domingo, 6 de noviembre de 2011

Sobre Al Pie De La Letra de Alvaro Abos

Sobre Al Pie De La Letra (Guia literaria de Buenos Aires.)

(Editorial Grijalbo, 2005.)                                                 
                                                                                                          A Jorge y a Marcela.

 

INTRODUCCION


No es un libro frió y cerebral, al estilo del Mapa social de Buenos Aires, de H Torres. Tiene la calidez culta de La ciudad de masas de J.L. Romero o de la obra cumbre de J. J. Sebreli, Vida cotidiana y alineación, pero carece de la erudición que adorna a ambas. Tampoco, afortunadamente, es un libro intratable, como Buenos Aires, una mirada filosófica, de Esther Díaz, que es una falta de respeto.
El libro de Alvaro Abós es ideal para leer en el tranvía. Estrecha notablemente las horas de viaje, se abre fácil y se come con los ojos: pero cae mal y cuesta cerrarlo. Uno siente que ha discutido con una persona querida. Nuestro amigo nos quiere sorprender con los últimos descubrimientos que ha cosechado sobre la ciudad. Pero se adivina que su tarea es un poco desordenada. En principio plantea el libro como un manual donde, mapa de por medio, usted podrá encontrar con exactitud geográfica los lugares donde escribieron o vivieron ciertos escritores. También los lugares ficticios o reales de alguna obra que pudo rastrear en la urbe, incluso con algún margen de error. Pero luego le suma lugares signados por algún ensayo, o algún aguafuerte. En síntesis: hecha mano de su memoria literaria, de aquellos lugares de la ciudad que son escenario de sus lecturas. Pero también hecha mano del comic, de la historia y de la arquitectura, poniendo como excusa algún fragmento literario, a veces  de poca monta, simplemente para justificar esa inclusión geográfica, casi siempre impertinente o banal.
Alvaro Abós presenta su libro como el resultado de una exhaustiva investigación. Leemos en el prólogo, que bastante acertadamente tituló La ciudad de las citas:1

“Subí las gradas de estadios, residí en lujosos hoteles, oré en templos, me perdí en laberintos burocráticos, descubrí misterios, investigué crímenes, desovillé mil y una historias.”

La literatura contempla el juego de las mentiras. Estas últimas, para que sean plausibles, deben tender a la verosimilitud, o sea las mentiras deben parecerse a la verdad. Por dar un ejemplo: Frankenstain oculta (y muestra) entre otras cosas la relación entre dios y el hombre, entre el que crea y el creado, entre el padre y el hijo. También un acto de desobediencia al creador, o la condena social a lo feo y a lo desconocido. Con mayor o menor vuelo, estas son las mentiras que acepto en el papel. Pero la de nuestro amigo es muy difícil de creer.
Sobre el estadio de River nos dice:

“He venido al Monumental en un día laborable. Trepo las gradas desiertas y tengo ante mi la mole vacía: un coliseo moderno, un templo—diría Martínez Estrada—para feligreses de un culto antiguo y complejo. El vacío lo dota de un aire amenazador, la ciudad abandonada y anhelante.”

Álvaro nos aclara que durante años el estadio tuvo forma de herradura, pero antes nos dice que desde las gradas superiores “se ve el río”, lo cual es mentira, al menos desde 1978. Evidentemente se limita a describir el estadio tal como lo representa Solano López en El eternauta, y jamás subió esas gradas que dice.*
Lamentablemente lo de “oré en templos, me perdí en laberintos burocráticos, descubrí misterios, investigué crímenes...” también, como veremos, es mentira, y suena demasiado a El código Da Vinci como para ser creído.

A Don Álvaro se le escapa la tortuga.
(Semana trágica de enero de 1919.)

