VARIACIONES ANÉCDOTA.
Compré un libro que se llama 2000 anécdotas de hombres célebres. Las anécdotas que contiene hablan muy mal del que las recopila, llamado Pablo Schneider, de quien nada se dice, y que por lo tanto quizás constituya una anécdota más del libro, aunque no se trate de un hombre célebre, por cierto. Según parece se trataría de una persona de poco vuelo o de poca vida, pues considera como hechos dignos de reproducción algunas historias sumamente vulgares o cuyo interés recaería en los personajes que fueron protagonistas de las mismas – Pablo considera que no es lo mismo que usted o yo tengamos ganas de ir al baño que las ganas que podía tener el Dante--. Se trataría de un docente incurable, a lo que parece. Se dedicó a juntar anécdota tras anécdota, y si hay algo bueno que se puede decir de él, es que no descartó ninguna. Se suman en número de 2000, ni una más ni una menos, lo cual demuestra el alto grado de aplicación del docente y la voluntad que puso en redondear esa cifra a la fuerza y con claro perjuicio del contenido.
Sin embargo este tipo de compilaciones puede constituir una hermosa herramienta de trabajo para el creador, no sólo por su brevedad y su variedad temática, también por sus defectos. Cuando una anécdota es mala e insípida uno no puede evitar transformarla en buena agregándole algún condimento. La anécdota deja de ser anécdota desde el momento que deja de hundir sus raíces en la realidad – si es que alguna vez las anécdotas son reales -- y se transforma en ficción. Creo que Pablo Schneider es demasiado sincero como para alegrarnos la vida. A pesar de eso, yo encontré la manera de procurarme felicidad con la lectura de su libro, enmendando, distorsionando o lisa y llanamente recreando esas historias que tienen el discutible encanto de lo real.
Lo que sigue es una serie de variaciones sobre anécdotas que, en principio, existen. El lector podrá cotejar las mías con las originales, pues a estas últimas les doy un lugar por simple honestidad intelectual. No sería raro que mis anécdotas, en el caso de tener fortuna, terminen conquistando la realidad y pasen a ser tomadas por verídicas, quedando el autor condenado al ostracismo, lo cual me acercaría extrañamente al señor Pablo Schneider.
Las hijas de Sakespeare.
El genio del célebre poeta y dramaturgo—ambas palabras son sinónimos--- es un misterio difícil de explicar. Su padre era guantero y tasador de lanas y no sabía leer ni escribir; en cambio, él fue una excepción extraordinaria. Conocía como nadie el alma humana y sus pasiones, de lo cual dan testimonio sus dramas profundos y sublimes. Pero el poeta parece como si hubiese agotado toda su inteligencia, pues ninguna de sus hijas heredó algo de su genio. Dos de ellas eran de talento bastante mediocre y la tercera carecía por completo de él.
Pero William amaba a sus hijas, especialmente a esta última, quizás porque conocía como nadie el alma humana y sus pasiones. Hay algunos a los cuales les resulte más difícil explicar este misterio que el otro. Yo encontré la explicación en esas damas profundas y sublimes que encarnan sus heroínas, acaso superando el hiato entre la ficción y la realidad. 117
La inspiración
Cuentan que un poeta mediocre consultó a Sófocles para saber cómo era capaz de componer tres versos en un minuto, cuando a él le consumían tres días.
__ Yo sólo escribo__ contestó Sófocles, casi sin pensarlo.118
El impaciente.
Un mendigo, sumamente impaciente, se acercó a Bernard Shaw para pedirle un autógrafo, y el escritor le preguntó contrariado y molesto.
__ ¿ Has leído mis libros?
__ No, soy analfabeto, pero es bien sabido que pagan bien por un autógrafo suyo.
Shaw, que tenía un alma caritativa, recuperó el humor.
__ En ese caso te firmaré 15__ y continuó, __ ¿Cuánto están pidiendo por cada autógrafo?
__ No sé, señor.
__ Según entiendo estaban pidiendo 30 libras.
__ ¿Y eso es más o menos que 15?
El escritor se dispuso a marchar.
__ ¿ Adónde va? __ Preguntó el mendigo.
__ Yo también he perdido la paciencia.119
Las naranjas.
Chateauneuf, guardasellos del rey Luis XIII era, aunque joven, famoso por sus ingeniosas respuestas. Un día habló con él un obispo, y queriendo probarlo le dijo:
__ Te doy una naranja si me dices dónde está Dios.
El joven lo miró y respondió rápidamente
__ Y yo doy a usted, eminencia, dos naranjas, si me dice dónde no está Dios.
El prelado, que no era muy veloz, vaciló. Finalmente, dijo.
__ Te doy tres naranjas si me lo explicas.
Chateauneuf tomó la naranja, la partió al medio y enseñó su interior, donde se dejaban ver cuatro semillas.
__ Acá hay cuatro naranjas__ contestó__ Se puede quedar con las otras.120
Los humillados.
El barón de Hannover era un frustrado músico. No carecía de oído y sabía distinguir la buena música de la otra, pero esas cualidades poco contribuyeron en su formación como pianista. Por sus propias incapacidades envidiaba a los grandes músicos y a los grandes ejecutantes, pues la envidia nace de la rivalidad en la cual una de las partes siempre pierde, y el barón de Hannover sabía que nunca cosecharía un triunfo como músico, aunque tampoco quería rendirse y persistía en incrementar su envidia, que se tornó odio.
