domingo, 6 de noviembre de 2011

Un burócrata camboyano (cuento)

Un burócrata camboyano.

            En las cumbres que separan Camboya de Tailandia vive gente. Pequeñas y aisladas comunidades de humanos que solo frecuentan algunos turistas occidentales, como Jaques. Jaques no es haitiano, es francés. Francia es una republica al oriente de Haití. No obstante estas estériles disquisiciones, Jaques llega a Camboya para tener una vivencia de lo que alguna vez fue la indochina francesa, y luego de cuatro insoportables calurosos días de caminata llega a destino. Verdadero “turismo aventura”, que le llaman.
            Para estos aislados que solo conocen las cumbres de aquellas montanas  (y estamos en condiciones de afirmar que ignoran que se trata de una montaña porque jamás bajaron para apreciarla), estos aislados seres que ignoran las islas de la misma manera que ignoran los cursos mayores de agua tanto como los mares, también ignoran, mal que le pese a Jaques, que alguna vez hubo un país que los colonizó (y para ser exactos también ignoran que son camboyanos  y, obviamente, que del otro lado hay algo así como Tailandia.)
            Jaques convive con ellos un par de días, o un par de lunas, como acostumbran decir estos montañeses, y le propone a lo que vendría a ser algo así como el líder (y probablemente el progenitor de toda la aldea), llevarse a alguna de las muchachas a conocer el mundo. Líder, que no podemos saber si ha entendido la proposición que Jaques a transmitido en un lenguaje sordomudo occidental, acepta. Pero,... ¿qué es lo que acepta Líder? Jaques no quiere ni averiguarlo; él tiene a su Tarzana amarilla, un excelente recuerdo de Camboya. 
            Habría bajado 100 metros con su trofeo cuando quizo ver la aldea por ultima vez, pero las nubes ya habían ganado la cumbre. Olvidó el asunto y siguió bajando. No adelantó mucho cuando escuchó que desde la cumbre llegaba una risa burlona, ofensiva, hiriente, de procedencia inconfundible, de Líder. Casi instintivamente volvió la vista para que Tarzana Amarilla le explique. Pero,... ¿qué le podía explicar ella?  Siguió bajando, aunque ahora apuró un poco el paso... por si las dudas... No llegó a olvidar el asunto cuando una carcajada generalizada llegó desde arriba, un coro siniestro y burlón en el cual quedaban apareados todos los miembros de la tribu. Cuando las risotadas cesaron (lo que no fue pronto) le hizo llegar la inquietud a su Tarzana. La amarilla se rió rápida y ruidosamente.

