De cómo aprendí a escribir en Chino de una sentada.
A Betiana,
Que mira con esos ojos.*
Tiempo atrás ideé un criptograma que se basaba en números, líneas y puntos. Era fácil familiarizarse tanto con su escritura como con su lectura, y respondía satisfactoriamente al fin para el que es creado todo criptograma: la imposibilidad de su desciframiento. El problema fue la falta de éxito. El único secreto en el mundo que no merece ser guardado es el que se esconde en una sola persona. Incluso un criptograma necesita de dos. Decidí publicar mi invento en este mi diario, pero la falta de imprenta a confinado mi secreto en la página 74 y al estante de una biblioteca que solo yo reviso. ¿Por qué un tipo así, abierto y cosmopolita, deseoso de que alguien lo lea, se plantea el desafío de consagrar una escritura que nadie puede leer? ¿Será porque la única manera de negar un fracaso es frecuentándolo? Debo estar enfermo o padecer de un estado emocional crítico porque no me arrepiento de nada. Peor aún, aquel criptograma adolecía de vulnerabilidad. Cualquier incauto, con un mínimo de pericia, podía entrar en él y sustraer sus secretos. Para evitarlo me di a la tarea de confeccionar otro, mucho más difícil de descifrar, conservando la facilidad tanto de aprenderlo como de retenerlo, pero por sobre todas las cosas tenía que ser más sorprendente que el anterior. Aquel, a primera vista, guardaba la forma de un complejo cálculo matemático y este no podía ser menos.[1]
En realidad la pretensión de complejidad iba más allá del requerimiento propio de todo criptograma, porque, antes que un criptograma, estaba a la caza de una mujer. No faltaron desprevenidas y curiosas que, sentadas justo a mi en el colectivo, leían de reojo esas complejas cuentas que yo llevaba a cabo. Al principio me limitaba a escribir, pero como ninguna se aventuraba a preguntarme algo, fui adquiriendo la costumbre de examinar las hojas que ya había escrito y, si la mina lo merecía, tomaba una lapicera roja, corregía los errores y finalmente introducía una calificación al pié de la hoja. La estrategia nunca prosperó porque evidentemente yo no era tan atractivo como mi criptograma, ni siquiera cuando tomé la costumbre de incorporar alguna advertencia adicional como “trate en lo sucesivo de ser más aplicado o deberé tomar medidas al respecto” Quizás el problema esté en la complejidad, pensé. Incluso llegué a evaluar la posibilidad de estudiar alguna escritura no alfabética como la china, pero me deprimí de solo pensar en el esfuerzo que eso implicaba, y todo para levantarme una mina en el colectivo. Después pensé en el alfabeto cirílico, que es el que utilizan los rusos, pero también presentaba sus problemas: ellas podían prejuzgar que yo no hablaba castellano y como consecuencia no dirigirme la palabra. El chino en esto parecía mejor. En fin de cuentas el chino es más complejo y mi aspecto revela que soy criollo. Pero eso de aprender chino se me antojaba excesivo, y tenía el gran inconveniente de que mil trescientos millones de chinos podían leer mis más íntimos pensamientos, con la única excepción de los ciegos...
Como soy un hombre de pasiones fuertes y efímeras, juré sacar adelante el proyecto, y no tardé en archivarlo. Tenía prioridades más importantes, como viajar en colectivo, y pasaron unos años, en los cuales incluso olvidé que alguna vez inventé un criptograma.
Días atrás un inocente me preguntó como hace Bin Laden para mantenerse comunicado con los suyos cuando todo el mundo lo anda buscando. Respondí que lo hacía por medio de señales de humo, que es lo que se usa en el infierno. Cuando me abandonó, recordé mi criptograma. Tomé un lápiz y quise confirmar que lo recordaba. Escribí lo primero que se me vino a la cabeza.
