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domingo, 20 de noviembre de 2011

Catarata de ignorancia

Catarata de ignorancia
Recientemente se han dado a conocer las siete maravillas naturales el mundo, entre las que se encuentran las cataratas del Iguazú. Por supuesto estamos contentos y no es para menos. Le conviene al turismo, le conviene al gobierno, les conviene a los misioneros y a los potenciales turistas. Pero detrás de todo esto hay cosas inconfesables por parte del gobierno y de los medios, y yo aquí estoy para llenar ese silencio.
En primer lugar me llamó la atención las ausencias, entre las siete seleccionadas,  del gran cañón del Colorado y de las cataratas Victoria. Para comprender estas inexplicables omisiones basta con dar a conocer el modo en que se ha votado por las ganadoras (por Internet) y las políticas de estado llevadas a cabo para que la gente vote.
En nuestro país se hizo una débil campaña con afiches que invitaba a la población a votar por nuestras cataratas. Esto en Brasil- con quien compartimos la maravilla- ya es un clásico. Ellos hace muy poco, con una política particularmente agresiva, lograron coronar al Cristo redentor de Rio de Janeiro como una de las siete maravillas construidas por el hombre moderno, lo cual a mí me pareció una exageración.  El gobierno brasilero, en atención a las próximas Olimpiadas de Rio 2016 y al Mundial de Fútbol 2014, incrementó hasta la saturación ese requerimiento en su pueblo en el caso de las cataratas. Ergo: como los brasileros tienen una población mucho mayor que la nuestra y fueron estimulados con mucho ardor para que voten, las cataratas han sido elegidas. Y eso hubiera sido así independientemente de lo que nosotros hagamos. Podemos hacer la plancha tranquilos- por ejemplo en el río Iguazú-. Las cataratas han sido seleccionadas porque son brasileñas, no porque son argentinas. (Aunque, hilando fino, sabemos que siendo ahora una de las siete maravillas naturales del mundo, y como el mundo es ancho y ajeno, pertenecen al orbe en su conjunto y a ningún país en particular.)
Pero qué es lo que pasó con el Gran cañón y con las cataratas Victoria. Desde que clavaron la bandera los Estados Unidos pueden reclamar a La Luna como una de sus bellezas naturales, pero no sería una de las bellezas de este mundo, por cierto. Precisamente por estos logros trascendentales y por otros no menores— EEUU corona un deportista todos los días, EEUU es noticia en todos los diarios del mundo todos los días, EEUU tiene miles de películas filmadas en el Gran cañón o en Monumental Valley que se distribuyen por todo el mundo— es que EEUU no necesita hacer una campaña por Internet para coronar maravillas. Y sumemos esto: más de la mitad del encendido de Internet se da en ese país y son virtualmente los clientes turísticos más apetecidos. (Todo lo cual hace más que obvio que somos nosotros los que tenemos que salir a buscarlos a ellos y no ellos a nosotros.)
Belleza natural reclamada por EEUU
                                               
