvieron la desgracia de nacer en extraños paises y no cambiaron de nacionalidad; o de Eric Cantona, que tuvo al lado una generación de franceses pechos frios que no clasificaron a Italia 90' ni a EEUU 94'. Ganar un mundial es importante, cómo negarlo. Pero como argumento es muy pobre.
Pero lo que más me irrita las pelotas son las operaciones de prensa.
Este año que finaliza nos brindó la Copa América. El diario Clarín, justo antes de que se iniciara el evento, sacó una colección en fascículos; la vida de un pide de solo 24 años: Lionel Messi. Aunque parezca excesiva tanta alharaca por tan poca vida, el pibe bien lo valía. Ya era considerado el mejor del mundo y a Clarín le costó un gran esfuerzo económico pagarle al pibe para poder publicar su vida.
El último fascículo de la serie debía coincidir con el campeonato obtenido por Argentina. Pero las cosas no salieron bien. Argentina perdió por penales con Uruguay. Fue un desastre financiero para Clarín— y no solo para Clarín—. El gran diario argentino iba a vilipendiar al astro sin piedad.
Por el efecto metástasis, al que es tan propenso el periodismo, bastó que el grupo Clarín dijera que la diferencia fundamental entre Maradona y Messi era que el primero ganaba los partidos él solo mientras Messi necesitaba compañeros idóneos  para que toda la gilada repitiera semejante burrada. Esta gansada la escuché en el trabajo, en el tren, y en el subte. Es lo que en filosofía se llama existencia inauténtica: los millones que repiten lo que dicen los periodistas como si fueran loros, sin pensar, porque creen a ojos cerrados lo que les dicen. Y lo peor no son los periodistas que inventan estas cosas, sino los otros periodistas, que son tan loros como los que no tienen un micrófono.
Yo me pregunto: ¿La gente no tiene memoria? ¿Los más jóvenes no se encargan de averiguar mínimamente sobre sus ídolos?
Veamos si es verdad que Maradona te ganaba un partido él solo:
En el mundial de España 82’ perdimos 2 a 1 frente a Italia y finalmente nos expulsaron del Mundial con la derrota más triste de la historia de la selección Nacional: 3 a 1 con Brasil, con todo lo que eso duele. En ambos partidos Maradona estaba en la cancha. La edad de Diego era la misma de Messi en el último mundial (22). Con Messi, a pesar de la goleada que nos propinó Alemania, salimos quintos. En el 82’, con Diego, salimos decimoprimeros, ( y quizás haya que recordar que ese equipo era la sumatoria de las dos selecciones argentinas campeonas.)
Gracias a Diego salimos campeones en México. Maradona ya era mayor de lo que es Messi ahora. Pero un año después se jugó la Copa América en Argentina, al igual que en este 2011. Uruguay le ganó la final a Chile por 1 a O. ¿Argentina?: Salió cuarta, al perder por el tercer puesto con Colombia. Maradona estaba en la cancha. Nadie, con memoria, se quiere acordar de esto.
Cuando Maradona llega al Napoli, en la temporada 84/85, sale octavo. Un año después se decide rodear a Maradona de gente más idónea, como Giordano: salen terceros. Recién en la temporada 87 se alzan con el scudetto. Para ganar los campeonatos internacionales de menor relevancia,  (como la Copa UEFA), compraron a dos excelentes brasileños: Alemao y Careca. Maradona sólo no podía. Es un ser humano. Messi también.
Estoy seguro, Maradona nunca hubiera sido lo que es y será Messi: le faltaba equipo.
                                                                                  Diciembre 2011



El Vinchuco (Cuento)

Así como hay biografías noveladas, esto se podría llamar Biografía cuenteada. De este tipo tengo varias en este blog (Rico y bueno, Las cruces y los cruces del comunismo, Mirando un árbol atentamente, etc) Todo lo que cuento suscedió casi así como lo cuento

El Vinchuco
(El bruto que sabía más que los doctores.)