T2.8.1xm374-43,.-[,t2-4-5375.54,
“Tengo micosis en los testículos”
Lo escribí sin errores y con una velocidad pasmosa (alentado por el escozor.) Pero, mirando el resultado, me sentí mal. Era evidente que cada punto equivalía a 10 y cada raya a 20, así como la sinceridad de cada primera letra y la deslealtad de la última.[2] Quizás otro lo ignorara, pero si yo me daba cuenta, otro podía abrigar sospechas. Tuve una idea: la mejor manera de ocultar el significado del criptograma era que yo mismo lo ignorara. En otras palabras, concebir un criptograma que oculte mis pensamientos y que al mismo tiempo me sea imposible de resolver. Eso sería tranquilizador, pero lamentablemente recordé que ese criptograma ya fue inventado por los psicólogos, que lo llamaron inconsciente, que perdieron cien años en tratar de resolverlo, y que podemos estar seguros que van a perder cien años más (si es que antes no desaparece la psicología.)
Hice varios intentos, pero no daba en la tecla. Lo primero que me vino a la cabeza fue, como suele pasarme, lo primero con lo que me topé: un almanaque. Instintivamente recordé los treinta caracteres de la escritura y los treinta días que, por término medio, guardan los meses. Sólo bastaba con enlazar las fechas con una línea continua siguiendo el mismo patrón numérico de mi anterior criptograma, luego distribuir las palabras en el orden de los meses y, tomando la precaución de escribir sobre papel de calcar, finalmente quedarnos con el gráfico, como muestra el siguiente ejemplo.
Carlos manda
Pero el procedimiento era arduo, poco provechoso y ridículo a más no poder. Eventualmente un adepto a la nigromancia o a la quiromancia puede apostar que en el fondo de este mamarracho se esconde la respuesta de un acertijo ultraterreno o el futuro de algún tipo. (Por no hablar de los astrólogos, que estarían chochos con este derroche de imbecilidad.) Ciertas minas del colectivo posiblemente hubiesen arriesgado que soy un alto ejecutivo que consume su tiempo con la precisión de un cirujano. Pero, como las estúpidas me espantan, de seguro tenía más por perder que por ganar. Para confirmarlo, desperté a mi madre, que dormía en brazos de su nueva adquisición. Medio dormida y todo, me trató de estúpido (me preguntó cómo se escribía “estúpido”) y me censuró por desperdiciar el tiempo. (Yo trataba el calendario de esa manera, pero hasta ese momento no lo había advertido.) El novio se despertó. Me aclaró que no había más plata. Mi mamá, quizás con la intención de calmarlo, le pasó la hoja. El jefe de mi familia tropezó con su inteligencia. Y tuve como aprobación un coro de alabanzas, como era de esperar.
Triste y solo, me tiré en el sillón. En treinta y dos años no había podido ocultar adecuadamente mis pensamientos y mis limitaciones, al menos a mi madre. Miré los números del teléfono y llegué a una conclusión desesperante; el 4-682-5496 escondía la clave de mis más íntimos pensamientos. Anhelaba hablar con mi psicólogo. Las tres de la mañana no son horas para llamar a nadie, pero a ese nadie el jefe le pagaba crecidas sumas para apurar mi desarrollo. Marqué. Se mostró ofendido, inabordable. Empecé a delirar: podía fundar una religión y mantener a los fieles bajos mi égida, ilustrándolos con mis más bajos pensamientos y haciéndolos pasar por buenos, como Jesús, que había olvidado al otro sexo, que renegó de su padre y de su madre, que denostó la bebida, que blasfemó a lo lindo. Todos estos defectos los propagó y los santificó gracias al más grande de los defectos: laburaba para convencer a los otros. Yo iba a hacer lo mismo. (Se puede publicar cualquier aberración, basta con que los demás crean que son cosas buenas.) Y así podría decirle a todo el mundo mis más preciados secretos sin por eso ser perseguido.
