sábado, 12 de noviembre de 2011

La ciudad bajo el volcan

La ciudad bajo el volcan
Solo unos pocos  tienen acceso a P...., la ciudad más pacifica del mundo. Quiero confesarles porque quiero conocer P..., porque la juzgo un tesoro de la humanidad que los intelectuales aun no valoran, e incluso quiero hablarles de porqué no valoro en absoluto a los intelectuales.

El fuego renovó Londres y Chicago. Los terremotos barrieron San Francisco y Tokio, y nuevas ciudades con el mismo nombre crecieron es sus lugares. Katrina le dio una paliza a las preservadas viviendas del centro de Nueva Orleáns. Algo más puede decirse sobre Berlín o Dresde, que fueron reducidas a cero por los bombardeos y que renacieron de sus plomos. O sobre Buenos Aires, que en los anos treinta sufrió un lifting del que hoy nadie se arrepiente. Y podemos agregar alguna pequeña ciudad como Federación, en Entre Ríos, que fue sumergida por una represa y vuelta a edificar en sus inmediaciones. Todas ellas salieron del otro lado de los incendios, de los terremotos, de los huracanes y maremotos, de las bombas, de las inundaciones, de las profundas innovaciones como ciudades nuevas y a la vez con pedigrí, con historia. Es más: cada uno de los percances que padecieron alimento el fondo común de la historia de cada una de estas ciudades.
Hay motivos sobrados para que ciertas ciudades no desaparezcan, para que se recreen en caso de desaparecer. Troya fue fundada infinidad de veces. Los fundadores no eran tercos. La volvían a fundar en el mismísimo lugar por un determinismo geopolítico que dice que las ciudades están donde tienen que estar, y no donde quieren estar. Todas las culturas dejaron a Constantinopla, a Bizancio, a Estambul sobre el estrecho del Bósforo, haciendo abstracción de los frecuentes terremotos que coinciden en ese estrecho (y paradójicamente hoy sabemos que ese estrecho es producto de los sismos.) Sarmiento manifestó que la única salida que tenia el federalismo, para que Buenos Aires dejara de ser el centro del país, era cambiar el curso de los ríos Paraná y Uruguay, que desembocan en sus inmediaciones. – En realidad es Buenos Aires la que esta en las inmediaciones de esos ríos—.
Pero no todas las ciudades que desaparecen vuelven a aparecer. Y algunas retornan después de una enormidad, con identidad poco alterada. Acaso el ejemplo mas intelectualizado sea el de Pompeya y Herculano, sepultadas por la lava en el 79 y preservadas intactas hasta el día de hoy, al menos hasta que venza la última tregua con el Vesubio.1 De alguna manera estas ciudades permanecen sepultadas porque no cumplen su función de tales. No obstante nos proporcionan una mirada insoslayable sobre la cotidiana vida de la Roma antigua. Y—obviamente— son el ágape de los arqueólogos y de los intelectuales.
¡Y cómo no serlo! Los intelectuales, en general, mueren por el pasado. Para ellos es más importante conocer las ruinas de Roma, un imperio que se extinguió hace mil quinientos años, que conocer la ciudad de Nueva York, que es la ciudad imperial de la actualidad, algo así como la capital del mundo. Y es que, como buenos intelectuales, prefieren “reconocer” antes que “conocer”
Claro que esto es cuestión de gustos, pero cuando un gusto se generaliza hay algo que anda mal. En primer lugar es mentira que la gente vaya de vacaciones a dónde no conoce. Lo mismo pasa con los intelectuales: van a conocer (reconocer) lo que han leído. Se maravillan con Pompeya. Todo está tan silencioso e imperecedero. Las columnas, los teatros, los templos. Se encuentran los moldes en yeso de las últimas posiciones asumidas por las víctimas. Una madre le cubre la cara a su hijo. Un anciano parece resignarse a la muerte. Los perros y los gladiadores permanecen encadenados. Y muchos toman naturalmente la posición fetal que tan bien nos protege. Pero estos intelectuales, por un inherente deseo de mediatizar los hechos, necesitan románticamente pensar en el pasado: Como Séneca, que abjuraba de los circos y del teatro, y, en el fondo, de todo lo romano, para exaltar a otros pueblos, preferentemente más antiguos, idealizados hasta la demencia.2