            Gerardo era retraído,  silencioso, desconfiado y chaqueño. Trabajábamos juntos y a mí me desagradaba bastante trabajar con él. Había descendido desde el norte hacía veinte años. Nunca se sintió cómodo en la ciudad.  Su reserva me asustaba un poco. Tenía un antecedente por abuso sexual. Nuestras compañeras estaban un poco más asustadas que nosotros, como era de esperar. Nadie lo quería.
            Un buen día Gerardo se me empezó a acercar. Al comienzo mantenía con él charlas insípidas y aburridas. Pero algo me quería decir Gerardo. Lo presentía ¿Por qué me había elegido? Lo que más me molestaba era que los otros compañeros me señalaran como el compinche de semejante individuo. No obstante, mi diplomacia siempre fue muy fértil, y echa raíces en las personas más obtusas.  Lo peor era que el tiempo pasaba y Gerardo no decía lo que tenía que decir. Mantuve esa conducta de proximidad lo más que pude porque ya me estaba ganando la curiosidad y porque los otros, no menos intrigados, esperaban el momento en el que yo ventilara las confesiones del ingrato compañero.
Gerardo no era muy perspicaz. Si hubiese conocido al género humano, si hubiese sido una persona observadora, a mi no me hubiera contado estas cosas. Yo no soy un delator, un difamador, un chismoso ni nada de eso. Quiero decir que no destaco en esas materias. Lo que pasa es que cuando alguien me dice algo muy interesante no solo lo divulgo a mis amigos, también lo publico en un blog en internet para que lo lea cualquiera. Nunca pensé que Gerardo fuese capaz de decir algo tan interesante.
            Ese día se me acercó, pero demasiado. Iba a soltar la confesión de su vida. No estaba nervioso ni mucho menos. Yo creo que estaba excitado.
__ José, — comenzó — acá todos hablan de minas y de dinero. Es de lo único que saben hablar. Pero te voy a decir una cosa, de minas no saben nada… De dinero tampoco.
            En esto mucho de razón tenía: los compañeros no sabían hablar de otra cosa que de conquistas, dinero y campeonatos. Y se mentían de unos a otros con una desprolijidad asombrosa. Nadie era fiel, nadie era pobre, nadie decía la verdad. A Gerardo jamás se le ocurrió pensar que las mujeres hablaban más o menos de lo mismo. Ellas solo existían para…
__ Mirá—continuó—yo sé mucho de la vida porque me hice de abajo, a mí nadie me enseñó nada, y ni leer y escribir sé. Pero hay algo que no aprendés en las universidades, son cosas que te da la vida… Me crié en el chaco. Tuve una juventud feliz… Veo que estás sorprendido, José. Es así: mi juventud está cargada de anécdotas reales, no de las mentiras que dicen estos papanatas. Cuando queríamos coger agarrábamos una Toba y adentro. Ellas no se quejan, no tienen a quien quejarse. El forro yo no lo conozco. Nadie en mis pagos lo conoce… ¡¿Por qué me mirás así?! Te voy a explicar todo y después me vas a entender… La plata era un problema, pero un día llegó el gobierno y dio subsidios para muchas cosas. Los que tenían chagas recibieron un sueldo para toda la vida. Casi todos tenían chagas en mi pago. Los que no tenían fueron al médico por primera vez en sus vidas, y así muchos descubrieron que tenían la enfermedad. Se pusieron muy contentos y empezaron a cobrar. Acá la gente no tiene ni idea de lo que es mil quinientos pesos en mi pago; una fortuna. No tuve suerte, no me encontraron nada. Me deprimí mucho… No me pongas esa cara que todavía no terminé… Yo recién había entrado en la adolescencia y no conocía mujer. Las mujeres me empezaron a despreciar porque era pobre, porque tenía que ganarme la vida trabajando porque no estaba enfermo. Porque esa enfermedad te va matando de a poco, en treinta o cuarenta años, y ni te das cuenta de que la tenés. El gobierno se hace cargo de tu enfermedad y es como si ellos quedaran contagiados… Bueno, como te iba diciendo, las mujeres son pocas en esos lugares, y el desprecio es general. No te podés esconder ni cuando estas soñando, porque todos saben de todos y la mentira tiene patas muy cortas y nadie se va a arriesgar a una mentira. Tenía ganas de morirme… Yo no era el único. Uno de mis primos, que estaba tan triste como yo, se presentó un día en mi casa con una sonrisa amplia de esas que son comunes entre los tobas. “Me salvé, hermano”, me dijo, “¡¿Por qué me mirás así?! Ya sé lo que pensás: desde que llegaron los médicos y desinfectaron el pueblo las vinchucas se fueron a vivir al cielo. Pero te juro que estoy contaminado. Ya fui al médico y me lo confirmó. Tenés que ver la cara que puso el tipo. «La verdad que no me lo explico», decía, como pensando en voz alta «Hemos matado al insecto, o al menos eso es lo que yo creía. ¿Cómo es posible? Sabemos de gente que ha sido contagiada por cerdos y por perros portadores de la enfermedad. Sobre todo los perros, ellos entran en las casas y duermen en la cama de sus dueños… Así que usted no tiene perro… Otra forma de contraer la enfermedad es por la lactancia. Disculpe la pregunta, pero su mujer esté quizás embarazada o haya sido madre recientemente… Así que usted no tiene mujer… La verdad es que no me lo explico»  Y le expliqué lo que te vengo a contar ahora: Lo primero que se me ocurrió fue buscar una vinchuca, y ni muerta encontré. Al que si encontré fue a tío Eusebio. Eusebio tiene sus años, y el diablo sabe más por viejo que por diablo. Me lo explicó muy fácilmente. «Así que fuiste al médico. Los médicos saben, pero callan… No todas las vinchucas son portadoras, porque ellas también se contagian como nosotros. Solo las hembras lo son, y no en todos los casos. De modo que conseguirte una vinchuca nada te garantiza. Los únicos de los que podés estar seguro que están contagiados son los humanos, porque van al médico… Es, aunque no lo dicen, una enfermedad venérea… Pero a las tobas no hay que hacerles exámenes. Ellas tienen desde que nacen. Buscá que estén con sangre, y listo. O fijate de dejarlas sangrando.» Eso fue lo que me dijo Eusebio”, dijo mi primo, Y lo seguí en todos sus consejos… ¿Por qué me mirás así?
__ Es que estás un poco cambiado.__ Le dije. Y nunca más le dirigí la palabra.
            Todavía me da asco recordar la cara de Gerardo, especialmente ese deseo ingobernable en sus ojos de ser aprobado por sus actos. Creo que esperaba el aplauso. Yo ya lo veía un poco chato, con alas y antenas: un vinchuco
            Gerardo era un pobre tipo, un poco victima de su medio y un poco victimario por cuenta propia. No pienso exculparlo, pero me gustaría agregar algo:

La ciencia médica suele ocultar ciertos aspectos de sus conocimientos para evitar males mayores. La discriminación de seres humanos es un buen ejemplo en este sentido. No me quedé con la palabra de mi inmundo compañero; estuve averiguando. El vinchuco tiene razón en todo, salvo—claro – en los consejos.
En cuanta página de internet me metí se afirma que el chagas no se contagia entre humanos. A renglón seguido se habla de la lactancia como forma de contagio o del peligro que implican los perros. Las vinchucas actúan sobre cualquier mamífero, y todo mamífero es peligroso, y el Humano es, que yo sepa, un mamífero. ¿Es tan improbable que alguien pruebe la leche humana de su mujer? ¿Eso no es acaso contagio de humano a humano?
Pero por más que buscaba no daba con lo de la transmisión sexual. Hasta que di con una página australiana traducida, osea, con la página de un país sin el mal y que por lo tanto no tiene que ser políticamente correcto. Porque la política tiene su injerencia en la medicina, al menos en señalar lo que se divulga y lo que no se divulga. Siempre recuerdo el ejemplo del presidente Roca. Le llevaron una estadística sobre los males producidos por el consumo excesivo de carne vacuna, en especial por el colesterol y los males cardiovasculares subsecuentes, que era un tema novedoso por entonces. Roca prohibió hablar del tema. Si los argentinos se volvían menos carnívoros los más perjudicados serían los mismos argentinos.  Con el chagas pasa otro tanto. Son medidas preventivas con las cuales yo estoy de acuerdo.
                                                                                  Diciembre de 2011
¡Ah! La página australiana es:


miércoles, 21 de diciembre de 2011

Luna de medianoche

Acrilico sobre tela: 1:50 X 1:00
Puede resultar extraño que critique mi propio cuadro. Pero lo veo como una defensa o justificación de su existencia. El muy pobre se vio injustificado en la palabra de gente que sabe y que merece mi mas amplio respeto. Sin embargo, creo que lo vieron muy superficialmente y privilegiaron mi tarea de escritor por sobre la novedosa inclinación que estoy mostrando por la pintura. Ellos tienen razón: y es por eso- tal vez- que tengo que justificarlo desde la ecritura. (No quiero olvidarme de los admiradores incondicionales, como mamá; ni de los que lo alabaron, causándome asombro porque los creia competentes.)
Más que interpretar la obra, la voy a describir: que es como obligar a  la gente a que vea aquello que no quiere o no puede ver.
La tela esta bastante inspirada en La separación, de Munch. Los colores están puestos con un criterio que aprobarían los fauves y que pretenden transmitir el estado de ánimo del protagonista, que es ese flaco con facha de marioneta. Tiene los ojos cerrados y traté de equilibrar eso con el enorme ojo abierto e inquietante en el otro lado. Junto al oido- que es el único representado en la marioneta- hay una clave de sol. La protagonista no tiene rostro, pero tiene oreja. La clave de sol parece caer en pétalos. Con esto busqué, además de transmitir un estado emocional, un contrapunto con ese helecho (?) que se ve al pié, y ambas cosas están dialogando con los dedos blanos y abiertos del flaco. Tanto la marioneta como la clave lloran lágrimas del color del cielo. (Creo que la tela se me mojó mucho, porque sobran lágrimas.) La luna no es blanca, pero su luz, que está distribuída en los rostros masculinos, en los contornos del árbol, etc, si lo es. Señalo que el helecho blanco es un conjunto de hojas largas, y que busca contrastar con el árbol, que no tiene hojas. Tratar de exponer el motivo de un dedo amarillo, del mismo color que la señorita, sería arruinar el cuadro.
No me queda mucho más que decir. Pero ahora estoy pensando que tenían razón los detractores.