No tenía más remedio que tomarse revancha humillando a todo músico que se le cruzara, y para tal fin contaba con un arma letal, su título de nobleza. La mayoría de los músicos no eran otra cosa que sirvientes, sin raíces ni títulos; él era el barón de Hannover, y ya se iba a hacer escuchar. A las frecuentes veladas que se ofrecían en su palacio solían ir músicos. Cuanto más virtuosos o famosos se mostraban estos, más humillados eran por el barón, que siempre encontraba la forma de sacar a relucir su rango social, algunas veces con sutileza, y otras con las bajezas más innobles. Los músicos difundieron de boca en boca --acaso de oído en oído—su modus operandi, y paulatinamente fueron abandonando las veladas del palacio. El de sangre azul no sólo ignoró las descortesías de estos lacayos, sino que también encontró una buena razón para humillar a músicos de mayor renombre y genio, lo cual hizo con gran éxito.
Cierto día al barón de Hannover se lo veía más ansioso que de costumbre. Le habían anunciado la visita del mismísimo Mozart, y no pudiendo controlar la ansiedad por desarrollar su arte, se sentó al piano para matar el tiempo he hizo un poco de ruido. El palacio estaba repleto, y aunque todos habían asistido para escuchar al de Salzburgo, otorgaron un gran aplauso al de Hannover, pues se encontraban en su residencia y además era un hombre de prosapia. Una vez que Mozart hubo llegado, y según marcaba el protocolo de la época, el barón procedió a presentarlo – aunque, de hecho, lo que tendría que haber hecho era presentarse--. Luego de derrochar cortesía alguien elevó la voz.
__“Herr. Mozart, podría explicarnos cómo es posible leer una partitura a primera vista y con gran velocidad.”
El barón de Hannover levantó la mano en dirección al interrogado, pidiéndole silencio.
__ Si al Herr. no le molesta, -- los otros se rieron ignorando el profundo sentido de la ironía, quizás porque era el dueño de la casa y un hombre de prosapia.__ Si al Herr. no le molesta – repitió cuando las risas se apagaron y lo dejaron continuar—me gustaría contestar esa pregunta, dado que yo también conozco algo del arte que vos cultivas con tanto genio.— A esto, Mozart iba a concederle el pedido con algunas palabras de circunstancia, pero no pudo decir nada, pues el barón volvió a contener sus palabras con la mano.__ Mi querido amigo__ continuó, dirigiéndose al otro__ la lectura de una partitura no difiere de la lectura de un libro. Hay quienes leen un cuento con gran velocidad, pero es digno de envidia aquel que lo hace con arte, porque lo primero es una habilidad, y lo segundo un don divino. ¿No es así, mi prestigioso huésped? __ Mozart, que no tenía ninguna referencia del excéntrico barón, asintió con la cabeza, probablemente para no abrir la boca.
El barón se dirigió hacia el piano (que por esos años era una revolución de la tecnología) y lo acarició como se acaricia a un perro querido. Levantó la mirada en dirección a Mozart, que contemplaba el instrumento con irreprimible ansiedad.
__ ¿Te gusta? __ preguntó __ Acércate.__ ordenó. Cuando lo tuvo cerca, con la deliberada intención de mostrar a los otros que el músico resultaba diminuto al lado suyo, continuó __ Sabes leer, ¿No es así?.__ El conde procedió a sentarse frente a las teclas.--- Pues necesito de tus servicios. Voltea las hojas cundo corresponda.
__ Disculpe, señor conde__respondió Mozart__ Pero sólo sé leer en alemán.121
La moneda.
Cuentan que un gran conde del norte de Alemania tuvo un problema con el médico más prestigioso del norte de Alemania. Habiéndose tragado la hija del conde una moneda, recurrió este a los servicios del profesional. Llegado el doctor a la casa del conde, preguntó:
__ ¿De cuanto era la moneda?
El conde no entendió que el torpe doctor preguntó por el valor de la moneda con la sana intención de conocer su tamaño y, por lo tanto, la gravedad del caso. El torpe fue víctima de una golpiza general, y así fue como se vio en problemas y requirió de la asistencia de un colega. Prontamente el conde se vio envuelto en todo tipo de problemas de carácter judicial. El profesional tenía un gran prestigio, el cual marchaba parejo con su fama y sus influencias.
117 La anécdota contada por Pablo Schneider es el primer párrafo. En realidad no constituye ninguna anécdota, si por ella entendemos un relato con un mínimo de interés. Por otra parte, es un fiel testimonio de una confusión en el cerebro de Pablo. En efecto, casos como el de Shakespeare, abundan, y el analfabetismo del guantero y tasador de lanas nada dice sobre sus potenciales cualidades creativas o su inteligencia.
118 La original es así: sabiendo que a Sófocles le consume tres día componer tres versos, un arrogante le dice que él compone tres versos en sólo tres minutos, a lo que el gran trágico responde:-- Sí, pero sólo viven tres días. Como se deja ver, en cierta forma he invertido el sentido de la anécdota.
119 El original, que sólo fue una fuente de inspiración, es así. Un pintor había terminado el retrato de Shaw y su precio era de 100 libras. Shaw le envió cuatro cheques de 20 libras cada uno. El pintor quiso averiguar porqué no un solo cheque de 100 libras. El humorista contestó:-- Sé que mi autógrafo vale hoy 30 libras, entonces quise beneficiarlo a usted, ya que a mi no me cuesta nada.
120 La original, buena en este caso, concluye con la primera respuesta.
121 En la historia “real”, Mozart pide al emperador José ll, que se encargaba de dar vuelta las hojas, si podía dejar la tarea en manos de otro, ya que la lentitud del emperador para leer era manifiesta. Mi relato, excesivamente largo, más que la originalidad, busca ser un ejercicio improvisado de suspenso.
122 La historia original cuanta que el conde, una vez que el médico extrajera la moneda de la garganta de la joven, se la regaló como pago simbólico, añadiéndolo al pago real. Por supuesto que aquí no se genera ningún tipo de problema.
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