En P.... es diferente. En P.... vive gente. Al menos vive la poca gente que se anima. Quienes trabajan en P... lo hacen a desgano. Son muy bien pagados, sin dudas, pero tampoco van a deslomarse trabajando cuando la oferta laboral es casi nula. Los trabajadores de P... no viven en P... Quienes viven en P... no trabajan. Quizás algunas veces al ano se dedican a cosechar la tierra. De lo otro, de lo material, no les falta nada. Nada les impide abandonar P... Los obreros que trabajan en la ciudad los impelen para que se marchen. Ellos resisten como el primer día. Y es que P... es hermosa, tiene todo.

Cuentan que el primero que reportó la existencia de Pompeya enterrada fue el célebre arquitecto Domenico Fontana. Pero cuando la escueta comunidad intelectual de siglo XVI lo interrogó sobre el asunto, Fontana indicó que se trataba de un malentendido: el que se había hecho eco del hallazgo era un campesino bruto que el arquitecto casualmente tenía como obrero. Pero la historia más verosímil dice otra cosa. Sacó a la luz pinturas eróticas y esculturas de Príapo, que los romanos solían tener en los jardines.3 Parece que Fontana decidió tapar lo encontrado por temor a que se difunda lo que su época seguramente no hubiera aceptado.
Hoy, igualmente, el lupanar de Pompeya está a la vista de todos. Enormes pinturas pornográficas reciben al visitante. Pero el intelectual pone cara de concentración, como si las prostitutas fueran casa del pasado.

Nadie quiere visitar P...,. Quienes llegan lo hacen como temerarios y terminan por quedarse a vivir. O, en otros casos, terminan por frecuentar tanto P... que sus habitantes los toman mas como familiares que como turistas. Los que salen informan que no hay gente más hospitalaria ni más limpia. La ropa es lavada por todos sus habitantes no menos de dos veces al día, en el río de P, que es de un agua cristalina. La basura es sacada puntualmente a las ocho de la noche, y en esa tarea se discrimina los plásticos de los vidrios, los papeles y cartones de los desechos orgánicos. Los muertos, cuando los hay, son incinerados y expulsados al espacio.

No hace mucho, los arqueólogos han encontrado un hotel en  Pompeya. No difiere mucho del lupanar. La diferencia es que las prostitutas, esclavas griegas en su mayoría, eran asignadas por largo plazo a los clientes. Lo que impresionó al incauto intelectual que gusta de estas cosas es que el mismo albergaba a la intelectualidad de la época. (Porque los intelectuales están creídos que todo cambia, menos ellos mismos.)
A decir verdad,  no creo que exista una clase de hombres que se llamen intelectuales. Muchas veces los que así se llaman confunden la capacidad de asombro—que considero un rasgo que debe poseer el intelectual—con el asombro estúpido, que es ese que nace precisamente de la falta de intelección, de la suposición de que todo intelectual es inteligente, lo cual es a todas luces falso. Los verdaderos, por lo menos aquellos que merecen mi estima, están de paseo por la ciudad de P…***