Diciembre 2011

domingo, 11 de diciembre de 2011

El reloj del ajedrez (Cuento)

El reloj del ajedrez
           
 Boris Bergman era el campeón mundial de ajedrez. No sabía lo que era la derrota. A los 35 años había conocido la gloria de tocar el cielo con las manos, de ser un rey entre peones, porque no tenía contrincante digno de su altura. Él era el mejor. Boris Bergman era sinónimo de ajedrez y el ajedrez se llamaba Boris Bergman.
            Sin embargo, una tarde medieval, de otoño gris, se le presentó un tipo desnudo, de rostro triste y melancólico, joven hasta la exageración. Le pidió una partida. Boris no se negó, pues ello supondría casi reconocer una derrota. Le tendió el tablero y el visitante lo llenó de fichas, respetuosamente, como pidiendo permiso. El campeón se limitó a colocar el reloj en su lugar.
El joven, que mostraba un cuerpo completamente lampiño, perdió la partida. A Boris le resultó un contrincante digno, aunque un poco precipitado en sus decisiones, como si quisiera liquidar el asunto lo antes posible, como si estuviera obrando diplomáticamente sólo para luego mantener una conversación. No parecía un tipo apurado ni mucho menos, manejaba el reloj con criterio, pero Boris leía a las personas en base al juego, y el juego de este extraño personaje era osado, asumía riesgos innecesarios. Esa misma temeridad desconcertó al campeón un par de veces, pero cuando ya conoció las características de su oponente lo fue empujando hacia la derrota implacablemente.
Pero el visitante tuvo una conducta más extraña que las que ya llevo dichas. Jugó hasta la última jugada, es decir, hasta el jaque mate. ¿Por qué iba a hacer eso un tipo que, se dejaba ver, era un buen ajedrecista? ¿Por qué no canceló el partido antes, cuando el desenlace ya se sabía? Indudablemente, pensó Boris Bergman, obedece al placer de jugar hasta el final con el campeón.
El visitante, luego de tirar dos elogios y un piropo, luego de callar y así obligar a Boris a hacer lo mismo, luego de que el silencio lo ganó todo, habló así:
__ Te juego otra partida. Pero con una condición.
Boris, que no estaba dispuesto a seguir jugando con él, pero que se mareó porque le estaban imponiendo condiciones, preguntó mecánicamente:
__ ¿Qué condición?
__ Jugar sin reloj, y que los plazos entre una movida y otra sean dictados por el corazón.
Boris, que siempre pensaba en términos ajedrecísticos, se representó un enroque, porque ahora el otro cambiaba las reglas, imponía cosas y se comportaba como si la casa fuera suya. Además, levantó el reloj y lo apartó lo más lejos posible, paseando su desnudez y dejándole a Boris la innoble tarea de colocar las piezas en su lugar. Aún no había aceptado el desafío cuando ya estaba jugando.
Por término medio el joven hacía una movida cada diez minutos. Boris estaba tan acostumbrado al reloj que se sentía turbado, como si le faltara un brazo, como si le faltara una torre. El partido se dilató más de lo normal, y terminó en tablas.
¿Cómo es posible?, pensaba Boris. Cuanto más tiempo tengo para pensar más se me dificultan las cosas. Quizás soy el campeón solo bajo la condición de que los otros no tengan tiempo para pensar. Debo estar padeciendo algún tipo de enfermedad. O probablemente lo estoy subestimando demasiado. O debe ser la falta de costumbre de jugar sin el reloj. Y se conformó con este último pensamiento.
Nadie invitó a una tercera partida, se imponía sola. Boris olvidó el reloj exitosamente, pero ese éxito no se reflejó en el tablero, donde las negras del extraño visitante formaban una fortaleza inexpugnable. Cuando todo parecía encaminarse hacia las tablas una repentina y genial jugada le dio la victoria al joven. Bergman había perdido por primera vez.
Al campeón se le vino la representación de una carrera de cien metros. Después la de doscientos, quinientos, y así hasta la maratón. Él era el campeón de los cien, pero su velocidad mental no se adecuaba a otras medidas. Ni siquiera podía estar seguro de su rapidez: si el reloj circulara con mayor velocidad él probablemente perdería el título. La velocidad de los relojes es una convención, pensó. El hecho de que Boris fuese el campeón era una simple convención. El corredor de los cien metros podía fracasar en los cincuenta.
A Boris no se le ocurrió fijarse en el reloj de la pared, tan olvidado estaba de los relojes. Si lo hubiera hecho hubiera averiguado que la partida había durado dos días, con sus soles y sus lunas. Intuitivamente supo que la partida tuvo una duración desproporcionada, pero solo como un eco disimulado, porque estaba consumido por un grito interior que lo obligaba a pensar en otra partida, y otra partida, y otra partida, hasta tomarse revancha, hasta humillar al joven.
En la nueva jugada, Boris notó que las fichas se movían con mayor lentitud que en la anterior. Tenía enormes espacios de pensamiento entre una jugada y otra, tiempo suficiente para elegir una entre mil jugadas. Y cuando el señor Bergman se ponía a elegir arruinaba su plan estratégico. No estaba hecho para elegir. Normalmente sus razonamientos eran correctos, hacía lo que debía, no lo que quería. Sin embargo, en estas anormales situaciones, se mareaba hasta el vómito. Sentía la impotencia de su cerebro. Tanto fue así que perdió en pocas movidas.
Agobiado, muerto de calor, se empezó a desnudar. Si se hubiera interesado en otra cosa que no fuese el ajedrez hubiera sabido que ya estaban en verano.
El mismo ordenó las piezas para otra partida. Dibujaban las jugadas con la lentitud de dos quelonios. Boris pensó que, el haber reconocido íntimamente la superioridad de su adversario e implícitamente haber abandonado su anterior soberbia, se daba un margen de ventaja. Además se estaba acostumbrando a estos plazos enormes entre cada jugada y había aprendido a pensar una sola movida con lentitud antes que pensar miles para después tener que elegir entre tantas.  No obstante lo cual, la victoria llegó con relativa rapidez, vistiéndose de joven.
El señor Bergman se disculpó para ir al baño. No podía creer lo que estaba pasando. Quizás un recreo, lavarse la cara…. Puso la cabeza debajo de la canilla y la regó bien regada. Levantó la cabeza y se miró en el espejo. El nunca había tenido barba y ahora la tenía en abundancia, y de color blanco. Levantó un poco los ojos: su rostro estaba irreconocible, avejentado. Su pelo era largo y se confundía con la barba. Para huir de esa imagen, para huir de él mismo, se precipitó en la sala. Allí estaba el joven, siempre lampiño, ordenando las piezas.
                                                                                              Diciembre de 2011