            El burócrata camboyano se encuentra tras un escritorio, tras sus gafas, y tras sus gafas sus párpados caídos: el burócrata camboyano duerme. En el escritorio suena una radio y un pequeño ventilador proyecta aire sobre el burócrata. Jaques, que jamás en su vida pensó que tendría que pedirle algo a un camboyano, no puede evitar los prejuicios. “El ventilador tiene el mismo tamaño que la cara de este tipo, y queda claro que desarrolla mayor actividad”. “La radio puede ser a pilas, pero el ventilador está enchufado; estoy en la civilización: hay electricidad”. Toma el ventilador y cambia la dirección del aire. Incómodo, el camboyano se retuerce en su silla y abre los ojos.
__ ¿Qué quiere?__ Dice en francés el burócrata, despertando.
__ Quiero salir del país.
            El camboyano bosteza, busca unos papeles y se los tiende.
__ Firme al pié... y váyase cuando quiera.
            Jaques entendió que el hombre le pedía que se vaya para mejor poder dormir. Y, como a buen entendedor pocas palabras, el burócrata giró sobre sí el ventilador y cerró los ojos. Pero tuvo que volver a abrirlos cuando le desenchufaron el aparato.
__ ¿Todavía está acá?__ Se malhumoró.
__ No pienso irme sólo... me voy con ella.
            El burócrata buscó unos papeles y se los pasó.
__ Tiene que presentar esta documentación. Después puede hacer con ella lo que quiera
            Jaques leyó, miró a su Tarzana y mostró un irreprimible fastidio
__ ¿Cómo pretende que esta salvaje tenga documentación?
__ Ese no es mi problema. DNI y partida de nacimiento.
__ ¿Cómo?__ Dijo Jaques, profundamente azorado.
            El camboyano volvió a cerrar los ojos y agregó.
__ ¡Ah!... y Constancia de Servicio. Usted sabrá que el servicio militar es obligatorio en este país... también para ellas.
__ Pero ella no es camboyana.
__ ¿No?, ¿y de dónde es?
__ De las montañas que separan a este país de Tailandia.
__ No existe ninguna persona en el mundo que sea de la frontera. O es camboyana o es tailandesa. Si es camboyana tendrá que presentar documentación para salir del país; si es tailandesa tendrá que presentar documentación para demostrar cómo entró al país. __ Y volvió a abrir los ojos para rematar__ Lo mismo si es tailandesa o de Marte.
            Jaques, quizás aprovechando que el camboyano tenía los ojos abiertos, le mostró unos billetes.
__ El último que aceptó plata pudo elegir un buen traje el día de su ejecución.__ Tomó los billetes y se los guardó__ El pobre tonto no solo aceptó la plata  de aquella persona sino que también lo dejó salir acompañado.__ La ira del francés era enorme, le hacia apretar los dientes y le impedía decir algo.__ Si la muchacha no tiene documentación es lo mismo que si no existiera. La única forma de existir es demostrándolo.  Está mujer, para la ley, es lo mismo que si jamás hubiera nacido. Y si nació, lo tendría que haber hecho dentro de una frontera. De lo contrario, no existe.  Y si no existe ella, la plata que usted me dio tampoco existe.__ Volvió a cerrar los ojos__ Devuelva esta joven a las montañas. Haga lo que le digo o tendré que mostrarle a las autoridades los billetes que tengo encima, y es probable que usted tampoco abandone el país. __ Hizo una pausa y volvió a abrir los ojos, pero como vio que Jaques no se movía y no tenía ganas de perder los billetes, remató__ No se olvide que aún recordamos el imperialismo francés... y para saberlo francés no necesitamos sus documentos.

            Y Jaques decidió restituir a su Tarzana amarilla a su montaña. La podría haber abandonado por las calles de Phnom Penh, que es la capital de ese país, pero movido por un irracional miedo a las represalias desistió de hacerlo. Si antes le había tomado cuatro días llegar, ahora solo le consume tres, pues no está movido por el entusiasmo, sino por el espanto. Ya ve la cima de la última montaña cuando las nubes se adueñan del entorno. Unas carcajadas vienen desde arriba. Son idénticas a las que había escuchado al bajar. Pero como ya había pasado por eso, y como solo desea terminar con el asunto, no le da mayor importancia. Sólo procura aferrar de la mano a su Tarzana y, a pesar de las dificultades que se presentan por la falta de visibilidad, seguir subiendo para poner punto final a ese infierno. Las nubes no le permiten ver más allá de un metro, pero nota que ya no sube, a llegado. Sin embargo....  Ahora desearía escuchar aquellas risas para al menos tener la certeza de estar entre la tribu. Los minutos pasan. Aprieta la mano de su Tarzana. Se voltea para mirarla. Pero la densidad de esas nubes es tal que no puede ver su rostro. Desesperado, y aunque nunca lo hubiese imaginado, grita con la esperanza de encontrar a Líder. Pero Líder no aparece. ¿Habría equivocado la montaña? No, eso no era posible; la misma Tarzana se lo haría notar. Repentinamente, como en un abrir y cerrar de ojos, las nubes desaparecen. El lugar es el correcto, pero no hay ninguna aldea. Una carcajada se eleva a su lado. Es el burócrata camboyano, que lo está tomando de la mano.


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