domingo, 6 de noviembre de 2011

La piedra se revela

La piedra se revela.

            En Altamira, España, hay una caverna que se conoce como “la capilla sixtina del cuaternario”. Llamar o no llamar arte a estas manifestaciones rupestres excede el  propósito de estas líneas, pero podemos asegurar que algún sentimiento fuerte brotó del interior del cavernícola que las hizo. No obstante, he descubierto que estas perennes representaciones tienen como consecuencia no tanto el despertar de una noble dimensión humana como el nacimiento de la emoción en la roca misma.
            En Altamira podemos apreciar ciervos, jabalíes, caballos y una serie de animales extinguidos. Esto da lugar a una reflexión. Extrañamente, quien dio parte del descubrimiento de la cueva – no así de las pinturas— era un cazador. Pasaron diez años hasta que Marcelino Sautuola y su hija se toparon con las obras. Pero hubieron de pasar otros tantos años hasta que en 1902 el mundo profesional tomó en serio esas pinturas. Yo aún descreo: para mi los autores de esas cosas son las bestias.(En fin de cuentas muchos de esos animales ya no existen y no podemos aseverar que no hayan sido capaces de semejante prodigio.) ¿Si no- cómo explicar la ausencia casi total de representaciones humanas en esas cavernas?
            Más allá de esta desconcertante conjetura, las primeras figuras humanas importantes las encontramos en las rocas del norte de África y en España. En este caso están a la intemperie, y es notable que, en medio del desierto, estas piedras nos devuelvan imágenes que nos transportan a tiempos en los que allí la vegetación era frondosa. ¿Fueron los árboles los que plasmaron eso? No. No puede ser. Seguramente se trataba de gente como usted o como yo, aunque probablemente con un poco más de genio. En la cueva de Araña (Valencia), encontramos la posible existencia de apicultores en el paleolítico. Vemos un enjambre de abejas— a lo que parece—   que supone la primera representación de insectos. (Y resulta atractivo pensar que en los enjambres la división social del trabajo regía con una complejidad que los pintores no conocían.)
            Lo que eternizó a estos hombres no fue su “arte”, sino el clima. En el fondo de una cueva o en el desierto sahariano, el clima constante y seco lo hizo posible. Con el tiempo los hombres plantaron y criaron sus animales; se tornaron sedentarios y fundaron lo que conocemos como neolítico.163  Al salir de las cuevas, la expresión de la naturaleza se apreció – se sufrió – en  toda su magnitud. Había que rezar para que lloviera y para que no lloviera demasiado, para que salga el sol y para que desborde el río, para que germine el trigo y para que muera la langosta. Se patentizó el animismo y se consagró un panteón de dioses que se avenían a aplacar los estados emocionales del clima, y que naturalmente se confundían con este. Naturalmente, para elevar cualquier tipo de escenario artístico a la intemperie, se requería de un material acorde; y se lo encontró en la piedra. Los gigantescos megalitos que señorean por Inglaterra, Francia y España, son las mejores representaciones de esta época. El sólido material llegó hasta nosotros incólume.
            Pero cuando miro esas enormes estructuras no pienso en el arte, ni en el portentoso logro, ni en la utilidad que le reportó a nuestros abuelos; pienso en la revancha que se tomó la roca. El emplazamiento de los megalitos requirió de una sólida jerarquía  social, quizás la primera de nuestra especie. La piedra, ahora desnuda, volcaba sobre los hombres aquellos que antaño estos le habían ofrendado: el rey, sus guerreros y sus obreros.*



163 Estamos muy acostumbrados a decir o a leer: “en el neolítico el hombre aprendió a...” o “durante el neolítico los hombres...”, como si la causa de tal período fuera el cronómetro y no los seres humanos. Nadie es tan tonto como para pensar literalmente estas frases, pero no está de más reestablecer el sentido primario.
* Ver Platón y la entomología; Pág. 21. Este artículo es más de lo mismo.

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