jueves, 8 de diciembre de 2011

Sábato nos vende fruta

Sábato nos vende fruta

Don Ernesto ya murió. Pero por esas cosas de la tecnología, el escritor, pintor, físico, sabio y moralista nos sigue sorprendiendo desde el cielo, o desde la WEB, que es lo mismo. Allí, y para toda la eternidad, quedan registrados algunos reportajes, notables reportajes que no siempre dejan bien parado a Don Ernesto.
Está ese donde afirma que si se muere su mujer Matilde,  él se mata. A Matilde se la llevó Dios, y el sabio, sin vacilar, insistió en seguir viviendo unos largos años más, durante los cuales— estamos seguros— descubrió el detergente.
Pero Matilde se llevó un secreto a la tumba. Ernesto dijo hasta el cansancio que su novela La fuente muda fue arrojada al fuego por un ataque depresivo que lo visitó en Europa. Algunas partes, afirmaba, fueron salvadas por su mujer. Con los años ese hábito se le hizo carne al escritor. Después, sin sonrojarse, declaraba haber tirado al fuego ensayos, obras de teatro, artículos periodísticos y poemas, todo en plural. Yo no le creo.
Hay un reportaje donde el piromaníaco declara que la misma casa de Santos Lugares donde vivió más de medio siglo fue habitada previamente por el escritor Jorge Amado. Haciendo averiguaciones me sorprendí: el brasileño estuvo por acá en 1941 con su mujer, que también se llamaba Matilde. Esta otra coincidencia la omite Ernesto. ¿Será verdad?
Pero si de mandar fruta se trata podría haber arriesgado más: quien le iba a discutir algo si nos decía que la muerte de Matilde lo iba a matar de hambre, o si afirmaba que Louis Braille había vivido en esa casa y que un buen día se fue por las cloacas.
Recuerdo un reportaje donde, hablando de los infortunios de Manuel Belgrano, suelta unas lágrimas celestes y blancas que tiñeron mis ojos de emoción. Pero a renglón seguido noté ciertos gestos en el escritor que me dejaron con dudas. Hoy creo que en realidad se trataba de un actor, y de un actor no muy bueno. Veamos:
Sábato era un verdulero con gran variedad de fruta. Esto, en un escritor de ficción, lo veo como algo positivo. Muchos escritores se crean personajes, venden ese personaje y lo adornan con dichos y anécdotas indemostrables  o discutibles. Y eso está bien. Pero el problema con don Ernesto no es la fruta en sí, sino la calidad de esa fruta. Sábato tiene una verdulería con muy mala mercadería. Sigamos viendo:
Pocos ejemplos son mejores que el que a continuación les vengo a ofrecer. Mariano Grondona le realizó un reportaje en su casa—la de las Matildes –  hacia 1995. El mismo es imperdible y  transcribo literalmente su punto más alto, su fruta más amarga.
Sábato— (Con enorme humildad) El gran aprendizaje es la vida, no la lectura. Yo he leído muchas cosas, por supuesto. Un día calculé por número de estante, también atrás y debajo de los estantes, y me digo “¡qué horror!”, ¿Sabe cuántos libros leí? Deme una cifra.
Grondona— Varios miles, seguro.
Sábato— ¿Pero cuántos? – se entusiasma.  
Grondona— (Incómodo) Cuatro, cinco, tres mil.
Sábato— Más de treinta mil.
En fin...  Dejando de lado cuestiones no menores, — como priorizar la vida por sobre la lectura y después salir diciendo semejante guarangada, o el afán de pesquisa dentro de su propia biblioteca para constatar cuántos libros se comió — lo importante acá es investigar, con el auxilio de la aritmética, la posibilidad de creer o no creer en cifra tan estupenda.
Si nuestro escritor, con unos 85 años entonces, había leído 30.000, esto significa unos 352 por año, osea casi uno por día. Pero podemos estar relativamente seguros que Ernesto no leyó su primer libro antes de cumplir los 10 años, esto nos da un poco más de uno por día. (Y omitamos sus problemas de la vista, producto de tanta aplicación, que le impidieron leer normalmente después de los 70 años.) También podemos estar seguros (relativamente) que Sábato no cuenta con muchas relecturas y que esos 30 mil (“más de 30 mil”) son lecturas de diferentes libros. Además, completas, porque a don Ernesto jamás se le habrá ocurrido tamizar un texto o largarlo por la mitad, (o quizás este tipo de lectura a medias sean las que deberíamos contabilizar como ese excedente de 30 mil, ese “más de” Nunca más.)  Por otra parte, se considera libro lo que alcanza o supera las 50 páginas. Obviamente tenemos prohibido pensar que el autor de Sobre héroes y tumbas haya leído solo libros breves. Entonces ahora yo me planteo una cadena de preguntas: ¿Cuál será el término medio de hojas que conforman un libro? Yo creo que andará en 250, o algo así. ¿Habrá leído eso diariamente? ¿Cuándo vivió la vida, esa vida que es más importante que las lecturas, con el tiempo tan escaso? ¿Cuándo crió a los hijos, cuándo le dirigió la palabra a Matilde, cuándo se baño, cuándo contó los libros que había leído? ¿Cuándo escribía nuestro noble amigo? (A mí, y a cualquiera que escriba, le insume más tiempo la escritura que la lectura, y mucho más si se quiere hacer algo de mérito.) ¿Cuándo pergeñó una mentira? ¿Cuándo tuvo tiempo para elaborar la fruta?
                                                                     Diciembre de 2011

Nota:   Para que no piensen que soy yo el que mando fruta, los invito a disfrutar—o a padecer— el reportaje en la siguiente dirección.
Nota 2: Este artículo es, en cierto modo,  el complemento de “Julio Bocca nos enseña”, que pueden encontrar en este blog.

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domingo, 27 de noviembre de 2011

La tortuga muere muy lentamente (Cuento)

