Los antropólogos, los filósofos y el concepto de raza.
“Los antropólogos han realizado un trabajo monumental. Gracias a ellos se internalizó la obligación de respetar las diferencias, sobre todo las diferencias culturales y, en primer lugar, las de los indígenas, poniendo en marcha una ideología política que impulsa proyectos regresivos.”
Marcos Aguinis; Una nueva cara para una misma falsedad.*
Los antropólogos, como su nombre lo indica, están obsesionados con el Ser humano. Para ellos las razas no existen. Hay mil motivos, dicen, para que no existan. Los argumentos que esgrimen son avasallantes, todos ellos de carácter científico.105 Pero suelen olvidar lo que recuerdan cuando estudian a los pigmeos; al ser humano. Y el Ser humano civilizado tiene tan presente a las razas como el pigmeo a su entorno vegetal. No todas las plantas son iguales para esta diminuta raza del África central, de la misma manera que no es lo mismo un negro o un chino para un ejecutivo de Nueva York. Lo increíble es que los antropólogos quieran cambiar o destruir ese concepto en el neoyorkino y al mismo tiempo insistan en preservar aquella variedad vegetal entre los pigmeos.
Los veterinarios, que no son tan narcisistas como para empeñar su inteligencia en manos de nuestra especie, gustan de aplicar sus conocimientos en distinguir cuál es un dálmata y cuál es un dóberman. Ellos, al igual que los ejecutivos de Nueva York, quizás no tengan más que agradecimientos a dios por tanta variedad. No obstante, los antropólogos están decididos a terminar con el concepto de raza. ¿Sufrirán de daltonismo? Seguramente lo intentan por las malas consecuencias históricas que ha dado ese concepto. Les sugiero que no confundan un concepto con una palabra. El concepto siempre se puede reorientar.
Las pasiones irracionales que cunden entre los antropólogos a propósito de la palabra raza, se las puede verificar en la palabra familia. Familia es una palabra central para cualquier antropólogo. Como expertos en la materia, tienen un concepto muy diferente y más rico de lo que comúnmente llamamos familia. Es más rico porque saturan con mil variantes el concepto de familia. No es lo mismo la familia del siglo XXI que la familia del siglo XIII, no es lo mismo la familia porteña que la familia pigmea. Sin embargo, por problemas que podríamos llamar de coordinación mental, no se muestran tan belicosos ante aquel que desprecia a las solteronas como ante aquel que desprecia a los negros. Es un hecho que las familias pueden asumir tantas variables como las razas.
Yo mismo no se a que raza pertenezco. Quienes no conocen mi linaje aseguran que soy turco. Quienes reparan en mi pelo, aseguran que soy negro. Quienes son negros aseguran que soy blanco. Y quienes son mis amigos aseguran que soy José Leandro. Esta misma riqueza de matices que el mismo aspecto me confiere enriquece el concepto de raza, y les da la razón a cada una de las opiniones al respecto. De la misma manera, tres interpretaciones de una película, por encontradas que sean, por apasionadas que sean, no hacen más que afirmar su existencia. Esto último es lo que aseguran paradójicamente los antropólogos con respecto a la familia; existe por su misma variedad.106
El desprestigio del término raza tiene su origen principalmente en el nazismo. Pero; ¿Qué pasó con la familia durante el régimen nazi? Había facilidad de créditos a todo aquel que conformaba una. Se estimulaba la procreación. Se invitaba a la población a reproducir hombres para el combate y para poblar la tierra de arios. De esta manera, la política racial y la política familiar se articulaban. Son dos aspectos de un mismo asunto y, para ser consecuentes, debemos desprestigiar o rescatar ambos conceptos al mismo tiempo. (No sé por qué, pero sospecho que la familia nuclear monógama se cimentó en occidente, no por nada, durante el período de expansión colonial, quizás para preservar, entre otras cosas, una raza de las otras.)
¿O habrá que estudiar antropología.? No, mejor no. ¿Para qué? Si después uno no puede distinguir un Dálmata de un Chiguagua.
Para concluir, el lector quizás espera escuchar algo de los filósofos, como reza el título. Bueno, el filósofo soy yo, y he procedido a lo largo del artículo como uno de ellos.
* En Clarín, 17 de marzo de 2004.
105 Uno de los argumentos más recientes en los que abrevan los antropólogos es el que proporcionaron los científicos implicados en la decodificación del genoma humano Dijo en aquella ocasión el ministro francés de investigaciones; “los hallazgos reafirmaron que los humanos somos casi idénticos genéticamente. Hoy, 12 de febrero de 2001, es un mal día para aquellos que apoyan el racismo.” (En Clarín 13/2/1) Me gustaría subrayar eso de que somos casi idénticos genéticamente dado que no sólo deja lugar a una diferencia, por pequeña que fuera, sino que también está expresando una identidad que se sostiene sólo en el plano genético. Supongo que algo parecido habrán observado los científicos de Celera Genomics, autores directos del descubrimiento, ante las palabras del ministro, pues expresaron; “La primera falacia con la que hay que terminar es con la del determinismo. Los humanos no somos sólo genes, el factor medioambiental es tan importante en la constitución de las personas como lo son los genes” (Ibíden) De esta manera, si bien no tocan el tema de las razas, tienen sentido común al agitar las banderas de la diferencia. Para más información sobre las razas y el racismo me remito a Mi defensa, artículo que abre este diario.
106 A decir verdad, las contemporáneas escuelas antropológicas feministas se van al otro extremo y afirman que la familia no existe, pero continúan sosteniendo que las razas no existen y, cosa curiosa, agregan que los sexos tampoco existen (o que no deberían existir)
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