viernes, 4 de noviembre de 2011

Rojo y Negro. (Carta a Carlos Rey.)

ROJO Y NEGRO (Carta a Carlos Rey.)

Querido amigo:

            Quiero que sepas que, a pesar de no verte, estuviste muy cerca mío en estos días. Sospecho que más cerca que cuando nos vemos. La lectura de Rojo y Negro me proporcionó tu compañía sin buscarla. Vos eras Julián, y la lectura fue como explorar adentro tuyo. Si alguien me llegara a preguntar como es Carlos, yo lo remitiría a nuestro libro.
Como ahora recuperé el turno noche dispongo nuevamente de mucho tiempo para leer. Lo primero que pensé fue seguir con mis lecturas acostumbradas y me impuse la novedad de escribir una novela. Fracasé. Argumentos no me faltaron. Me faltó el don de la palabra, que es tan diferente a la palabra del teatro, como sabemos. Entonces tuve que rendirme: tenía que leer novelas. ¿Cuál? Como estimo en mucho su opinión, repasé algún elogio suyo. Me vino a la memoria el Pedro Páramo, pero ya lo había leído. Recuerdo muertos que hablan entre sí, un pueblo fantasma, la guerra cristera y un padre que no aparece (vivo.) En fin: lo único que rescato, que no es poco, es la novedosa estructura de la obra. Retuve en la memoria la velocidad pasmosa con que leíste Rojo y Negro. Yo lo había leído de pendex por un consejo de mi tío, que hoy se muy bien que no lo entendió. Abrí el libro. Cual no sería mi sorpresa al comprobar que estaba profusamente subrayado por mi! Incluso en la última hoja escribí un detalle del libro. En aquellos jóvenes años estaba a la caza de “la frase”. Y por esas anotaciones supe que no había entendido nada, una vez que lo releí. No tuve simpatía por el pibe que alguna vez fui. Más bien eso confirmó mi naturaleza: leer novelas era una pérdida de tiempo.
Sigo pensando que la realidad supera a la ficción. Sigo encontrando más motivos de inspiración en otras lecturas. No obstante, Rojo y Negro me pareció una gran novela. (Como estoy persuadido que el centro del universo es mi ombligo, no pude evitar ver paralelismos entre mi obra y la de Stendhal. Julián y José se parecen bastante. La obra está dividida en dos según la protagonista femenina: la señora de Renal y Matilde; María e Hija.)
Sin embargo, a pesar del placer de la lectura, dos cosas atentaban contra un placer aún superior.
El primer atentado que me deparó la lectura fue la reminiscencia de las cosas que realmente me apasionan. Cuando se ubica a Verrieres en las montañas del Jura recordé que de esas rocas viene el período Jurásico. Los dinosaurios me llevaban a los elefantes de Aníbal. Recordaba el miedo primigenio a subir la montaña por parte del hombre occidental, que tan bien detalla algún historiador. Los dioses que moraban por allá arriba. Los pintores japoneses que plasman las nieves eternas del Fujiyama. Cuando se hablaba del Jansenismo del Padre Pirard, tenía ganas de agarrar a Pascal. Cuando Julián se cree un Danton o un soldado de Napoleón— es inexplicable que nunca se crea un Napoleón, sino un soldado de…-- tuve ganas de leer sobre ellos y cancelar la lectura. A vos seguro que te pasó al revés: cuando se menciona a Horacio o a Virgilio sentías un estímulo para leerlos. Ni te cuento lo que sentí cuando (cap. VIII 2da parte.) aparece San Martín. Estoy seguro que ese General peruano que frecuenta París hacia 1830 es él. Digamos que lo que trababa mi lectura eran todos estos elementos periféricos de la novela. (Vg. Su Hardware.)
(Este impedimento no lo he encontrado en el único género que realmente me divierte: la ciencia ficción. Y estoy seguro que eso es así porque me gusta más lo que tiene de ciencia que lo que tiene de ficción.)
El segundo impedimento contra una lectura pacífica fue— lo digo muy románticamente— el Sofware. Tuve que lidiar con tantos Ah!, Uh!; mares de lágrimas; coqueteos con el suicidio,  gente que se arroja a los brazos y a los pies de otra gente; mejillas y besos “ardientes” y todas esas Wertherianerías. (Yo sé que es un síntoma de la época, pero entonces no se puede negar que era una época enferma. La revancha contra la mesura del clasicismo se me ocurre un remedio muy letal.)

Ahora me embarqué en La piedra lunar. Estoy sorprendido. Pero aún es prematuro para emitir un juicio. La próxima será Las tentaciones de San Antonio, que está en la colección Borges. Tanto la obra como la colección se que le son muy simpáticas a su espíritu. (Casi me inclino por Una pérdida de tiempo En busca del tiempo perdido. En librería Lucas están las partes II III y IV. Yo sé que usted leyó la primera parte. No recuerdo si ese camino le gusto. Espero su respuesta. Voy a ser extremadamente selectivo en las elecciones.)

Yo quisiera ser recordado por mis almanaques alternativos, mis criptogramas, mis juegos de mesa, mis cartas de turismo para intelectuales y todas esas cosas que denotan ingenio, y no por las que denotan genio, que tienen tanto prestigio inexplicable. Ah! También quiero ser recordado por mi longevidad.

Si llego a ser víctima de la muerte es cosa segura que Rodri caiga víctima de la familia de Anto, que, seamos francos, son a su vez víctimas... Por eso considero que llegado el caso sería bueno que él este cerca de alguien que no lo pierda, que le sea útil para algo mejor que… digamos… interactuar con Viviana Canossa.

