viernes, 4 de noviembre de 2011

El Lobo Estepario y La Piedra Lunar. (Carta a Carlos Rey.)

El Lobo Estepario y La Piedra Lunar. (Carta a Carlos Rey.)

Carlos:

Sé que hay una distancia muy grande entre el Rojo y Negro que usted fue y el que lo espera ahora. ¿Lo espera? Yo creo que lo más sano es que no se arriesgue. A mi me pasa lo mismo con Los Miserables. Me imagino su noble pasión juvenil cuando Julián toma la espada para defender su orgullo herido por su aristocrática amada. Hoy usted se defendería del libro de igual manera. ¡Oh, los años pasan, Carlos!
Sobre las lecturas que usted me propone me gustaría hablarle. De Kafka bastante ya conocemos. A mi la obra que más me ha gustado es Un artista del hambre. Usted me propone una que no leí.  También lo escuché hablar maravillas de El castillo, e intuyo una influencia bastante importante de En la colonia penitenciaria en su obra La guillotina. (¿Qué es de ella?) Con respecto a El juego de los abalorios me pasa algo. Sidartha no me gusto cuando era pibe. El lobo estepario me gustó menos ahora que lo releí en estos últimos días que cuando era más ingenuo. Fue una gran decepción, fue mi Dorin Gray, del que usted me habla. Constituye una de esas lecturas que uno no puede dejar. Lecturas que interesan pero no terminan de gustar. Si uno no se identifica con el omnipresente Harry Haller, ya va mal. Por empezar, el mismo autor nos dice lo peor del libro en el Tractatus, que vendría a ser el tercer capítulo: “… ¿a qué perder aquí palabras, a que expresar cosas que se sobreentienden para cualquiera que piense un poco?”. Casi parece un ensayo mediocre de Sábato o Aguinis disfrazado de novela. De pendejo subraye un montón de frases memorables: “El camino hacia la inocencia no va hacia atrás, hacia el origen, sino hacia delante, hacia dios” o esta otra maravilla “uno arriesga el ridículo cuando se acerca a una muchacha”… Eso es El lobo estepario, una novela para pendejos. Harry es, como los artistas y los intelectuales, fruto de la burguesía, aunque detesta y reniega de su clase. Harry es un hombre que no se haya en su época, (y Hess comete un gran error al decir de pasada que se crió en el campo.) Harry no es un intelectual, es un sabio, como Buda. Harry repite lugares comunes de Nietzche, a quien ama: es un hombre póstumo; es un profeta que sabe que se viene la guerra; es un defensor del dolor como algo legítimamente humano. Pero, por sobre todas las cosas, es diferente al resto de las personas. (En este momento recuerdo Memorias del subsuelo y la experiencia en el seminario de Julián Sorel: y sabe una cosa: Estoy harto de los intelectuales que se sienten muy especiales! El problema, entonces, es mío. El pasaje en que la prostituta le explica a Harry que su vida no es menos rica que la de ella es…)
Pero Harry va a ser iniciado en los secretos de la vida por una meretriz y por un drogón. Es el intelectual más esteriotipado y aborrecible que he conocido. Pero ahora la puta y el bajonero le van a mostrar el lado oscuro de la luna. Ellos le enseñan que el Tratactus tiene razón: las personas estamos habitadas por infinitas personas o aspectos de uno mismo, que se combinan entre sí, que suponen una superación sin abandonar la propia personalidad… bla, bla, bla, bla.
(Una confidencia: a mi me gustó la obra, pero no caí en la trampa como hace años. ¿En que consiste esa trampa? : Hesse intenta en la primera mitad del libro explotar los prejuicios del intelectual vulgar. Entonces si uno no se identifica con Harry Haller y su hostilidad hacia el mundo actual, ya va mal con la lectura. Porque los prejuicios ya no son del que lee, sino del autor.)
Lo más interesante de El lobo estepario son sus últimas hojas, me siguen gustando. Pero la conversación que Harry mantiene con Mozart… Yo soy melómano, y no puedo sustraerme a ese pasaje sin palidecer.
(Otra confidencia: estoy seguro que la crítica-chiste que le hacen a Amadeus en la peli—eso de que en su música hay un exceso de notas—es una inversión de la crítica idéntica que le hace Mozart-Harry a Beethoven y a Wagner. El problema acá es que no se trata de un chiste.)
En fin: El juego de los abalorios va a tener que esperar. Como me recomendás algo de Mann, salí corriendo a releer La montaña Mágica (todavía no cobré.) Y en eso estoy.
Pero antes me he dado al maravilloso descubrimiento de Collins y su Piedra lunar. La trama no fue lo que me sorprendió. Lo que me sorprendió fue la caracterización de los personajes. A muchos de ellos los voy a extrañar. En especial a Beteredge, ese mayordomo cínico que no cree en dios, sino en Robinson Crusoe, y al Sargento Cuff, fanático de las rosas. (Es notable como todos los personajes tienen una notable cerrazón: Si a estos dos solo les interesa un libro o una planta, los otros no le van en zaga.  La Sra. Clarck, que—estoy seguro— es odiada por el lector, esta obsesionada con convertir familiares al cristianismo. Rossana está absorbida por su amor y su fealdad.  El Doctor, un plomazo insoportable y de lengua imparable, con el cual me identifiqué, solo está interesado por su propia persona. En tanto que Ezra, un ser  muy querible y que resulta difícil concebir que sea tan feo y odiado, es quizás el único personaje altruista del relato: uno sufre por él, así como por la condición humana…)
Como sabrás, la novela está narrada por cada uno de los personajes implicados, lo cual le da una riqueza de perspectivas a la historia. Cuando toma la palabra la señora Clarck, el relato y el interés se detienen bastante. (Aunque hacia el final se entiende que  hace la más fiel radiografía del culpable, de manera indirecta.) No obstante esto, y el ácido humor que destila todo su relato—también indirectamente y a su pesar—, creo que la historia se entiende perfectamente sin esta parte. Hay momentos donde no solo a los protagonistas les resulta imbancable este personaje. (Y esto debe ser algo normal en todas esas novelas concebidas para ser publicadas por entregas en revistas y en una determinada cantidad de números. Hay pasajes donde las cosas se estiran como chicles,  momentos donde se vuelve redundantemente sobre cosas que ya sabemos y recapitulaciones varias.) Por suerte, Beteredge retoma el relato hacia el final, algo después de la aparición en escena de Ezra, un tipo que aparece tarde y que es imborrable. Detrás de cada personaje se esconde un poco de Collins, a quien llegué a querer.
Notable la prefiguración del psicoanálisis por medio de la alegoría del experimento con el opio. También la apertura mental que tiene el autor en plena época victoriana, sobre todo en el pasaje insoportable de la Sra. Clark, tan victoriana ella,  y en la liberalidad con los extranjeros. Es remarcable en este sentido el final, porque en plena época imperial deja un tanto libre de culpa y cargo a un pueblo entero. Para Collins, millones de personas no pueden ser juzgadas por un asesinato, y mucho menos cuando fueron víctimas de un robo. (Este es el giro de perspectiva más importante e inesperado de la novela, porque todo el tiempo estamos pensando como ingleses, menos en las últimas líneas.)
Ya compré Las tentaciones, y cuando el señor Hans Castorp madure intelectualmente—es el protagonista de La Montaña—me sumergiré en un poco de teatro. ¡Oh, cuanto extrañaba el teatro. Ayer en un arrebato volví a gozar de  Strindberg!