En página 258 y siguientes, Álvaro Abós, nos cuenta sobre las locaciones que fueron protagonistas durante la sangrienta semana de 1919. Puntualmente nos habla de Alcorta y Pepirí, donde comenzaron los incidentes, y de la Plaza Martín Fierro, dónde estaban los talleres Vasena. El escritor se dio una vuelta por el lugar, pero se ve que no es muy afecto a la historia, porque los hechos más sangrientos se dieron en otros sitios.
Prefiero narrar el hecho en su integridad, un poco con mis palabras y un poco cediéndosela a Julio Godio y su imprescindible La semana trágica, que ya en su capítulo primero nos cuenta:

“Cuando se acercaron a la esquina de la avenida Alcorta y Pepirí, un grupo de obreros huelguistas, acompañados de mujeres y niños, intentaron pacíficamente detener a los crumiros (carneros o rompehuelgas.) [...] Los obreros no se detuvieron. Entonces los obreros comenzaron a tirarles piedras y maderas. En defensa de aquellos acudió la policía que custodiaba las chatas, cargando contra hombres, mujeres y niños. Varios policías dispararon sus fusiles. Dos horas después había terminado la refriega: en el suelo había cuatro obreros muertos, uno de ellos de un sablazo en la cabeza, y más de treinta heridos, alguno de los cuales fallecieron después.”

Al día siguiente, en el barrio de Nueva Pompeya, fueron velados esos cuerpos, que ahora ascendían a mártires y convocaban multitudes. En ese momento, en los talleres de  Cochabamba y San Juan, la patronal se reunía para solucionar sus problemas. Afuera, quienes no veían como algo productivo asistir a un velorio—pero sí acaso convocarlo—armaban trincheras, ante la atenta mirada de la policía, que vigilaba desde las azoteas de las casas vecinas. La cosa no pasó de alguna escaramuza, hecha al efecto de justificar tanto preparativo.
El día 9, desde Nueva Pompeya, una enorme multitud sin precedentes emprendía la marcha silenciosa hacia La Chacarita, subiendo por Corrientes. Julio Godio dixit, en el quinto capítulo:

“Al llegar la columna a la esquina de Yatay y Corrientes, una parte de la manifestación penetró en el convento del Sagrado Corazón de Jesús gritando consignas anticlericales y ateas. Dentro del convento estaban apostados policías y bomberos armados que ametrallaron a los incursores y  mataron a varios.”

Para los de afuera, esos que habían elegido el duelo y no la combustión, quienes adentro morían lo hacían como Jesucristo, crucificados, luego de un lento y difícil camino. Ya no eran mártires, eran Santos. Y había que seguir caminando, por esa cuesta que es la calle Corrientes hacia la Chacarita, una subida pequeña pero constante que solo el habitante de las pampas puede apreciar.  Pasaron el Maldonado y los rieles. Se internaron en la polvorosa llanura, y finalmente (en todo sentido) llegaron.1
Ya por aquellos días la entrada del cementerio guardaba una notable semejanza con la fachada de la Catedral, incluidas unas temibles escaleras que, estoy seguro, no han sido puestas inocentemente en ese lugar. Lo que sigue que lo cuente Don Julio:

“A las 17 el cortejo llegó al cementerio. Aquí se produjo la gran masacre. Mientra hablaba un delegado de la F.O.R.A. del IX, la policía y los bomberos armados, atrincherados en los murallones, balearon impunemente a la multitud. Cundió el pánico. Todos querían escapar mientras llovían balas por todas partes. Los grupos obreros de autodefensa respondieron, pero varios factores les eran desfavorables: en primer lugar lo hacían en medio de un masa que trataba de huir desordenadamente: en segundo lugar por el número y la calidad de las armas, la superioridad de la policía y los bomberos era decisiva: en tercer lugar, estaban rodeados por la policía que disparaba desde posiciones favorables (murallones), mientras ellos no tenían defensas, excepto los montículos de tierra de las tumbas [y tal vez alguna tumba vacante, que haría de trinchera] Todos estos factores llevaron a la policía a elegir esa situación para atacar. El entierro terminó en una gran masacre. La gran prensa registró doce muertos, incluidas dos mujeres. Un periódico obrero elevó la suma a más de cincuenta.” [La Prensa y La Vanguardia, respectivamente.]