Era una locura. No me era posible congregar a cuatro personas en torno mío sin tener que gritar para que entiendan... ¿Y si encima me salía mal? Esos cuatro se multiplicarían exponencialmente para divulgar lo peor de ... No, tenía que buscar otra cosa. Volví a pensar en un criptograma. Agotado, sabedor de que ese día ya no daba para buscar trabajo, mantuve la vigilia con la esperanza de toparme con algo. Pero, ¿qué?... Estiré la mano en dirección a la biblioteca sin fijarme cual era el libro que tomaba. Di con uno, que en realidad son muchos: La Santa Biblia ¿Un insulto o una señal? Lo abrí al azar. Era el Evangelio de Juan: 9; 36. Leí.
Dijo Jesús, “¿tu crees en el hijo de dios?” Él le respondió, “¿y quién es, señor, para que yo crea en él?” Jesús le dijo, “lo estás viendo, es el que habla contigo.” Respondió, “creo, señor”, y lo adoró. Jesús dijo: “yo vine a este mundo para que los que no ven vean y para que los que ven se queden ciegos.”
Se trataba de una señal, pero no la pude percibir inmediatamente. ¿Qué significado guardaban las palabras del analfabeto? ¡Venir a bufar de esa manera cuando hasta lo ciegos pueden leer! “¿Ciegos?”, pensé, ¡¡¡Eureka!!! Manoteé el tomo 5 de la enciclopedia y vi esto:
Sí, había un alfabeto que ignoraba aquellas palabras de Cristo: el Braille. Instintivamente tuve ganas de aprenderlo, porque siempre es bueno mirar televisión y leer al mismo tiempo. Consumiendo una hora aprendí los 26 caracteres. Fue fácil. Ahora el siguiente paso consistía en idear mi criptograma. Uní los puntos con una línea, de esta manera:
Entonces, quizás para reconciliarme, escribí “Jesucristo”:
Era un horror, eso no podía funcionar. Solamente pensé que la simplicidad gráfica de este alfabeto ameritaba la sustitución de los caracteres latinos por estos otros. (En fin de cuentas es más sencillo concebir la “A” simplemente como un punto.)[3] Quizás Jesucristo me perdonó, porque rápidamente tuve la idea de acumular las letras que componen una sílaba, obteniendo esto:
Sin embargo, la separación entre las sílabas era obvia. Para resolver este problema, dios me dio una mano; tenía que apilarlas en una columna:
El resultado me dejó perplejo. Entré en un terreno cercano a la felicidad. El resto era una pavada. Para los signos de puntuación podía elegir cualquier garabato curvo, pues era obvio que todos los caracteres eran rectos. Con placer introduje este signo para la coma ( ) y este para el punto ( ) (Por supuesto que, como en mi anterior criptograma, podemos facilitar mucho las cosas al inventar otros signos para los artículos, los pronombres, y todo tipo de palabra recurrente. Pero eso se lo dejo a usted.)
...vamos con una que sabemos todos.
Si se ha detenido a leer lo que precede quizás haya advertido que la última columna no dice lo que uno esperaría. Se trata de un exabrupto… Usted sabrá disculpar. El resto nombra a la trinidad.
Contento con mi nueva invención, tomé el primer colectivo que se me cruzó. Como el camaleón, pasé de ser un erudito de las matemáticas a ser un amante del chino mandarín. Con la cabeza baja y la guardia atenta, me puse a escribir cualquier barbaridad, esperando por una compañera en el asiento de al lado. Finalmente miré de soslayo. Junto a mí había un brazo lampiño, casi femenino, un poco amarillo. Me repitió algo insistentemente, en chino..“¿Te amo?” “¿La concha de tu madre?” Nunca lo sabré. Pero, evidentemente, el tipo estaba persuadido de que yo estaba dando mis primero pasos en la caligrafía de Confucio. ¿Cómo dice?¡¡¡Ahhh!!! ¿Me está preguntando qué es lo que dice la última columna? Le doy una pista: “Te amo” no dice.
