Kipunji
¿Usted que diría si le hablo del encuentro de América? Seguramente tendrá la representación de un partido entre el América de México y las Chivas de Guadalajara. Podrá preguntarse asimismo cual de los dos es el local y cual el visitante. Amén de esa futbolera curiosidad, nada cambia el hecho del encuentro en si. Las Chivas pudieron ir a la ciudad de México y por lo tanto ser los visitantes. Pero el encuentro es eso; han pactado una cita para dirimir la superioridad de alguno de los dos. También puede suceder que se imagine un encuentro entre dos amigos que casualmente caminaban por la calle América, o algo por el estilo; pero muy difícilmente se le ocurra pensar en el Almirante Colón.
Y aunque esto pueda parecer una chantada, de eso se hablaba en torno al quinto centenario del descubrimiento de nuestro continente; se hablaba del encuentro de América, casi como si se tratara de un encuentro pactado o una casualidad en la que dos culturas amigas se encontraban.
Por supuesto, no fui la única persona indignada por este eufemismo con olor a democracia barata. También entre los míos estaba José Fernandes Fafe. Y usted ahora se preguntará como encontré a este buen hombre. Bueno, lo encontré en una vieja revista Todo es Historia de octubre de 1991, justo para cuando ese eufemismo invadía por igual la radio y la tele, los nervios y el cerebro.
Don José Fernandes era por entonces embajador de Portugal en nuestro país, y salió al cruce de este tema con los botines de punta. “Los europeos hicieron el descubrimiento y también el concepto de descubrimiento.” Y continua: “”el autor de la ciencia moderna es la civilización occidental. De esa ciencia que se anticipa a la superioridad de la artillería; a la navegación por estrellas; la utilización de los vientos; el desenvolvimiento tecnológico que explica esos descubrimientos; la ciencia histórica forma parte de la ciencia moderna”. Más adelante agrega: “hoy casi todo el mundo es occidental”, dando a entender que tanto los europeos como los indios o los negros son deudores de la ciencia de Tucídides y de la ciencia en general. Cualquiera que se empeñe en una polémica sobre la conveniencia o no de la palabra descubrimiento y su concepto revela esa impronta de la cultura occidental, incluso negándola. Comenta nuestro diplomático que alguna vez un historiador Africano le transmitió una osada teoría. Los únicos descubrimientos portugueses habrían sido los de Madeira, Cabo verde y las Azores, porque estas islas estaban desabitadas al momento de la llegada. De esta manera, El Congo no podría considerarse un descubrimiento pues ya había sido descubierto por sus habitantes. Por lo tanto el único descubrimiento de los portugueses sería el camino, la ruta para llegar (o para propiciar un encuentro, si así lo prefiere) Casi como si los blancos portugueses y los negros del Congo hubiesen estado jugando a las escondidas, un juego sin ganadores ni perdedores. Ridículo.
Coincido plenamente con los que comenta nuestro diplomático portugués, y, obviamente, yo también puedo referir algunos ejemplos ilustrativos.
Podemos imaginar cuando en 1911 se descubre Machu Pichu. Se sabe que antes de que lleguen a esas cumbres de la arqueología la gente ilustrada, había gente que caminó por ahí. Movieron piedras, caminaron sobre ellas, despejaron la maleza que les cortaba el paso, cuyas raíces se mezclaban con los antiguos cimientos. Seguramente personas emparentadas con los geniales constructores de ese lugar, pero carentes de la percepción científica o de la curiosidad que caracteriza a occidente.
Pero si de ejemplos ilustrativos se trata, no encuentro nada mejor que el que proporcionó Clarín en su edición del 12 de mayo de 2006, haciéndose eco de una artículo publicado en la prestigiosa revista Science Express. En la página 44 encontramos el siguiente título. “Descubren un nuevo tipo de mono en Tanzania”. Se trata de la aparición de un nuevo tipo de mono en 83 años, a quien han bautizado con el nombre de Kipunji. Cuando comencé a leer la nota sospeché que algunos aislados humanos de cultura no occidental ya antes se habrían topado con el mico. En primer lugar el extraño nombre de Kipunji. Con ese nombre lo debían conocer los lugareños desde tiempo inmemorial. Y auque la curiosidad por el origen del nombre nunca la pude satisfacer, cuando continué leyendo empezaron a aparecer indicios con respecto a ciertos habitantes de la zona. Según parece el Kipunji no superan el millar de ejemplares. Poco más adelante leo: “los depredadores naturales del Kipunji son las águilas coronadas y los leopardos. Pero también son exterminados por los granjeros, que los atacan cuando bajan a las chacras a comer maíz, habas y batatas.”
