Los Animales Mágicos (y los espejos de colores)
El sol siempre salió de día y las estrellas iluminaron la noche. Al otoño siempre sucedió el invierno, la primavera y el verano... y el otoño. Los ciclos naturales no son novedosos.
Pero en la baja Edad Media la naturaleza podía ser alterada. La experiencia inmediata indicaba irrefutablemente que los animales poseen dos ojos, que los perros no vuelan. Un hombre cualquiera posiblemente en toda su vida abandonara su comarca. Los viajes eran patrimonio de unos pocos. La experiencia nunca fue tan inmediata. Pero alguien, habiendo peregrinado a Tierra Santa, podía afirmar que en los mares lejanos existían cerdos de cinco patas con branquias. ¿Qué podía decir ante esta afirmación nuestro amigo que nunca dejó su comarca? ¿Qué podía decir si casi con seguridad nunca conoció el mar? Seguro que su sorpresa y su escepticismo estarían más en la información sobre una porción de agua tan enorme, que posee abundante sal, ese aderezo que sólo alguna vez se llevó a la boca.
Era un mundo cerrado, con caminos escasos y cortos, casi sin puentes, caminos por donde no transitaban libros, ni personas, ni monedas, ni ideas, aunque probablemente sí cerdos con branquias. Y lo más perturbador para las modernas mentes: no había imágenes. A lo sumo en alguna iglesia podía encontrarse un Cristo, cuya mismas representación, por el hecho de ser excluyente, hablaba fuerte de su existencia. Acaso algunas gárgolas incrustadas en la fachada de la iglesia reforzaban la idea de animales así concebidos. Pero el resto era la nada.
La imagen era la imaginación. Y la imaginación todo lo podía. Si la observación directa indicaba que no habia novedades, las cosas podan ser de otra manera en lugares remotos. (Y los lugares remotos se ubicaban a tan solo 50 o 100 kilómetros.) Dragones, pájaros grifos, unicornios, pigmeos con cuernos, gigantes azules, todo era posible. Castillos encantados, ciudades sin enfermedades, países bajo las olas, parajes infernales escondidos en algún bosque u hombres sin cabeza conviviendo en las profundidades de los montes Pirineos[1].
La irrealidad y la realidad – probablemente en ese orden—se tocaban y confundían. Las propiedades del infierno y el paraíso eran detalladas con precisión, y estos llegaban a cobrar visos de realidad irrefutable, siendo solo la extensión de un imaginario que todo lo abarcaba, lo profano y lo sagrado. Los ungidos de Dios y los inclinados al demonio, los visionarios y los curanderos, los que apelaban a martirizar el cuerpo y los fabricantes de prodigios y maravillas, todos eran confundidos y superpuestos. Así, como no creer en milagros que transmitía la fría letra, cuyo agente era un judío muerto hace ya tanto? Como no creer en la edad de Matusalén y en la multiplicación de los panes, en la cura del ciego y del cojo, habiendo cantidad de milagros semejantes a la vuelta de la comarca?
Dante, que solo constituye un residuo de esta mentalidad porque era un hombre de la civilizada Italia del norte, que ya estaba entrando en los tiempos modernos, y un letrado hombre de ciudad, es un comentario obligado a esta altura. Sus monstruosas visiones del infierno son un tanto ingenuas para nosotros, que desde Robert Hooke conocemos con precisión la arquitectura de una cucaracha y de un piojo. Lo suyo era una limitación natural en su tiempo que consistía en fusionar un perro con una cabra y adicionarle dientes de jabalí y patas de gallina. Por supuesto, toda descripción de lo desconocido parte de lo que se conoce, y Dante no conocía lo que son los peces abisales, que son asquerosos pero asquerosos de verdad, y probablemente tampoco tenia interés en el reino animal. Entre el Apocalipsis de Juan y la Comedia no hay gran diferencia en lo que fauna exótica respecta.
Y es que lo monstruoso es cuestión de costumbre: los nenes de hoy se ríen de las boberías que a nosotros nos daban miedo; los inventos de Giger (Alien o Depredador) son demasiados antropoides para un paladar acomodado al terror; los malayos comen insectos hasta que se hartan y los entomólogos no se asustan de nada. En el film Sweeney Todd de Tim Burton se cortan tantas cabezas que uno pasa del susto a la risa.
Pero no todos fueron crédulos en la Edad Media. Seguramente muchos no le creyeron a Brunetto Latini cuando describe con exactitud a ese animal que hoy conocemos como cocodrilo. El autor mismo parece asombrarse de su hallazgo. Y podemos imaginar la descripción de otro argonauta que nos cuenta de un animal de patas largas y cuello que supera los dos metros de largo, amarillo, de ojos dulces como un camello, que hoy sabemos existe. O de ese otro cerdo sin pelos, de larga trompa, pesado y enorme, que asusta con su misma presencia y que para colmo nunca va solo, bueno con los hombres de extraños pueblos que saben someterlo y aplicarlo al paseo y a la guerra. No es fácil creer cosa semejante, tampoco en la Edad Media. Isaac Asimov nos cuenta sobre el simio berebere, ese al que el poeta romano Ennio llamo “la mas vil de las bestias” porque se parecía al poeta Ennio.
