El imperio del último momento.
“Ultimo momento”, “urgente”; palabras caras para el periodismo berreta. Crean la sensación de que estar informado es sinónimo de lo que esta pasando en este mismo momento, confundiendo abiertamente lo actual con el instante. Así, la actual y lo efímero van de la mano. Es tan importante la sanción de una ley que perjudica o beneficia a millones de argentinos como el choque de dos autos con víctimas fatales o la inclusión de una nueva lechuza en el jardín zoológico. Sólo se exige una condición: que sean simultáneas, ahora. Incluso se ha instalado una tendencia, adelantar la noticia por medio de buchones o proxenetas (“según una alta fuente…”) o columnistas que describen el futuro con la certeza de que nadie recordará sus palabras, pero que esas mismas palabras mantendrán su prestigio.
No es un caso nacional. Esta bobada se aprecia por doquier. Pero, ¿qué es la actualidad? Por su puesto se trata de un término tan vago como “ahora”. Como vimos, podemos afirmar que en los medios lo actual es lo puntual: “Son las ocho en punto y estas son las noticias”, frase archiconocida que va reforzada por un reloj al pié de la pantalla que siempre trae añadida la temperatura. En una de esas los historiadores del mañana no reparen en el desconcertante hecho de que el 15 de agosto de 2006 a las 8 en punto la atmósfera tocaba a los 10 grados Celsius, puntualmente en la ciudad de Buenos Aires, pero a mi me interesa, y mucho. El problema no esta en esto, que demuestra lo importante del momento presente y lo vano que puede ser sustraerse a él, sino en la exageración del hecho en sí; si la lechuza es macho o hembra.
Yo ya estoy vacunado contra estas cosas y trato de comprenderlas en lugar de indignarme, pero noto que cuanto más las comprendo más me indigno.
Caminaba por corrientes y por algunas de sus librerías, esas que alcanzan mi presupuesto y que de alguna manera reflejan las inclinaciones literarias de la mayoría. Nada importante. Colecciones españolas con clásicos de todos los tiempos, filosofía pretérita, guías de turismo, enciclopedias caninas, revistas usadas, etc.; cosas que me agradan. Por supuesto, como en toda librería no especializada encontré libros, revistas y enciclopedias sobre el Imperio Romano y el ImperioGriego.
[1] Es lógico. Son la cuna de nuestro mundo occidental y algún día no muy lejano están condenados a ser también cuna del mundo oriental y quien sabe si de otros mundos. Tienen una actualidad imperecedera. Dejaron su huella en todo, pero por sobre todas las cosas en la forma en que usamos nuestro cerebro. También, como no podía ser de otra manera, la enorme producción en la materia obedece a las pautas del mercado (demanda y oferta), así como a añejos planes de estudio de todos los niveles que nunca los omitieron.[2]
Como me saturé de estos libros y no encontré nada nuevo (chiste malo), me fui. En la esquina compré el diario y me metí en el primer bar que encontré. Ahora pienso que lo hice con el inconsciente propósito de huir de Grecia y de Roma. Necesitaba algo actual, caliente. Y ahí estaba Beirut, ardiendo por los bombardeos israelíes. Me informaban que habían cortado todo vínculo terrestre de la capital libanesa con el exterior: la habían circuncidado. En un apartado se leía las declaraciones de George Bush sobre el tema. El periódico se me agotó en estas dos informaciones. El resto se me ocurría demasiado banal, demasiado intrascendente. Levanté la mirada y pude ver en directo el bombardeo que se estaba dando en el sur de Israel. Recordé aquel tema de Los Redondos que se llama “Noticias de ayer”, y que nos recuerda que la letra impresa siempre llega tarde. Claro que eso tiene sus ventajas, pensé, al menos la noticia se procesa, lo cual genera mayor cautela en el informe. Quizás la historia, continué pensando, sea el método más procedente para elaborar hipótesis, pero adolece del defecto de ser inactual. Para mantener la expectativa, un viejo periodista repetía incansablemente las mismas cosas desde la pantalla, acompañado por las imágenes. Las mismas eran elocuentes, pero me agotaron más rápido que el Clarín. Me estaba por retirar cuando, en directo, se empezó a transmitir la conferencia de prensa de… adivinaron, George Bush. Quizás porque el tema era delicado y cualquier desviación de lo políticamente correcto podía sonar a exabrupto, se limitó a leer lo que evidentemente le habían escrito. Se me ocurrió que el hombre más poderoso del mundo también estaba llegando tarde a….