No es posible creer que a nuestro amigo Alvaro Abós se le haya escapado un convento teñido de rojo y una matanza en un cementerio. Como diría dios, se le escapo la tortuga. No hizo una investigación mayor para escribir su libro, y quizás en eso estriba su calidez. (Aunque, para serles sincero, yo no veo que ambas cosas sean incompatibles.) El libro de Julio Godio es un clásico, y si nadie se lo señaló es porque tampoco en su círculo hay aficionados a la historia.
Entiendo perfectamente que el motor del libro es la memoria literaria del autor, aquellos lugares de la ciudad que le recuerdan una página (he incluso algunos lugares de la ciudad que solo viven en la ficción y que el autor sale a buscar infructuosamente: verbigracia el Hotel Majestic de La ciudad ausente de Ricardo Piglia.) Pero siento que, en su afán por llenar el libro, también agrega lugares históricos como estos de la semana trágica, sin adicionarles ninguna referencia literaria, o agregándole algún párrafo insustancial de autor menor. O por momentos, como es el caso de la pirámide de Mayo, introduce alguna observación insípida  que de literatura solo guarda las formas. (Ambos hechos históricos son introducidos en el libro a partir de la rememoración de unos pasajes de Arturo Cancela, lo cual siembra más sospechas.)

Una casa común y una esquina famosa.

¿Cuál es la solidez intelectual o de investigación del libro? El mismo Abós me responde parte del enigma cuando nos cuenta sobre la casa natal de Borges y luego nos habla de Scalabrini Ortiz, en la página 112 y siguientes.
Primero cita un pasaje en el que Borges  hace memoria de su primera casa:

“...como todas las casas de la cuadra, y casi diría de la época, salvo algunas casas de alto que había por el norte, era ulna casa baja, con ventanas con rejas. Había un zaguán, varios patios, había un aljibe, azoteas. Todo buenos Aires era así.”

Alvaro Abós nos aclara que en Tucumán 838, donde estaba la casa, hoy hay un local comercial y que, un poco tramposamente, en la casa de al lado han improvisado un museo borgiano.
Y transcribe el poema Buenos Aires, 1899, donde Jorge Luis evoca su casa

El aljibe. En el fondo la tortuga.
Sobre el patio la vaga astronomía
Del niño. La heredada platería
Que se espeja en el ébano. La fuga
Del tiempo, que al principio nunca pasa
Un sable que a servido en el desierto
Un grave rostro militar y muerto
El húmedo zaguán. La vieja casa
En el patio que fue de los esclavos
La sombra de la parra se aboveda...

El apartado que sigue nos cuenta sobre Raúl Scalabrini Ortiz, y su celebérrimo El hombre que está solo y espera. Abós lo refiere casi como si le hubiera tocado escribir la contratapa:

“... es el hombre de Buenos Aires, el porteño genérico y anónimo que Scalabrini Ortiz propone como arquetipo, porque le parece una irreverencia macabra la de andar desenterrando tipos criollos ya fenecidos, como el gaucho, el porteño colonial, el indio, el cocoliche”. Por ello, Scalabrini inventa el Hombre de Corrientes y Esmeralda, lugar que, sostiene el autor, es “el polo magnético de la sexualidad porteña.” ¿Porqué Corrientes y Esmeralda? Porque allí está “el centro de la cuenca hidrográfica, comercial, sentimental y espiritual que se llama República Argentina.”
Y Álvaro nos deja su propia impresión de Corrientes y Esmeralda:

“Al llegar a esta esquina comprendo como nunca el problema de los escritores de Buenos Aires: escribir sobre la ciudad no es descubrir lo literario de la ciudad sino inventar literatura donde no hay nada”

Al leer esto pensé: pero cómo, ¿acaso Borges no fue más que claro? ¿No nos dijo que toda la ciudad era igual a su casa natal? ¿Acaso no quedó demostrado que con semejante vulgaridad se puede hacer poesía? Tratándose de un escritor como Álvaro Abós, y de un libro como “Al pié de la letra”que se trata en gran medida de inventos literarios donde no hay nada, me queda poco margen para pensar en una revelación por parte del autor al llegar a Corrientes y Esmeralda. Mas bien se trataría de un arrebato de docencia, de un caso ejemplar para adoctrinar al lector. Si esto es así, se trataría de un mal ejemplo. Los invito a leer lo que agrega sobre ese destacado sitio porteño:

“¿Puede haber esquina más desangelada? Es cierto que las caries que abrió la demolición del edificio situado en la esquina sudeste, donde se alzaba, por Esmeralda, el teatro Odeón, no ha mejorado para nada su estética. ¿Acaso en 1931 no serías igualmente fea?”