                    La tortuga muere muy lentamente
                                                                                  A Alberto Merola
El olor era insoportable, penetrante, se sujetaba a las paredes, reptaba bajo la puerta y se adueñaba de la casa. A ese baño solo entraba la abuela, unas dos veces al día. La dieta de la vieja era idéntica a la de los otros, los que iban al otro baño, pero el olor que despedían sus excrementos era diferente, un asco. Aunque nadie se animaba a entrar a ese baño, no había dudas: las deposiciones eran expulsadas, porque se escuchaba la cadena, y aunque lo ideal hubiera sido que la vieja permanezca indefinidamente en el baño para no abrir la puerta, estaban obligados a soportar el olor cuando salía. Cierto que le habían enseñado a cerrar la puerta tras de ella, pero la abuela lo olvidaba con frecuencia. Entonces era Hugo, su hijo, el que se encargaba de clausurar ese recinto, mientras que la vieja, con paso lento, casi arrastrando los pies, como una serpiente, retornaba al catre para acostar su larga vida.
Hugo cocinaba para todos: su mujer su hijo su madre. Lo hacía porque amaba la cocina, no a su familia. Se había acostumbrado a que los otros tres miembros fueran suyos, su propiedad, como parte de su propio cuerpo. Solo los consideraba en la medida en que se avenían a sus caprichos. Es por eso que todos, después de comer, decían lo delicioso que les resultaba la comida, y en cierto modo estaban obligados a repetir el plato, por si las dudas, porque Hugo tomaba como un insulto el “no quiero más”. No era un hombre violento, pero todos aceptaban su liderazgo.
En la mesa poco se hablaba. Seguramente les venía esa costumbre de mejores épocas, en que tenían sirvienta. Ella debía estar junto a la mesa, parada, y no debía escuchar cosas que no le incumbían o para las cuales no tenía competencia. Le habían destinado ese baño que ahora usaba la abuela. Así, la costumbre había hecho su parte, y en la mesa solo se hablaba de cosas sustanciosas, importantes, al menos para Hugo. Faltaba mayonesa para la cena, y su hijo corría al almacén ni bien terminaba el segundo o tercer plato; sobraba fideos, y entonces su mujer pedía fideos para la cena. Podemos decir que la puerta de la heladera se abría y se cerraba incesantemente, y lo que nunca faltaba en la heladera era lechuga, lechuga para la tortuga.
La tortuga de la abuela era la única concesión que hacía Hugo. Vivía encerrada en el baño oloroso y sucio. Hasta allí le hacía llegar la comida la abuela, dos veces por día. A la tortuga esto del olor parecía no interesarle, y su vida podemos suponerla dichosa. Asimismo, la vida de la vieja se resumía en viajar a la verdulería todas las mañanas, por la obligación que se había impuesto con la tortuga y porque su hijo la obligaba a mantener satisfecha a la heladera.
Hugo descubrió que su madre había muerto porque faltó verdura fresca. Salieron para cumplir con los protocolos impuestos por la vieja. La taparon la enterraron la olvidaron. (En realidad hacía tiempo que la habían olvidado, pero estaban obligados a recordarla una o dos veces al día.) Nadie notó en los días sucesivos que en la heladera la lechuga, que siempre había tenido asistencia perfecta,  ahora faltaba más de una vez. El olor pútrido desapareció por completo, aunque nadie se atrevió a entrar en el baño de la abuela.
No habían pasado dos semanas cuando un olor especial despertó las narices de la familia de Hugo. Era un olor putrefacto, pegajoso, tan horrible como el que despedía la abuela, pero de otra naturaleza. No hay idioma, ni siquiera el que emplean los franceses que viajan en el subte, que pueda describir tan horrible visitante del olfato. Se revisó toda la casa. La culpable era la tortuga, que encontraron en avanzada descomposición en el suelo del baño. El hijo de Hugo pronto limpió todo y pronto se olvidaron de la tortuga como antes se habían olvidado de la vieja.
Por una de esas raras coincidencias del destino, no dio el sol cuatro vueltas cuando se presentó otro muerto en el otro baño. A papá Hugo un infarto lo sacó de esta vida en pleno proceso excretor. Tenía la cabeza caída, como si la estuviera ocultando, y estaba frío como un reptil. Esas últimas eses de papá fueron la señal de alarma: tenían el mismo olor que las de la vieja, y fue su hijo el responsable de limpiarle el culo por última vez.  Dijeron que lo recordarían por siempre, lo taparon con tierra y tiraron la cadena de la memoria, y ya nunca lo recordaron.
La mujer de Hugo, luego del entierro, habló con el hijo de Hugo y le transmitió una decisión irreversible: se iba de casa para no volver. Le dio la espalda y salió corriendo como una chita. Nunca más se supo de ella. Ni siquiera yo, que se todo de esta historia, puedo saberlo. Pero tengo una conjetura: nunca dejó de correr.
El hijo de Hugo volvió a la casa y abrió la heladera. Como no sabía cocinar tuvo que comer las verduras crudas. La lechuga le resultó deliciosa. Con los días la casa empezó a ganar suciedad, pero esto parecía no importarle al hijo de Hugo, quizás estuviera pensando en contratar una sirvienta en algún momento. Utilizó ambos baños y no tuvo miedo ni asco.
Al quinto día un vecino le golpeó la puerta. Un olor nauseabundo parecía salir de su casa. El hijo de Hugo, sin siquiera abrir la puerta, le contestó que eran cosas que se imaginaba el otro, que no sentía nada, que en su casa el mal olor era solo un recuerdo, y ni siquiera eso. 
Durante unas dos semanas el hijo de Hugo no intentó abandonar la casa. La hallaba confortable y acaso un refugio. Pero cuando en la heladera no hubo más comida tomó la decisión de al menos llegar hasta la verdulería. Puso la mano en el picaporte y la puerta no se abrió. Recordó que había cerrado con llave. Metió la llave en el tambor, dio dos vueltas y empujó. La puerta no se movió. Y es que la puerta para el hijo de Hugo jamás se volvería a abrir, al menos desde adentro.
                                                                                  Noviembre 2011

domingo, 20 de noviembre de 2011

Catarata de ignorancia

Catarata de ignorancia
Recientemente se han dado a conocer las siete maravillas naturales el mundo, entre las que se encuentran las cataratas del Iguazú. Por supuesto estamos contentos y no es para menos. Le conviene al turismo, le conviene al gobierno, les conviene a los misioneros y a los potenciales turistas. Pero detrás de todo esto hay cosas inconfesables por parte del gobierno y de los medios, y yo aquí estoy para llenar ese silencio.
En primer lugar me llamó la atención las ausencias, entre las siete seleccionadas,  del gran cañón del Colorado y de las cataratas Victoria. Para comprender estas inexplicables omisiones basta con dar a conocer el modo en que se ha votado por las ganadoras (por Internet) y las políticas de estado llevadas a cabo para que la gente vote.
En nuestro país se hizo una débil campaña con afiches que invitaba a la población a votar por nuestras cataratas. Esto en Brasil- con quien compartimos la maravilla- ya es un clásico. Ellos hace muy poco, con una política particularmente agresiva, lograron coronar al Cristo redentor de Rio de Janeiro como una de las siete maravillas construidas por el hombre moderno, lo cual a mí me pareció una exageración.  El gobierno brasilero, en atención a las próximas Olimpiadas de Rio 2016 y al Mundial de Fútbol 2014, incrementó hasta la saturación ese requerimiento en su pueblo en el caso de las cataratas. Ergo: como los brasileros tienen una población mucho mayor que la nuestra y fueron estimulados con mucho ardor para que voten, las cataratas han sido elegidas. Y eso hubiera sido así independientemente de lo que nosotros hagamos. Podemos hacer la plancha tranquilos- por ejemplo en el río Iguazú-. Las cataratas han sido seleccionadas porque son brasileñas, no porque son argentinas. (Aunque, hilando fino, sabemos que siendo ahora una de las siete maravillas naturales del mundo, y como el mundo es ancho y ajeno, pertenecen al orbe en su conjunto y a ningún país en particular.)
Pero qué es lo que pasó con el Gran cañón y con las cataratas Victoria. Desde que clavaron la bandera los Estados Unidos pueden reclamar a La Luna como una de sus bellezas naturales, pero no sería una de las bellezas de este mundo, por cierto. Precisamente por estos logros trascendentales y por otros no menores— EEUU corona un deportista todos los días, EEUU es noticia en todos los diarios del mundo todos los días, EEUU tiene miles de películas filmadas en el Gran cañón o en Monumental Valley que se distribuyen por todo el mundo— es que EEUU no necesita hacer una campaña por Internet para coronar maravillas. Y sumemos esto: más de la mitad del encendido de Internet se da en ese país y son virtualmente los clientes turísticos más apetecidos. (Todo lo cual hace más que obvio que somos nosotros los que tenemos que salir a buscarlos a ellos y no ellos a nosotros.)
Belleza natural reclamada por EEUU
                                               
