La tercera mirada
Recuerdo un título capcioso que adornaba el interior de un Página 12 hará cuatro o cinco años: Ya hay un millón de negros en el país. “Algo anda mal”, me dije. “No debo estar saliendo mucho a la calle porque no veo ninguno”. Yo podía estar un poco desactualizado, pero al comenzar a leer sembré más dudas de las que había resuelto. Resulta que ese millón de negros eran compatriotas mios. Como continué leyendo me ahorré el trabajo de salir a caminar. Resulta que ese gran número de gente negra no existía. Solo se trataba de un millón de nietos y bisnietos de negros. Más aún; los abuelos de esta gente en la mayoría de los casos no eran argentinos.
Un millón es un número significativo, sin duda. Representa algo así como el 1 sobre 35. En las escuelas primarias de nuestro país debe haber unos 35 alumnos por aula, de modo que uno esperaría encontrar al menos un negro en cada una de ellas, lo cual no es así. Lo máximo que uno encuentra es gente como yo, que soy nieto de un negro brasileño, lo que tampoco excluye a otros tres abuelos españoles.
El artículo en cuestión continuaba tratando de demostrar, más por omisión que por otra cosa, que todo aquel que es descendiente de negros es a su vez negro. En aquel momento subestimé el error o la mala fe de los redactores del diario y no tuve la precaución de cortar la hoja y preservarla como documento. Sabido es que muchos diarios no cuidan las formas. Fulano escribe el título; Mengano el subtítulo; Zutano saca una foto; Juan escribe un texto al pié de la foto; todos escriben el artículo y, por supuesto, nadie chequea lo que se hizo. Era evidente que ciertas cosas__ quizás la misma confusión__ respondían a una voluntad editorial, pero lo juzgué un caso aislado en cuanto a la temática y finalmente desestimé el asunto.
El otro día caminaba al pedo por Corrientes y Florida y no me quedó otra que meterme en la hemeroteca de Clarín, donde encontré esta joyita del 16 de enero de 2005. El título que le da marco a esta nota es esclarecedor:
El 56 por ciento de los argentinos tiene antepasados indígenas.
Hubiera asentido de buen grado a tal afirmación, máxime teniendo en cuenta que soy autor de Un ladrillo en la pirámide del tiempo, donde intento demostrar que todos descendemos de todos e, indirectamente, que basta con uno sólo en una larga lista de ancestros para considerarnos descendientes de esa persona., pero el título en cuestión era una petición de principio y esas cosas a mi no me gustan.
Lo primero que se lee es una pregunta retórica.
“El mito fundacional está cuestionado ¿Habrá que borrar esa parte de la guía de viajes y enciclopedias que dice que dicen que el 85% de la población argentina es de origen Europeo?”
El que esto dice se llama Daniel Corach y, como se pone en evidencia, no se trata de un sociólogo, un filósofo ni nada que se le parezca. Se trata de un profesor de genética y biología molecular de la UBA. Luego sigue una larga perorata sobre
“los códigos inscriptos en el ADN mitocondrial de las madres y en el cromosoma Y de los hombres que permanecen inalterables en las distintas generaciones” independientemente de la cantidad de otros códigos que se mezclen, por así decirlo.
Hablando en criollo, lo que dice Daniel es que si vertimos un litro de Coca Cola en cinco de agua obtenemos ¡¡¡seis litros de Coca Cola!!! Tampoco podemos negar que no se trata de seis litros de agua, pero de todos modos sigue siendo el componente predominante de la mezcla. Y trata de ser más específico, como si eso lo acercara naturalmente a la verdad:
“En el cromosoma hay un marcador conocido como DY5199 que no se manifiesta en rasgos físicos visibles y de ahí que se haya podido sostener la creencia de que la mayoría de la población argentina es de origen europeo.”
Para confundir un poco más las cosas, o quizás porque está confundido, el señor Corach se aplica a la demostración de su sesudo informe con la confección de un diagrama, que yo aquí adjunto con el calificativo de mal, en contraposición al mío, que va al lado.
La columna alta del bien no busca otra cosa que demostrar que, si somos consecuentes, debemos agregar a todos los que tienen genes europeos en la misma fila, de la misma manera que en la columna alta del mal – obsérvese que comparativamente su longitud es más bien escasa— debemos agregar a todos los que tienen sangre indígena. Lo mismo se puede ver en las otras columnas, en las que empleo el criterio anterior.
Utilizando un criterio parecido podemos afirmar que, en virtud de esa progresión aritmética natural, España tiene sangre celta, romana, goda, vándala, musulmana y, por supuesto, judía. Pero de esto no podemos inferir que España sea una nación germana o musulmana. Incluso, con un poco de audacia, ¡¡¡ podemos insinuar que España es un reino indígena!!!, y esto con mucho más derecho que la República Argentina, pues está insinuado en los cientos de miles de ecuatorianos e hijos de ecuatorianos __ o sea, españoles__ que viven allí, por no hablar de los salvadoreños, colombianos, peruanos y sudacas de todo tipo.
Una forma de reescribir la historia es reivindicando a todas o a algunas de las minorías. Son los que miran el árbol. Después estamos nosotros, que somos los que miramos el bosque, a vuelo de pájaro, llevando a buen puerto esa costumbre de generalizar, aunque, como seres humanos que somos, a veces llevemos a mal puerto nuestras ideas. Yo pensaba que con el árbol y el bosque se agotaban las miradas que se pueden echar sobre la realidad, pero me olvidé de Daniel Corach, los progres. Ellos tienen la tercera mirada, que no casualmente ha hecho mella tras la crisis de 2001, en un desvergonzado intento de reescribir nuestra historia, y con ella nuestro presente.
Las premisas de esta gente son 1) Todos somos minorías; 2) Las minorías son un todo (da lo mismo un desnudo pampa que un agricultor guaraní, da lo mismo un homosexual de recoleta que un homosexual guaraní) ; 3) Como las minorías son un todo y todos somos minorías estar en contra de estos principios es estar en contra de todos. Entonces yo me pregunto, ¿si somos todos iguales, por qué tanto problema?
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