Sin dudas, querido Álvaro. Pero Scalabrini Ortiz no elige esa esquina porque se trate de una esquina común, sino todo lo contrario. Entonces, ¿por qué Don Raúl eligió esa esquina para suplantar a “criollos ya fenecidos como el gaucho?”  La respuesta está en la página 168, donde el mismo Abós hace una rápida enumeración de los lugares de Leopoldo Lugones:

“...Corrientes y Esmeralda, cede del Hoy demolido teatro Odeón,  donde pronunció en 1910 las célebres conferencias que consagraron al Martín Fierro de José Hernández como definitivo poema nacional.”5

Toda la defensa del gaucho y del libro la hace Lugones en El payador, obra enorme, de baja difusión, ya agotada y no vuelta a editar,  pero de consecuencias gigantes. (Y hay quienes dicen que una cosa y otra no son casualidad.) El libro es básicamente los apuntes que utilizó el mismo Lugones en sus conferencias en el Odeón.


Un edificio con forma de tortuga.

Pero detengámonos un momento en Avenida de Mayo al  1300, donde muere la Gran Vía porteña, justito antes de llegar a la plaza Lorea. Abós nos recuerda dos edificios: el palacio Barolo y el que pertenecía al diario Crítica. Del primero nos da una somera descripción el edificio, primer rascacielos de la ciudad que en su punta ostentaba un faro. Y en eso se agota su referencia al edificio. Y más importante: ¡justo del Palacio Barolo no hace ninguna referencia literaria! Se sabe; fue construido atendiendo a la simbología que emana de La Comedia del Dante: Su planta está en relación con las proporciones áureas; tiene cien metros al igual que cien son los cantos del poema; 22 pisos, al igual que las estrofas de La Comedia; está dividido en tres secciones, que remiten al infierno, el purgatorio y el paraíso, que pierden progresivamente materialidad a medida que nos elevamos, desde las nueve bóvedas de la planta baja, que aluden a las nueve jerarquías infernales, hasta el faro, que con sus etéreas 300.000 bujías, iluminaban el cielo con la velocidad de la luz, y que simbólicamente representan el amor final entre el poeta y Beatriz, razón por la cual la parte más alta del edificio asume la forma de templo hindú del amor. Fue el rascacielos más alto de Sudamérica desde el 23’ hasta el 28’, en que fue superado por 5 metros por otra obra del mismo arquitecto, Palantti, quien levantó en Montevideo un edificio casi idéntico, el majestuoso Palacio Salvo.2
Durante décadas funcionó en la planta baja del edificio la agencia de noticias Saporitti. Muchas de las noticias que en la vereda de enfrente publicaba Crítica tenían su origen en el Barolo. Palantti, que también construyó la malograda facultad de derecho y hoy de ingeniería sita en la Avenida Las Heras, esa que está a medio terminar porque la estructura no soportó el revoque. Tenía su estudio en un bonito edificio vecino, en Avenida de Mayo 695, a siete cuadras del palacio.
Pocos meses después de su inauguración, exactamente el 14 de septiempre de 1923, las multitudes se convocaron como pocas veces hasta entonces en la Plaza Congreso y en la plaza Lorea. Todos miraban el faro del rascacielos. El motivo era la pelea del siglo: Firpo- Dempsey, el evento deportivo más importante de la historia hasta ese momento. Altavoces había tanto allí como en La Prensa, en la otra punta de la avenida. Pero, como siempre, el barullo general y la tecnología de la época hacían difícil escuchar. El Barolo tenía una novedad: si se encendía la luz verde era señal de que el toro de las pampas, Luis Angel Firpo, había ganado. Si la luz era blanca, el que retenía el título mundial de los pesos pesados era el yanki. Se sabe, Firpo calló siete veces y perdió, pero antes Jack Dempesy voló literalmente entre las cuerdas y fue a parar sobre las máquinas de escribir de los reporteros. Pero el local contó con la ayuda inestimable del referí, que hizo la cuenta como un analfabeto que no sabe que viene después del nueve. Fueron nueve segundos, nueve largos segundos de Luz verde. Sonaron las bocinas, se abrazaron los desconocidos. Pero la luz del Barolo se apagó, y pronto fue blanca. Fue como pasar del paraíso al infierno sin escalas.
Cortazar nos habla de Firpo en al menos dos cuentos: La vuelta al día en ochenta mundos y  Circe y Bioy Casares en Un campeón desparejo. Me parecen menos interesantes estos cuentos que lo narrado, pero si Álvaro necesitaba una excusa acá la tiene.**
Ademas:  Alvaro, suponiendo que entro en el edificio,  no vio el cartel que reza “visitas guiadas” y las inscripciones en latín, “firmadas” por Horacio, aquel Gran Hermano de los cielos y de los infiernos.
La plaza Lorea hoy esta amputada por una curva que describe AV de Mayo antes de empalmar con Rivadavia. En otro tiempo era más grande, y en la guarida del placero había un placero, no cirujas3 En el 1909 fue escenario de la Semana Roja. La plaza dejó 12 cadáveres anarquistas. El jefe de policía que dio la orden de reprimir era Ramón Falcón. Entre los manifestantes estaba Simón Radowinsky, quien después daría muerte a Falcón, vindicando a los muertos, en la esquina de Callao y Quintana, donde hoy una placa lo recuerda (a Falcón, claro.) Radowinsky, un recién llegado al país, pasó a ser el hombre más famoso, apenas detrás del presidente Figueroa Alcorta, y tal vez mucho más popular y querido. Lo metieron en cana en Las Heras,  y como era amado hasta por los guardias, lo tuvieron que mandar a la Tierra del Fuego. Tan popular era que no lo podían matar. Hoy nadie lo recuerda: tampoco Álvaro Abós, quien, sin embargo, recuerda a Severino Di Giovanni, hermano de credo de Simón y fusilado en Las Heras en el treinta y uno.3