Esto último me es una obsesión. Prácticamente todo lo que escribo lo escribo pensando en mi hijo. Yo creo que es la herencia más grande que alguien puede dejar (los escritos.). Uno sigue hablando desde la tumba, quizás con mayor nitidez de lo que lo hacemos en vida. (Paradójicamente, encuentro que mi deceso puede significar un mayor estímulo para la lectura que mi pervivencia.)

Me encuentro perfectamente saludable, amigo. No se asuste. Pero usted sabe perfectamente que nadie es dueño de la propia vida. En algún momento pensé un personaje que conociera la fecha de muerte de todas las almas. Esa persona sería dios, porque conocería la futilidad de todo.

P.D. Quisiera saber como marcha el embarazo.
P.D. 2: Espero sus consejos. Al menos un Top five de novelas imprescindibles según su criterio. Prometo (necesito) leerlas. Si mi jefe y dios lo permiten.
P.D. Espero que mi querida editorial crezca. A pesar de una deserción.
                                                                      
                                                                                  Un abrazo.
                                                                                                          José.
Respuesta de Carlos Rey.

Querido José:

                          En primer lugar, apruebo, no sin cierta nostalgia, propia de mi puerilidad, el rescate literario de la carta, tan olvidada en estos días. A pesar de su formato virtual preferiste separarla del contexto e-mail, que nada tiene de reflexivo. Saludo con sorpresa este hecho posmoderno.
Ahora, metiéndome en tema, me entusiasma saberme Julian, me entusiasma saberme alguien tan desconocido (tan olvidado) como el “yo mismo”. Recuerdo el goce que me produjo la lectura de “Rojo y Negro”, su estilo cuidadosamente simple (propio de un gran escritor como Stendhal -¡lástima que no lo volví a leer!) y también recuerdo que, por esos años, contaba con románticos 21 o 22, mente frágil, pura pasión, pura imaginación, pura “identificación”. Ahora, cuando 10 años me separan de ese hecho, y mi piel se ha puesto dura, y mi faz irresoluta, y donde la reflexión ha devorado a la pasión, digo, si quisiera volver a la lectura de ese libro, ya no podría, no sufriría, no amaría, no mataría, no viviría a Julian como lo “viví” en el pasado.
Existen textos que exigen del lector una vivencia capital de sus líneas, algo así como un interlinealizarse en el propio trazo del relato, haciéndose-nos relato. Muchos de estos textos irrumpen, con todo su vigor, en nuestra adolescencia, la etapa de nuestra vida más idealista, más fantaseadora. Son textos que no piden reflexión, sino pasión. Son tan exclusivos que se puede entrar a ellos por la ventana, la puerta es para la gente grande. Un caso típico es Wilde. Imposible –lo he probado- volver a leer el “Dorian Gray”, su estilo refinado, por momento pomposo… ponzoñoso, en cambio, el “De profundis” me parece maravilloso, como su parte de crítica, pero sus cuentos ya no son para mi.
“Rojo y Negro” es un caso típico de lo que hablo. Me sería imposible volver a su lectura –una lectura carnal, que es lo que pienso que exige. Si vuelvo simplemente lo haría como un intruso, un falsificador, en definitiva, en lo que se convierte todo lector que al mismo tiempo es escritor. Leo para escribir: el via crucis de todo escritor.
Sin embargo, no desdeño de las marcas. Las recuerdo, las malrecuerdo. Lo que pasa es que cuando uno escribe ya no lee con la misma indiferencia que antes, lee entre líneas, lee las marcas que va dejando el escritor, lee trazos, texto, citas, lee escritura. Sin embargo, ¡que textos! No existe otra marca que la escrita, tu hijo (lector, cualquier lector) leerá tus marcas. No desdeñes de ellas.
Proust –lectura debida, lectura deseada, lectura de escritor.
“Las tentaciones …” –maremoto de palabras, para uno que está falto de ellas, no hay mejor lectura.
Por mi parte, me muevo por el recuerdo. No leo novelas, hace mucho ya. El otro día venia pensando en ello y, precisamente, el nombre de Proust se me hizo presente. Pensé: ¡que escritura! Dis-corría como agua, el disfrute era el mismo que proporcionan esos días de sol en donde uno se sabe balneario. Tengo que leerlo, cuando el tiempo me deje de sujetar como un perro: “como un perro” –uno se muere como un perro.
Sólo un consejo: volvé a Kafka, siempre es bueno para autoflagelarse. También hay disfrute de la reflexión: Kafka es un ejemplo de ello. No es necesario derramar tantas lágrimas para sentirse lluvia.
Que de tantas conversaciones te haya quedado gravado mi lectura de “Pedro Paramo” es desalentador, sabiendo que no recuerdo ni una sola línea de ese texto tan cuidado. Me hablás de la atmósfera, de un padre ido, de unos muertos fantasmas, de un páramo, lo mismo que recuerdo cuando no recuerdo.
Arriesgo otros autores, otras obras: “Doctor Fausto” de Mann –texto pesado si los hay, pero, como la literatura siempre contradice a la ciencia, en vez de tirar hacia abajo, eleva. De Kafka: “Investigaciones de un perro”, un cuento que considero enigmático y sumamente gracioso. “Locus Solus” de Raimond Roussel. “Los viajes de Gullivert”. “El juego de abalorios” es una novela digna de un novelista, un trabajo agotador y para pocos. ¡Pensá bien lo que que hacés!
El tema de “escribir para”. Se escribe para la posteridad se decía antes. Se escribe para la escritura decía Mallarmé, una escritura que puede ser de ahora, de hoy, o del futuro. Se escribe para la lectura, a pesar de que la lectura sea el reino de la discriminación.

Ahora lo real: he sido padre.

¿Es posible ocultarse detrás de un libro?

Le mando mis saludos mas gratos

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