¿Y qué hay de las cataratas Victoria? Las cataratas en cuestión son propiedad de Zambia y de Zimbaue, que creo que son dos países. Respuesta: Si no tienen electricidad, ¿cómo van a votar por internet?
No obstante lo cual, me gustaría formular algunas apreciaciones sobre estas cataratas, apelando a tu ignorancia.
Las cataratas Victoria son unos 18 metros más altas que las del Iguazú (108 de altura máxima frente a los 80 metros de la nuestra.) Pero son más estrechas por casi mil metros menos (1730 ellos; 2700 nosotros) Las del Iguazú son famosas porque en sus inmediaciones hay un mar de naturaleza (léase vegetales.) Las Victoria son famosas porque en sus alrededores se da un mar de naturaleza (léase grandes animales.) Livingstone descubrió las cataratas africanas recién en 1855, cuando las nuestras ya eran motivo de turismo hace tiempo, y las bautizó con el nombre de su reina. Las cataratas Victoria tienen un enorme puente histórico (es de 1905) que vuela junto el abismal salto de agua; las nuestras no tienen ningún valor agregado por el hombre, lo cual podría entenderse como algo a favor, o no. Las del Iguazú están llenas de turistas permanentemente, y estamos— se deja ver— empeñados en incrementar el número de visitantes. En las Victoria no hay tanta visita. El salto más importante de las misioneras se llama “La garganta del diablo”; el fondo de las cataratas africanas se llama “La piscina del diablo”. Y así podríamos seguir con las comparaciones estériles hasta que se sequen las dos cataratas.
Todo esto es cuestión de gusto y no hay nada que hacer. Pero si usted sigue mis argumentos quizás descubra algunas cataratas, como Livingstone.
Por empezar el lector tiene que saber una cosa: nadie va de vacaciones donde no conoce. Alguna foto ha visto, alguien lo asesoró sobre lo que va a encontrar, sobre lo que tiene que hacer. Hay intereses creados sobre lo que usted debe conocer y lo que no debe conocer. “Primero lo nuestro” se nos dice sin pudor para estimular el turismo en nuestro país (o lo que es igual: para inhibir el turismo afuera.) Y es por eso que nadie lo informa sobre las Cataratas Victoria. Su ignorancia al respecto es importante. (Aunque probablemente ya el lector las haya visto: recuerdo más de un artículo periodístico que habla de las cataratas del Iguazú y que iba acompañado de una foto de las cataratas Victoria. Tanto se le parecen.)
Ubicación del Pantanal
                                            Localización geográfica del Pantanal

