domingo, 6 de noviembre de 2011

Monologo negro (Teatro)

MONOLOGO NEGRO  

 Escena única


(En la mano el negro lleva una zapa. En la escena se destaca  una bandera de Angola.)

Mi rey era una persona. Decían que era Dios. Pero la verdad es que no le llegaba ni a los tobillos (Muestra el tobillo con el grillete.) Eso lo supe cuando caímos en manos del rey mas grande de Angola. A mi rey le sacaron el corazón y se lo comieron. Con algunos de mis compañeros se divirtieron; los golpearon, les arrancaron los ojos, les aplastaron los testículos. Así se divertían los soldados del rey de Angola... Yo hubiera hecho lo mismo con ellos... El problema es que nunca ganamos una guerra. Las perdimos todas. Y mi raza llego a desaparecer. Mi rey era una persona, que duda cabe. 
Los soldados del rey de Angola me ataron de pies y manos y me metieron en una choza. Pedí para ir al baño y me bajaron un par de dientes (muestra la boca.) Era un compañero que valoraba mucho la discreción.
Para algo me quería el rey de Angola. De lo contrario me hubiera comido. Yo pensé que me iba a poner a carpir la tierra, porque en eso yo era el mejor, pero parece que tenía otros planes.
Aprendí a ser esclavo; a levantarme a cualquier hora de la noche, a humillarme en silencio, a soportar el sol del verano, la luna del invierno, las entradas que le hacían los oficiales a mi mujer. Realmente estaba orgulloso. Era el mejor.
Y es que ser esclavo no es fácil. Como me destaque del resto me hicieron trabajar mucho mas duro. Me llene de cayos y de verrugas. Y eso no solo yo, también mi mujer. Pobre, llego un tiempo en el que ya no la quería nadie... Yo también la hubiera rechazado, pero a mi tampoco me quería nadie.
Un día me dijeron que unos hombres blancos andaban por la zona. Toda la vida habia escuchado historias raras como esa: hombres verdes, hombres con cuatro orejas, y hasta hombres dioses. Yo estaba interesado en semejante prodigio, y no dude en obedecer cuando un guardia me obligo a venir.
(Aparece la proa de un barco por la derecha. Lleva al frente la bandera de Gran Bretaña. En algún sector se puede ver el interior del barco, y junto a este una tarima..) (El Negro se para de frente al barco, esta haciendo una fila imaginaria para subir.)
VOZ EN OFF__ El que sigue
Tengo el cuerpo bien trabajado, seguro que subo... ¡Uy! Otro mas que rebotan. Se ve que son muy exigentes (mira hacia atrás.) Con todos los que somos no cuesta tanto ser exigente.
VOZ EN OFF__ El que sigue.
            Tan bueno no debe ser esto porque al rey de Angola no lo veo por ningún lado. Y los guardias están muy interesados en que hagamos la cola  pero al barco no suben.
VOZ EN OFF__ El que sigue.
            (El Negro se para en la tarima y exhibe su cuerpo, casi como un fisiculturista.) (Luego se sienta en el interior del buque.)
No todos subieron. Algunos se quedaron abajo porque estaban más cerca de la muerte que de la vida. Otros, para no subir, se fingieron muertos, y los enterraron vivos. A los musulmanes no los querían porque, decían, estaban muy avivados: sabían leer y sabían escribir, y eso los hacía muy peligrosos.
Me despedí de mi mujer estrechando su cuerpo lleno de cayos y de verrugas contra el mío. Yo sabía que no iba a volver. Nadie volvía de ese viaje, que era como la muerte misma. Sólo los blancos volvían.
El viaje fue el único que hice en mi vida. Y no quiero hacer otro. Al comienzo fui optimista. Como me ordenaron permanecer acostado y en silencio, dije “¡qué bueno! Acá no voy a tener que trabajar”. Pero cuando pasan las horas y no hacés nada, pensás mucho. Y del mucho pensar, a la locura, hay un paso. Además, te cagás encima. Vos y los otros quinientos: quinientas veces te cagás encima. Y hay más: yo nunca había navegado. Todo lo que comía lo largaba... y éramos quinientos que no habíamos navegado.
El viaje tuvo sus cosas buenas. Primero íbamos muy apretados unos con otros. Pero a medida que el tiempo pasaba se hacía más lugar. Una tarde me pareció ver que subían a cubierta a varios negros. Iban tiernamente apoyados en un hombro blanco y no ponían resistencia. Eran los muertos que eran subidos para ser arrojados al mar. Me puse  sumamente contento, y deseé la muerte de todos mis compañeros para tener más lugar para mí sólo.