¿Y qué hay de las cataratas Victoria? Las cataratas en cuestión son propiedad de Zambia y de Zimbaue, que creo que son dos países. Respuesta: Si no tienen electricidad, ¿cómo van a votar por internet?
No obstante lo cual, me gustaría formular algunas apreciaciones sobre estas cataratas, apelando a tu ignorancia.
Las cataratas Victoria son unos 18 metros más altas que las del Iguazú (108 de altura máxima frente a los 80 metros de la nuestra.) Pero son más estrechas por casi mil metros menos (1730 ellos; 2700 nosotros) Las del Iguazú son famosas porque en sus inmediaciones hay un mar de naturaleza (léase vegetales.) Las Victoria son famosas porque en sus alrededores se da un mar de naturaleza (léase grandes animales.) Livingstone descubrió las cataratas africanas recién en 1855, cuando las nuestras ya eran motivo de turismo hace tiempo, y las bautizó con el nombre de su reina. Las cataratas Victoria tienen un enorme puente histórico (es de 1905) que vuela junto el abismal salto de agua; las nuestras no tienen ningún valor agregado por el hombre, lo cual podría entenderse como algo a favor, o no. Las del Iguazú están llenas de turistas permanentemente, y estamos— se deja ver— empeñados en incrementar el número de visitantes. En las Victoria no hay tanta visita. El salto más importante de las misioneras se llama “La garganta del diablo”; el fondo de las cataratas africanas se llama “La piscina del diablo”. Y así podríamos seguir con las comparaciones estériles hasta que se sequen las dos cataratas.
Todo esto es cuestión de gusto y no hay nada que hacer. Pero si usted sigue mis argumentos quizás descubra algunas cataratas, como Livingstone.
Por empezar el lector tiene que saber una cosa: nadie va de vacaciones donde no conoce. Alguna foto ha visto, alguien lo asesoró sobre lo que va a encontrar, sobre lo que tiene que hacer. Hay intereses creados sobre lo que usted debe conocer y lo que no debe conocer. “Primero lo nuestro” se nos dice sin pudor para estimular el turismo en nuestro país (o lo que es igual: para inhibir el turismo afuera.) Y es por eso que nadie lo informa sobre las Cataratas Victoria. Su ignorancia al respecto es importante. (Aunque probablemente ya el lector las haya visto: recuerdo más de un artículo periodístico que habla de las cataratas del Iguazú y que iba acompañado de una foto de las cataratas Victoria. Tanto se le parecen.)
Ubicación del Pantanal
                                            Localización geográfica del Pantanal

Pero si la ignorancia sobre lugares remotos es importante, mucho más importante es mantenerlo en la ignorancia sobre las bellezas que se encuentran a la vuelta de casa.
No muchos de mis compatriotas saben ciertas cosas. Hay tres grandes esteros o pantanos en el mundo. Nosotros tenemos el estero del Iberá, que es el más pequeño.  No muy lejos de allí, casi enfrente, se encuentran los esteros del Ypoá, en Paraguay, completamente libre de turismo, donde usted puede encontrar con mayor facilidad a una boa que a un humano. Pero, sin dudas, el pantano más increíble del mundo se encuentra en la triple frontera de Brasil, Bolivia y Paraguay: allí hay de todo. Se lo conoce como El pantanal o Pantano de Cuiabá, es más grande que las tres provincias argentinas de la Mesopotamia juntas, y si yo fuese gobierno, por lógicas razones de proximidad, me encargaría de alimentar su ignorancia.
¿Y qué me dice de los glaciares? Seguramente usted no entiende porque uso el plural. Le enseñaron que solo hay uno: el Perito Moreno. No se preocupe, a los chilenos les enseñaron lo mismo: hay un solo glaciar, el San Rafael.
Estas maravillas naturales están peligrosamente cerca de nuestra frontera. Pero también hay de las otras, las maravillas hechas por el hombre. ¿Qué me cuenta de Chuquicamata? (Foto a tu derecha) Es la mina a cielo abierto más grande del mundo, y como todo lo que se encuentra en Chile está a un pasito de nosotros. Espectáculo tan increíble no he visto en mi vida. Sobre el desierto más hostil del mundo, bajo los crepúsculos más increíbles y diáfanos han creado un cráter de 1250 metros de profundidad. Es como un gran cañón del Colorado de color terroso, lleno de laberintos surcados por hombres y camiones, que desde la cima y a la distancia se contemplan como insectos, como hormigas a las que les hubieran barrido el hormiguero e intentaran escapar hacia abajo, infinitamente, porque la profundidad de la mina se incrementa minuto a minuto. Son 1250 1251 1252 metros de belleza.
Y de las maravillas construidas por el hombre con domicilio muy cercano a la Argentina la represa de Itaipú, hasta ayer nomás la más grande del mundo, a solo 16 KM de la frontera, es un caso que merece un párrafo aparte.
Las cataratas Saltos del Guairá (foto a la izquierda) ya no existen. La construcción de Itaipú hizo crecer el nivel de las aguas del Paraná y las tapó. Solo nos quedan las fotos. Siete saltos de 40 metros que constituían las cataratas más importantes de América, después de las del Iguazú, y por encima de las del Niágara. Hoy están bajo las aguas, pero cuando las aguas bajan se pueden apreciar ciertos saltitos de uno o dos metros en el interior de la enorme laguna que creó la represa: los últimos estertores de una belleza enferma. Y aunque parezca increíble yo tengo ganas de ir a visitarlas.[1]
Pero si tenemos los ojos vendados a lo que tenemos cerca de la frontera, ¿Qué decir de lo que tenemos cerca de nuestra casa (léase Buenos Aires.)? Por empezar les quiero dar un ejemplo menor, pero conmovedor para su ignorancia: la Catarata del arroyo Pavón. (Foto derecha) Quedan a escasos 300 KM, apenas se pasa a la provincia de Santa Fe, cerca de la localidad del mismo nombre. Son 9 metros de caída, no hay turistas, hay buena pesca e incluso se puede dar un buen baño.
Con la excepción de los escritos de Claudio María Domínguez, los argentinos no contamos aún con bellezas hechas por el hombre. Por eso es que dejé para el final los mejores ejemplos de maravillas naturales argentinas.
El porteño suele veranear en el mar y pasar el invierno en las sierras, lo cual es la consecuencia lógica de que en Buenos Aires no haya ninguna de las dos cosas. Pero hay más. Se eligen estos dos lugares no porque sean los mejores, sino porque son los más cercanos. A ningún polaco, por caso, se le va a ocurrir visitar las cierras de Córdoba. Todo esto no guarda ninguna novedad, pasa en todos lados. Lo realmente novedoso es que no vean como una singularidad planetaria las tres maravillas que tienen (tenemos) al alcance de los ojos, acá mismo; un enorme mar dulce (el Río de la Plata); uno de los deltas más grandes del mundo y la soberbia majestuosidad de la pampa.[2] Tengo para mí que muy pocos han votado por estas tres maravillas, y que los que lo hicieron son extranjeros, quizás polacos.
Ya voy a escribir in extensum sobre nuestro ancho río: hoy alcanza con decir que en sus aguas están las aguas de las cataratas del Iguazú, las del Moconá, las del Itaipú y del Guairá, las del Pavón, las aguas de los esteros del Iberá, del Ypoá y del Pantanal. Sobre su cuenca están asentadas dos de las ciudades más grandes del mundo, y creo yo no pasa eso con ninguna cuenca en el planeta. Una de ellas es la Reina del Plata. La otra—cosa que pocos porteños saben—es la ciudad más grande del hemisferio sur: San Pablo. (Paris tiene el Sena; Roma tiene el Tiber; Florencia tiene el Arno y San Pablo tiene el Tiete, su río por excelencia. El Tiete es un afluente izquierdo del Paraná y el Paraná vierte sus aguas en el Plata. Todas las inmundicias que arrojan los paulistas a su río llegan al nuestro.) Todas estas maravillas de nuestro extraño río son acaso más intelectuales y de delectación más difícil y por tanto menos masiva. Pero yo las prefiero.[3]
Con el delta pasa algo parecido a lo que sucede con Chuquicamata, crece de día en día. Cuando llegó Solis se conjetura que no existía, y en 400 años dicen que está destinado a desaparecer. Cierto que al lado del los otros grandes deltas, el del Tigris- Eufrates, el Nilo y el Ganges, no tiene historia. Pero tiene cosas interesantes: la casa de Sarmiento y la de Lugones son las más conocidas. Pero hay otras, más domésticas: la casa del campeón de lancha Daniel Scioli. La casa se la compró Scioli al almirante Massera: yo lo sé…[4] Podemos adicionarle alguna batalla librada con éxito por William Brown (Juncal) y poco más. Pero por supuesto la singularidad mayor, lo que lo hace único,  es su falta de historia.
A la pampa quisiera algún día dedicarle un libro. Desde Darwin hasta José Bao se le ha tirado chorros de tinta. Es, y no tengo dudas, nuestra mayor distinción. Sarmiento escribió profusamente sobre La Pampa y aún no la conocía. Y es que pensar en argentina es un poco pensar en La Pampa; esa habitación sin asientos para los pájaros, como la definió magistralmente Jules Huret, atendiendo a que en la Pampa, originalmente, no había árboles; esa excusa de Estrada y de Borges; ese suburbio del mar.
Yo hubiera votado por la Pampa.
Sin embargo, voté por las cataratas. Lo hice con el sentido político, que es el sentido del tacto. No con el sentido del corazón, que es el gusto.
Noviembre 2011