Chernóbil, en el extremo norte de Ucrania, es una vieja ciudad que se hizo célebre por estar cerca de la central atómica que explotó en 1986. La explosión no hizo mucho daño a esta gente: apenas trajo algún hijo con dos cabezas, producto de la radiación,o algún rabo entre las nalgas de un bebé. La historia de Chernóbil, en los últimos cien años, así lo demuestra. En 1933 fue víctima del holomor, como se conoce al genocidio ucraniano, impartido por Stalin, que consistió en matar literalmente millones de seres por inanición. Menos de diez años después llegaron las alemanes y se quedaron un par de añitos, y no hace falta decir de lo que son capaces. Comparativamente, como se ve, lo de la central nuclear no fue nada.
Nadie construyó tantas ciudades en toda la historia como lo hicieron los soviéticos. Levantaban ciudades en cuestión de días. De modo que cuando hicieron la central atómica, que se encuentra a varios kilómetros de Chernóbil, alguien tuvo la genial idea de levantar una nueva ciudad para los más de 20 mil operarios, junto al depósito de plutonio. Y la población inicial para esta nueva sería transplantada desde Chernóbil.
Y así, en 1970 nacía Prípiat, la P… de que les hablaba. La ciudad se llenó de torres de departamento, escuelas, comisarias, iglesias, y todo lo que supone una ciudad. A 16 años de su fundación tenía cerca de 50 mil habitantes. Pedirle personalidad a una ciudad planificada y recién construida era una petición irracional. Pero el plutonio le tenía reservado otra cosa a Prípiat.
Hoy Prípiat está dentro de la zona de exclusión de la vieja central atómica. El acceso está restringido a técnicos que reparan el daño y a los residentes que, a pesar de la férrea mano del comunismo, nunca quisieron abandonar su ciudad. Hoy Prípiat es un fantasma, pero con personas. No son más de cincuenta. Cincuenta fantasmas. Gustan de narrar su resistencia ante la expulsión obligada. Afirman que el plutonio no hace nada, o que la medida preventiva de sacarlos de allí fue exagerada. Como aún respiran y se los ve sanos, parece que tienen razón.
El plutonio es la lava del siglo XX. Es lo que va a dejar intacto a Prípiat por 25 milenios. Mucho más intacto y mucho más tiempo que Pompeya.
En 1991 se dio un hecho que nadie previó y que aún aturde: cayó la Unión Soviética. Los monumentos, los emblemas, y todo el modo de vida comunista fueron destruidos. Pero en Prípiat todo siguió igual. Como los vecinos son escasos para ciudad tan grande, no pudieron evitar que líquenes y hongos se aferren a muchas construcciones (lo cual a mi paladar lo torna más bello.)
Hoy Prípiat es un museo del extinto régimen. Incluso tiene un hotel, que es frecuentado por los pocos, poquísimos que se le animan. Son locos, son intelectuales. Los de verdad. Y lo más notable: podemos estar razonablemente seguros que será la joya arqueológica dentro ¡de 250 siglos¡
Ya hoy sorprende el mobiliario intacto de los 80. Y solo han pasado 22 años.
Quiero conocer Pripiat.
                                                                                                          Noviembre 2oo8



1 El tema es complicado. La ciudad que Nápoles bien pudo haber sido bautizada como Pompeya, y así Pompeya nunca haber desaparecido totalmente, como se da en el caso de Federación o Buenos Aires. Todo se reduce a un problema de nomenclatura. Un caso significativo es el de la ciudad más vieja de nuestro país. Santiago es el producto del tercer traslado de la ciudad de Barco, que efectúa Francisco de Aguirre, siguiendo órdenes de Valdivia. Francisco, que era un rana bárbaro, tuvo la genial estrategia de rebautizar Barco como Santiago, y así entrar en los libros de historia. Definitivamente, el nombre es lo más importante.
2 En realidad séneca era más romano que los acueductos y sabía que le hablaba a sus compatriotas cuando estas cosas decía. Pero fue tan radical en sus dichos que solo le quedó un amigo, Lucilio.
3 La representación de Príapo, dios vulgar de la fertilidad, es la de un enano feo con una poronga más larga que su cuerpo.
*** Si es una persona desprejuiciada ya habrá notado que toda mi aversión no es más que un recurso literario. Es lo que Nietszce y otros hacían con su propio grupo. Yo lo llamo conductismo literario.

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