Lo peor es que no podes hablar con nadie. No es que este prohibido. Es que nos mezclan con otras tribus, y cada negro habla su idioma. Igual, a veces encontras alguien para hablar. Pero a los blancos nada les viene bien. Si hablas, te golpean porque podes estar tramando algo. Si no hablas, te volves un sospechoso porque estas ocultando algo. Igual es preferible no hablar. Todos hablamos diferente, pero el silencio es el mismo para todos.
VOZ EN OFF__ Silencio.
Me cambiaron de lugar, y pude ver el sol después de mucho. El mar era enorme, y yo pensé: “acá no necesitan a nadie para carpir”. El día era hermoso, sin viento. Vino un guardia y me explico: “si no hay viento las velas no se hinchan; si las velas no se hinchan, el barco no se mueve; y si el barco no se mueve (saca un remo) para eso están los negros” (se pone a remar, un solo remo con ambos brazos.)
Pusieron a doce de cada lado. Tenia los brazos dormidos de tanto andar tirado, así que, para poder usarlos, mucho me tuvieron que pegar. “Si, ellos nos necesitan”, pensé.
Remamos y remamos y solamente veíamos agua. El remo llegó a ser una prolongación de mi brazo y los movimientos del barco ya no me hacían vomitar. El hombre es un animal de costumbre. Estoy seguro que de los veinticuatro remos yo era el mejor porque los guardias me castigaban con menos frecuencia que a los otros. Realmente estaba orgulloso. Y si ahora no deseaba la muerte de mis compañeros era porque los blancos no iban a poder compararme como para saber lo bueno que yo era... Sí: el hombre es un animal de costumbre, y yo soy un animal.
Una tarde vimos otro barco. La tripulación se alarmó. Algo andaba pasando. Los guardias dejaron el látigo y nosotros dejamos de remar. Yo era tan ignorante que pensaba que todos los barcos del mundo eran como el mío; llenos de blancos indolentes y de negros orgullosos. Pero este que venía hacia nosotros estaba lleno de españoles. Durante el viaje había escuchado a los guardias decir que la mercadería la iban a meter de contrabando. Y estos españoles parece que querían evitarlo. Alguien gritó: “tiren la mercadería al mar”... Yo estaba buscando dónde estaba la mercadería cuando empezaron a tirar a los negros contra las olas. Luego los españoles abrieron fuego y las llamas quemaron tanto que ya nadie quería quedarse a bordo.
(Deja los remos.) El barco se fue al fondo. Me aferré a la vida. Nadé  hasta la costa. Pero no estaba solo. Subí sobre mi lomo a un blanco de nombre Jarry, que había encontrado en el agua y que me pidió ayuda.
Ya en tierra nos encontramos con un español que era completamente ajeno a lo que había pasado. John le dijo que todo lo había perdido, y que yo era lo único que le quedaba en la vida. El español le preguntó cuanto pedía por mí, y John le dijo: “deme lo que quiera.” El español no mostró mucha voluntad, pero igual le alcanzó para adueñarse de mí... Creo que no pagó más porque desconocía lo bien que yo remaba, lo bien que yo carpía, lo bien que yo nadaba.
Antes que me diera cuenta ya trabajaba para él. Lo que más me gusta del español es que me deja dormir la siesta: como todo el mundo, porque en Buenos Aires todo el mundo duerme la siesta. Cuando me despierto voy a misa, al igual que cualquier cristiano. Así, paso la mitad del día como un vago... Los españoles no son muy laboriosos, de modo que lo que había aprendido no me sirve de nada. Le comenté de mis habilidades para carpir la tierra, pero me dijo que la tierra o era de los indios o era de las vacas, pero que a nadie se le había ocurrido trabajarla. Le agregué que era bueno para remar y para nadar, pero dijo que los lugareños son como los gatos, y que hasta la pesca la realizan desde arriba de un caballo.
(Quizás se ponga una camisa blanca impecable.) Me vistió decentemente y me dio de comer a diario. Dejé las tareas pesadas por primera vez en mi vida y mi cuerpo fue cambiando. Poco a poco desaparecieron los cayos y las verrugas... Pero por dentro también fui cambiando. Ahora quiero tener todo lo que tienen los españoles. Quiero tener una linda casa, quiero tener mucho dinero, y por sobre todas las cosas, quiero tener muchos pero muchos esclavos.           

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