[1] Ypoá, Cuiabá, Paraná, Uruguay, Iguazú, Guaira, Moconá, Itaipú, yaciretá se diría que el turismo y el idioma Guaraní van de la mano.
[2] Sobre otro ejemplo de lo que tenemos enfrente de los ojos y no podemos ver precisamente por eso mismo, El prepucio de Durkheim, en este blog.
[3] Sobre mis preferencias turísticas me remito a La ciudad bajo el volcán, en este blog.
[4] Con esto no digo nada en particular; solo indico una coincidencia histórica.

sábado, 12 de noviembre de 2011

Los Animales Mágicos

Los Animales Mágicos (y los espejos de colores)

El sol siempre salió de día y las estrellas iluminaron la noche. Al otoño siempre sucedió el invierno, la primavera y el verano... y el otoño. Los ciclos naturales no son novedosos.
Pero en la baja Edad Media la naturaleza podía ser alterada. La experiencia inmediata indicaba irrefutablemente que los animales poseen dos ojos, que los perros no vuelan. Un hombre cualquiera posiblemente en toda su vida abandonara su comarca. Los viajes eran patrimonio de unos pocos. La experiencia nunca fue tan inmediata. Pero alguien, habiendo peregrinado a Tierra Santa, podía afirmar que en los mares lejanos existían cerdos de cinco patas con branquias. ¿Qué podía decir ante esta afirmación nuestro amigo que nunca dejó su comarca? ¿Qué podía decir si casi con seguridad nunca conoció el mar? Seguro que su sorpresa y su escepticismo estarían más en la información sobre una porción de agua tan enorme, que posee abundante sal, ese aderezo que sólo alguna vez se llevó a la boca.
Era un mundo cerrado, con caminos escasos y cortos, casi sin puentes, caminos por donde no transitaban libros, ni personas, ni monedas, ni ideas, aunque probablemente sí cerdos con branquias. Y lo más perturbador para las modernas mentes: no había imágenes. A lo sumo en alguna iglesia podía encontrarse un Cristo, cuya mismas representación, por el hecho de ser excluyente,  hablaba fuerte de su existencia. Acaso algunas gárgolas incrustadas en la fachada de la iglesia reforzaban la idea de animales así concebidos. Pero el resto era la nada.
La imagen era la imaginación. Y la imaginación todo lo podía.   Si la observación directa indicaba que no habia novedades, las cosas podan ser de otra manera en lugares remotos. (Y los lugares remotos se ubicaban a tan solo 50 o 100 kilómetros.) Dragones, pájaros grifos, unicornios, pigmeos con cuernos, gigantes azules, todo era posible. Castillos encantados, ciudades sin enfermedades, países bajo las olas, parajes infernales escondidos en algún bosque u hombres sin cabeza conviviendo en las profundidades de los montes Pirineos[1].
La irrealidad y la realidad – probablemente en ese orden—se tocaban y confundían. Las propiedades del infierno y el paraíso eran detalladas con precisión, y estos llegaban a cobrar visos de realidad irrefutable, siendo solo la extensión de un imaginario que todo lo abarcaba, lo profano y lo sagrado. Los ungidos de Dios y los inclinados al demonio, los visionarios y los curanderos, los que apelaban a martirizar el cuerpo y los fabricantes de prodigios y maravillas, todos eran confundidos y superpuestos. Así, como no creer en milagros que transmitía la fría letra, cuyo agente era un judío muerto hace ya tanto? Como no creer en la edad de Matusalén y en la multiplicación de los panes, en la cura del ciego y del cojo, habiendo cantidad de milagros semejantes a la vuelta de la comarca?
Dante, que solo constituye un residuo de esta mentalidad porque era un hombre de la civilizada Italia del norte, que ya estaba entrando en los tiempos modernos, y un letrado hombre de ciudad, es un comentario obligado a esta altura. Sus monstruosas visiones del infierno son un tanto ingenuas para nosotros, que desde Robert Hooke conocemos con precisión la arquitectura de una cucaracha y de un piojo. Lo suyo era una limitación natural en su tiempo que consistía en fusionar un perro con una cabra y adicionarle dientes de jabalí y patas de gallina. Por supuesto, toda descripción de lo desconocido parte de lo que se conoce, y Dante no conocía lo que son los peces abisales, que son asquerosos pero asquerosos de verdad, y probablemente tampoco tenia interés en el reino animal. Entre el Apocalipsis de Juan y la Comedia no hay gran diferencia en lo que fauna exótica respecta.
Y es que lo monstruoso es cuestión de costumbre: los nenes de hoy se ríen de las boberías que a nosotros nos daban miedo; los inventos de Giger (Alien o Depredador) son demasiados antropoides para un paladar acomodado al terror; los malayos comen insectos hasta que se hartan y los entomólogos no se asustan de nada. En el film Sweeney Todd de Tim Burton se cortan tantas cabezas que uno pasa del susto a la risa.
Pero no todos fueron crédulos en la Edad Media. Seguramente muchos no le creyeron a Brunetto Latini cuando describe con exactitud a ese animal que hoy conocemos como cocodrilo. El autor mismo parece asombrarse de su hallazgo.  Y podemos imaginar la descripción de otro argonauta que nos cuenta de un animal de patas largas y cuello que supera los dos metros de largo, amarillo, de ojos dulces como un camello, que hoy sabemos existe. O de ese otro cerdo sin pelos, de larga trompa, pesado y enorme, que asusta con su misma presencia y que para colmo nunca va solo, bueno con los hombres de extraños pueblos que saben someterlo y aplicarlo al paseo y a la guerra. No es fácil creer cosa semejante, tampoco en la Edad Media. Isaac Asimov  nos cuenta sobre el simio berebere, ese al que el poeta romano Ennio llamo “la mas vil de las bestias” porque se parecía al poeta Ennio.