“En la época medieval, cuando el carácter único y la supremacía del hombre se convirtieron en un dogma inatacable, la existencia del simio resultaba mas irritante. Se le identificaba con el diablo. Después de todo el diablo era un ángel caído y deformado, y bien podía el simio ser creado a su imagen, de la misma manera que el hombre habia sido creado a la imagen de Dios.”2
Luego Asimov nos cuenta sobre el terremoto que, ya en la modernidad, resulto de los primeros europeos que se vieron cara a cara con un orangután y un gorila.
No es difícil imaginar el impacto que causaron ya en el XIX las primeras representaciones de dinosaurios y de otros bichos extintos. A ningún medieval se le hubiese ocurrido la representación de un Stegosaurus o de un Argentinosaurus, esa bestia de 40 metros y 80 toneladas. El mito musulmán del ave Roc, que maravilló a Marco Polo y al escritor de Las Mil Y Una Noches, parece una cría del Quetzalcoatlus por su tamaño. ¿Quién podía concebir estas maravillosas creaciones de Dios haya por el XIII?3
Muchas islas del Atlántico eran inexistentes. Entre ellas hubo dos que, al menos en el nombre, como se sabe, tuvieron fortuna: Antilla y Brasil, que con el tiempo llegaron a señalar lugares reales. Y otras no tuvieron fortuna; como las Afortunadas, la de Los Muertos y hasta el mismísimo Paraíso, que finalmente Colón cree encontrar en la desembocadura del Orinoco, durante su tercer viaje. Incluso islas fabuladas, que en realidad, se afirmaba, eran el lomo de alguna bestia en reposo, como el Zaratán musulmán del siglo IX, la ballena de San Brandán (que por sus implicancias religiosas parece prefigurar a Maby Dick), o el Kraken, dado a conocer por el obispo de Brergen, Noruega. 4
En el fabuloso (en todo sentido) El Imperio Español, de Hugh Thomas se describe el primer encuentro entre culturas. Describe (lo malo del libro es que es meramente descriptivo) lo que intercambiaron los conquistadores con los indios.
Y acá es importante aclarar una cosa. Los indios nunca habían visto espejos de colores, y si yo hubiese sido ese indio jefe le hubiera dado a Don Cristóbal hasta el culo con tal de poseer uno. Pero el almirante, pese a su larga travesía, no le pidió otra cosa que comida. El jefe, obnubilado con los espejos (imagino que nunca había visto su rostro con tanto detalle) quería más. Colón, que ya estaba saciado y no tenía tanto apuro, pidió que le traigan en a su presencia algún otro ofrecimiento. El indio dio una orden y uno de los suyos trajo una hembra. Colón era muy religioso (o exquisito) y negó ese manjar a los suyos y a él mismo. Entonces fue que le trajeron dos cosas: Un loro y un pedazo de algodón. Quieren, aquellos que no razonan con rectitud, que los visitantes se impresionaron con el bicho. Es verdad que repetía todo lo que le decían. Era un pajarraco que habla y que aprendía el castellano con mayor rapidez que los indios y que los lactantes. Pero, quienes piensan así olvidan que todo era posible para esas mentes medievales. Todo era distinto en esas tierras. Lo único raro hubiera sido encontrarse con algo ya conocido. Por eso estoy seguro que se llevaron una sorpresa con el algodón.
Noviembre de 2oo8
[1] Enumerados en La revolución burguesa en el mundo feudal: José Luis Romero; Primera parte, Cáp. 4.
2 Issac Asimov, Mirar a un mono largo rato. En El secreto del universo y otros ensayos.
3 Borges, en su Libro de los seres imaginarios, pasa revista a varias creaciones, como el Fénix o el Unicornio. Pero a Jorge Luis lo que menos le importa es esta clase de bichos fabulosos. Propende irresistiblemente hacia las criaturas metafísicas de Swedemborg o Condillac, las poblaciones especulares (Animales de los espejos-El doble), las creaciones “literarias” (el Golem), o las sutilezas (Los seres térmicos.) Este tipo de vida puede ser compendiado en un tercer grupo, porque son imaginados, pero también son patrimonios demasiado humanos.
4 En el “bestiario” de Borges este cifra sus esperanzas de que el Moby Dick haya sido prefigurado por un bestiario anglosajón, El códice de Exeter. Pero esto es desde todo punto de vista inaceptable. La historia de San Brandán, un religioso que sucumbe a la ballena, es la más popular de todas las enumeradas por el escritor, y desde ya que debió ser la más famosa para Melville. En la enumeración que principia el texto no hay mención de este códice. Parece tener nuestro escritor un apuro de originalidad, y es conocida la falta de predisposición de Borges hacia la iglesia de Roma. (Ver El Zaratán, en El libro de los seres Imaginarios.) En su afán de originalidad, Georgi minimiza al Kraken frente al Zaratán (Ver El Kraken) y omite incluir al Moby Dick en su bestiario.
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