Con el tiempo tuve suerte y hasta llegué a ganarme una mina. No era muy linda, pero, como a mí, le encantaba el sexo oral (me daba la teta.) Aún hay gente que opina que soy inmaduro. No lo niego, pero he dado muestras de estar progresando: me he reconciliado con dios, dejé de ir al psicólogo, dejé de hacer bobadas en los colectivos, consumo mejor mi tiempo y cambiaron al jefe de mi familia. Pero lo mejor es que, para demostrarme que era capaz de dar a conocer alguna miseria íntima, publiqué este escrito en una revista de baja, bajísima tirada, y que, por una idea de Carlos Rey, provoca a los demás con el pretencioso título de Discóbolo, con la deliberada intención de espantar al neófito.
Nota: Ahora que El código Da Vinci ha traído la moda de los misterios, incluso en estas hojas (Leonardo y el enigma de Ottorino; Pág. 88), no estaría de más imaginar una historia que, tomando este criptograma, se acerque al Informe sobre ciegos de Ernesto Sábato, pero con una veta menos romántica. Ya no se trataría del mundo abandonado y secreto en el cual se apartan o son confinados los ciegos, sino de un mundo oscuro en el cual estos tipos se dan al comercio de ideas raras (tentativamente la idea de la existencia o no de la luz o de aquellos que aseveran que pueden ver y que es algo así como tocar a la distancia; la imposibilidad o no de llegar a tocar ciertas cosas que se ven; la contribución de algunos ciegos al estudio de los sonidos, tratando de discriminar cuales de esos sonidos en teoría serían visibles y cuales no; la valoración estética por la acústica y la temperatura, etc, etc.) Alguien da con el criptograma y progresivamente descubre. 1) Que los ciegos, lógicamente, no pueden entenderlo. 2) Que hay un alfabeto en el mundo que se asemeja mucho, el Braille, inventado por alguien que puede ver. 3) Que, por lo tanto, todo ciego necesita auxilio. 4) Que finalmente ese criptograma fue ideado por un ciego (ironías al margen), en un intento por divulgar los conocimientos acuñados por sus colegas. De por sí estos cuatro puntos constituyen una hermosa alegoría, que merecen llegar a una forma superior. No me voy a embarcar en semejante proyecto sin antes tomarme mi tiempo. Pero, como lamentablemente no puedo administrar mi tiempo como es debido, cedo la idea de esta alegoría al lector, que se parece mucho a Betiana.
Conflicto en el seno de la demagogia.
Se suponía que esto tenía que ser una nota al final del escrito anterior. No obstante, la materia importantísima que trato, amerita la existencia de este artículo.
Reflexionando sobre mi criptograma Braille – Chino (y siempre reflexiono sobre lo que escribo y escribo sobre lo que reflexiono); decía que, reflexionando sobre mi criptograma, llegué, como no podía ser de otra manera, a ciertas conclusiones. Y debo agregar que en este caso estoy sorprendido porque las conclusiones no son estupideces.
Hay actitudes demagógicas que son irreconciliables. Podemos dar el caso de aquellos que defienden con igual pasión y entrega la preservación de las comunidades indígenas en un estado igual al que las encontró el almirante y, al mismo tiempo, la inclusión de estos mismos indígenas en el manejo del caballo y de la Internet. Como esto no es posible (yo creo que tampoco es deseable) lo único que les queda a estos demagogos es la denuncia y el ridículo. Mientras tanto nosotros, como no adherimos, como no condenamos, sufrimos un terremoto que nos mueve a risa.
Sin embargo, en el futuro podría presentarse un caso que se avizora como grave.