“En la época medieval, cuando el carácter único y la supremacía del hombre se convirtieron en un dogma inatacable, la existencia del simio resultaba mas irritante. Se le identificaba con el diablo. Después de todo el diablo era un ángel caído y deformado, y bien podía el simio ser creado a su imagen, de la misma manera que el hombre habia sido creado a la imagen de Dios.”2

Luego Asimov nos cuenta sobre el terremoto que, ya en la modernidad, resulto de los primeros europeos que se vieron cara a cara con un orangután y un gorila.
No es difícil imaginar el impacto que causaron ya en el XIX las primeras representaciones de dinosaurios y de otros bichos extintos. A ningún medieval se le hubiese ocurrido la representación de un Stegosaurus o de un Argentinosaurus, esa bestia de 40 metros y 80 toneladas. El mito musulmán del ave Roc, que maravilló a Marco Polo y al escritor de Las Mil Y Una Noches, parece una cría del Quetzalcoatlus por su tamaño. ¿Quién podía concebir estas maravillosas creaciones de Dios haya por el XIII?3
Muchas islas del Atlántico eran inexistentes. Entre ellas hubo dos que, al menos en el nombre, como se sabe, tuvieron fortuna: Antilla y Brasil, que con el tiempo llegaron a señalar lugares reales. Y otras no tuvieron fortuna; como las Afortunadas, la de Los Muertos y hasta el mismísimo Paraíso, que finalmente Colón cree encontrar en la desembocadura del Orinoco, durante su tercer viaje. Incluso islas fabuladas, que en realidad, se afirmaba, eran el lomo de alguna bestia en reposo, como el Zaratán musulmán del siglo IX, la ballena de San Brandán (que por sus implicancias religiosas parece prefigurar a Maby Dick), o el Kraken, dado a conocer por el obispo de Brergen, Noruega. 4
En el fabuloso (en todo sentido) El Imperio Español, de Hugh Thomas se describe el primer encuentro entre culturas. Describe (lo malo del libro es que es meramente descriptivo) lo que intercambiaron los conquistadores con los indios.
Y acá es importante aclarar una cosa. Los indios nunca habían visto espejos de colores, y si yo hubiese sido ese indio jefe le hubiera dado a Don Cristóbal hasta el culo con tal de poseer uno. Pero el almirante, pese a su larga travesía, no le pidió otra cosa que comida. El jefe, obnubilado con los espejos (imagino que nunca había visto su rostro con tanto detalle) quería más. Colón, que ya estaba saciado y no tenía tanto apuro, pidió que le traigan en a su presencia algún otro ofrecimiento. El indio dio una orden y uno de los suyos trajo una hembra. Colón era muy religioso (o exquisito) y negó ese manjar a los suyos y a él mismo. Entonces fue que le trajeron dos cosas: Un loro y un pedazo de algodón. Quieren, aquellos que no razonan con rectitud, que los visitantes se impresionaron con el bicho. Es verdad que repetía todo lo que le decían. Era un pajarraco que habla y que aprendía el castellano con mayor rapidez que los indios y que los lactantes. Pero, quienes piensan así olvidan que todo era posible para esas mentes medievales. Todo era distinto en esas tierras. Lo único raro hubiera sido encontrarse con algo ya conocido. Por eso estoy seguro que se llevaron una sorpresa con el algodón.


                                                                                                          Noviembre de 2oo8



[1] Enumerados en La revolución burguesa en el mundo feudal: José Luis Romero; Primera parte, Cáp. 4.
2 Issac Asimov, Mirar a un mono largo rato. En El secreto del universo y otros ensayos.
3 Borges, en su Libro de los seres imaginarios, pasa revista a varias creaciones, como el Fénix o el Unicornio. Pero a Jorge Luis lo que menos le importa es esta clase de bichos fabulosos. Propende irresistiblemente hacia las criaturas metafísicas de Swedemborg o Condillac, las poblaciones especulares (Animales de los espejos-El doble), las creaciones “literarias” (el Golem), o las sutilezas (Los seres térmicos.) Este tipo de vida puede ser compendiado en un tercer grupo, porque son imaginados, pero también son patrimonios demasiado humanos.
4 En el “bestiario” de Borges este cifra sus esperanzas de que el Moby Dick haya sido prefigurado por un bestiario anglosajón, El códice de Exeter. Pero esto es desde todo punto de vista inaceptable. La historia de San Brandán, un religioso que sucumbe a la ballena, es la más popular de todas las enumeradas por el escritor, y desde ya que debió ser la más famosa para Melville. En la enumeración que principia el texto no hay mención de este códice. Parece tener nuestro escritor un apuro de originalidad, y es conocida la falta de predisposición de Borges hacia la iglesia de Roma. (Ver El Zaratán, en El libro de los seres Imaginarios.) En su afán de originalidad, Georgi minimiza al Kraken frente al Zaratán (Ver El Kraken) y omite incluir al Moby Dick en su bestiario.