Pero si la ignorancia sobre lugares remotos es importante, mucho más importante es mantenerlo en la ignorancia sobre las bellezas que se encuentran a la vuelta de casa.
No muchos de mis compatriotas saben ciertas cosas. Hay tres grandes esteros o pantanos en el mundo. Nosotros tenemos el estero del Iberá, que es el más pequeño.  No muy lejos de allí, casi enfrente, se encuentran los esteros del Ypoá, en Paraguay, completamente libre de turismo, donde usted puede encontrar con mayor facilidad a una boa que a un humano. Pero, sin dudas, el pantano más increíble del mundo se encuentra en la triple frontera de Brasil, Bolivia y Paraguay: allí hay de todo. Se lo conoce como El pantanal o Pantano de Cuiabá, es más grande que las tres provincias argentinas de la Mesopotamia juntas, y si yo fuese gobierno, por lógicas razones de proximidad, me encargaría de alimentar su ignorancia.
¿Y qué me dice de los glaciares? Seguramente usted no entiende porque uso el plural. Le enseñaron que solo hay uno: el Perito Moreno. No se preocupe, a los chilenos les enseñaron lo mismo: hay un solo glaciar, el San Rafael.
Estas maravillas naturales están peligrosamente cerca de nuestra frontera. Pero también hay de las otras, las maravillas hechas por el hombre. ¿Qué me cuenta de Chuquicamata? (Foto a tu derecha) Es la mina a cielo abierto más grande del mundo, y como todo lo que se encuentra en Chile está a un pasito de nosotros. Espectáculo tan increíble no he visto en mi vida. Sobre el desierto más hostil del mundo, bajo los crepúsculos más increíbles y diáfanos han creado un cráter de 1250 metros de profundidad. Es como un gran cañón del Colorado de color terroso, lleno de laberintos surcados por hombres y camiones, que desde la cima y a la distancia se contemplan como insectos, como hormigas a las que les hubieran barrido el hormiguero e intentaran escapar hacia abajo, infinitamente, porque la profundidad de la mina se incrementa minuto a minuto. Son 1250 1251 1252 metros de belleza.
Y de las maravillas construidas por el hombre con domicilio muy cercano a la Argentina la represa de Itaipú, hasta ayer nomás la más grande del mundo, a solo 16 KM de la frontera, es un caso que merece un párrafo aparte.
Las cataratas Saltos del Guairá (foto a la izquierda) ya no existen. La construcción de Itaipú hizo crecer el nivel de las aguas del Paraná y las tapó. Solo nos quedan las fotos. Siete saltos de 40 metros que constituían las cataratas más importantes de América, después de las del Iguazú, y por encima de las del Niágara. Hoy están bajo las aguas, pero cuando las aguas bajan se pueden apreciar ciertos saltitos de uno o dos metros en el interior de la enorme laguna que creó la represa: los últimos estertores de una belleza enferma. Y aunque parezca increíble yo tengo ganas de ir a visitarlas.[1]
Pero si tenemos los ojos vendados a lo que tenemos cerca de la frontera, ¿Qué decir de lo que tenemos cerca de nuestra casa (léase Buenos Aires.)? Por empezar les quiero dar un ejemplo menor, pero conmovedor para su ignorancia: la Catarata del arroyo Pavón. (Foto derecha) Quedan a escasos 300 KM, apenas se pasa a la provincia de Santa Fe, cerca de la localidad del mismo nombre. Son 9 metros de caída, no hay turistas, hay buena pesca e incluso se puede dar un buen baño.
Con la excepción de los escritos de Claudio María Domínguez, los argentinos no contamos aún con bellezas hechas por el hombre. Por eso es que dejé para el final los mejores ejemplos de maravillas naturales argentinas.
El porteño suele veranear en el mar y pasar el invierno en las sierras, lo cual es la consecuencia lógica de que en Buenos Aires no haya ninguna de las dos cosas. Pero hay más. Se eligen estos dos lugares no porque sean los mejores, sino porque son los más cercanos. A ningún polaco, por caso, se le va a ocurrir visitar las cierras de Córdoba. Todo esto no guarda ninguna novedad, pasa en todos lados. Lo realmente novedoso es que no vean como una singularidad planetaria las tres maravillas que tienen (tenemos) al alcance de los ojos, acá mismo; un enorme mar dulce (el Río de la Plata); uno de los deltas más grandes del mundo y la soberbia majestuosidad de la pampa.[2] Tengo para mí que muy pocos han votado por estas tres maravillas, y que los que lo hicieron son extranjeros, quizás polacos.
Ya voy a escribir in extensum sobre nuestro ancho río: hoy alcanza con decir que en sus aguas están las aguas de las cataratas del Iguazú, las del Moconá, las del Itaipú y del Guairá, las del Pavón, las aguas de los esteros del Iberá, del Ypoá y del Pantanal. Sobre su cuenca están asentadas dos de las ciudades más grandes del mundo, y creo yo no pasa eso con ninguna cuenca en el planeta. Una de ellas es la Reina del Plata. La otra—cosa que pocos porteños saben—es la ciudad más grande del hemisferio sur: San Pablo. (Paris tiene el Sena; Roma tiene el Tiber; Florencia tiene el Arno y San Pablo tiene el Tiete, su río por excelencia. El Tiete es un afluente izquierdo del Paraná y el Paraná vierte sus aguas en el Plata. Todas las inmundicias que arrojan los paulistas a su río llegan al nuestro.) Todas estas maravillas de nuestro extraño río son acaso más intelectuales y de delectación más difícil y por tanto menos masiva. Pero yo las prefiero.[3]
Con el delta pasa algo parecido a lo que sucede con Chuquicamata, crece de día en día. Cuando llegó Solis se conjetura que no existía, y en 400 años dicen que está destinado a desaparecer. Cierto que al lado del los otros grandes deltas, el del Tigris- Eufrates, el Nilo y el Ganges, no tiene historia. Pero tiene cosas interesantes: la casa de Sarmiento y la de Lugones son las más conocidas. Pero hay otras, más domésticas: la casa del campeón de lancha Daniel Scioli. La casa se la compró Scioli al almirante Massera: yo lo sé…[4] Podemos adicionarle alguna batalla librada con éxito por William Brown (Juncal) y poco más. Pero por supuesto la singularidad mayor, lo que lo hace único,  es su falta de historia.
A la pampa quisiera algún día dedicarle un libro. Desde Darwin hasta José Bao se le ha tirado chorros de tinta. Es, y no tengo dudas, nuestra mayor distinción. Sarmiento escribió profusamente sobre La Pampa y aún no la conocía. Y es que pensar en argentina es un poco pensar en La Pampa; esa habitación sin asientos para los pájaros, como la definió magistralmente Jules Huret, atendiendo a que en la Pampa, originalmente, no había árboles; esa excusa de Estrada y de Borges; ese suburbio del mar.
Yo hubiera votado por la Pampa.
Sin embargo, voté por las cataratas. Lo hice con el sentido político, que es el sentido del tacto. No con el sentido del corazón, que es el gusto.
Noviembre 2011