Inspiración.

Cuando nos habla del barrio de Constitución también se le escapa la tortuga. No menciona un lugar común en el folclore del recuerdo: la casa de Hipólito Irigoyen en Brasil al 1000. No es que sea para destacar este lugar en una guía literaria. En fin de cuentas don Hipólito no fue un hombre de letras. Pero hay una coincidencia que quiso el progreso de la ciudad: la casa del mandatario hoy se encuentra bajo una autopista, al igual que los talleres Vasena que ordenó defender.
No obstante, nos habla de otra casa de las calle  Brasil, entre San José y Santiago del Estero, donde creció el ensayista Juan José Sebreli, sin precisar dirección. El dato sería irrelevante si no fuera Juan José uno de los pocos intelectuales que gozan de popularidad y la merecen, principalmente por haber consagrado un hermoso libro a nuestra querida ciudad: “Buenos Aires, vida cotidiana y alienación.”  Abós le cede la palabra a Juan José y a su famosa obra para que nos hable sobre el barrio que lo acunó. Esto, que es apropiado, no lo sería tanto si no fuera porque levanta muchas sospechas. ¿Abós tiene trato con  Juan José? ¿Por qué es el único ensayista del cual releva partes de un libro? ¿Porqué no lo cita más seguido apropósito de los otros barrios, de la misma manera que hace con Borges?4
La respuesta me parece obvia: sería casi plagio, porque la obra de Juan José Sebreli es una de las principales inspiradoras del libro de Abós. Por supuesto que Buenos Aires, vida cotidiana... es un libro de sociología, pero no obstante abundan las semejanzas. Por ejemplo, en la página 124, de la edición de Hyspamerica, 1986, se lee:

En Palermo se abren dos salas de baile que llegaron a ser famosas: La Enramada y el Palermo Palace.
Julio Cortazar hace una descripción fantasmagórica de ese ambiente, lastrada por sus prejuicios de clase en el cuento Las puertas del cielo: “En mis fichas tengo una descripción del Santa Fe Palace, que no se llama Santa Fe ni está en esa calle, aunque sí a un costado. Lástima que nada de eso pueda ser realmente descrito, ni la fachada modesta con sus carteles promisores y la turbia taquilla; menos los junadores que hacen tiempo en la entrada y lo calan a uno de arriba abajo. Lo que sigue es peor, no que sea malo, porque ahí nada es ninguna cosa precisa: justamente el caos, la confusión revolviéndose en un falso orden: el infierno y sus círculos. Un infierno de parque japonés a dos cincuenta la entrada y damas cero cincuenta. Compartimientos mal aislados, especies de patio cubiertos sucesivos [...]
Del público nos dice
Asoman a las once de la noche, bajan de regiones vagas de la ciudad, pausados y seguros, de a uno o de a dos, las mujeres casi enanas y achinadas, los tipos como javaneses o mocovíes, apretados en trajes a cuadros o negros, el pelo duro peinado con fatiga, brillantina en gotitas contra los reflejos azules y rosas y las mujeres con enormes peinados altos que las hacen más enanas, peinados duros y difíciles de los que les queda el cansancio, el orgullo (...) se reconocen y se admiran en silencio sin darlo a entender, es su baile y su encuentro, la noche de color (...) Además está el olor, no se concibe a los monstruos sin ese olor  a talco mojado contra la piel, a fruta pasada; uno sospecha los lavajes presurosos, el trapo húmedo por la cara y los sobacos.; después lo importante: lociones, el polvo en la cara de todas ellas, una costra blancuzca y detrás las placas pardas trasluciendo.
Como el Hotel Magestic de Piglia, que trata Abós, el Palace Santa Fe tiene una existencia a medias. ¿Qué diría Julio si viera que el lugar vacante que dejó el Palace Palermo hoy lo ocupa un boliche boliviano, que hasta hace poco se llamaba Terremoto Boliviano?
Otro ejemplo del libro de Sebreli:
El parador de los maleantes era el famoso café de Cassoulet—Esquina sudoeste de Viamonte y Suipacha—con salida clandestina por las razzias policiales. Arriba del café había habitaciones donde las prostitutas recibían a sus clientes. A medianoche, cuando el café se cerraba, se convertía en un asilo nocturno donde por dos pesos se podía dormir sobre la mesa de billar y por solo un peso en el patio. Fray Mocho [en Memorias de un vigilante] ha dejado una descripción del ambiente del Cassoulet: “Aquello era un hervidero del bajo fondo social porteño: allí se barajaban todos los vicios y todas las miserias humanas y allí encontraban su albergue todos los desgraciados que todavía tenían un escalón que recorrer antes de llegar a los caños de las aguas corrientes que apilados allí en el bajo de las Catalinas [ donde luego hubo un parque de diversiones y hoy están las torres y, paradójicamente, el Hotel Sheraton] ofrecían albergue gratuito. Cassoulet era en la noche la providencia de las miserias desterradas de un mundo superior, era la ensenada que recogía la resaca social que en su continuo vaivén arrastraba hacia playas desconocidas el oleaje incesante


En el capítulo 4, página 119, nota 5 leemos una abrumadora enumeración de referencias literarias al famoso Paseo:
El paseo de Julio ha sido frecuentemente tema literario. En poesía Pedro Herrero, Buenos Aires grotesco y otros motivos (1922); Borges, Cuaderno de San Martín, (1929), y Raúl González Tuñón, El violín del diablo (1926). En prosa, Marcos Arredondo, Croquis bonaerense (1896); Manuel Gálvez, El mal metafísico (1916); Héctor Pedro Blomberg, Los soñadores del bajo fondo (1924), Las puertas de Babel; José Gabriel, La fonda (1939); Eduardo Mallea, La ciudad junto al río inmóvil (1933); Bernardo Cordón, Un horizonte de cemento (1940) Enrique Gonzalez Tuñón, La calle de los sueños perdidos (1941); Bernardo Verbitsky, Es difícil empezar a vivir (1941); Pedro Luis Larrague, Vida en la bruma (1943); Osvaldo Sosa Cordero, Anclas (Estampas del Bajo) (1943); Roger Plá, El duelo.
Esta enumeración que nos brinda Sebreli es excluyente, y es de notar que Abos no se haya puesto a espiar estos tomos. Sebreli incluso practica algunas omisiones, como la de tantos hombres que nos visitaron y que mencionaron el paseo (que de hecho fue por mucho tiempo una de las tres arterias principales de la ciudad), y las referencias de Mármol en Amalia, quizás porque en ese momento el paseo se llamaba Alameda.


Algo mejor de Cortazar.