PD: leandro puso una librería_ ESTA BUENA_ en Uriburu 628. No le voy a decir como llegar a alguien que respira centro como usted. ¡Ay¡ Recuerdo otros tiempo en que “de mi mano” las recorrió por primera vez.
PD: Feliz día Camilo.


Respuesta de Carlos Rey.

Querido amigo José:
                                 Aceptá este encabezamiento y dejame vivir la pureza de este renacimiento de la esencia de la cultura griega! Vivan los nuevos Platones! Los nuevos Sócrates! Los nuevos Alcibíades! Gracias Cristina y a todo el senado romano de pensar en los jóvenes y en nosotros, los que amamos a Grecia y a todo su saber y CULTURA!!

Dado que se me permite empezar de esta manera hablemos de literatura.

Tantas sombras que se me presentan! No he leido a Collins. Juzgo por tus palabras que he hecho mal.
Todo de acuerdo sobre El lobo estepario. Y agrego: cuando uno lee un libro la edad se manifiesta, en la juventud, por la voluntad de lectura-aventura, en la madurez, por el raciocinio y la comodidad. Por eso, sospecho, que me gustan Proust, Joyce, Kafka Flaubert, hoy mas que ayer. El lazo que me une a ellos es un pensar la literatura, mas que en contar historias. La palabra lo es todo. Hoy en que he dejado de vivir para mí sólo puedo pretender vivir en las palabras. No tengo otra salida.
Me preguntás sobre el destino de La guillotina: que otro destino mas que el de la tumba-cajón le cabe a una obra prematura y escrita con pulso tan débil. Ha estado bien que así sea y el teatro ha muerto en mis manos. No mas teatro para la gente grande.
Versos, versos, versos, sólo puede pensar en ellos.
También hay por allí pretensiones de ensayista, de llevar a papel ciertas ideas que me vienen molestando. No sé si mi cabeza está a la altura.
Leé (o releé, si es el caso) sin perdida de tiempo Las tentaciones … Flaubert con esa obra ha sido tentado por el diablo y se ha ganado el infierno de los genios.
Me hablás al pasar de Strimberg ¡Cuantos olvidos! Ya volveré a la memoria.

Mis saludos y feliz día del niño para Rodrigo y también para vos (porque yo no discrimino)

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