[1] Ypoá, Cuiabá, Paraná, Uruguay, Iguazú, Guaira, Moconá, Itaipú, yaciretá se diría que el turismo y el idioma Guaraní van de la mano.
[2] Sobre otro ejemplo de lo que tenemos enfrente de los ojos y no podemos ver precisamente por eso mismo, El prepucio de Durkheim, en este blog.
[3] Sobre mis preferencias turísticas me remito a La ciudad bajo el volcán, en este blog.
[4] Con esto no digo nada en particular; solo indico una coincidencia histórica.

sábado, 12 de noviembre de 2011

La ciudad bajo el volcan

La ciudad bajo el volcan
Solo unos pocos  tienen acceso a P...., la ciudad más pacifica del mundo. Quiero confesarles porque quiero conocer P..., porque la juzgo un tesoro de la humanidad que los intelectuales aun no valoran, e incluso quiero hablarles de porqué no valoro en absoluto a los intelectuales.

El fuego renovó Londres y Chicago. Los terremotos barrieron San Francisco y Tokio, y nuevas ciudades con el mismo nombre crecieron es sus lugares. Katrina le dio una paliza a las preservadas viviendas del centro de Nueva Orleáns. Algo más puede decirse sobre Berlín o Dresde, que fueron reducidas a cero por los bombardeos y que renacieron de sus plomos. O sobre Buenos Aires, que en los anos treinta sufrió un lifting del que hoy nadie se arrepiente. Y podemos agregar alguna pequeña ciudad como Federación, en Entre Ríos, que fue sumergida por una represa y vuelta a edificar en sus inmediaciones. Todas ellas salieron del otro lado de los incendios, de los terremotos, de los huracanes y maremotos, de las bombas, de las inundaciones, de las profundas innovaciones como ciudades nuevas y a la vez con pedigrí, con historia. Es más: cada uno de los percances que padecieron alimento el fondo común de la historia de cada una de estas ciudades.
Hay motivos sobrados para que ciertas ciudades no desaparezcan, para que se recreen en caso de desaparecer. Troya fue fundada infinidad de veces. Los fundadores no eran tercos. La volvían a fundar en el mismísimo lugar por un determinismo geopolítico que dice que las ciudades están donde tienen que estar, y no donde quieren estar. Todas las culturas dejaron a Constantinopla, a Bizancio, a Estambul sobre el estrecho del Bósforo, haciendo abstracción de los frecuentes terremotos que coinciden en ese estrecho (y paradójicamente hoy sabemos que ese estrecho es producto de los sismos.) Sarmiento manifestó que la única salida que tenia el federalismo, para que Buenos Aires dejara de ser el centro del país, era cambiar el curso de los ríos Paraná y Uruguay, que desembocan en sus inmediaciones. – En realidad es Buenos Aires la que esta en las inmediaciones de esos ríos—.
Pero no todas las ciudades que desaparecen vuelven a aparecer. Y algunas retornan después de una enormidad, con identidad poco alterada. Acaso el ejemplo mas intelectualizado sea el de Pompeya y Herculano, sepultadas por la lava en el 79 y preservadas intactas hasta el día de hoy, al menos hasta que venza la última tregua con el Vesubio.1 De alguna manera estas ciudades permanecen sepultadas porque no cumplen su función de tales. No obstante nos proporcionan una mirada insoslayable sobre la cotidiana vida de la Roma antigua. Y—obviamente— son el ágape de los arqueólogos y de los intelectuales.
¡Y cómo no serlo! Los intelectuales, en general, mueren por el pasado. Para ellos es más importante conocer las ruinas de Roma, un imperio que se extinguió hace mil quinientos años, que conocer la ciudad de Nueva York, que es la ciudad imperial de la actualidad, algo así como la capital del mundo. Y es que, como buenos intelectuales, prefieren “reconocer” antes que “conocer”
Claro que esto es cuestión de gustos, pero cuando un gusto se generaliza hay algo que anda mal. En primer lugar es mentira que la gente vaya de vacaciones a dónde no conoce. Lo mismo pasa con los intelectuales: van a conocer (reconocer) lo que han leído. Se maravillan con Pompeya. Todo está tan silencioso e imperecedero. Las columnas, los teatros, los templos. Se encuentran los moldes en yeso de las últimas posiciones asumidas por las víctimas. Una madre le cubre la cara a su hijo. Un anciano parece resignarse a la muerte. Los perros y los gladiadores permanecen encadenados. Y muchos toman naturalmente la posición fetal que tan bien nos protege. Pero estos intelectuales, por un inherente deseo de mediatizar los hechos, necesitan románticamente pensar en el pasado: Como Séneca, que abjuraba de los circos y del teatro, y, en el fondo, de todo lo romano, para exaltar a otros pueblos, preferentemente más antiguos, idealizados hasta la demencia.2