Ayer caminaba por el parque Rivadavia cuando revisé la tapa de los diarios. Estaban el hambre de gloria de David Nalbandian, la hazaña de un comedor infantil que resiste gracias a una cooperadora, el logro de una anciana que cumplió 102 años y que aún barre la vereda (que hace 102 años que barre la vereda), la negativa norcoreana al desarme nuclear (negativa que, dan a entender de alguna manera, solo es posible al amparo de un arsenal nuclear), y las apreciaciones de George W. Bush sobre el tema.
Volvamos al futuro. Me había dejado a mi mismo caminando por el parque Rivadavia. Este lugar esta lleno de puestitos donde se puede regatear el precio de los libros. Lamentablemente los puesteros (se ha popularizado este gentilicio para los que habitan los puestos) conocen lo que venden y no son fáciles de engrupir. Como estoy acostumbrado al regateo (a ser pobre) improvisé cuando, para mi asombro, vi un libro raro y seductor. Volví a dejarlo entre los otros libros.
__ ¿Tenés algo de Maldwin Jones?__ Fingí, pues el libro en cuestión fue escrito por este hombre o mujer, pues desconozco el género de Maldwin.
__ No__ Fue la seca respuesta del puestero, que no apartó la vista de su libro.
Dos cosas me alentaban a seguir esta estrategia. No conocía al autor, y si yo no lo conocía, él menos. En segundo lugar, conocía al puestero; un holgazán que evita el trabajo, tanto el físico como el mental, abandonándose en la lectura del algún patán mientras otros se distraen sustrayéndole los libros que vende. Como no estoy acostumbrado a robar, pero si a regatear (a ser miserable), cuando el puestero volvió a concentrarse en Antes del fin, de Ernesto Sábato, continué con la aplicación de mi estrategia. Me puse a revolver los libros y dí premeditadamente con el libro en cuestión. Se lo tendí. Con el pulgar movió rápidamente las hojas, abanicándose, con la velocidad con que cualquier guitarrista realiza una escala sin alteraciones… al piano. No contento con esto, lo dio vuelta y consumió todo lo que decía la contratapa, que yo no leí porque era parte de la táctica (hubiera despertado sospechas.) Volvió a mirar la tapa y, mojándose el índice, volteó la primera página. Un minuto después volteó la segunda. Me quería morir. Pensé que lo iba a leer; que lo iba a leer todo. Que se iba a pasar el índice por la lengua 520 veces.
__ Setenta pesos__ dijo finalmente, y con la certeza de que no lo podía comprar, dejó el libro junto a los otros.
Por supuesto, setenta pesos era un regalo por tratarse de semejante obra, pero ese vago no podía estar al tanto de eso.
__ ¿Qué tiene ese libro para que este tan caro? – dije.
Hizo un gesto de fastidio y luego respondió a regañadientes.
__ El título.
Hice una pausa y apelé a su inteligencia.
__ ¿Qué tiene el título? Los libros de historia no tienen título. Se llaman “historia de esto”, “historia de lo otro”.
__ Pero este no se consigue.
__ ¿Cómo lo sabés?
__ Por el título.
Bajó la mirada, se mojó el índice y volteó una página de Antes del fin. No me quería ir con las manos vacías. Insistí.
__ ¿Qué tiene el titulo?
Refunfuñó alguna mala palabra como si estuviera leyendo en voz baja. Era un asno y se habia ganado mi odio.