Habla Abós; pág 122:
Cuando en su exilio parisino Julio Cortazar intentó una enumeración de su patria porteña, incluyó:
Las rabonas en Plaza Italia con un sol de libertad y pocas monedas/ La penumbra alucinatoria del Pasaje Guemes/ El aprendizaje del billar y la hombría en los cafés del Once./ las vueltas por san Telmo entre la noche y el alba/ los descensos tarifados al Bajo/ Los números de Sur/ El olor de jardines y plazas en Villa del Parque/ los paredones de La Chacarita algún amanecer de vuelta a pié/ Y el luna Park, claro, las noches de Beulchi y Mario Diaz.

Pero, gracias a mi tío Oscar, he descubierto un pasaje de Cortazar que, con algunas coincidencias, también rememora Buenos Aires. Como este aporte me lo soplaron por el tubo del teléfono es probable que presente algunas imperfecciones menores (por ejemplo su inexistencia.) Esta en Un tal Lucas, en el apartado Lucas, su patriotismo,  y dice:

De mi imagen de Buenos Aires tengo el trasbordador sobre el riachuelo/ La Plaza irlanda/ Los jardines de Agronomía/ Algunos cafés que acaso ya no están/ ulna cama en un departamento de Maipú casi esquina Córdoba/ El olor y el silencio del puerto en medianoche en verano/ Los árboles de la Plaza Lavalle/ [...] El sabor de Cinzano con Ginebra Gordon en el Boston de Florida/ El olor ligeramente alérgico de las plateas del Colon/ El superpullman del Luna Park en las noches de Beulchi y Mario Díaz/ la fealdad de la Plaza Once/ Y también algunos patios/ y sombras que callo/ y muertos.

Lo notable del caso es que esta referencia a la ciudad es más amplia y de mayor nivel que la primera.

La Paloma no voló.

En la Pagina 217 nos habla del legendario café La Paloma. Se trata de un café orillero, junto al Maldonado, antes de que este sea entubado y de alguna manera rebautizado como Juan B, Justo.  Se encuentra justo debajo del puente Pacifico, ese que llevaba los trenes hacia ese Océano, y que hoy cubre distancias más modestas. Dice y precisa:

“... en la esquina sin ochaba donde se habría el boliche y que es hoy la entrada a la estación Palermo...”

Es un error. La entrada esta justo bajo el puente, y en la esquina sin ochaba continua, como siempre, un bar bohemio. Puede ser que nuestro escritor haya pasado en épocas que esta cerrado, porque suele cambiar de dueño. Pero de todos modo Álvaro no ha ingresado a la estación ni le ha preguntado a nadie sobre el destino del café. La Paloma no voló, solo cambio de nombre. Siempre he bebido en sus mesas. Los precios son irrisorios porque desde hace mas de una década se utiliza (vox popupi) el local para “lavar dinero”. Los viernes y sábados por la noche el lugar es tomado por humildes gentes del conurbano y por previa de aquellos que luego se mueven en Terremoto Boliviano (Si, el mismo lugar que Cortazar menciona con otra gente y otro nombre.)



...............



