viernes, 4 de noviembre de 2011

Las Tentaciones de San Antonio (Carta a Carlos Rey.)

Las Tentaciones de San Antonio (Carta a Carlos Rey.)

Carlos:
            Mire, mi amigo: yo no estoy hecho pa´ la poesía. Ansí le digo que no soy el ma´ indicado pa´ hablar de Las tentaciones de ese santo que un franchute vino a reinventar con groserías y blasfemias de todo tipo.
            Hablando en serio. La obra me interesó, en especial hacia el final, cuando aparece el diablo—que mezcla bellamente a Spinoza, San Anselmo y otros--. También cuando aparecen la muerte y la lascivia.
Lo que la obra guarda es belleza, sobre todo en imágenes pregnantes. (Un adelantado del cine de efectos.) Pero de filosofía mejor no hablemos. Me lo imagino a Borges gozando con la obra un poco al modo mío. Se levanta y abre la Enciclopedia Británica de 1911 para aprender o confirmar una de las tantas deidades que aparecen. De hecho la obra es  una especie de enciclopedia. Después Jorge Luis compone, con el libro que usted me recomendó, la Británica y un poco de memoria e ingenio El libro de los seres imaginarios. Fíjese que los monstruos que se respiran hacia el final están casi todos en el breve libro de Georgi. Es interesante cotejarlos. Cualquier cosa, yo se lo proporciono.
Rescato también la tolerancia y relatividad de los credos que emana de esas hojas. Y el final me pareció de un panteísmo colosal.
Haciendo un poco de ficción podemos suponer que esta obra se lleva a las tablas. Pero el problema más difícil de tal empresa está en que todo lo que transcurre parece transcurrir sincrónicamente. Da la sensación de que todo pasa al unísono, y ese no es un mérito menor de la obra, en especial en la interminable sucesión de dioses.
No obstante lo cual, yo no estoy hecho de esta madera tan lírica. Pasé muchos días leyendo otras cosas, y más que terminar de leerlo, entre inodoro e inodoro, es como que me encontré con el final. Creo que pocos libros me distrajeron tanto. Fijar la atención me costaba horrores. Quizás me distaía en cosas, no voy a negarlo, que me sugería el mismo libro o recuerdos raros: por ejemplo su pasión por Saturno devorándose a sus hijos de Goya, y la subsiguiente sospecha de qué de todo esto le habrá gustado a usted. No tengo la respuesta. Tampoco es necesaria, no la entendería.
En fin, un libro inolvidable—creo que eso es lo que menos me explico—pero dejaré pasar un buen tiempo antes de algo similar.

PD: menos el lunes y el miércoles podemos vernos. Fíjese su agenda.
PD2: ¿y su taller de poesía?
PD3: Necesito autorización para poder seguir subiendo mis escritos (otros, no este) a el mail de Deveret Ediciones.
PD4: Necesito su autorización para incluir estas cartas, y sus respuestas, en el mismo mail.
                                                                                  Un abrazo, padre.

Respuesta de Carlos Rey.