__ Son setenta pesos – rebuznó.
Antes de que el espíritu entre en erupción hay un segundo que se prolonga por siglos, en el cual los nervios se paralizan. Uno no puede precisar el tiempo y las formas. Indirectamente provocamos que el mundo entre en transe al ser arrastrado por nuestro espíritu. Es exactamente la inversión del sentimiento kantiano de lo sublime, que nos habla del estremecimiento del individuo abismado en la inmensidad de la naturaleza. Es como si todo lo existente latiera dentro de nosotros, como si la naturaleza se asustara al comprobar las afecciones enormes que se debaten en un punto tan chiquito del universo. Que solo sea personal ese sentimiento poco importa. ¿Acaso no son personales todas los padecimientos que nos acompañan desde el llanto primero hasta la muerte?. ¿Acaso el nacimiento y el umbral de la liquidación absoluta se pueden compartir? Cuando llegamos a ese transe en el cual somos muy profundos no podemos predecir lo que puede suceder luego. Al abandonar ese estado corremos el riesgo de asesinar, de llorar, de orinar, o de algo mucho peor, como lo que me paso aquel día..., de perder la moral.[3]
El ingrato puestero se había concentrado nuevamente en su lectura, quizás con la remota esperanza de que la obra sea inconclusa (estoy hablando del libro, no de la vida del autor) cuando una jovencita lo importunó. Vendía unos sándwiches con fetas de jamón y queso que se abrían como hojas. El precio se anunciaba en un peso con cincuenta. El puestero le pidió uno. Cuando ya se había aferrado a la comida le pasó la plata.
__ Faltan cincuenta__ dijo la mocosa.
__ No tengo__ respondió el guarango, con la boca llena.
Se trata de una novedosa forma del regateo, me dije. Alcancé a la muchacha que se alejaba. Me arrodillé para quedar a su altura, y tomándola de las manos, le ofrecí.
__ Cachorra, ¿querés ganarte cincuenta centavos?
__ ¿Qué tengo que hacer?
__ Ves el libro gordo que. .. —y le di las coordenadas del caso.
__ Yo no robo.
¿Cómo era posible? En alguien tan pobre el robo y el hurto estaban plenamente justificados. Intenté explicarle la diferencia entre esos dos delitos, la imposibilidad de que una menor pueda delinquir (incluso si era pobre), la poca monta de las consecuencias si las había, lo grande de hacer favores sin mirar a quien. Yo estaba decidido a que la piba recupere sus cincuenta centavos y hasta estuve a punto de darle los cincuenta centavos de mi propio bolsillo, pero ella parecía no darse cuenta.
Cuando el puestero se vio importunado por otro cliente, la despaché a la mocosa, casi a los empujones, con el compromiso de cuidarle los sandwiches. Por su escasa altura no podía ser vista, y con la naturalidad propia de la niñez, sustrajo el volumen de la estantería, pero en lugar de retornar se quedó parada a la espera de algo. Mientras el cliente perdía su tiempo, el puestero revolvió el estante. Pensé que el cliente le había pedido el mismo libro, pero finalmente le entregó otro. La pendeja no se movía y tuve que ocultarme detrás de un árbol.
Cuando me asomé vi que el tipo se alejaba con las manos vacías, con el dedo mayor en alto. La cirujita, abrazando el grueso libro, conversaba con el puestero. La curiosidad por poco me obliga a abandonar el escondite. Le señaló mi posición y me oculté a tiempo. Estaba tan nervioso que me comí uno por uno los tres sandwiches. Me chupé los dedos y me comí las uñas.
Tomé coraje y salí. El puestero me clavó la mirada. Pensé en lo peor, “quizás haya terminado el libro y ahora sea más moral”. De la mocosa ni noticia. Me había traicionado, pero afortunadamente no tendría que dar cuenta por la comida. Por alguna razón, el tipo aflojó y se dedicó a leer la contratapa del libro de Sábato, donde se profetiza que un ser humano va a morir. Simulaba leer. Estábamos jugando al ajedrez y me dio la ventaja de jugar con las blancas. Revolví descuidadamente los libros y moví con mucha torpeza.
__ El intendente tendría que poner baños químicos en los parques. No puede ser que uno tenga que mear en un árbol.
Su silencio fue total. En eso se acercaron dos policías.
POLICIA 1__ (Al puestero) ¿Todo bien?
POLICIA 2__ ( Al puestero, y también un poco a mi) ¿Alguien más está robando libros?
PUESTERO __ No... por ahora.
El ajedrez tiene esas cosas. A veces es preferible ceder una jugada al rival porque cualquier movida que hagamos es contraproducente. Hubo un silencio y me vi en la obligación de hablar.