Queda claro que estos tipos que viven (conviven) con los monos no descubrieron ninguna especie nueva, porque, según nos enteramos por el periódico, para determinar que se trata de una especie nueva de mono se le debió practicar un análisis de ADN del tejido muscular, entre otras cosas. Eventualmente, los naturales de esa zona de Tanzania podrían haber descubierto en esos primates algún aspecto que nosotros los occidentales nunca descubriremos, por ejemplo su sabor. Pero queda claro que el descubrimiento, con mayúsculas, y en el sentido en que la ciencia lo entiende, no es una cualidad de los granjeros de Tanzania, y probablemente tampoco de usted y de mi, aunque sí seguramente de la civilización occidental.
Pero ojo, occidente está lleno de prejuicios de todo tipo, uno de los cuales emana claramente de la nota en cuestión con olor pútrido y que me gustaría aclarar.
A mi entender, la conjetura que responsabiliza a los chacareros por la posible extinción del Kipunji es apresurada y responde a uno de esos prejuicios: La extinción es algo malo. En otras palabras; si alguna especie está en vías de extinción, seguro que atrás se esconde la mano del hombre.
Vamos por parte. La extinción es una regla, no una excepción. Incluso la extinción masiva, como es el caso del final del paleozoico y del mesozoico. Según parece un cataclismo infernal sacude a nuestro planeta cada cientos de millones de años. Paleozoico quiere decir “vida vieja”, y remite a la primera vida que se dio en nuestro planeta. Hoy abundan los fósiles de esos artrópodos que colmaban la Tierra por entonces y que bautizamos como Trilobites. De igual manera abundan los fósiles de los dinosaurios, que, junto con otras formas de vida, fueron exterminados al final del mesozoico o “vida media”. Hoy transitamos lo que se conoce como cenozoico o “vida nueva”. Nuestra especie quizás puede evitar una catástrofe que cancele este cenozoico, pero, paradójicamente, también es posible que termine destruyendo el planeta con sus propios inventos. Ante esta última posibilidad se alza el hombre con todo su egoísmo. Se da por un hecho que el mundo puede estallar en mil pedazos, lo cual no es cierto. El hombre puede contaminar los ríos y los mares, detonar cien mil bombas neutrónicas, pero es casi imposible que acabe con la vida sobre la Tierra. No hay mal que dure cien millones de años. Al planeta le restan por delante muchísimo tiempo, tiempo suficiente para que la vida se regenere. Incluso para que la vida vuelva a empezar de cero, si eso fuese necesario. El hombre estará ausente, seguramente. Pero qué importa. No seamos hipócritas, lo único que quizás esté destinado a la desaparición sea nuestra especie, y con ella muchas otras que lo acompañaron en el mismo período de la historia del planeta. Pero, al menos por un largo tiempo, la vida está asegurada. (De la misma manera que La Historia, en su sentido más elemental.) El final de las eras paleozoico y mesozoica__ así como un eventual final de la nuestra__ se puede comparar al incendio de los bosques o a las selvas sepultadas en lava luego de una erupción. Un acto de limpieza. Esos campos, en los cuales nada queda, son, producto de la catástrofe, infinitamente más fértiles que antes.
Repito; la extinción es una regla, no una excepción, aunque puede llegar a haber casos de excepción. La extinción del Kipunji puede ser una excepción. Solo debemos procurar que no sea excepcional.
Aquellos que se valen de la palabra “encuentro”, como si de un mutuo descubrimiento se tratase, son los mismos que, en cualquier momento, arriesgan la osada teoría según la cual los Kipunji serían los descubridores de los granjeros de Tanzania.
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