En P.... es diferente. En P.... vive gente. Al menos vive la poca gente que se anima. Quienes trabajan en P... lo hacen a desgano. Son muy bien pagados, sin dudas, pero tampoco van a deslomarse trabajando cuando la oferta laboral es casi nula. Los trabajadores de P... no viven en P... Quienes viven en P... no trabajan. Quizás algunas veces al ano se dedican a cosechar la tierra. De lo otro, de lo material, no les falta nada. Nada les impide abandonar P... Los obreros que trabajan en la ciudad los impelen para que se marchen. Ellos resisten como el primer día. Y es que P... es hermosa, tiene todo.

Cuentan que el primero que reportó la existencia de Pompeya enterrada fue el célebre arquitecto Domenico Fontana. Pero cuando la escueta comunidad intelectual de siglo XVI lo interrogó sobre el asunto, Fontana indicó que se trataba de un malentendido: el que se había hecho eco del hallazgo era un campesino bruto que el arquitecto casualmente tenía como obrero. Pero la historia más verosímil dice otra cosa. Sacó a la luz pinturas eróticas y esculturas de Príapo, que los romanos solían tener en los jardines.3 Parece que Fontana decidió tapar lo encontrado por temor a que se difunda lo que su época seguramente no hubiera aceptado.
Hoy, igualmente, el lupanar de Pompeya está a la vista de todos. Enormes pinturas pornográficas reciben al visitante. Pero el intelectual pone cara de concentración, como si las prostitutas fueran casa del pasado.

Nadie quiere visitar P...,. Quienes llegan lo hacen como temerarios y terminan por quedarse a vivir. O, en otros casos, terminan por frecuentar tanto P... que sus habitantes los toman mas como familiares que como turistas. Los que salen informan que no hay gente más hospitalaria ni más limpia. La ropa es lavada por todos sus habitantes no menos de dos veces al día, en el río de P, que es de un agua cristalina. La basura es sacada puntualmente a las ocho de la noche, y en esa tarea se discrimina los plásticos de los vidrios, los papeles y cartones de los desechos orgánicos. Los muertos, cuando los hay, son incinerados y expulsados al espacio.

No hace mucho, los arqueólogos han encontrado un hotel en  Pompeya. No difiere mucho del lupanar. La diferencia es que las prostitutas, esclavas griegas en su mayoría, eran asignadas por largo plazo a los clientes. Lo que impresionó al incauto intelectual que gusta de estas cosas es que el mismo albergaba a la intelectualidad de la época. (Porque los intelectuales están creídos que todo cambia, menos ellos mismos.)
A decir verdad,  no creo que exista una clase de hombres que se llamen intelectuales. Muchas veces los que así se llaman confunden la capacidad de asombro—que considero un rasgo que debe poseer el intelectual—con el asombro estúpido, que es ese que nace precisamente de la falta de intelección, de la suposición de que todo intelectual es inteligente, lo cual es a todas luces falso. Los verdaderos, por lo menos aquellos que merecen mi estima, están de paseo por la ciudad de P…***