YO__ ¿Quién robo un libro?
POLICIA 1__ Una pibita. Pero no se preocupe, a falta de familia nosotros le vamos a dar contención.
POLICIA 2__ Imagínese que una niña, y para colmo pobre, no va a andar robando libros para leerlos, cuando nunca fue a la escuela y no sabe ni leer ni escribir.
POLICIA 1__ (divertido) Ni contar. __
YO__ ¿Cómo?
POLICIA 2__ Figúrese que hace un rato, luego del robo, le reclamó cincuenta centavos a este señor, que se gana la vida vendiendo libros.
POLICIA 1__ Cuando todos acá sabemos que no sabe contar.
(Salen los policias.)
Recapacité que todo eso no tenía ningún sentido. Al fin y al cabo yo era un tipo pobre y miserable que estaba dispuesto a pagar cualquier precio por ese libro, y si había perdido todo ese tiempo y energía en conseguirlo era por falta de inteligencia.
__ ¿Cuánto está el libro de Maldwin Jones? __ tiré el rey.
__ ¿Cuál es?
Lo busqué y se lo pasé. Me empecé a sentir mal. El cínico volvió a dejar su saliva en unas cuantas hojas como si no supiera de que se trataba, y remató.
__ Setenta pesos... __ llevé mi mano al bolsillo y luego remató – con cincuenta centavos. – y por alguna oscura razón me explicó lo que yo ya sabía.— Se trata de una Historia de los Estados Unidos. Usted puede conseguir de Grecia o de Roma, si así lo desea, pero a menos que sepa ingles o viva en otro país, este no es fácil de conseguir. Probablemente sea la única persona que se interese por una historia menor como esta – ironizó?—y eso tiene su precio; setenta pesos... con cincuenta centavos. Y no se olvide que en el tiempo en que usted invierte en ir al baño el precio puede subir.
Se pasó el índice por la boca y contó los siete billetes de diez pesos.
__ Faltan cincuenta centavos __ dijo.
__ Están en la 28.—Balbucié mientras me precipitaba hacia el árbol. Apoyé la frente en el tronco y largué toda la comida.
Quizás el descubrimiento más importante del renacimiento no haya sido tanto el pasado como el hecho fatal de que ellos mismos eran de alguna forma el pasado. Más explícitamente, el descubrimiento de que todo pasa. Antes de esa época solo existía el pasado, casi intuido como un presente. Pero llegó la novedad: sólo existe el presente, intuido como un pasado. La conciencia de un pasado real abrió las puertas de una dimensión antes impensada; el futuro. Pero ese mismo descubrimiento del futuro les hizo notar (nos hace notar) paradójicamente que estaban (estamos) condenados a ser pasado.
No se por qué, pero todo parece indicar que el presente, intuido como una extensión de tiempo importante que nos contiene, está acercándose a la desaparición.[4]
[1] Mal que les pese a los helenistas, quienes se obstinan en palabras tan feas como Talasocracia (gobierno del mar) o cosas por el estilo, el siglo –v abarca la fase imperial de Atenas.
[2] Un plan de estudio, más allá de su contenido, se puede considerar en principio en virtud de la división entre las ciencias (de la ciencia). Extrañamente esta división sigue coincidiendo grosso modo con la que hizo Aristóteles hace 2350 años, lo cual incluye a los establecimientos educativos chinos y japoneses.
[3] Este tipo de pasaje romántico es poco frecuente en mi producción, afortunadamente. No obstante, a pesar de la falta de coherencia entre este párrafo y el resto, me parece útil el ejercicio de una escritura que me disgusta (quizás porque no me resulta difícil lograrla.)
[4] No se acostumbra a dedicar fragmentos de una obra, y mucho menos dedicar un pasaje a dos personas. Muchas dedicatorias, por otra parte, se consagran a la honradez intelectual, por la cual el escritor da a publicidad su deuda con un colega (y a veces se legitimiza de esta forma el vergonzoso plagio.) Pero no se acostumbra a dedicar en ningún caso o a la mera casualidad, como yo quiero hacer en este caso, a la memoria de Roberto Arlt y a Silvio, quienes incurrieron en las mismas bajezas morales que mi personaje (que yo.)
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