El alfabeto es una cuestión occidental, si es que algo todavía quiere decir esta última palabra. Con 25, 30 o 35 caracteres un noruego, un Yanki o un argentino pueden leer los pensamientos ajenos y escribir sus propios pensamientos. Pero esto no es así en países como China. No dudamos que se trata de una cultura milenaria, pero esa propaganda que ellos hacen, y que nosotros compramos e incentivamos de alguna manera, olvida un hecho fundamental: las tradiciones no son buenas per se. Sin dudas, algunas de esas tradiciones merecen ser preservadas, como el respeto a la gente mayor, pero otras merecerían ser dejadas de lado porque causan un enorme perjuicio a esas sociedades, como es el caso de la escritura pictórica convencional, que es eso que traté de simular en mi criptograma.
La cosa viene así: el único país oriental que hace esfuerzos para asimilar esta técnica occidental es, cuándo no, Japón. Como los chinos odian a los japoneses (tienen otros odios, pero son más vulnerables) se resisten a seguir cualquier tipo de innovación que emprenda Japón, aunque esta sea sensata. Todavía no olvidan que durante la segunda guerra esa pequeña isla los humilló apoderándose de gran parte del país. ¡Justamente a ellos!, que para colmo era y es el país más poblado del mundo. Obviamente, lo que los chinos no quisieron ver por mucho tiempo es la causa del existo japonés: de no ser por la tecnología no lo hubieran logrado.[4]
Esa lección parece que la aprendieron a los golpes. Pero no parece que pase lo mismo con el tema del alfabeto. Los demagogos de por acá y de por allá defienden la exclusión de los chinos del alfabeto. Alegan razones tanto del pasado (preservar las tradiciones, como si las tradiciones no se pudiesen preservar en otro nivel), como del futuro (“no a la globalización”, suelen decir.) Quizás lo más extraño de estos conservadores, que se autodenominan progresistas, es que olvidan a los ciegos.
En efecto, el Braille es un alfabeto, y no se trata de un hecho casual. El único medio con el que cuentan los ciegos para poder leer es, más aún que el Braille, la posibilidad de un alfabeto. China es el país más poblado del mundo y no hace falta ser un genio para inferir que se trata al mismo tiempo del país más nutrido de ciegos. Todos esos ciegos merecen poder leer. El problema es que los demagogos, tanto los de acá como los de China, entran en contradicción, al pretender que los ciegos aprendan Braille con la única condición de que aprendan a leer en Chino, lo cual, como vimos, es imposible.
* Sería prudente aclarar que este encabezamiento no responde a la declaración de un romántico inveterado, ni tampoco alude a una pobre mina con conjuntivitis. Betiana tiene ojos de camaleón, y, como ese bicho, suele cambiar el color de su cuerpo según las circunstancias. Lo que Betiana desconoce es que este reptil sólo ve el blanco y el negro, y por lo tanto, no percibe los colores que asume. Pero, mal que le pese a Betiana, nosotros sí los percibimos...
[1] En realidad la misma escritura está basada en una suerte de cálculo matemático. Cuando Seaussure y los estructuralistas consideraban la lengua como un sistema de signos y ponderaban que cada uno de ellos tiene sentido en función de los otros, estaban diciendo más o menos lo mismo.
[2] Criptograma, Pág. 74
[3] En el último congreso de la lengua española se ha vuelto a tratar las cuestionadas innovaciones que García Márquez (así como Sarmiento mucho antes que él) quería imponer: la anulación de casi toda regla ortográfica para facilitar el aprendizaje de la escritura y de la lectura. Esta sugerencia de la supresión de los caracteres latinos corre en el mismo sentido. Consecuentemente, el articulo siguiente, Conflicto en el... , intenta mostrar la necesidad de simplificación de la escritura en otra región del globo, y en beneficio de todos.
[4] Hay que sacarse el sombrero. No sólo invadieron el país más poblado del mundo. En 1905 fue noticia; esta pequeña isla, y para colmo de raza oriental, le ganaba la guerra al país más grande del mundo; Rusia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario