sábado, 5 de noviembre de 2011

La muralla paraolímpica

La muralla paraolímpica

Los culpables de que a las olimpíadas se las llame invariablemente “juegos olímpicos” son los periodistas. Parece ser que uno de ellos aprendió que los griegos contaban los años por olimpíadas y concluyó que había que añadir la palabra “juego” al evento. Lo aprendió mal: lo que hacían los helenos era agrupar y no contar los años por olimpíadas. Algún descerebrado llegó a proponer que reemplacen el calendario actual por el que utilizaban los griegos. Eso le daría más jerarquía al juego y sería un catalizador del la fraternidad entre los pueblos, decía. Hay que ser muy ignorante para entender ciertas cosas.
Sospecho que fue otro periodista el que popularizó eso de decir hasta el cansancio “los juegos olímpicos modernos”. ¿Por qué? ¿Acaso hay alguien que pueda confundir los juegos olímpicos antiguos con los modernos? ¿Alguien puede confundir el inconfundible rostro del  discóbolo de Mirón con la cara de boludo que tiene Messí? No es mi intención idealizar el pasado, pero las cosas están así. Antes teníamos al esclavo de Píndaro anotando las célebres crónicas que le dictaba su maestro. Ahora tenemos a Bonnadeo hablando de todos los deportes habidos y por haber, pero que—se deja ver—no practica ni siquiera el humilde ejercicio de subir las escaleras.
Pasaron las olimpíadas y nadie se acordó de la fraternidad entre los pueblos: se acordaron del pueblo chino. Los deportistas, turistas y periodistas que por allá fueron no pudieron dejar de ir a la muralla. Aunque tiene miles de kilómetros, todos se convocaron en la parte más cercana de la capital, que es la más transitada y la más inauténtica. Se trata de una construcción reciente que levantó el régimen comunista sobre los verdaderos restos. Esta sección de la muralla imita la que se construyó en época de los Ming (aprox. 1500 dc.) Esta dinastía—si exceptuamos a la comunista—realizó esos famosos tramos que hoy adornan las postales.
La muralla china es lo contrario de las pirámides egipcias. Las pirámides más grandes son las más antiguas. Las ruinas más viejas de la muralla son comparativamente recientes ( 200 aprox.)  y muy decepcionantes –apenas un leve montículo—,   y las más nuevas y grandes son las susodichas de las postales.
Si se recorre la totalidad de su recorrido hay sorpresas.  La inmensa mayoría de la muralla no es la de las fotos. A veces es una simple empalizada, miles de kilómetros en los cuales se la puede comparar con una vía romana, tramos en los cuales ha quedado como una simple línea y grandes distancias en donde literalmente desaparece para luego aparecer como un camino de tierra, que interrumpida por dispersas piedras, se asemeja más a un suburbio porteño que a una maravilla.
Sin embargo, es en estas murallas barridas por el tiempo, movidas por los terremotos y paradójicamente destruidas por otros pueblos donde se encuentra lo maravilloso. Esas piedras, por reducidas o abandonadas que estén—o precisamente por eso—despierta la sensibilidad romántica de todo artista. Y tal vez también de los intelectuales.
Pero donde todos se dan cita es en ese engendro que hizo construir Mao para contener a los turistas. La procesión por ese sector es un calvario. La congestión es admirable—la gran mayoría de los turistas son chinos—, el calor insoportable en verano y extrañado enormemente en invierno y hay que aguantar las ganas de ir al baño, que no abundan. Para que no ocurra una catástrofe se le pide a la multitudinaria concurrencia que avance. Y es aquí donde el turista tiene una revelación: la muralla es básicamente una escalera. Como tiene una lógica defensiva está construida sobre las cimas y no sobre los valles. Y el norte de China no es precisamente la pampa húmeda. Cataratas de seres humanos se amedrentan unos a otros cayendo bajo el peso de la gravedad o se agolpan por subir infinitas escaleras de irregulares escalones.
Por suerte hay gente criteriosa que se encarga de recorrer la obra – la de las postales—por zonas alejadas de Beijin, y así poder maravillarse a pleno.


Ahora se vienen los paraolímpicos, o los “juegos paraolímpicos”, si lo prefiere. Se trata de un evento que merece ser estudiado detenidamente porque en él se dan cita rasgos demagógicos con otros que hablan de la nobleza humana para con su propia especie. Serán días de fiesta, en los que descubriremos si el manco le gana al rengo en los cien metros de pecho; si los ciegos de la selección nacional de fútbol son o se hacen; si los sordos escuchan el himno cuando los condecoran. Habrá quienes tengan un motivo familiar para ver estos juegos, y habrá quienes se bañen en lágrimas sin importarles quien gane (aunque probablemente les importe quien pierda.) La cita es obligada y allí estaremos todos alentando a nuestros muchachos.
Disculpen por semejante grosería, pero da un poco de asco todo el entorno de los paraolímpicos. Basta con decir unas palabras sobre este extraño sustantivo. Al inicio de estos juegos, en los 60´, la raíz “para” hacía referencia a paralíticos y parapléjicos. Como la idea no fue muy feliz pero el término se popularizó se les dio por decir a los que de esto se encargan que ese “para” hace referencia a aquello que está cerca, como en “paramilitar”, porque estos juegos suceden en pocos días a los otros, los de enserio.
Sin embargo, no todo es oscuridad. La ciudad anfitriona, Pekín (no Beijing) se sometió a un tratamiento urbanístico muy especial. Gracias a los juegos se acordaron de la infraestructura edilicia y vial para los discapacitados. Terraplenes, rampas, ascensores especiales, semáforos acondicionados, todo se hizo rápido y en medida colosal.
Y es de prever que hasta al más ciego se le va a ocurrir conocer la gran muralla, para después no tener que inventar excusas para explicar porqué no la vieron.
Si yo tuviera la capacidad figurativa mínima para diseñar un cuadro lo haría. Como soy un discapacitado de la figuración me gustaría al menos brindar una propuesta. Señores del arte de Polígnoto: imaginen la gran muralla china con rampas, preferentemente rampas exteriores por aquello de no afectar las estructuras internas. Imaginen sillas de rueda subiendo, imaginen un ascensor empotrado sobre la muralla. La imagen puede guardar muchos significados. Mejor dejen de imaginar y manos a la obra.
                                                                                                         
Setiembre 2oo8

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