1 Sospecho que este fue el título original del libro, que fue sustituido por uno más comercializable.
* Ver La Ciudad de P... En Pág. 326 hago algún aporte al tema de los intelectuales y la actualidad.
1 Hoy el Cementerio del Oeste (La Chacarita) esta en el centro geográfico de la capital y en la zona Este de toda el área metropolitana. La avenida Corrientes ya no sube hacia la necrópolis, ahora baja hacia el centro con mano única. Es difícil entender lo que significaba esta avenida antaño, cuando ya en Villa Crespo tomaba el nombre de Triunvirato, cuando casi todos los muertos hacían ese trayecto. Y podemos suponer la importancia de una iglesia como esta, que se cruzaba en el camino de todas las lágrimas, que vestidas de negro iban a regar una tumba.
5 Hoy el teatro es un estacionamiento. Enfrente, por Esmeralda, bajo el imponente Hotel de Las Naciones, hay un kiosco, que en tiempos menemistas vendía cerveza sin restricción. Como todo esto está en las vecindades de los teatros Gran Rex y Opera (que de alguna manera vinieron a suplantar a aquel con el ensanche de Corrientes en los 30’) el solar se llenaba de bebedores cuando ciertos artistas tocaban en esas tablas.  Aparte de mis frecuentes visitas al lugar, tengo muy presente el recital de Steve Vai, que no pude disfrutar por el estado en que me encontraba. Ya no se vende cerveza, y en la breve empalizada del estacionamiento, que servía de barra o banco, han colocado una hilera de pinches, como para inutilizarla, aparte de unos carteles de publicidad que apestan. Lo mismo han hecho en muchos lugares del centro con todo potencial escalón que pueda servir de improvisado asiento. La medida, drástica y sutil, a pasado desapercibida, salvo para los damnificados, entre los cuales ya no me cuento.
2 Ver La naturaleza 50, el arte 0, en Pág. 45. Algunas reflexiones: nada viene bien a algunos. El Barolo fue reprobado por muchos que lo consideraron “adefesio del sincretismo arquitectónico”, o sea una yuxtaposición de estilos de pésimo gusto. Al obelisco le paso otro tanto por carecer de todo estilo. Otro tema: al Barolo se le censuró que no respetara la altura tope de la Avenida de Mayo, gracias a una autorización especial del intendente Cantilo. Estas excepcionalidades a veces son muy bienvenidas. Lo que no se puede explicar son esas horribles torres que están hoy junto al encantador edificio, que no solo no respetan la altura sino que le restan perspectiva al Barolo. Palanti construyo ambos edificios en los márgenes del río como “las columnas de Hércules del Plata”. Como “columnas de Hercules” es conocido el estrecho de Gibralda desde la antigüedad, incluso la bandera de Andalucía presenta dos columnas. (Para los datos del Barolo puede consultarse la página oficial http://www.pbarolo.com/ o cualquier libro sobre la arquitectura porteña.)
** Los datos en revista Todo es Historia de septiembre de 2003.
3 Incluso se emitió por TV abierta un documental sobre este extraño sitio. El hacinamiento en el que viven estos tipos sería la envidia de los ideólogos de Auswich. Ni luz había. Los reporteros—unos temerarios—quizás llevaron la luz a ese rincón por primera vez en años. Los mismos cirujas veían por primera vez su residencia. Recordé el Informe sobre ciegos de Sábato. Lo recuerdo cada vez que paso por ahí. El olor de esta gente es espectacular. Hace algunos años la plaza fue ceñida por una reja que no supera el medio metro. A mi me remite a una jaula. En defensa de esta gente hay que decir que son muy pacíficos. La mayoría de los que por allí pasan cruzan de vereda. ¿Es que no han visto las rejas? Yo creo que es por el olor.
3 Más allá de esta omisión, debo ser justo. Este pasaje del libro, dedicado al parque Las Heras, tras el título “Los antiguos muros, es lo mejor de todo el volumen.” Hay otras cosas buenas: la información que maneja sobre el atentado anarquista del teatro Colón es acertada. [Ver  Bombas en el Paraíso, en Pág. 314] ¿Con tantos ácratas no será anarquista nuestro amigo?
4 Es extraño que, citando tanto a Jorge Luis, no haga mención de la ex Biblioteca Nacional de la calle México, que fue la fuente de inspiración y de comentarios varios del escritor, y en cuya puerta lo esperaba Bioy Casares para llevarlo del brazo, derecho por Chacabuco y su continuación Maipú, hasta su residencia. Borges -al igual que Lugones-, no quería que se bautizara una calle con su nombre, pero seguramente esta tiene más derecho que la que hoy lo recuerda en Palermo. A Lugones, como lo anota Alvaro, le tocó una autopista. Pero esa autopista no es cualquier autopista, fue hecha a nuevo para el mundial 78’, pues pasa junto al estadio de River, donde un enorme gauchito (mascota del mundial) recibía a los espectadores, muchos extranjeros. Agreguemos otra curiosidad: Lugones, póstumo mecenas de José Hernández, muere en la Avenida Sarmiento, enemigo de Hernández. Otra: las dos casas más famosas y visitadas en el delta del Tigre son las de estos dos prohombres. (Hay otras, menos conocidas pero no menos interesantes: un baqueano de a bote me dijo textualmente hace algún tiempo: “esa es la casa de Daniel Scioli, el vicepresidente, y acá todos sabemos que se la compró a Eduardo Massera, casi por nada. ¿Será verdad? Debe ser, o al menos merecería serlo: un almirante y un corredor de lanchas no me parece nada raro que pacen su tiempo libre rodeados de agua.)

No hay comentarios:

Publicar un comentario