domingo, 6 de noviembre de 2011

Los cruces y las cruces del comunismo

LOS CRUCES Y LAS CRUCES DEL COMUNISMO.

                                                                                                                     
La cruz, esa característica del espacio y del plano en la que dos o más líneas se cortan, se convocan o se dañan, ha sido el distintivo de órdenes religiosas, militares y civiles[1], aunque, menos poéticamente y con mayor frecuencia, de cruces de caminos. Pueden asumir muchos nombres; egipcia, griega, latina (con la que crucificaron a Jesús), del anticristo (que es la anterior pero invertida y en la cual crucificaron a Pedro), la gamada o svástica (por la cual se crucificó la dignidad humana), la de San Andrés (como la de Escocia), de San Jorge (como la de Inglaterra), la Union Jack  (que es la combinación de estas dos últimas, o sea la de Gran Bretaña), la de Lorena; de Malta; potenzada; etc. Como vemos, hay mucha historia en este símbolo. Como los odiados vecinos turcos enseñaban (y enseñan) una luna en su bandera, los griegos se vieron obligados a mostrar una cruz en la suya. Como las inmensas colonias americanas de la muy católica España no tenían a musulmanes o cosa parecida en sus fronteras, cuando se emanciparon pudieron evitar incorporar cruces en sus banderas, (e, idealmente al menos, ser más liberales.) Inglaterra lleva la cruz de San Jorge como herencia de la colonización vikinga; Dinamarca, Noruega y Suecia, que alguna vez formaron una unidad política, también la ostentan. *
            Cuando las cruces y la creencia en ellas se agotaron aparecieron novedosos diseños, novedosas creencias, como es el caso del raro socialismo de la republica de Angola, país cuya bandera exhibe una pieza de engranaje que se da en cruz con un palo. Porque si ya no había cruces, era necesario rememorarlas cruzando cualquier elemento. Por supuesto que el caso palmario y al cual remite la bandera de Angola es el cruce entre la hoz y el martillo, símbolo del comunismo, mal que les pese a muchos.
            Por lo dicho anteriormente, parece que las cruces están en decadencia. Pero eso es falso. A decir verdad, pudieron estarlo, pero eso ya es cosa del pasado. Basta darse una vuelta por la facultad de Filosofía o de Sociología de la Universidad de Buenos Aires para comprobar que esto no es así.
            Sabido es que en Argentina la izquierda se parece a los osos panda; son pocos, se reproducen poco, y se pelean mucho, pero, extrañamente, aunque estén al borde de la extinción, cada vez observan mayor cantidad de nombres. Como la única que les queda es el zoológico (o los umbrales de la facultad) cada uno de estos bichos que viene al mundo es bautizado con un nombre propio, sin ser un animal doméstico. Los hay; comunistas intolerantes, maoístas recalcitrantes, trotskistas fanáticos, y hasta castristas fundamentalistas. (Tampoco me quiero olvidar de rarezas cómicas como los mariateguistas o los grancistas.) Es más, hay agrupaciones (en realidad la agregación de cuatro o cinco tipos) cuya doctrina es la mezcla o adición de dos o más sustantivos, (por caso, troskimaocomunistas), o hasta la desconcertante suma de adjetivos, (por ejemplo, intolerofanáticofundamentalista.) Aunque, a decir verdad, este último adjetivo complejo le conviene a todos estos diversos grupos, que, tal vez sabiamente, la gente llama, generalizando, “comunistas”.
            Curioso es el caso de la verdulera de la esquina. Sus manzanas nunca llegan al verde claro o al rojo profundo a causa de su falta de maduración, y se clavan en un verde oscuro que parecen no abandonar jamás. Le hice notar ese curioso detalle y me respondió que sus manzanas tienen mucha salida. Le pregunte como frutas tan inmaduras podían tener tanta salida. Me contesto que estaban muy verdes porque precisamente las que están maduras tenían mucha salida, y agrego,  vuelan y no me queda otra que vender las verdes. Insistí: jamás vi ulna manzana roja en sus cajones. “Vio que rapido que las vendo”, ironizo. Un segundo paso, y como no me movía ni le compraba, agrego: “solamente un comunista hace tantas preguntas”. “Que comunista”?, me anime. “Esos que hacen huelga de hambre”, y asi cerro el dialogo, demostrando que incluso el cuestionamiento arbitrario y la voluntaria inanición podían ser percibidas como bolche.
Le compre algunas manzanas en atención a su tiempo perdido y con el deseo de atenuar posibles sospechas. Enfile para mi casa mientras comía    una de esas frutas. Me miraban como un bicho raro, porque es tan infrecuente que un transeúnte consuma una manzana como infrecuente es que uno de esos periodistas cuya diferencia especifica es “de investigación” se de una vuelta por las aulas de la facultad para estudiar el comportamiento de “los comunistas”.
