Heráclito sin fragmentos.
De Heráclito sólo nos quedan fragmentos de segunda y de tercera mano. Según parece, esos fragmentos habrían formado parte de un libro. Nunca sabremos que es lo que dijo exactamente Heráclito, pero los estudiosos de su filosofía se empeñan en dar respuesta a este interrogante. Lo hacen a base de inferir alguna interpretación a la luz de unos fragmentos tan inteligentes como ininteligibles. Así, no es de extrañar que diferentes interpretes arriben a conclusiones tan opuestas como los mismos fragmentos que estudian.
Heráclito, que era llamado el oscuro por los antiguos en referencia a su escritura críptica, no intentaba ser un pensador de ideas claras, según se desprende de la lectura de sus fragmentos. La mayoría de sus interpretes intentan clarificar ese ambiguo pensamiento quitándole de esta manera todo vestigio de genialidad, como si la genialidad y la ambigüedad fuesen dos provincias del pensamiento confinadas en diferentes países. De la misma manera proceden los doctores del manicomio, que intentan recuperar a los locos en lugar de aprender de ellos. A veces me pregunto si estos doctores en filosofía cuentan con la apertura mental que requiere el cerrado pensamiento de Heráclito. Sospecho que han clarificado a Shakespeare, han interpretado a Kafka y han omitido a Nietzsche, para mayor gloria de la ciencia filosófica.
Estos examinadores de textos critican un libro que no existe. Alegan que, de alguna manera, restituyen el libro en cuestión por el análisis que practican de los fragmentos. Pero esto no es así. Si se analiza la mayoría de las interpretaciones se verá que conciben el libro de Heráclito como un portentoso volumen de mil páginas. Lo más probable es que Heráclito haya compuesto un opúsculo que no habría excedido en tamaño las diez páginas, y quizás menos. Según me parece, ningún filósofo presocrático (excepto Demócrito, que de hecho es contemporáneo de Sócrates) escribió una cantidad importante. Entonces, es altamente recomendable que antes de embarcarse en una tarea hermenéutica, que siempre es tan fría y cerebral, se intente una reescritura de aquello que alguna vez pudo ser un libro o un opúsculo. Esta reescritura, cálida y fantástica, probablemente se acerque más al espíritu de Heráclito que un análisis exhaustivo de todos sus fragmentos.
Hasta donde yo sé, nadie ha intentado articular los fragmentos intercalando entre ellos alguna que otra oración. Espero que a partir de la lectura de estas líneas alguien se sienta estimulado a emprender una tarea parecida, más amplia y más seria.
Un camino puede perderse en infinitas curvas, describir derroteros que sólo el mismo camino recordará. Pero si el camino está bien trazado, ningún hombre perderá su destino. Entonces: El camino debe acordarse del camino, y conducir al hombre a su destino. El hombre debe acordarse del hombre, que olvida dónde conduce el camino. No para marcarle el rumbo, que el mismo camino se encarga de señalar, sino para recordar que hay otros hombres, tan iguales y tan distintos. Pero el camino es uno. (76)
Está en poder de todos los hombres conocerse a si mismos y ser sensatos. Yo me escudriñé a mí mismo. Y, como los buscadores de oro que cavan mucho en la tierra y hayan muy poco, encontré un pequeño tesoro que se llama Cordura. (116, 101, 22)
El nombre del arco es también vida, pero su obra es la muerte. El nombre del veneno es también remedio, pero su obra es la muerte Acaso ignoras que las palabras son tan equivocas. Acaso ignoras que las palabras, que no están en ningún lugar, son tan equivocas. El indolente se asombra de cualquier palabra, mas el sabio se detiene ante ellas, pues están hechas de Cordura, que es el material de la contradicción. Y la contradicción es sabiduría, porque allí está la dificultad. 48
Las cosas que más aprecio son las que veo, oigo y aprendo. Las tres cosas son necesarias, pero el aprender guarda mayor dignidad que las otras dos, por mayor aproximación a la Cordura, y el oír guarda mayor dignidad que el ver, pues supone un atajo para el conocimiento y para la Cordura. Pero para los tontos, los ojos son testigos más precisos que los oídos. Es por eso que pretenden que la Cordura no existe, pues han escuchado de ella pero nunca la han visto. Sin embargo, entienden lo que escuchan y demuestran su necedad manifestando su sordera Porque la Cordura a ellos también alcanza, por lejos que se encuentren, ya que el pensar es común a todos (55, 101ª, 113)
Debemos seguir lo común; sin embargo, a pesar de que la Cordura es lo común, los más viven como si fueran poseedores de sabiduría propia. Inténtales hablarles, y volverán a sus casas comentando el color de tus vestimentas. Como los ojos sólo ven de frente, preciso es demostrarles que el oído, como el olfato, percibe en todas direcciones. Pero para ello, necesitaremos atarles los ojos con vendas, y, llegado el caso, también la lengua, para que puedan percibir el sabor de las palabras.