Querido amigo:
                          Es una lástima que de esa obra magnífica de Flaubert hayas sacado solamente “belleza” y algunos datos enciclopédicos. A mí nunca se me hubiera ocurrido corroborar la “veracidad” de la mitología que utiliza Flaubert como así tampoco poner en tela de juicio su saber de la filosofía antigua, medieval o moderna. Repito que es una lástima porque tenía para sugerirte que leyeras sin falta Bouvard y Pécuchet, una novela inconclusa, publicada póstumamente (de otra manera no podía ser dado la meticulosidad de nuestro amigo) por ese franchute decimonónico. Es con esta novela, con su lectura, con su roce, que se me han abierto los ojos ante la figura magnánima de ese artista genial que ha sido Flaubert. Porque a diferencia de esa crítica alambicada que hoy abunda y que se ha impuesto y que nos han erigido una imagen de Flaubert como un estilista, de pulcro y meticuloso cuidado de la palabra y clásico en sus formas, convirtiéndose, por ello, en unos de los mayores exponentes de la novela del siglo XIX, asimismo yo puedo decirte que eso es una parte muy ínfima de la figura de este artista y, hasta en algunos casos, errada.
                         Que era meticuloso, de estilo cuidado, lo podemos corroborar por sus cartas y sus sufrimientos. Que era cuidadoso con las formas es tan falaz como que Shakespeare lo era en el teatro y Cervantes en la novela. Vos mismo has cometido el error de esforzarte en imaginar Las tentaciones sobre las tablas ¡Nada más imposible! A Flaubert lo tenía sin cuidado su representación. Él se sirve del género teatral, seguramente empujado en un primer proyecto por tratarse de un solo personaje y sus imaginaciones y sobre todo porque esa obra no podía ser escrita sino bajo ese género. ¡Uno como lector es el ojo divino que observa a ese santo ser juguete de su imaginación! ¡Soñar y viajar a lugares fantásticos sin salir de su asolado claustro! Pero para representar todo esto el género le quedaba chico a Flaubert, asfixiaba y había que romperlo y eso mismo hizo, lo rompió, lo destrozo, lo estiró, porque la obra así lo exigía. Y lo mismo hará en su novela póstuma adelantándose a los Joyce, los Beckett, los Roussell. (Si no querés leer toda la novela al menos lee el comienzo donde estos dos irrisorios  personajes (origen de todas la duplas que abundaran en la literatura y el cine: Vladimiro y Stragon, el gordo y el flaco, etc) se encuentran. Sólo una mano genial puede narrar en tan pocas palabras un encuentro tan particular).
                         Sólo la búsqueda de precisión hace que se rompa el lenguaje y en su ruptura el lenguaje vive. Por eso escribo, por eso soy flaubertiano, por eso me permito hacer cosas como estas:



La hora envejece
con vos afuera,
extralimitado en los globalizantes
astros de mentiras.

Sin embargo, tu apesadumbrado
testicúlo puede dar
cuenta de tu dolor


En el primerísimo orden de las cosas
tu primerísimo lugar trastabilla,
pierde equilibrio y
cae
dando ridículas vuelteretas dialécticas,

(dul)sisifocando la existencia.





No puedo pensar la literatura sino como una política del lenguaje y Flaubert es del partido al que pretendo acceder. Todo lo demás no me interesa. Me hablás de la lírica y de tu falta de sentido para la poesía. Yo sólo te digo que la poesía, al menos para mí, siempre fue una manera de pensar el mundo, como existen las maneras de la ciencia, de la filosofía, de la historia, también existe la manera de la poesía. Sus pruebas empíricas serán asiento para una, su razón hormigón para la otra, su arqueología para la historia y para la poesía las palabras, las palabras hasta su carne, su carne más roja.


PD: No hay problemas para que cargues tu material en tu carpeta de Deveret.
       Podes usar todas las cartas mías salvo aquellas en que hablo de mi sexualidad.
       El taller de poesía es una mochila que todavía debo cargar porque todavía hay dos ilusos que persisten en oír a un imbécil como yo.


Desde esta parte del mundo te saludo con un abrazo
                          
                                          C.

Respuesta.

Querido amigo:
            Le agradezco su respuesta. Pero me remito a la carta que le he mandado antes. Yo allí digo claramente que la intención de representar la obra de Flaubert es un intento de “ficción”, incluso es bastante claro que una obra que se debe representar al “unisono” es solo material de lectura. Y también está la ironía de que es un adelantado del cine de efectos. Yo en ningún momento digo en serio “representar la obra”. Y, obviamente, Flaubert no era tonto.
            Por otra parte, no puedo—aunque quiera—despegarme del orden neurótico de la obra. Flaubert pasa revista a las herejías, luego a los infieles, luego al bien y al mal, y después a la bastedad del universo. Va, y esto es evidente, ampliando el panorama.
Igualmente no estoy capacitado para leerlo. A mi me interesa saber sobre los pelagianos o sobre alguna otra realidad. Cuando el diablo le muestra a Antonio la vastedad del universo, con semejantes ejemplos literales, Flaubert sabe para quienes está escribiendo.











                        

No hay comentarios:

Publicar un comentario