            Apurado por la curiosidad, y para aprender más de ellos (que no es lo mismo que con ellos), me metí en una de esas reuniones que llaman “plenarias”, porque se supone que en ellas se encuentran representadas todas las vertientes. Al entrar me llenaron las manos de folletos que decían – sospeché –  exactamente lo mismo que los discursos que estaba por escuchar.  Me acerqué a una linda muchacha, que parecía estar sola, y permanecí junto a ella largos minutos. Como no me miró tuve que decir algo.
__ ¿Estás por el arancelamiento o por la universidad pública?
__ Eso está fuera de discusión. Todos estamos por la universidad pública.
            Cayó y continuó mirando hacia cualquier sector donde yo no apareciera.
__ ¿Qué se discute?__ obligado por el silencio, continué__ ¿El plan de lucha?
__ Eso ya está resuelto. Se va a tomar la facultad.
__ ¿Qué piensan discutir?, ¿cuando?__ Arriesgué
__ Eso no se discute, va a ser mañana.
__ ¿Entonces qué se discute?
__ La hora__ me miró de soslayo y notó que no creía en su palabra. Entonces continuó, en tono confidencial__ Tiene que ser después del mediodía. Necesariamente después del mediodía.
__ ¿Trabajas a la mañana?
__ No, a la tarde.
            Contrariado, hice una pausa para continuar.
__ ¿Cuántas propuestas hay?
__ Veinticuatro.__ Hizo una pausa__ Una por cada agrupación
__ Pero las aulas solo abren durante 14 horas.
__ Pero no es lo mismo doce que doce y media.
__ ¿Cuál es la diferencia?
__ Media hora.__ Hizo una pausa y continuó, en tono de reconciliación y mirándome por primera vez, sólo para demostrar que no me estaba cargando.__ Tiene que ser a las doce en punto. Es que a las doce abrimos la fotocopiadora. Si tomamos la Facu a las doce y media corremos el riesgo de que entren para sacar fotocopias… ¿y después cómo los echamos?
__ Pueden mantener cerrada la fotocopiadora, así la gente se tiene que ir.
__ No, se pueden quejar. Además, muchos de mis compañeros prefieren abrir al menos media hora.
__ Eso sería responsable.
__ No lo hacen por responsabilidad, lo hacen porque se quedan con los vueltos.
__ Denuncialos.
__ No es culpa de ellos. Ganamos una miseria, que otra cosa pueden hacer. Habría que denunciar a los que más tienen.
            Y diciendo esto se fue retirando de mi lado, primero imperceptiblemente, luego casi corriendo. De seguro sentía que había hablado demasiado, y que yo no lo merecía. La necesidad de plantearle a un desconocido el tema a resolver la había llevado a una intimidad en la cual nos terminábamos conociendo de algún modo. Lo que más me sorprendió fue que el rechazo terminó siendo mutuo.
            Para evitarle al lector problemas como el que tuve que pasar, y como ejemplo ilustrativo de que hasta en los peores días se puede aprender algo, por inútil que esto sea, escuche bien los descubrimientos que alcancé aquella noche con el auxilio de un trotskista que estaba tan desorientado como yo (el pobre tipo solo era trotskista a secas, y ahí lo que se esperaba de uno era al menos trotskoecologista, o algo más específico, trotskosindicoperonista.)
__ ¿Vos de quien sos?
__ De Boca.__ ironicé.
            Un infeliz que casualmente escuchó, repreguntó.
__ ¿Estás con Macri?
            Expliqué que se trataba de un chiste pero parecía no estar conforme. Me respondió que lo suyo también era una ironía, porque de seguro yo adscribía a alguna agrupación. De no se así, él se encargaría de enmendar ese error. Le di las gracias. Puso un folleto entre mis manos y se marchó.
El folleto mostraba a las claras que había que ser del tema para entender. La palabra que más aparecía era “no”, no a esto, no a lo otro, y esas negaciones tenían como destinatario a las otros grupos que allí se congregaban, vaya uno a saber entonces para qué. Se daba a publicidad un sin fin de rencillas banales,  casi domésticas, aunque, se dejaba ver, insuperables.  “No cederemos ante esto”, “No vamos a permitir lo otro”. Pero lo más notable era el recurso semántico de la palabra lucha. El folleto denunciaba que otros movimientos allí presentes no entendían debidamente en que consistía la lucha. Se adivinaba que estaban  molestos no tanto por la falta de entendimiento de los otros como porque esos otros se habían apropiado del término. En el fondo lo que manifestaban era que los únicos que luchaban eran ellos, no las otras agrupaciones. Y como querían demostrar que se habían apropiado legítimamente de la lucha, tenían que pasar a la acción. Entendí que, de no ser por el rótulo que encabezaba el folleto, ese folleto podría  haber sido de cualquiera de los otros grupos. Presentí: la reunión que se llevaba a cabo tenía como fin dirimir quién luchaba mejor, y lo iban a hacer entre ellos. Yo creo que hay un sobreentendido en estas riñas, un tanto inconciente: si los grandes partidos del país resuelven sus cosas a espaldas del pueblo, incluso a espaldas de sus partidarios, paradójicamente, estos grupúsculos resolverán sus cuestiones a la luz de todo el pueblo (aunque la convocatoria sea decepcionante.) Se dirán toda la verdad, en la cara, frente a frente se mostrarán sus miserias, rencores, culpas, odios. Será un desfile de pornográfica fascinación, me dije, siempre y cuando uno se dedique solo a ser un espectador. Ya me estaba lamentando de ser el único cuando Trotski me recordó su presencia.
__ Trotski era de Boca__ dijo, y nos acompañamos en una risa.
            Parece que a los otros no les gustó. El asunto no podía perder seriedad. Como nadie nos reprendió verbalmente llegaron a la tranquilizadora conclusión de que no éramos de ningún grupo. (Eventualmente alguno habrá deseado que fuésemos del grupo rival.)  Un barbudo desprolijo subió al escenario. Dijo cincuenta veces “compañeros”  con la deliberada intención de imponer el silencio en la sala y luego se dedicó a gritar muchas veces la palabra lucha.
__ ¿Estos por qué luchan? __ Le pregunté a Trotski.
__ No luchan.
__ ¿Entonces qué hacen?
__ Se quejan.__ Dijo, para demostrar que él también  se sabía manejar con la ironía.
__ ¿De qué se quejan?
            El barbudo interrumpió su discurso para amonestarme.
__ ¡Compañero!__ me pidió silencio.
__ De eso se quejan __ me dijo Trotski al oído.
            Luego subió al escenario un vulgar patán que en nada difería del otro, salvo en que declamaba ser su enemigo. Las arengas se sucedieron en número de cinco. Finalmente, el sexto llamó a una votación. Había que levantar la mano. En efecto, eran tan pocos que podían votar al estilo de la democracia griega, incluso si la reunión era plenaria. Como eran pocos seguramente repararon en que yo levanté la mano toda vez que me lo exigieron, pero nadie se animó a censurar mi conducta porque corrían el riesgo de perder un voto.
            Cuando todo pasó miré los folletos que aún retenía, quizás porque me negaba a ser sucio como los otros, que los tiraban en el piso. “Si somos universitarios” – me dije – “y sabemos leer, ¿qué necesidad de andar repitiendo lo que está impreso.” “Probablemente no sean de acá”, concluí.
__ ¿Qué diferencia hay entre este folleto y los otros?__ Le dije a Trotski y a mi mismo.
            Tomó los folletos y pasándolos de a uno me explicó el significado de las cruces.
__ Cuando la hoz y el martillo apuntan en sentido contrario al mástil, es el símbolo del partido comunista. Esa misma forma orientada en el otro sentido representa al trotskismo. Si a la primera de las dos se le agrega una estrella arriba estamos en presencia de la bandera del estado Soviético. Si a la segunda se le agrega un cuatro abajo se trata de grupos trotskistas tradicionales. Si la hoz y el martillo es de color blanco seguro que son maoístas. Y así ad infinitum.
            Agradecí la explicación. Estaba claro que esas cruces asumían muchas formas, pero lo perturbador era la persistencia del color rojo en todas las banderas. Las sutiles diferencias entre los grupos se reflejaba en las cruces y, la ignorancia en que permanecían condenados ante el resto de la sociedad estaba representado en el rojo. No por nada son todos comunistas, como aseveraba la verdulera.[2]





[1] Quizás en la primera se corten, en la segunda se dañen y en la tercera se convoquen.
* Estas tres últimas hipótesis bien podrían no ser así.
[2] Me gustaría aclarar un chiste, aunque esto siempre sea malo. Aquello de “Trotskoecologista” o “trotskosindicoperonista” responde a una ironía sobre los nombres reales que esconden estos grupos. MST o PTP, son, naturalmente, abreviaciones, pero contrariamente a lo que pasa con los movimientos más populares, los cuales están en condiciones de imponer esos extrañas síntesis como FPLV (Frente Para La Victoria) por el peso de sus líderes, de la misma manera que Tinelli se impone a pesar de Showmach, en este otro caso convendría aceptar nombres más cristalinos, que colaboren a una mayor difusión, como el recordado Partido Blanco de los jubilados, cuyo recuerdo es persistente como la vida de sus afiliados.

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