Se bueno, en todos los casos (primer mandamiento.)
A partir de aquí inauguro una serie de apartados en los cuales publico mis mandamientos. Son una especie de principios personales que quiero compartir con ustedes, y que se acercan más a Maquiavelo que a la Biblia. Los mismos serán debidamente ilustrados con un ejemplo o una parábola, que intentará mostrar que estos principios no guardan la sordidez y seriedad de una religión, sino la noble sonrisa de un dios.
Leandro y David tenían hambre. Como los odios suelen ser más persistentes que el hambre, pues esta termina con la muerte y aquella puede dejar con vida al portador de tan ingrato sentimiento, llegaron a olvidar el motivo por el cual contendían. La discusión demostraba la mutua avaricia. El kiosco distaba escasos pasos del lugar, pero ni loco alguno de los dos se iba a mover. Yo escuchaba. Ambos manifestaban haber pagado la última comida del otro. Se adivinaba que tenían plata, pero no para gastar en beneficio del rival, que además era un ingrato y un desmemoriado. Era más importante tener el billete en el bolsillo que la comida en el estómago. No hicieron referencia a mi billetera, yo no existía para ellos.... Tomé la palabra. “Me voy”, dije. Me sacaron con la diligencia y la mala gana con que se saca la basura. Fui al kiosco y volví. Traía dos enormes emparedados completos. Cesó la discusión, quizás porque hablar con la boca llena es más complicado. Me miraron con lágrimas en los ojos. Les había dado una lección. Pero no pudieron reparar en el caroso del asunto, tan difícil de digerir para cualquiera que no posea una moral elevada. En realidad los estaba humillando, y de la manera más ruin. Mostrar la miseria del prójimo lo torna débil y nos hace fuertes. ¿Por qué yo no comí? Porque no tenía más plata. Cuando hubieron terminado el alimento, ellos también me lo preguntaron, y respondí lo que ustedes ya saben. Se sintieron sumamente culpables. (Ahora podían sentir algún sentimiento malo sobre ellos mismos porque ya no sentían hambre, cosa que también les hice notar.) Dije que no tenía apetito, pero me encargué de manifestarlo en un tono lastimoso, fingidamente involuntario. ¿Por qué yo me iba a privar del pan? Porque el amor es más persistente que el hambre. (El amor a uno mismo.) En fin de cuentas manejé mi egoísmo de una manera más inteligente que ellos. Mañana quizás coma, algunas monedas voy a conseguir. Pero ya me había metido en el bolsillo a esas dos personas, que en cualquier momento que desee se mostrarán diligentes para que yo saque la peor basura que guardo en mi interior. Quien quiera entender que entienda.
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