Chernóbil, en el extremo norte de Ucrania, es una vieja ciudad que se hizo célebre por estar cerca de la central atómica que explotó en 1986. La explosión no hizo mucho daño a esta gente: apenas trajo algún hijo con dos cabezas, producto de la radiación,o algún rabo entre las nalgas de un bebé. La historia de Chernóbil, en los últimos cien años, así lo demuestra. En 1933 fue víctima del holomor, como se conoce al genocidio ucraniano, impartido por Stalin, que consistió en matar literalmente millones de seres por inanición. Menos de diez años después llegaron las alemanes y se quedaron un par de añitos, y no hace falta decir de lo que son capaces. Comparativamente, como se ve, lo de la central nuclear no fue nada.
Nadie construyó tantas ciudades en toda la historia como lo hicieron los soviéticos. Levantaban ciudades en cuestión de días. De modo que cuando hicieron la central atómica, que se encuentra a varios kilómetros de Chernóbil, alguien tuvo la genial idea de levantar una nueva ciudad para los más de 20 mil operarios, junto al depósito de plutonio. Y la población inicial para esta nueva sería transplantada desde Chernóbil.
Y así, en 1970 nacía Prípiat, la P… de que les hablaba. La ciudad se llenó de torres de departamento, escuelas, comisarias, iglesias, y todo lo que supone una ciudad. A 16 años de su fundación tenía cerca de 50 mil habitantes. Pedirle personalidad a una ciudad planificada y recién construida era una petición irracional. Pero el plutonio le tenía reservado otra cosa a Prípiat.
Hoy Prípiat está dentro de la zona de exclusión de la vieja central atómica. El acceso está restringido a técnicos que reparan el daño y a los residentes que, a pesar de la férrea mano del comunismo, nunca quisieron abandonar su ciudad. Hoy Prípiat es un fantasma, pero con personas. No son más de cincuenta. Cincuenta fantasmas. Gustan de narrar su resistencia ante la expulsión obligada. Afirman que el plutonio no hace nada, o que la medida preventiva de sacarlos de allí fue exagerada. Como aún respiran y se los ve sanos, parece que tienen razón.
El plutonio es la lava del siglo XX. Es lo que va a dejar intacto a Prípiat por 25 milenios. Mucho más intacto y mucho más tiempo que Pompeya.
En 1991 se dio un hecho que nadie previó y que aún aturde: cayó la Unión Soviética. Los monumentos, los emblemas, y todo el modo de vida comunista fueron destruidos. Pero en Prípiat todo siguió igual. Como los vecinos son escasos para ciudad tan grande, no pudieron evitar que líquenes y hongos se aferren a muchas construcciones (lo cual a mi paladar lo torna más bello.)
Hoy Prípiat es un museo del extinto régimen. Incluso tiene un hotel, que es frecuentado por los pocos, poquísimos que se le animan. Son locos, son intelectuales. Los de verdad. Y lo más notable: podemos estar razonablemente seguros que será la joya arqueológica dentro ¡de 250 siglos¡
Ya hoy sorprende el mobiliario intacto de los 80. Y solo han pasado 22 años.
Quiero conocer Pripiat.
                                                                                                          Noviembre 2oo8



1 El tema es complicado. La ciudad que Nápoles bien pudo haber sido bautizada como Pompeya, y así Pompeya nunca haber desaparecido totalmente, como se da en el caso de Federación o Buenos Aires. Todo se reduce a un problema de nomenclatura. Un caso significativo es el de la ciudad más vieja de nuestro país. Santiago es el producto del tercer traslado de la ciudad de Barco, que efectúa Francisco de Aguirre, siguiendo órdenes de Valdivia. Francisco, que era un rana bárbaro, tuvo la genial estrategia de rebautizar Barco como Santiago, y así entrar en los libros de historia. Definitivamente, el nombre es lo más importante.
2 En realidad séneca era más romano que los acueductos y sabía que le hablaba a sus compatriotas cuando estas cosas decía. Pero fue tan radical en sus dichos que solo le quedó un amigo, Lucilio.
3 La representación de Príapo, dios vulgar de la fertilidad, es la de un enano feo con una poronga más larga que su cuerpo.
*** Si es una persona desprejuiciada ya habrá notado que toda mi aversión no es más que un recurso literario. Es lo que Nietszce y otros hacían con su propio grupo. Yo lo llamo conductismo literario.