Los muertos deberían se arrojados pronto como basura, como el pelotudo de Homero, un astrólogo, o ese otro Pitágoras, abuelo de la charlatanería 96, 105
No es conveniente el hablar y el; obrar como hombres dormidos. Hay un mundo uno y común para los que están despiertos, pero el que duerme se reduce a un mundo propio 73 89
Unidad y coherencia en los fragmentos de Heráclito:
Es bien sabido que las soluciones más acertadas suelen ser las que arriesgan menor número de hipótesis. Newton infirió, a partir de la caída de una manzana, los secretos del universo. La misma gravedad dominaba a la pequeña manzana y a los más alejados astros. Hay una ingrata costumbre, que yo también tengo, en develar los secretos de un libro con complejidades que no se justifican. Esas complejidades confunden la explicación con la complicación, y cuando se trata de 126 fragmentos de mierda las explicaciones, incomprensiblemente, asumen complejidades inauditas. Las mismas, no obstante, se justifican en tipos como Anaxágoras, donde lo difícil es darle unidad a la totalidad de sus fragmentos. Pero con Heráclito esas complicaciones son innecesarias porque hay una unidad manifiesta en casi la totalidad de la obra que nos queda, reservándose las dificultades al interior de cada uno de los fragmentos. (en todo caso tendríamos que preguntarnos si no son preferibles las dificultades). En su pensamiento hay constantes que se pueden encontrar en casi cualquier lugar (o en muchos de ellos), como la gravedad en el universo: Esto parece una contundente prueba a favor de una obra breve (o de una obra dilatada y plagada de redundancias) y habla admirablemente de la coherencia del efesino (no tanto de su pretendida oscuridad) y de la aceptable fidelidad de quienes nos transmitieron esos fragmentos. Algunas de las constantes que recorren los despojos de nuestro pensador son
· Oposición permanente entre dos cosas que suponen una unidad
· Esa unidad existe, y es evidente para cualquiera que use la cabeza
· No nos tenemos que fiar de los sentidos, sino de la mente (logos)
· Por la actividad mental conocemos las cosas tal cual son
· Unidad en la pluralidad (uno esta tentado de decir: en la dualidad.)
· Paralelismo entre logos, Dios, ley, fuego, rayo, luz, razón, discordia; lugares donde se resuelve o disuelve la diversidad. (Esto, aunque descaradamente simplista, no deja de ser cierto. Y guarda el gran mérito de la manzana de Newton.)
· Las palabras son equivocas. ( el fragmento 31, que habla del fuego y el .. que habla del agua dieron lugar a las famosas interpretaciones del fuego como origen de todas las cosas y a la interpretación que opone Heráclito a Parménides, pues el primero sería el pensador del devenir. Estas interpretaciones son tan arcaicas que parecen formuladas por trogloditas, ya que suponen que cuando nuestro filósofo dice fuego se refiere al fuego. Lo que para nosotros es un filósofo para ellos es una rana. Lo mismo se puede decir del agua (agua puede ser alcohol, semen, mar, río, baba, etc) Ni el fuego puede ser el origen de todo, ni el agua se una alegoría del cambio irreparable. Heráclito es un pensador de la eterna repetición de los ciclos, y en esto es muy griego. El fragmento 36 (y no es el único) es muy elocuente al respecto.
Porque es muerte para las almas el convertirse en agua, y muerte para el agua el convertirse en tierra. Pero el agua procede de la tierra; y del agua, el alma.
Heráclito y la vulgaridad:
En un pueblito como Efeso, el genio, como en cualquier pueblito, no tiene la condena de la soledad sino la condena de la incomprensión, que es mucho más dura y democrática. Heráclito se sintió obligado a escribir porque era demasiado inteligente para aceptarse como un caso excepcional entre los hombres de Efeso. Aunque odiaba a sus conciudadanos tuvo que hacer uso del lenguaje popular para transmitir sus propios pensamientos, a falta de otro. Es así como lo encontramos hablando de escaleras, caminos, muros, de ríos, 102 de alcoholes, de manuales de lectura (Homero), de animales varios, del sol (al mejor estilo de los pueblos vecinos, como si de una divinidad se tratase), etc. Sí, Heráclito habla de cosas muy vulgares, y alcanza las cimas de la filosofía.
102 Es un misterio que hable de ríos y no del mar. Por Efeso pasaba (y pasa) un río insignificante, mientras que el mar es sinónimo de Grecia.
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